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lunes, 29 de julio de 2019

El buen clinico ( del Blog El gerente demediado)




En la leyenda del Royal College of General Practitioner británico se resume la esencia del buen  trabajo de un médico clínico (“doctoring”) en sólo dos ideas : “loving care with expert knowledge”. O en latín “ Cum scientia caritas”.No siempre es fácil traducir de otra lengua conceptos que se intuyen pero cuya traslación no surge inmediatamente de nuestra memoria: uno entiende rápidamente lo que esconde un término como doctoring , y no resulta complicado comprender la expresión “loving care” ( aunque solo sea por las innumerables canciones que lo abordan), pero traducirlo como “cuidado amoroso” o incluso “ cariñoso” puede considerarse demasiado cercano, incluso moña, si hablamos de la relación entre un médico y un paciente.  Todavía peor si traducimos caritas por caridad.
Trisha Greenhalgh, en un precioso ensayo, describía lo que es el buen ejercicio clínico a partir de los dos pilares en que se asienta: el conocimiento experto, procedente de la ciencia y la experiencia, y la actitud de preocupación, interés y compromiso a la que estamos obligados ante los pacientes.
Pocos tipos han sido tan tergiversados en sus planteamientos como el recientemente fallecido David Sackett , un tipo cuya influencia en los sistemas sanitarios (al igual que la de Archie Cochrane) bien hubieran merecido un premio Nobel, en lugar de tantos premios a oscuros investigadores de citocromos de ratas. Su propuesta de “integrar la experiencia clínica individual con la mejor colección de pruebas científicas disponibles teniendo siempre en consideración los derechos , dilemas y preferencias de los pacientes” muy pronto quedó reducido al uso de estudios científicos ( generalmente ensayos clínicos aleatorizados y revisiones sistemáticas) , casi siempre realizados en entornos muy diferentes de la práctica del médico de familia, y a menudo propulsados desde una industria siempre insaciable cuando se trata de incorporar nuevos fármacos.
El mejor tratamiento, sin embargo, no es el que recomienda la última guía, sino “el que se adapta mejor a las peculiares circunstancias de cada paciente, alineados con sus preferencias y prioridades”, como señala Greenhalgh: no puede ser igual el fármaco que, ante la misma enfermedad necesita un joven que hace deporte y sale de noche ( con fines oscuros) y el de una respetable abuelita que cultiva petunias en su jardín. ¿Qué guía cubre esas diferencias? ¿Qué sistema de evaluación de objetivos retrata con fiabilidad ese comportamiento?
Si la cuestión de la preferencia del paciente desapareció pronto de los modelos de “evidencia”, la valoración de la experiencia clínica del médico ni siquiera existió alguna vez. Nadie discute la importancia del conocimiento científico a la hora de orientar una decisión, pero siempre deberá estar guiada por una requerimiento práctico  y ético: en palabras de Greenhalgh “ qué es lo mejor que se puede hacer, para ésta persona, bajo estas circunstancias”.
El doble compromiso con “scientia” y “caritas” ha sido analizado por Edvin Schei, un médico de familia que además es filósofo ( dos disciplinas mucho más cercanas de lo que parece y que nunca se integrarán en ningún plan de estudio): “la ciencia” requiere considerar al paciente desde un punto de vista objetivo, mesurable ( cifras, umbrales, tamaños); el segundo ,por el contrario, requiere atención al paciente desde un punto de vista existencial ( sus experiencias personales y subjetivas, sus necesidades humanas). La vieja diferencia entre enfermedad ( disease) y padecimiento ( illness) cobra aquí su mayor expresión, puesto que ésta última es una experiencia única, intransferible. Por eso el buen clínico no es un simple experto en procedimientos y técnicas ( lo que pretenden los modelos de industrialización de la atención, tan amados por los expertos en calidad), sino sobre todo un oyente atento, esencialmente un testigo ( como escribía Berger en Un hombre afortunado). En palabras de Schei “ la buena práctica es una competencia relacional donde la percepción empática y la creatividad otorga al médico la capacidad de usar sus cualidades personales, junto al conocimiento científico y técnico de la medicina,  para proveer ayuda individualizada de acuerdo a las particulares circunstancias del paciente”.
Siendo muy tolerantes, la dimensión objetiva de la práctica clínica tal vez podría valorarse mediante el grado de adherencia a este tipo de guías ( siempre que exista un acuerdo unánime al respecto). Pero la dimensión subjetiva es siempre un misterio,  como escribía Iona Heath en un antiguo trabajo, basado en un conocimiento que es tácito, basado en la experiencia y muy difícil de codificar. Depende de esas “ cualidades personales” de Schei que en definitiva son virtudes en sentido aristotélico.
Sin esa mitad, el clínico estará ( una vez más) demediado. Y sin su fomento y reconocimiento, tendremos en el mejor de los casos buenos operarios, pero nunca buenos médicos.

sábado, 27 de julio de 2019

Garganta con arena . Adriana Varela . Tango


Medicina Martillo ( del Blog el Gerente demediado)

Medicina-Martillo

Leo  el artículo de "Escucha a tu corazón" publicado ayer en la siempre interesante sección de Piece of my mindde JAMA, y por un momento me parece volver a encontrar el rastro de la vieja medicina, la que se perdió entre postmodernismos, tecnologías,redes sociales y cosas guais de la muerte.
Cuenta una historia bastante habitual: un buen día un reconocido profesional que se dirige por la mañana a trabajar ,empieza a notar un leve estremecimiento en su brazo mientras desayuna, y que se acaba transformando en dificultades de movilidad de su pierna, por lo que trasladado a la urgencia del hospital rápidamente es etiquetado de “Alerta, Ictus” entrando por la puerta grande en el reino del Código Ictus, donde se gana su correspondiente Tomografía que pone de manifiesto un extraño pesudoaneurisma en un hemisferio cerebral.
Sin embargo algo no cuadra: el hallazgo no explica bien la focalidad sintomatológica. Aún así el equipo neurólogo habitual entiende que si entró con Código Ictus, debe de serlo, dando por hecho que probablemente haya tenido un accidente cerebrovascular transitorio , sin rascarse más la cabeza para averiguar a qué se debe ese hallazgo chocante: al fin y al cabo la gente es muy rara y si el diagnóstico no se adapta a la sintomatología habrá que adaptar la sintomatología al diagnóstico. Para un martillo cualquier cosa es un clavo. De forma que le mandan atorvastatina y aspirina y le citan para revisión en unos meses, con Resonancia Magnética y Ecocardiograma por medio.
De vuelta a casa, y tras pasar una mala noche, el enfermo observa que sigue teniendo la pierna pesada y dolorosa,  dándose cuenta de que nadie “escuchó” su corazón, concentrados como estaban en su sintomatología neurológica. Cayó en la cuenta de que en algún lugar de la casa tendría que tener un estetoscopio, encontrando lo que un viejo profesor llamaba “ mi ecocardiograma” pero que sorprendentemente nunca había vuelto a usar siendo médico más que para mostrar como funcionaba a sus hijos. El ruido que escuchó apenas tocó su pecho era casi audible sin aparato: e inevitablemente era nuevo, puesto que su auscultación era completamente normal cuando fue a revisión con su médico de familia unos meses antes. Y uniendo las piezas ( psuedoaneurisma, soplo, dolor en la pierna) el reputado profesional llegó al diagnóstico: endocarditis valvular.
Brillante diagnóstico. Al que el reputado profesional llegó porque entraba en su área de conocimiento; en este caso el martillo acertó, y donde dio el golpe era un clavo. Pero tristemente es muy posible que no hubiera estado tan agudo si se tratara de una enfermedad reumatológica, digestiva y psiquiátrica.
La medicina de hoy en día es una medicina de martillos a la búsqueda de clavos: si no lo ven se lo inventan. Quizá porque lo difícil, lo esforzado, lo complejo es demasiado exigente y preferimos escapadas más sencillas , calmando nuestra conciencia con eso tan socorrido” apliqué el protocolo” o “ no encontré nada”.
No estaría de más volver al viejo arte si de verdad uno quiere ser médico, y ese camino no admite atajos ni rutas sencillas. De momento no estaría mal imprimir en cada consulta estas 10 recomendaciones de Adam Cifu:
1.- Presta atención al problema principal escrito por enfermería.
2.- Atiende “de verdad” a los signos vitales, que por algo son vitales.
3.- Asume siempre que el colega que atendió antes al paciente es inteligente, pero nunca aceptes ciegamente el diagnóstico realizado por otro médico.
4.- Valora la función renal y las interacciones entre fármacos antes de realizar ninguna prescripción.
5.- Si tu decisión de dar de alta a un paciente no te deja ir a dormir, reconsidera la decisión.
6.- Si tu decisión de no revisar un síntoma no te deja ir a dormir, reconsidera tu decisión.
7.- Nunca es demasiado tarde para reconsiderar una decisión.
8.- Nunca excluyas un diagnóstico ante la ausencia de un síntoma o signo.
9.- Nunca temas pedir ayuda
10.- Baja el ritmo, relájate, escucha, piensa.

Ante todo no hagas daño


A punto de jubilarse, Henry Marsh, uno de los neurocirujanos más importantes de Gran Bretaña y de toda Europa, decidió retomar su vieja práctica de escribir –había llevado un diario desde los doce años– para recordar las numerosas operaciones de cerebro en las que debió intervenir. El resultado, lejos de la autocelebración, es el descarnado retrato de una especialidad científica en la que todo se juega entre el rigor, el cálculo y lo inesperado. Ante todo no hagas daño se convirtió en un éxito mundial que conmueve por la humildad de su testimonio, casi al borde de una confesión acerca de la complejidad y las dificultades de ejercer la medicina.
 Por Violeta Serrano
Va a correr cada mañana. Se levanta y sale ataviado con ropa deportiva de su casa de dos plantas del barrio de Wimbledon en la que vive desde hace años, cuando se separó de su primera esposa tras un matrimonio que no superó la intensidad de los inicios de su profesión. En el lugar hay, entre otras cosas, paredes forradas de libros y dos colmenas, así como un hermoso jardín en la parte de atrás que se conjuga con un taller de bricolage. Cuando regresa del trabajo, por lo general, se toma un gin-tonic desde un rincón cuya ventana da directamente al suroeste de Londres que suele contemplar bajo la lluvia infinita que caracteriza a la ciudad y que, sin embargo, no le ha impedido moverse en bicicleta casi todos los días de su vida. Lo del running y la bici es, más que nada, porque parece ser que la actividad física reduce las probabilidades de padecer enfermedades como, por ejemplo, el Alzheimer. Lo hace aún sabiendo perfectamente que practicar deporte no le asegura librarse de esa posible situación futura. Ni de tantas otras. Al fin y al cabo es la esperanza lo que hace que la vida se desarrolle aunque, a la vez, es la culpable de que, en muchas ocasiones, nos convirtamos en personas necias, según afirma. Lo ideal es que alguien como él viva en un permanente punto medio virtuoso aunque eso, quizás, sea demasiado pedir para un simple ser humano. En su trabajo, la tensión constante entre distintas variables que, en la mayoría de los casos dependen del más puro azar, es una realidad que va lacerando su camino diario y haciendo más profundas las arrugas de su rostro. Debe tomar decisiones de las que dependen la vida o la muerte de terceros, o, peor, valorar siempre la posibilidad de que sus manos serán las responsables de que esos pacientes salgan del quirófano mejorando su calidad de vida o, por el contrario, convertidos en auténticos vegetales que no tendrán siquiera la posibilidad de matarse sin ayuda externa. Ese dato es más importante de lo que pudiera parecer: en Inglaterra la eutanasia está, aún hoy, prohibida por ley. Así que él, apenas un hombre cualquiera, no se debe dejar dominar por la esperanza en la misma medida que no debe hacerlo por la fatalidad. Lo más difícil de su tarea no es operar con gran pericia técnica (que también debe suceder) sino conocer el momento exacto en el que debe actuar o, por el contrario, dejar a la naturaleza seguir su curso. “Se tardan al menos tres años en saber cuándo hay que operar y treinta en saber cuándo no hay que hacerlo”, apunta.

Por la gloria

Este simple mortal llamado Henry Marsh es uno de los neurocirujanos más prestigiosos de Gran Bretaña y, ahora, también, va camino de ser uno de los más importantes escritores de no ficción en lengua inglesa. Y lo es, por cierto, por una razón más bien ligera: tras cursar estudios en Ciencias Políticas, Filosofía y Economía en la Universidad de Oxford, su ciudad natal, sufrió un fuerte desengaño amoroso. Para salir del calvario sentimental en el que se encontraba quiso autoflagelarse, ya que no tenía necesidad alguna de hacerlo pues era hijo de un prestigioso abogado de derecho internacional, y se fue a trabajar como camillero en un lúgubre hospital de la cuenca minera de Northumberland, cerca de Escocia. Su labor consistía en llevar enfermos desde la ambulancia a las salas del hospital, o desde las salas al quirófano o, en el peor de los casos, directamente de ahí a la morgue, si la cosa no iba bien. Fue entonces cuando tomó la decisión de volver a las aulas, pero con un rumbo muy diferente del que había elegido en su adolescencia. Para su propia sorpresa, se inscribió como estudiante de Medicina en el Royal Free Hospital de Londres, institución en la que no era requisito indispensable tener una procedencia de estudios científicos. Henry Marsh tenía entonces 30 años y aún no sabía que iba a decantarse por la especialidad de neurocirugía cuando, en medio de una operación de aneurisma de la que fue testigo, tuvo una epifanía que se lo aclaró. “Era vanidoso, ambicioso y buscaba la gloria”. Eso responde con sorna hoy, a sus 66 años, cuando se le pregunta por qué esa elección. Ciertamente, hay que poseer altas dosis de esas características para tener como objetivo ser algo parecido a Dios. Y humildad. Toneladas de humildad. Ambos rasgos están sembrados en las páginas de Ante todo no hagas daño, un libro que ya es un éxito de ventas en todo el mundo y que nace de una costumbre que nunca dejó de lado. Henry Marsh escribió ininterrumpidamente sus diarios desde los doce años. Ahora, casado con la antropóloga social y también escritora Kate Fox, esa historia de vida que permanecía camuflada ha salido a la luz. Fue ella la que le advirtió que debía convertir aquellos materiales en una obra de arte. Y así lo hizo. Su texto, articulado en la descripción de 25 casos clínicos y flanqueado por un corto y contundente prólogo así como una breve carta de agradecimientos final, constituye una guía para comprender cómo funcionan las tensiones paradójicas que conviven en las personas a las que nos encomendamos cuando la muerte acecha y no nos queda más remedio que ponernos en sus manos.

Memorias de un bisturí

Con una atención milimétrica, Henry Marsh manipula el cerebro de sus pacientes. Físicamente. Sus finos dedos tocan la zona en la que sucede el misterio del habla, de la risa, de la emoción, del pensamiento. Un neurocirujano no teoriza: actúa. Fue el primero en Inglaterra que utilizó la anestesia local para operar un glioma, es decir, un tipo de tumor cerebral. Fue en 1989 cuando, mientras penetraba en ese misterioso espacio lleno de ramificaciones nerviosas, podía, al mismo tiempo, charlar con su paciente para corroborar, en tiempo real, que no le estaba tocando algo que hiciese que, por ejemplo, no pudiese volver a emitir palabra. Esta práctica puede llevarse a cabo por la peculiar razón de que el cerebro no posee receptores que interpreten su propio dolor. Así todo, Henry Marsh se mete en el barro cada vez que abre un cráneo para someterlo a cirugía. Y eso, entre otras cosas, es lo que relata con una lenguaje libre de descripciones superfluas o demasiado encriptadas para un profano en la materia. Sin caer en el golpe bajo ni en el morbo, las cuestiones físicas se alternan con las puramente humanas dejando claro que lo difícil no es detener una hemorragia descontrolada en la que el cirujano debe navegar desesperado y ciego como un barco en medio de una tormenta sin faro a la vista. Lo realmente complejo es tomar la decisión de si operar o no o de, si ya se está en ello, saber cuándo es el momento de parar antes de producir lesiones. No hay guía para tener éxito: la práctica y los errores cometidos son el salvavidas más cercano, aunque ni siquiera otorgan una seguridad absoluta porque ésta, lamentablemente, no existe.
La sombra de Oliver Sacks se cierne sobre cualquier médico que ose incursionar en el mundo de las letras. Pero Marsh no sigue su estela. Es inteligente y, en vez de eso, busca otras sendas que nada tengan que ver con el estilo del fallecido autor. La fuerza de Marsh es física. Con el respeto que se deben los colegas de profesión, él sostiene que los neurólogos que se ponen a escribir tienden a elegir casos que acumulan como si coleccionasen mariposas de ejemplares raros. Uno de los grandes amigos de Marsh, que aparece varias veces en este libro y que, de hecho, ya había formado parte del documental ganador de un Emmy, The English Surgeon (2007), el ucraniano Igor Kurilets, le dijo una vez: “Nosotros somos como los sangrientos cosacos”. Aquella comparación la hizo al regalarle una versión pictórica de Los cosacos zapórogos. Hoy, esa obra, corona la sala del hospital público y centro universitario St. Georges de Londres, donde Marsh operó a la inmensa mayoría de los 15.000 cerebros que han pasado por sus manos y lugar que, aún hoy, visita asiduamente para sugerir y seguir formando a cientos de médicos internos.
Retirarse no es algo que le haga demasiada gracia. Lógico, tras años de una intensidad tan brutal debe ser complejo enfrentarse a la templanza de la jubilación. Quizás por eso Henry Marsh, lejos de dedicarse únicamente a la apicultura que le fascina como hobby, continúa su labor médica en países como Ucrania, Albania o Nepal. No es casual tampoco que sea justo ahora cuando se atreva a incursionar en el mundo de la literatura con un éxito apabullante. Agotada su primera edición en España en unas semanas, Ante todo no hagas daño ya ha sido reconocido como mejor libro del año por Financial Times y The Economist, tras encabezar las listas de ventas de best sellers en EE.UU. y Reino Unido.
Ante todo no hagas daño. Henry Marsh Salamandra 346 páginas
Si uno visita el hospital donde trabajó toda su vida y que sirve de escenario principal a su libro, puede comprobar que existe un patiecito cuya creación es también culpa de Marsh. Asqueado y enfrentado durante la mayor parte de su vida con la burocracia imperante en el Sistema Nacional de Salud, fue y es un férreo defensor de la humanización de los hospitales. Las arduas críticas a la gestión pública de estos centros están presentes, sobre todo, en la segunda mitad de la obra. El trato clientelar que se está instalando en los últimos tiempos supone una situación desquiciante para los profesionales de la salud: totalmente ajenos a la cotidianeidad práctica de los centros hospitalarios, las nuevas gestiones modernas ignoran cuestiones que parecen de sentido común tal y como Marsh las presenta en este texto. El humor que mitiga las más dramáticas situaciones hace que Ante todo no hagas daño sea una joya que, a la vez, presenta una peligrosidad encubierta. La pericia de Marsh con la expresión escrita hace que lo que desea transmitir sea tan eficaz como inquietante: da miedo ser consciente a través de su demoledora honestidad de que la medicina sabe más bien poco sobre cómo solucionar nuestras dolencias. Para sorpresa de muchos de sus colegas, que no suelen airear en público estas desgracias, el autor enumera sus garrafales errores y vuelve sobre ellos tal y como en su vida real esos fracasos le persiguen toda vez que vuelve a enfrentarse a situaciones similares. Al fin y al cabo, como dijo el médico francés Leriche, todo cirujano lleva un cementerio dentro en el que cada error es una lápida.

Ser libre . Nina Simone


jueves, 25 de julio de 2019

La Conversación Difícil: una habilidad en desuso


Del blog el gerente demediado



Hace poco menos de un año le diagnosticaron un cáncer de pulmón en un estadio IV; tenía 75 años, se encontraba bien físicamente, y entre ella y sus hijas optaron por la mejor opción: recurrir a uno de esos hospitales privados de primer nivel, referencia mundial en cáncer. Un amable y competente especialista le informó de que su enfermedad no tenía problemas relevantes, y que con el adecuado tratamiento las probabilidades de curación definitiva eran máximas.El tratamiento indicado, el que la iba a curar definitivamente era un ensayo clínico con nuevos fármacos de última generación. La paciente no lo dudó.
Comenzó así un doloroso camino de administraciones intravenosas, pruebas diagnósticas repetidas una y otra vez, análisis de sangre para comprobar la evolución de los parámetros y efectos secundarios cada vez más persistentes e invalidantes. Aun así, la impresión del experto era que aquello evolucionaba muy favorablemente. Unos meses después aparecieron unos extraños bultos bajo la piel de la espalda, a los que el experto restó importancia. La aparición de un derrame pleural obligó a proponer el inicio de un nuevo tipo de tratamiento, con un nuevo fármaco del que apenas había experiencia, pero cuyas pruebas iniciales habían sido muy prometedoras. Aunque con ya más reticencia de algún familiar, inició de nuevo su paseo por el reino de los tratamientos prometedores y las expectativas de curación segura, hasta acabar recluida en su cama, entre dolores y vómitos con apenas 40 kilos de peso. La tomografía de hace solo un mes dejaba pocas dudas: múltiples metástasis cerebrales en forma de brécol. Pero una vez más había ahí un profesional experto dispuesto a levantarle la moral, un especialista en eso tan peligroso llamado optimismo, de los que creen que la voluntad lo hace todo. Indicó varias sesiones de radioterapia con la seguridad de que en unas semanas habrían desaparecido por completo todos los “bultos”.
La paciente murió hace dos días.
En The way we die now, el gastroenterólogo irlandés Seamus O’Mahoney escribe: “ los médicos generalmente saben lo que es cierto y lo que es fantasía, y sin embargo algunos cínicamente esparcen mentiras a sus pacientes. Esto puede hacerse con la buena intención de “mantener la esperanza”; en otras ocasiones acaban siendo adictos a la adoración al héroe de sus entregados pacientes. Existen así los charlatanes y los codiciosos y no son un problema marginal”.
Como O’Mahoney señala los familiares a menudo ocultan al moribundo la realidad de que se está muriendo, contribuyendo a la creación de ese engañoso optimismo sobre los beneficios del tratamiento., Un optimismo disfrazado de eso tan humano que es la intención de dar esperanzas, y que incluye a menudo la oposición del entorno del paciente a decirle la verdad puesto que “podría matarle”. De forma que los que no tienen derechos formales respecto a la información al paciente acaban sustrayéndosela, conduciéndole amorosamente hacia un escenario tan esperanzador como falso.
La forma en que nos hemos escabullido de nuestra responsabilidad como profesionales es escandalosa. Escribe O’Mahoney: “los pacientes solo mueren una vez. No tienen experiencia a la que echar mano. Necesitan médicos y enfermeras que quieran tener conversaciones difíciles y decirles lo que han visto, saber quién les ayudará a prepararse para lo que está por llegar, y escapar del depósito del olvido que muy pocos realmente quieren. Sin embargo los médicos no son suficientemente valientes. Se ven a sí mismos, cada vez más, como proveedores de servicios, un papel que no estimula la realización de Conversaciones Difíciles, ni a una voluntad clara de ser valientes. La orientación al cliente, el miedo a los pleitos y la sobre-regulación han conspirado para crear un médico amigable para el cliente, que emerge cuando la relación entre médicos y pacientes se moldea en un modelo comercial. Existe ahora un apetito insaciable por la medicina: por realizar más escáneres, administrar más fármacos, realizar más pruebas y más cribados. Este apetito beneficia a todos: a muchos grupos profesionales, a la industria y a las instituciones.
Es difícil decir basta, pero un buen médico a veces tiene que decir a los pacientes cosas que no quieren escuchar. Pero lamentablemente es mucho más fácil, en medio de la atiborrada consulta, pedir otro escáner que tener una Conversación Difícil”.
La Conversación difícil. Una habilidad en desuso.

El verdadero médico


“En la introducción del famoso Tratado de Medicina Interna de Harrison figura esta frase sugestiva: "El verdadero médico tiene una amplitud de intereses shakesperiana: se interesa en el sabio y en el simple, en el orgulloso y en el humilde, en el héroe estoico y en el villano doliente. Cuando es capaz de demostrar todos esos intereses, el médico se involucra en historias humanas particulares. Eso no es materia de la ciencia sino de lo poético. Se manifiesta en el ámbito de la particularidad, la paradoja y las pasiones. Al médico se le descubre el drama de las vidas individuales, uno de los privilegios de su actividad. Ve a las personas en sus mejores aspectos y también en sus peores circunstancias. Las ve estoicas y vulnerables, devastadas y entusiasmadas. Y, si presta atención, en el proceso aprende algo de lo que significa ser humano”.

viernes, 19 de julio de 2019

El chisme como arma arrojadiza

El chisme muere cuando llega al oído de la persona inteligente


  • Enviado el : 30 July 2016
  • Por: Maxi
El chisme muere cuando llega al oído de la persona inteligente
El mecanismo siempre suele funcionar del mismo modo: hay un hipócrita que crea un chisme para que el chismoso lo difunda y el ingenuo lo crea sin resistencia. La epidemia de los rumores solo termina cuando por fin, llega al oído de la persona inteligente, a ese corazón vacunado que ni atiende ni responde a lo que no tiene sentido.
En un libro publicado en 1947 por el psicólogo social Gordon Allport titulado “La psicología de los rumores” se nos explica algo realmente curioso: los chismes sirven a diversos grupos de personas para cohesionarse entre sí y posicionarse frente a alguien. A su vez, estas conductas les son placenteras, liberan endorfinas y logran combatir el estrés.
La lengua no tiene huesos y, sin embargo, es lo bastante fuerte para hacer daño y envenenar a través de chismes y rumores. Un virus letal que solo se aplaca cuando llega a oídos de la persona inteligente.
El chisme se convierte en muchos casos en un mecanismo de control social que otorga cierto poder a quien lo practica. Se posiciona en el centro de atención de ese grupo de personas receptivas siempre a cualquier chisme, a cualquier  información sesgada, con la cual,  salir de sus rutinas y aprovechar ese estímulo nuevo a modo de distracción.
Tal y como suele decirse, los chismosos no saben ser felices. Están demasiado ocupados en camuflar sus amarguras en tareas vanas y superfluas donde validar inútilmente sus autoestimas. Te invitamos a reflexionar sobre ello.

La psicología del chisme implacable

La psicología del chisme y de los rumores está de plena actualidad. Pensemos, por ejemplo, lo rápido que llega a “contagiarse” un rumor fundado o infundado en el mundo de las redes sociales. Internet es ya como un auténtico cerebro donde los datos campan como neuronas interconectadas para nutrirnos con una información que no siempre es verdadera ni es respetuosa con los demás.
Por su parte, los expertos en márketing y en publicidad siempre suelen poner como ejemplo del “chisme fatal e implacable” el caso del refresco “Tropical Fantasy”. Sacado al mercado en 1990 obtuvo un éxito casi inmediato en Estados Unidos, hasta que de pronto, surgió un rumor tan aterrador como absurdo.
Se decía que estos refrescos baratos habían sido creados por el Ku Klux Klan para un fin muy concreto. Su bajo coste permitía que gran parte de la población afroamericana de bajos recursos tuviera acceso a ella. En su fórmula, se escondía a su vez un oscuro propósito: dañar la calidad del semen de los afroamericanos para que no pudieran tener más hijos.

Defendernos de chismes y rumores

Lo queramos o no, nuestra sociedad está construida a base de relaciones de poder donde los chismes y rumores son auténticas armas arrojadizas. Las verdades manipuladas son útiles para muchas personas, logran posicionarse con ellos y obtienen beneficios muy concretos.
Así pues, es necesario que seamos siempre ese oído inteligente que actúa como barrera, que frena el agravio, el sin sentido, la información falsa y la chispa de ese incendio que siempre ansía llevarse a alguien por delante.
Por ello, y para comprender un poco mejor estos procesos psicológicos tan comunes en nuestros contextos sociales, te proponemos que tengas en cuenta esos pilares que sustentan la compleja psicología del chisme, del chismoso y del ingenuo que los escampa.
La sabiduría popular siempre nos dice que para romper una cadena basta con eliminar un eslabón. Si el rumor y el chisme actúan como auténticos virus en nuestro ambiente laboral, en nuestra familia o en nuestro círculo de conocidos, es necesario ayudarnos de personas de confianza para que actúen como diques de contención. Que hagan de oídos inteligentes para desarmar lo que no tiene sentido.
  • Los chismes se difunden cuando hay alguien que desea adquirir notoriedad a nuestra costa. Ante estas conductas, podemos actuar de dos formas, o bien haciendo oídos sordos ante lo absurdo o actuando con asertividad poniendo límites y dejando las cosas claras.
  • Hemos de ser conscientes de que en toda organización, comunidad de vecinos o en grupos de compañeros o amigos, va a haber un “rumorólogo” oficial. Un amante de los chismes.
  • Hemos de ser siempre íntegros, transparentes y no alimentar este tipo de conductas escampando el virus del rumor o el chisme. Ahora bien, es necesario saber además que no es nada fácil desacreditar un rumor, las palabras no siempre bastan, se necesitan hechos contundentes para desacreditar y demostrar lo inverosímil de ese chisme.
Las lenguas serpenteantes siempre nos van a acompañar de un modo u otro, así que lo mejor será siempre evitar ser una de ellas y recordar que los chismes son para la “chusma” y la información para los oídos sabios

lunes, 15 de julio de 2019

El discurso del rey Harald de Noruega que conmueve y remueve el debate identitario

No está todo perdido pese a Trump 








El discurso del rey Harald de Noruega que conmueve y remueve el debate identitario
Discurso del rey Harald de Noruega sobre la identidad de los noruegos (Youtube)

El rey Harald de Noruega ha pronunciado un discurso que está dando la vuelta al mundo. Dura apenas cuatro minutos, pero el mensaje es tan humano y está tan bien expresado que los 1.500 oyentes presenciales no han podido encerrarlo en los muros del Palacio Real donde fue pronunciado y ya ha saltado a otros muros virtuales donde habita una audiencia global.

Mute

Nadie hacía presagiarlo pues, tras las palabras de bienvenida, la primera pregunta que ha lanzado el monarca ha sido de lo más compleja y abstracta posible: “¿Qué es Noruega?”. Con la identidad sociopolítica hemos topado. Sin embargo, lo que podría haberse convertido en un discurso soso y aburrido, ha conseguido emocionar a los ciudadanos de buen corazón.
Noruega es una realidad plural, tanto por su geografía como por su clima o su demografía, ha ido expresando el rey a través de ejemplos concretos. Pero lo que sobre todo es Noruega es “su gente”, tanto los que han nacido allí como los que han emigrado de “Afganistán, Pakistán, Polonia, Suecia, Somalia y Siria”. Y lo que no falla, el caso personal: “Mis abuelos emigraron de Dinamarca e Inglaterra hace 110 años”.
El corazón revela dónde está nuestro hogar
Por eso no ha sorprendido que el monarca haya expresado la que podría ser la idea nuclear de su discurso: “Llamamos hogar adonde está nuestro corazón, y no siempre se trata de un lugar con límites definidos”.
Por eso, ha proseguido su Majestad, no importa si uno es alto o bajo, si es rico o pobre, si es joven o viejo, le gusta el fútbol el balonmano o simplemente tirarse en el sofá. Tampoco importa la orientación sexual: “Noruega son chicas que aman a chicas, chicos que se gustan de chicos”. Ni siquiera importa la religión que uno haya escogido: “Noruega cree en Dios, Alá, todo y nada”, ha proseguido Harald.
Después de todo, ha recordado, el himno nacional no deja de ser “una declaración de amor hacia la población noruega”. Por eso, ha finalizado el monarca, su gran “esperanza” reside en que los noruegos sean “capaces de cuidar unos de otros” y “construir el futuro del país a partir de la confianza, el compañerismo y la generosidad”. ¿Qué es Norueg

sábado, 13 de julio de 2019

El verdadero médico

“En la introducción del famoso Tratado de Medicina Interna de Harrison figura esta frase sugestiva: "El verdadero médico tiene una amplitud de intereses shakesperiana: se interesa en el sabio y en el simple, en el orgulloso y en el humilde, en el héroe estoico y en el villano doliente. Cuando es capaz de demostrar todos esos intereses, el médico se involucra en historias humanas particulares. Eso no es materia de la ciencia sino de lo poético. Se manifiesta en el ámbito de la particularidad, la paradoja y las pasiones. Al médico se le descubre el drama de las vidas individuales, uno de los privilegios de su actividad. Ve a las personas en sus mejores aspectos y también en sus peores circunstancias. Las ve estoicas y vulnerables, devastadas y entusiasmadas. Y, si presta atención, en el proceso aprende algo de lo que significa ser humano”.

jueves, 4 de julio de 2019

El gran error de la naturaleza humana es adaptarse


Ribeyro : ser el eterno forastero

Cartas a Juan Antonio. París, 28 de enero de 1954. Julio Ramón 

“El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad estaría constituida por un perpetuo estado de iniciación , de sucesivo descubrimiento, de entusiasmo constante. Y aquella sensación solo lo producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencias que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante, he allí una fórmula para ser feliz.”

La utilidad de lo inutil en nuestra vida


lunes, 1 de julio de 2019

Lo que se necesita para ser médico ( Monica Lalanda )

Para ser médico

ANALFABETO POLITICO

No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bertold Brecht