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jueves, 16 de junio de 2022
domingo, 12 de junio de 2022
contribución a la estadística (wisława szymborska)
contribución a la estadística
(wisława szymborska)
De cada cien personas,
las que todo los saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas,
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio
sábado, 11 de junio de 2022
Si algún Dios creó este mundo ...
Schopenhauer : si algún Dios creó este mundo, no me gustaría ser ese Dios , pues su miseria y su infortunio , me partirían el corazón
lunes, 6 de junio de 2022
Me entristece no ser testigo de la nueva física nuclear, ni de otros miles de avances en las ciencias físicas y biológicas Oliver Sacks 2 AGO 2015
Oliver Sacks.
Espero con entusiasmo, casi ansiosamente, la llegada semanal de revistas como Nature y Science, y me dirijo inmediatamente a los artículos sobre ciencias físicas, y no, como tal vez debería, a los que tratan de biología y medicina. Las ciencias físicas fueron las primeras en fascinarme siendo niño.
En una reciente edición de Nature había un apasionante artículo del físico Frank Winczek, ganador de un premio Nobel, sobre una nueva manera de calcular las masas ligeramente diferentes de los neutrones y los protones. El nuevo cálculo confirma que los neutrones son muy poco más pesados que los protones (la ratio entre sus masas es de 939,56563 a 938,27231). Se podría pensar que la diferencia es insignificante, pero si no fuese así, el universo, tal como lo conocemos, nunca habría llegado a desarrollarse. La capacidad de calcular algo así, dice Wilczek, “nos anima a predecir un futuro en el que la física nuclear alcanzará el nivel de precisión y versatilidad ya logrado por la física atómica”, una revolución que, por desgracia, yo nunca veré.
Francis Crick estaba convencido de que “el problema difícil” —entender cómo el cerebro produce la conciencia— estaría resuelto en 2030. “Tú lo verás”, solía decirle a Ralph, mi amigo neurólogo, “y tú también, Oliver, si llegas a mi edad”. Crick vivió hasta avanzados los 80 años, trabajando y pensando sobre la conciencia hasta el final. Ralph murió prematuramente, a la edad de 52 años, y ahora yo sufro una enfermedad terminal a los 82. Debo decir que no tengo demasiada experiencia con el “problema difícil” de la conciencia. La verdad es que no lo veo como un problema en absoluto, pero me entristece no ser testigo de la nueva física nuclear que vislumbra Wiczek, ni de otros miles de avances en las ciencias físicas y biológicas.
Vi el cielo entero “salpicado de estrellas”. Me hizo darme cuenta de repente de qué poca vida me quedaba
Hace unas semanas, en el campo, lejos de las luces de la ciudad, vi el cielo entero “salpicado de estrellas” (en palabras de Milton). Un cielo así, imaginé, solo se debía de poder contemplar en altiplanos secos y elevados como el de Atacama, en Chile (donde se encuentran algunos de los telescopios más potentes del mundo). Fue ese esplendor celestial el que me hizo darme cuenta de repente de qué poco tiempo, qué poca vida me quedaba. Para mí, mi percepción de la belleza del cielo, de la eternidad, estaba asociada indisolublemente a una sensación de fugacidad y muerte.
Dije a mis amigos Kate y Allen: “Me gustaría ver un cielo así cuando esté muriendo”.
Ellos me respondieron: “Nosotros empujaremos la silla de ruedas”.
Desde que en febrero escribí que tenía cáncer con metástasis, los cientos de cartas recibidas, las expresiones de cariño y aprecio, y la sensación de que (a pesar de todo) he vivido una vida buena y provechosa, me han consolado. Estoy muy feliz y agradecido por todo ello, pero nada me ha impactado tanto como lo hizo aquel cielo nocturno cubierto de estrellas.
Desde mi infancia he tenido la tendencia a afrontar la pérdida —pérdida de personas queridas— recurriendo a lo no humano. Cuando, siendo un niño de seis años, me enviaron a un internado a principios de la II Guerra Mundial, los números se hicieron mis amigos; cuando regresé a Londres a los 10, los elementos y la tabla periódica se convirtieron en mis compañeros. Las épocas de tensión a lo largo de mi vida me han llevado a volverme, o a volver, a las ciencias físicas, un mundo en el que no hay vida, pero tampoco muerte.
Y ahora, en este punto crítico, cuando la muerte ya no es un concepto abstracto, sino una presencia —demasiado cercana e innegable— vuelvo a rodearme, como cuando era pequeño, de metales y minerales, pequeños emblemas de eternidad. En un extremo de mi escritorio, en un estuche, tengo el elemento 81 que me enviaron unos amigos de los elementos de Inglaterra; en el estuche dice: “Feliz cumpleaños de talio”, un recuerdo de mi 81º cumpleaños, el pasado julio. Y después está el reino dedicado al plomo, el elemento 82, por mi 82º cumpleaños, que acabo de celebrar a principios de este mes. En él hay también un pequeño cofre de plomo que contiene el elemento 90: torio, torio cristalino, tan bello como los diamantes, y, por supuesto, radioactivo (de ahí el cofre de plomo).
Tengo náuseas y pérdida de apetito; escalofríos de día y sudores de noche; y un cansancio generalizado
A principios de año, las semanas después de enterarme de que tenía cáncer, me sentía muy bien a pesar de que la mitad de mi hígado estaba invadido por la metástasis. Cuando, en febrero, se aplicó a mi enfermedad un tratamiento consistente en inyectar gotas minúsculas en las arterias hepáticas (un procedimiento conocido como embolización), me encontré fatal durante un par de semanas, pero luego me sentí fenomenal, cargado de energía física y mental. (Casi todas las metástasis habían sido aniquiladas por la embolización). No se me había concedido una remisión, pero sí un descanso, un tiempo para profundizar amistades, visitar pacientes, escribir y volver a mi país natal, Inglaterra. Entonces la gente apenas podía creer que estuviese en fase terminal, y yo mismo podía olvidarlo fácilmente.
Esa sensación de salud y energía empezó a decaer cuando mayo dejó paso a junio, pero pude celebrar mi 82º cumpleaños por todo lo alto. (Auden solía decir que uno debería celebrar siempre su cumpleaños, no importa cómo se encuentre). Pero ahora tengo un poco de náusea y pérdida de apetito; escalofríos durante el día y sudores por la noche; y, sobre todo, un cansancio generalizado acompañado de agotamiento repentino cuando hago demasiadas cosas. Sigo nadando a diario, aunque ahora más despacio, ya que estoy empezando a notar que me falta un poco el aliento. Antes podía negarlo, pero ahora sé que estoy enfermo. Un TAC realizado el 7 de julio confirmó que las metástasis no solo se habían reproducido en el hígado, sino que se había extendido más allá de él.
La semana pasada empecé un nuevo tipo de tratamiento: la inmunoterapia. No está exenta de riesgos, pero espero que me proporcione unos cuantos buenos meses más. No obstante, antes de empezar con ella, quería divertirme un poco haciendo un viaje a Carolina del Norte para ver el maravilloso centro de investigación sobre lémures de la Universidad de Duke. Los lémures están próximos a la estirpe ancestral de la que surgieron todos los primates, y me gusta pensar que uno de mis propios antepasados, hace 50 millones de años, era una pequeña criatura que vivía en los árboles no tan diferente de los lémures actuales. Me encantan su saltarina vitalidad y su naturaleza curiosa.
Junto al círculo de plomo de mi mesa está la tierra del bismuto: bismuto de origen natural procedente de Australia; pequeños lingotes de bismuto en forma de limusina de una mina de Bolivia; bismuto fundido y enfriado lentamente para formar hermosos cristales iridiscentes escalonados como un poblado hopi; y, en un guiño a Euclides y la belleza de la geometría, un cilindro y una esfera hechos de bismuto.
El bismuto es el elemento 83. No creo que llegue a mi 83º cumpleaños, pero hay algo alentador en tenerlo cerca
El bismuto es el elemento 83. No creo que llegue a ver mi 83º cumpleaños, pero creo que hay algo esperanzador, algo alentador en tener cerca el “83”. Además, siento debilidad por el bismuto, un humilde metal gris, a menudo desdeñado e ignorado, incluso por los amantes de los metales. Mi sensibilidad de médico hacia los maltratados y los marginados se extiende al mundo inorgánico y encuentra un paralelo en mi simpatía por el bismuto.
Es casi seguro que no seré testigo de mi cumpleaños de polonio (el número 84), ni tampoco querría tener polonio cerca de mí, con su radiactividad intensa y asesina. Pero en el otro extremo de mi mesa —de mi tabla periódica— tengo un bonito trozo de berilio (elemento 4) elaborado mecánicamente para que me recuerde mi infancia y lo mucho que hace que empezó mi vida próxima a acabar.
Oliver Sacks es profesor de neurología en la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York. Su último libro es la autobiografía On the move (En movimiento). Este artículo se publicó originalmente en The New York Times
© Oliver Sacks, 2015
Libertad es responsabilidad
x;">En griego clásico, libertad es sinónimo de responsabilidad. La libertad es el coraje de renunciar: si eliges algo, renuncias a algo.
domingo, 5 de junio de 2022
Articulo El Pais : Que le jodan a la pasíón , pagadme por mi trabajo : La vocación es una trampa que conduce a la precariedad
Que le jodan a la pasión; pagadme por mi trabajo
La vocación es una trampa que conduce a la precariedad. Muchas empresas la aprovechan para ofrecer unas penosas condiciones laborales
JOSÉ NICOLÁS
01 JUN 2022 - 05:00 CEST
47
“Haz lo que amas y trabajarás jodidamente duro todo el tiempo sin descanso ni límites y además tomándotelo todo de forma extremadamente personal”. El artista Adam J. Kurtz publicó este mensaje en Twitter en marzo de 2019. Se trata de una versión realista de la manida frase: “Haz lo que amas y no trabajarás un solo día de tu vida”. Volví a ver ese tuit la pasada semana tras hacerse viral la respuesta que dio Àngels Barceló a Luz Sánchez-Mellado en este periódico. Dijo que los jóvenes periodistas que protestan por sus horarios son “unos flojos”. Más allá del incendio que prendió, el debate sobre el salario de los trabajadores jóvenes es una cuestión recurrente en Twitter. Y no debería quedarse en el periodismo, porque afecta a muchos sectores. Gran parte de los mileniales están quemados y hartos de escuchar lo que la periodista Anne Helen Petersen llama “cantinela boomer” en su libro No puedo más (Capitán Swing); expresiones del tipo “la vida es dura”, “me dejé la piel trabajando en los ochenta y no me escucharás quejarme”, etcétera.
El ensayo de Petersen aborda la precariedad de los empleos que tienen los jóvenes de hoy y la forma en que se idealizan algunas profesiones. “El deseo de tener un trabajo guay y que nos apasione es un modo de dotar a ciertos trabajos de una pátina de deseabilidad que hace que los trabajadores estén dispuestos a tolerar toda forma de explotación por el mero hecho de desempeñarlo”, escribe. Esa pasión hace que pensemos en el trabajo como la totalidad de nuestra vida y no como un simple empleo. Esto es un problema y, ciertamente, resulta aplicable al periodismo, a la medicina, a la enseñanza, a la investigación y a otras tantas profesiones llenas de vocación.
“Alguien debe pensar en acabar con las guardias de 24 horas. Alguien debe pensar en la calidad y seguridad de la atención en Pediatría”, escribió la médica Rosa M. Funes Moñux al final de un hilo de Twitter, donde afirmaba que había estado a punto de dejarlo. Una vez más: vocación. Mírenlos, hay médicos haciendo guardias interminables, profesores sobreviviendo a base de sustituciones y cambiando de residencia para cubrir una baja de un día para otro mientras estudian las siguientes oposiciones para conseguir una plaza definitiva. ¿Y qué decir de las consultorías y los grandes despachos de abogados? En EL PAÍS ya se ha hablado de sus jornadas maratonianas extendidas hasta el fin de semana, la imposibilidad de desconectar y la presión continua por los resultados, que suponen un estrés innecesario y se traducen en una continua rotación de sus empleados. Y luego nos sorprendemos con fenómenos como la Gran Dimisión.
La vocación supone a veces una trampa que conduce a la precariedad. “Si una empresa [u organismo] necesita trabajar 24 horas, organiza 3 turnos de 8 horas y así cumple con la Ley”, tuiteó @doctor_sloan cuando estalló la polémica por la precariedad de los camareros en la Feria de Abril de Sevilla.
Cuando se desea tan fuertemente trabajar en algo, vienen las empresas y se aprovechan de que “levantas una piedra y salen 10 como tú” y empeoran las condiciones laborales. Ante esto hay que saber decir no a algunos excesos porque, querido trabajador, solo eres uno más, seguramente no llegues a ser presidente de tu compañía y cuando no resultes rentable la puerta estará abierta para que salgas. Como publicó Mario Fontán Vela (@mfontanvela): “A tu trabajo no le importas. Dejad de idealizarlo”. Estaría bien dejar de preguntar “¿en qué trabajas?” a una persona nada más conocerla porque no somos nuestro trabajo.
En su ensayo, Petersen propone un nuevo lema para los mileniales: “Que le jodan a la pasión; pagadme”. Puede que esa sea la única manera de acabar con la precariedad que sufren.
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