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jueves, 31 de mayo de 2018

Susan Sontag y la enfermedad

Susan Sontag: “La enfermedad es la cara nocturna de la vida, una ciudadanía más pesada. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.

lunes, 28 de mayo de 2018

Provincianos y cosmopolitas

Este sería un buen retrato del provinciano global: aquel que aspira a hablar un solo idioma, lo más utilitario posible, sin importarle la destrucción de los mundos que habitan en los otros idiomas; aquel que se mueve continuamente de aquí para allá, obseso coleccionista de imágenes, al tiempo que es incapaz de fijar la mirada, y no digamos el pensamiento, en paisaje alguno; aquel que está permanentemente informado con aludes de noticias y mensajes que sepultan su capacidad de comprensión. Es posible que un individuo de tal naturaleza se considere a sí mismo un cosmopolita. Pero vive en una pequeña aldea que ha confundido con el mundo.
Rafael Argullol 

domingo, 27 de mayo de 2018

Convertir al oprimido en opresor de si mismo

Lo explica muy bien el profesor de filosofía de  la universidad de las artes de Berlín, Byung-Chul Han en su Psicopatología. Ésta no es otra cosa que el nuevo sistema de dominación que en lugar de separar al opresor del oprimido ( como ocurrió durante siglos) convierte al oprimido en opresor de sí mismo mediante el empleo de la seducción: el individuo se cree libre, cuando el sistema lo que hace es explotar su libertad. El neoliberalismo ha descubierto así, en palabras de Han, que explotar a alguien contra su voluntad no es suficientemente eficiente: Solo la explotación de la libertad genera el mayor rendimiento.
“El que fracasa en la sociedad neoliberal del alto rendimiento se hace así mismo responsable y se avergüenza”. No pone en duda la explotación inconsciente que sufre, no deja que surja ninguna resistencia contra el sistema, sino que dirige la agresión contra sí mismo: se considera un improductivo, un fracasado, un inútil. Aparece la depresión y el “burnout”.
En el escenario de la atención clínica en atención primaria,la situación se replica: el médico que acumula retraso en la atención a sus pacientes es un incompetente, “no sabe gestionar su demanda”. El que no atiende a los pacientes en el mismo día, aunque la petición de la cita sea tan severa como un picor de pies, entra en el tenebroso sector de la delincuencia sanitaria. La estrategia de culpar a la víctima consigue que ésta admita que el problema es solo suyo.
En el nuevo mundo de los madrugones productivos, de los bloques de 10, son severamente censuradas opiniones de gente peligrosa como Groopman y Hartzband, los que escribieron en New England aquella herejía absurda: “Algunas de las mayores recompensas del trabajo en Medicina proceden de “perder el tiempo” de forma no estructurada con nuestros pacientes, compartiendo sus alegrías y tristezas”.

miércoles, 23 de mayo de 2018

Hay que revolverse siempre ( frases anticinismo )

  Zbigniew Herbert poeta polaco
“Nuestra propia libertad y en gran medida nuestra realidad depende de la exactitud con la que somos capaces de percibir el sufrimiento a nuestro alrededor, soportar ser testigo de ello, y ser capaces de revolverse contra todo ello”. Porque la abogacía por los que sufren y son oprimidos, engañados, humillados también es nuestra tarea como médicos 

viernes, 18 de mayo de 2018

La falacia de la eficiencia (I) Blog el Gerente demediado


“ Nuestro ser se sustenta en cualidades enfermizas…quienquiera que pretenda remover el germen de esas cualidades del ser humano podría destruir las condiciones fundamentales de nuestra vida
Michel de Montaigne.

En una sociedad regida y orientada por parámetros económicos, la eficiencia pasó de ser una manera de utilizar los medios a un fin en sí mismo, elevado hoy a categoría de valor. Aceptada como cierta la idea de que los recursos serán ya para siempre limitados, de lo que se trata es de cómo sacarles el máximo partido a los existentes, cada vez más menguantes. De forma que el incremento de la productividad también ha pasado de ser una característica deseable en determinadas circunstancias , a convertirse en un fin en sí.
No solo debe guiar a las organizaciones y el  rendimiento de los trabajadores que las componen, sino que debe regir el comportamiento individual de las personas en el conjunto de su vida: el niño debe rentabilizar al máximo su tiempo vígil, evitando en todo momento esas enfermizas cualidades del pasado como eran no hacer nada, aburrirse, o pasar la tarde en un árbol, y para ello sus jornadas cotidianas deben rellenarse de clases de inglés, zumba o caballo, además de múltiples deberes que reduzcan el tiempo para su descanso al mínimo indispensable.Y así, ya desde pequeñitos, aprenderán a comportarse de forma eficiente y sacar el máximo rendimientos al tiempo.
Hasta las vacaciones se han convertido en una carrera donde demostrar esa eficiencia: mientras que decepciona escuchar que alguien dedicó su tiempo libre a quedarse en casa viendo pasar los pájaros, leyendo a la sombra de un guindo o escuchando sus discos preferidos perezosamente, genera admiración el que es capaz de segmentar sus días de ocio en numerosas experiencias de viaje, cuanto más recóndito el lugar y más lleno de actividades ( surfing, diving,skating, climbing, trekking) mejor.
Es ineficiente el individuo que no ocupa cada segundo de su existencia en una actividad productiva, como si ese indicador de rendimiento importara mucho al pasar por caja al acabar la estancia.
Juan Rulfo está considerado como uno de los más grandes escritores latinoamericanos del último siglo: sin embargo su productividad fue muy baja: apenas escribió dos obras, Pedro Páramo y El llano en llamas. Aún más vago, lindando en la  delincuencia, fue JD Salinger. Vivió 91 años. Y será recordado por un único libro, que le convirtió en clásico: el Guardián entre el centeno.
Montaigne fue otro insigne desperdicio : despilfarró toda la inversión que su acomodado padre había hecho en su educación, tan exquisita que hasta los 8 años el niño solo se comunicaba en latín. Fue magistrado y heredó la propiedad familiar dotada de extensos viñedos, que aún hoy en día dan nombre a uno de los “Sauternes” más exclusivos del mundo: Chateau d’Yquem. Pero en lugar de aumentar su productividad, a los 38 años, cuando según él había consumido ya la mitad de su vida ( se equivocó en poco),  decidió retirarse del mundo para escribir un solo libro, sus Ensayos, convertido desde entonces en clásico , tras pasar por etapas de prohibiciones y condenas por parte de la Iglesia.
Lo que preocupaba a Montaigne no era ganar dinero, mantenerse ocupado o escalar en la pirámide social ( para lo cual tuvo tentadoras ofertas). Lo que le interesaba era fundamentalmente aprender cómo vivir una buena vida, practicarlo y compartirlo, escribiendo un libro en el que tardó 20 años.. Y la consagró a la libertad, la tranquilidad y el ocio, como figura en una de las inscripciones de su librería.
Su secreto no estuvo en rellenar cada hora de pintorescas y afanosas actividades, sino más bien en vivir intensamente cada una de ellas como si fuera la última , aunque no estuviera haciendo literalmente nada: “Cuando bailo, bailo, cuando duermo, duermo”.

Montaigne asumía que era sumamente imperfecto, pero no aspiraba a mejorar sus “registros”.  La modestia de sus aspiraciones le permitía ser además vago. La antítesis de la eficiencia.

Sharon Olds : Libro poemas El Padre

SU QUIETUD

El doctor dijo: "Usted me pidió que le dijera
cuando no se pudiera hacer nada más.
Se lo digo ahora."
Mi padre estaba sentado,
casi inmóvil, como siempre, sin mover los ojos.
Yo supuse que se enfurecería al saber que moriría,
que agitaría los brazos, que gritaría.
Pero se quedó sentado,
limpio con su pijama limpio,
delgado, como un santo.
El doctor dijo: "Podemos hacer algunas cosas
para darle tiempo, pero no lo podemos curar".
Mi padre le dio las gracias.
Y se quedó sentado, quieto, solo,
digno como un rey extranjero.
Me senté a su lado. Ese era mi padre:
siempre supo que era mortal. En cambio, yo temí
que tuvieran que amarrarlo. Había olvidado
que siempre se quedaba así, aguantando,
en silencio, el alcohol un modo de callar.
No lo había conocido: mi padre tenía dignidad.
Al final de su vida, su vida
empezó a despertar en mí.
 

miércoles, 16 de mayo de 2018

Rita Levi-Montalcini . Premio Nobel de Medicina

"Cuando ya no pueda pensar, quiero que me ayuden a morir con dignidad"


ENTREVISTA:RITA LEVI-MONTALCINI | PREMIO NOBEL DE MEDICINA | UN CEREBRO CENTENARIO


El 22 de abril cumple 100 años Rita Levi-Montalcini. La científica italiana, premio Nobel de Medicina, soltera y feminista perpetua -"yo soy mi propio marido", dijo siempre- y senadora vitalicia produce todavía más fascinación cuando se la conoce de cerca. Apenas oye y ve con dificultad, pero no para: investiga, da conferencias, ayuda a los menos favorecidos, y conversa y recuerda con lucidez asombrosa.
Sobrada de carácter, deja ver su coquetería en las preciosas joyas que luce, un brazalete que hizo ella misma para su gemela Paola, el anillo de pedida de su madre, un espléndido broche también diseñado por ella. Desde sus ojos verdes vivísimos, Levi-Montalcini escruta a un reducido grupo de periodistas en la sede de su fundación romana, donde cada tarde impulsa programas de educación para las mujeres africanas.

"Decidí no casarme cuando era adolescente. Nunca habría obedecido a un hombre, como mi madre a mi padre"

Por las mañanas visita el European Brain Research Institute, el instituto que creó en Roma, y supervisa los experimentos de "un grupo de estupendas científicas jóvenes, todas mujeres", que siguen aprendiendo cosas sobre la molécula proteica llamada Factor de Crecimiento Nervioso (NGF), que ella descubrió en 1951 y que juega un papel esencial en la multiplicación de las células, y sobre el cerebro, su gran especialidad. "Son todas féminas, sí, y eso demuestra que el talento no tiene sexo. Mujeres y hombres tenemos idéntica capacidad mental", dice.
Con ella está, desde hace 40 años, su mano derecha, Giuseppina Tripodi, con quien acaba de publicar un libro de memorias, La clepsidra de una vida, síntesis de su apasionante historia: su nacimiento en Turín dentro de una familia de origen sefardí, la decisión precoz de estudiar y no casarse para no repetir el modelo de su madre, sometida al "dominio victoriano" del padre; el fascismo y las leyes raciales de Mussolini que le obligaron a huir a Bélgica y a dejar la universidad; sus años de trabajo como zoóloga en Misuri (Estados Unidos), el premio en Estocolmo -"ese asunto que me hizo feliz pero famosa"-, sus lecturas y sus amigos (Kafka, Calvino, el íntimo Primo Levi), hasta llegar al presente.
Sigue viviendo a fondo, come una sola vez al día y duerme tres horas. Su actitud científica y vital sigue siendo de izquierdas. Pura cuestión de raciocinio, explica, porque la culpa de las grandes desdichas de la humanidad la tiene el hemisferio derecho del cerebro. "Es la parte instintiva, la que sirvió para hacer bajar al australopithecus del árbol y salvarle la vida. La tenemos poco desarrollada y es la zona a la que apelan los dictadores para que las masas les sigan. Todas las tragedias se apoyan siempre en ese hemisferio que desconfía del diferente".
Laica y rigurosa, apoya sin rodeos el testamento biológico y la eutanasia. Y no teme a la muerte. "Es lo natural, llegará un día pero no matará lo que hice. Sólo acabará con mi cuerpo". Para su centenario, la profesora no quiere regalos, fiestas ni honores. Ese día dará una conferencia sobre el cerebro.
Pregunta. ¿Cómo es la vida a los cien años?
Respuesta. Estupenda. Sólo oigo con audífono y veo poco, pero el cerebro sigue funcionando. Mejor que nunca. Acumulas experiencias y aprendes a descartar lo que no sirve.
P. ¿Se arrepiente de no haber tenido hijos?
R. No. Era adolescente cuando decidí que nunca me casaría. Nunca habría obedecido a un hombre como mi madre obedecía a mi padre.
P. ¿Recuerda el momento en que decidió estudiar? ¿Qué dijo su padre?
R. Era el periodo victoriano. Mi padre era una persona de gran valor intelectual y moral, pero un victoriano. Desde niña estaba contra eso, porque veía a mi padre dominar todo, y decidí que no quería estar en un segundo plano como mi madre, a la que adoraba. Ella no mandaba. Dije a mi padre que no quería ser ni madre ni esposa, que quería ser científica y dedicarme a los otros, utilizar las poquísimas capacidades que tenía para ayudar a los que necesitaban. Que quería ser médica y ayudar a los que sufrían. Él me dijo: "No lo apruebo pero no puedo impedírtelo".
P. ¿Qué momentos de su vida han sido más emocionantes?
R. El descubrimiento que hice, que hoy es más importante que entonces. Cuando cada experimento confirmaba mi hipótesis, que iba completamente contra los dogmas de ese tiempo, viví momentos emocionantes. Quizás el más emocionante. Por el resto, el reconocimiento de Estocolmo me dio mucho placer, claro, pero fue menos emocionante.
P. Su tesis demostró que, de los dos hemisferios del cerebro, uno está menos desarrollado que el otro.
R. Sí, el cerebro límbico, el hemisferio derecho, no ha tenido un desarrollo somático ni funcional. Y, desgraciadamente, todavía hoy predomina sobre el otro. Todo lo que pasa en las grandes tragedias se debe al hecho de que este cerebro arcaico domina al de la verdadera razón. Por eso debemos estar alerta. Hoy puede ser el fin de la humanidad. En todas las grandes tragedias se camufla la inteligencia y el razonamiento con ese instinto de bajo nivel. Los regímenes totalitarios de Mussolini, Hitler y Stalin convencieron a las poblaciones con ese raciocinio, que es puro instinto y surge en el origen de la vida de los vertebrados, pero que no tiene que ver con el razonamiento. El peligro es que aquello que salvó al australopithecus cuando bajó del árbol siga predominando.
P. En cien años usted ha conocido esos totalitarismos. ¿Cómo se puede evitar que vuelvan?
R. Hay que comenzar en la infancia, con la educación. El comportamiento humano no es genético sino epigenético, el niño de dos o tres años asume el ambiente en el que vive, y también el odio por el diferente y todas esas cosas atroces que han pasado y que pasan todavía.
P. ¿Qué aprendió de sus padres? ¿Qué valores le transmitieron?
R. Lo más importante era comportarse de una manera razonable, saber lo que vale de verdad. Tener un comportamiento riguroso y bueno, pero sin la idea del premio o el castigo. No existía la idea del cielo y el infierno. Éramos religiosos, pero la actitud ante la vida no tenía que ver con la religión. Existía el sentido del deber, pero sin compensación post mortem. Debíamos comportarnos bien, eso era una obligación. Entonces no se hablaba de genética, pero era ese espíritu. Sin premio ni miedo.
P. Su origen es sefardí. ¿Hablaban español en casa?
R. No, nunca tuvimos mucha relación con esa lengua. Sabíamos que veníamos de la parte sefardí y no de la askenazi, pero no se hablaba de ello, no nos importaba mucho ser de una u otra. Spinoza me hacía feliz, era un gran referente cultural, y todo lo que sabíamos procedía de los grandes pensadores hebreos, pero no había un sentido de orgullo, de ser mejores, nunca pensamos así.
P. ¿Basta un siglo para comprender a Italia?
R. Es un país maravilloso, por el clima, por la historia del Renacimiento, y por sus enormes contribuciones, su historia formidable de capacidad y descubrimientos. Me sentí siempre judía e italiana, las dos cosas al 100%. No veía dificultad en eso.
P. ¿Cómo ve a Italia hoy?
R. Tiene un fortísimo capital humano, capacidad innovadora y de convivencia, orgullo del pasado, y no se siente demasiado afectada por las cosas negativas, como la mafia. Siempre sentí que era un país del que era una suerte formar parte y haber nacido. Ser italianos era parte de nosotros, nadie nos preguntaba si éramos italianos o no. También era una suerte ser judía. No conocí la Biblia, no tuve una educación religiosa, y me reflejaba en el capital artístico y moral italiano y judío. No pertenecí a una pequeña minoría perseguida, sabía que eso ocurría, pero no me sentía parte de ello. Desde niña me sentía igual que los demás. Cuando me preguntaban "¿cuál es tu religión?", contestaba: "Yo, librepensadora", y nadie sabía qué era eso. Y tu padre qué es: ingeniero.
P. ¿Cómo vivió el fascismo?
R. No siento rencor personal. Sin las leyes raciales, que determinaron que los judíos éramos una raza inferior, no hubiera tenido que recluirme en mi habitación para trabajar, en Turín y luego en Asti. Pero nunca me sentí inferior.
P. ¿Así que no sintió miedo?
R. Miedo, no; desprecio y odio sí, netamente por Mussolini. A mi profesor Giuseppe Levi lo seguí paso a paso y era feliz por lo que él valientemente osaba hacer y decir. Nunca sentí la persecución porque mis compañeros de universidad católicos me consideraban igual. Y no tuve sensación de peligro. Cuando empezaron las persecuciones, eran tan inmundas las cosas que se decían que no me daba por aludida. Estaba ya licenciada en 1936, había estudiado con Renato Dulbecco, católico, y Salvatore Luria, judío, y no tenía sensación de ser distinta.
P. ¿Cree que hay peligro de que vuelva el fascismo?
R. Sí, en los momentos críticos prevalece más la componente instintiva del cerebro, que se camufla de raciocinio y anima a los jóvenes a razonar como si fueran parte de una raza superior.
P. ¿Ha seguido la polémica sobre el Papa, los preservativos y el sida?
R. No comparto lo que ha dicho.
P. ¿Y qué piensa del poder que tiene la Iglesia? ¿Es demasiado?
R. Sí. Fui la primera mujer admitida en la Academia Pontificia y tuve una buena relación con Pablo VI y con Wojtyla, también con Ratzinger, aunque menos profunda que con Pablo VI, al que estimaba mucho. No la tuve en cambio con aquel considerado el Papa Bueno, Roncalli (Juan XXIII), que para mí no era bueno, porque era muy amigo de Mussolini y cuando comenzaron las leyes antifascistas dijo que había hecho un gran bien a Italia.
P. ¿Ha cambiado mucho su pensamiento a lo largo de la vida?
R. Poco, poco. Siempre pensé que la mujer estaba destruida porque el hombre imponía su poder por la fuerza física y no por la mental. Y con la fuerza física puedes ser maletero, pero no un genio. Lo pienso todavía.
P. ¿Le importó alguna vez la gloria?
R. Para mí, la medicina era la forma de ayudar a los que no tenían la suerte de vivir en una familia de alto nivel cultural como la mía. Esa línea recta no ha cambiado. La actividad científica y la social son la misma cosa. La ayuda a las mujeres africanas y la medicina son lo mismo.
P. ¿El cerebro sigue siendo un misterio?
R. No. Ahora es mucho menos misterioso. El desarrollo de la ciencia es formidable, sabemos cómo funciona desde el lado científico y tecnológico. Su estudio ya no es un privilegio de los expertos en anatomía, fisiología o comportamiento. Los anatomistas no han hecho gran cosa, quitando algunos. Ahora ya no hay barreras. Físicos, matemáticos, informáticos, bioquímicos y biomoleculares, todos aportan cosas nuevas. Y eso abre posibilidades a nuevos descubrimientos cada día. Yo misma, a los 100 años, sigo haciendo descubrimientos que creo importantes sobre el funcionamiento del factor que descubrí hace más de 50 años.
P. ¿Hará fiesta de cumpleaños?
R. No, me gustaría ser olvidada, ésa es mi esperanza. No hay culpa ni mérito en cumplir 100 años. Puedo decir que la vista y el oído han caído, pero el cerebro no. Tengo una capacidad mental quizá superior a la de los 20 años. No ha decaído la capacidad de pensar ni de vivir...
P. Díganos el secreto.
R. La única forma es seguir pensando, desinteresarse de uno mismo y ser indiferente a la muerte, porque la muerte no nos golpea a nosotros sino a nuestro cuerpo, y los mensajes que uno deja persisten. Cuando muera, solo morirá mi pequeñísimo cuerpo.
P. ¿Está preparada?
R. No hace falta. Morir es lógico.
P. ¿Cuánto desearía vivir?
R. El tiempo que funcione el cerebro. Cuando por factores químicos pierda la capacidad de pensar, dejaré dicho en mi testamento biológico que quiero ser ayudada a dejar mi vida con dignidad. Puede pasar mañana o pasado mañana. Eso no es importante. Lo importante es vivir con serenidad, y pensar siempre con el hemisferio izquierdo, no con el derecho. Porque ése lleva a la Shoah, a la tragedia y a la miseria. Y puede suponer la extinción de la especie humana.

martes, 15 de mayo de 2018

¿Matarse trabajando o ver florecer los cerezos? Blog de R HERRSCHER

BLOG DE ROBERTO HERRSCHER

imagen descriptiva
Issei Kato/Reuters
La noticia impacta: en Japón los trabajadores se están matando de tanto trabajar. Entre una estricta ética de dar hasta la última gota de sangre, la presión de los jefes y los pares y el vacío de la vida privada en las ciudades, los japoneses no se toman días libres, ni vacaciones, y acumulan horas extra hasta la extenuación. 
Ante esta situación y después de un sonado caso en que un joven de 24 años murió por exceso de trabajo, “el Gobierno nipón ha aconsejado a sus ciudadanos que dejen de trabajar de forma excesiva”, informa la agencia Reuters. Según el cable, una quinta parte de la población de Japón “está en riesgo de muerte por exceso de trabajo, ya que trabajan más de 80 horas extra cada mes”.
Matarse trabajando hasta tiene una palabra en japonés: “karoshi”.
Miren esta foto: una oficina fría, impersonal; camisas blancas bien planchadas; luz artificial pese a los enormes ventanales; gente junta pero terriblemente sola. La foto es un instante pero se adivina que la escena dura horas, días, décadas. Parece una jaula.
Charles Chaplin pintó el sistema de trabajo hasta la extenuación en “Tiempos modernos”. George Orwell describió el espíritu yermo del trabajador sin alma en “1984”. Hace poco, Haruki Murakami mostró al pasar el agotamiento de los oficinistas japoneses en los testimonios de las víctimas del atentado con gas sarín en el metro de Tokio, “Underground”. Antes de envenenarse con el gas de los fanáticos religiosos, estos viajeros de la madrugada ya estaban medio muertos en vida.
Y sin embargo, detrás, encima y debajo de este hay otro mundo, hay otro Japón.
Un precioso texto de la revista digital Gutemberg rescata diez palabras hermosas y poéticas de los nipones. Komorebi, por ejemplo, es la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles.
Shinrin-yoku es interiorizarse en el bosque donde todo es silencioso y tranquilo.
Y Mono no aware es la capacidad de sentir cierta melancolía o tristeza ante lo efímero, ante la vida y el amor. Los de Gutemberg mencionan como ejemplo la pasión de los japoneses por el florecimiento de los cerezos.
¿Karoski o Mono no aware? Hoy quiero soñar un mundo con más contemplación de cerezos y menos matarse trabajando. Los japoneses, que nombraron y llevaron a las últimas consecuencias los dos mundos, tal vez nos puedan ayudar a florecer.  

sábado, 12 de mayo de 2018

Las mafias de la industria farmaceuticas , opina el editor del BMJ Richard Smith

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Richard Smith fue editor jefe del BMJ durante diez años y conoce muy bien el mundo de la ciencia médica, las revistas y las compañías farmacéuticas. En su etapa como editor colocó al BMJ en la vanguardia de la lucha por la independencia de la medicina y la transparencia en la investigación científica. Al contrario que Peter Gøetzche, es más amante de la ironía y de los posicionamientos contundentes en el fondo pero suaves en las formas. Para prologar el libro de su amigo Peter, en su edición en inglés, sin embargo, Smith no se anda con remilgos. Merece la pena su lectura.
Queda menos de un mes para que presentemos en Madrid la edición en castellano del texto de Peter Gøetzche “Medicinas que matan y crimen organizado. Cómo la industria farmacéutica ha corrompido el sistema de salud” y contemos con su presencia en España por gentileza de su valiente editorial española Los libros del lince.
Desde NoGracias tenemos esperanzas de que este lanzamiento editorial sirva para estimular el necesario debate público en nuestro país acerca del daño que las estrategias publicitarias de la industria farmacéutica están haciendo en los pacientes, la institución de la medicina, la confianza en la ciencia y el prestigio profesional.
“Debe haber cientos de personas que sientan escalofríos cuando oyen que Peter Gøetzche hablará en una reunión o vean que su nombre aparece en los contenidos de una revista. El es como ese jovencito que no solo puede ver que el emperador está desnudo sino que, además, lo dice. La mayoría de nosotros o no podemos ver que emperador va sin ropa o no lo decimos y es por eso que necesitamos personas como Peter. Él no es conciliador ni hipócrita y tiene un gusto especial por lo fuerte, el lenguaje desafiante y la metáfora poderosa. Alguna gente, quizá mucha, huirá de este libro por la insistencia de Peter en comparar la industria farmacéutica con la mafia, pero aquéllos que se den la vuelta perderán una oportunidad única para comprender algo importante acerca de nuestro mundo (y para salir noqueado)
Peter acaba su libro con una historia sobre cómo la Sociedad Danesa de Reumatología le pidió que hablara sobre el tema “Colaboración con la industria farmacéutica. ¿Es eso peligroso?.El título original era “Colaboración con la industria farmacéutica ¿Es peligrosa?” pero la Sociedad creyó que sonaba demasiado fuerte. Peter comenzó su charla enumerando los crímenes de los laboratorios que patrocinaban la reunión. Roche había crecido vendiendo ilegalmente heroína. Abbot bloqueó el acceso de Peter a los datos no publicados en manos de los reguladores que eventualmente mostraban como las pastillas para adelgazar eran peligrosas. La compañía UCB también ocultó sus datos, mientras que Pfizer mintió a la FDA y fue multada con 2.300 millones de dólares en los EE.UU. por la promoción off-label (fuera de ficha técnica) de cuatro medicamentos. Merck, el último de los patrocinadores de la reunión, había causado, según Peter, miles de muertes de pacientes por un comportamiento ilícito en relación con un medicamento para la artritis. Después de este inicio el se lanzó a condenar las prácticas de la industria.
Se pueden imaginar lo que debe ser estar en una reunión científica con los patrocinadores balbuceando presas de la cólera y con los organizadores profundamente avergonzados. Peter cita a un colega que dijo que pensaba que una aproximación tan directa podía ser rechazada  y ahuyentar a muchos colegas. Pero la mayoría de la audiencia parece que respondió favorablemente y aceptó los  argumentos de Peter.
Las numerosas personas que han defendido de manera entusiasta las mamografías rutinarias para prevenir las muertes por cáncer de mama seguramente enfatizarán con los patrocinadores, porque Peter también ha sido muy crítico con ellos cuando publicó sus experiencias con las mamografías. Lo más importante para mi es que Peter era la única persona que criticaba las mamografías cuando comenzó sus investigaciones pero, a pesar de los intensos ataques que ha sufrido, ahora sabemos que tenía razón.
Peter no tenía ninguna posición particular acerca de las mamografías cuando el gobierno danés le pidió que revisara la evidencia que las sustentaba concluyendo que la mayoría de los experimentos en que se basaban las recomendaciones eran de muy pobre calidad. Sus conclusiones fueron que las mamografías podían evitar alguna muerte por cáncer de mama -aunque muchas menos de las que afirmaban sus defensores- pero con un alto coste en forma de falsos positivos, mujeres sometidas a procedimientos y tratamientos angustiantes e invasivos sin beneficio y el sobre-diagnóstico de cánceres no dañinos. Los argumentos de réplica a favor de las mamografías han sido amargos y hostiles pero, ahora, la visión de Peter ha pasado a ser la más aceptada por la comunidad científica. El libro que escribió sobre sus experiencias con los debates surgidos sobre las mamografías tras sus hallazgos muestra cómo los científicos habían manipulado las pruebas solo para que apoyaran sus creencias previas.
Yo soy consciente desde hace tiempo de que la ciencia la hacen las personas no robots fríos y objetivos y, por tanto, está sometida a las debilidades humanas pero, sin embargo, me conmocionó leer el libro de Peter sobre las mamografías.
Muchas de las cosas que aparecen en este libro son igual de increíbles: muestran cómo los científicos se corrompen en la defensa de sus argumentos y cómo el dinero, los beneficios y la reputación son los más potentes instrumentos de corrupción.
Peter es consciente de que muchos medicamentos han traído grandes beneficios a la humanidad. Así lo afirma en esta frase: “Mi libro no es sobre los bien conocidos beneficios de muchos medicamentos con las infecciones, las enfermedades del corazón, algunos cánceres o deficiencias hormonales como la diabetes tipo 1”. Para algunos lectores podría ser insuficiente este reconocimiento pero Peter deja bien claro que este libro es sobre los fallos que se están produciendo en todo el sistema de generación, producción, venta y regulación de los medicamentos. No es un libro sobre sus beneficios.
Muchos de los lectores de este libro podrán preguntarse si Peer no se ha superado a sí mismo al comparar a la industria farmacéutica con el crimen organizado. Las características del crimen organizado son descritas por la ley norteamericana como el acto de participar activa y repetidamente en ciertos tipos de comportamientos ilícitos, incluyendo extorsión, fraude, ilegalidades contra las leyes federales sobre medicamentos, soborno, abuso de confianza, obstrucción a la justicia, obstrucción a  las fuerzas del orden, manipulación de testigos y corrupción política. Peter nos aporta evidencias, la mayoría muy detalladas, que demuestran que la industria farmacéutica es culpable de la mayoría de estas acusaciones.
Además no es el primero que compara a la industria farmacéutica con la mafia. Cita al antiguo vicepresidente de Pfizer que dijo:
“Es aterrador ver las semejanzas que existen entre la industria farmacéutica y la mafia. La mafia gana una obscena cantidad de dinero; la industria también. Los efectos secundarios del crimen organizado son asesinatos y muertes; los mismo que los de la industria farmacéutica. La mafia soborna a políticos y a otros, igual que lo hace la industria..”
La industria farmacéutica ha sido encontrada culpable frente al Departamento de justica de los EE.UU. en múltiples casos y ha sido multada con mil millonarias cantidades. Peter describe las penas de las diez primeras compañías pero hay muchas más. Es cierto que los laboratorios siguen comportándose ilícitamente a pesar de las multas calculando, quizás, que los beneficios de su comportamiento superan los perjuicios de las multas. Parece que las multas son “el precio de hacer negocio” como pagar la factura de la luz o un alquiler.
Muchas personas han muerto por culpa de la industria farmacéutica y muchas más por la mafia. Incluso, cientos de miles mueren cada año por medicamentos prescritos. Muchos podrán ver esto como inevitable ya que los medicamentos se utilizan para intentar curar enfermedades que matan. Pero un contra-argumento es que los beneficios de la industria son exagerados y se obtienen gracias a la manipulación de la evidencia que hay detrás de los medicamentos, un crimen que puede ser atribuido en exclusiva a la industria
El gran médico William Osler dijo que sería bueno para humanidad y malo para los peces si se tirasen todas las medicinas al fondo del mar. Estaba diciendo esto antes de la revolución terapéutica de la segunda mitad del siglo XX que nos trajo la penicilina y otros muchos antibióticos y medicamentos efectivos, pero Peter se acerca mucho a sus opiniones cuando defiende que estaríamos mejor sin la mayoría de los medicamentos psiquiátricos en los que el beneficio es escaso, los daños importantes y el nivel de prescripción masivo.
La mayoría del libro de Peter está construido sobre la premisa de que la industria farmacéutica se ha dedicado sistemáticamente a corromper la ciencia exagerando los beneficios de los medicamentos y escondiendo sus efectos secundarios. Como epidemiólogo que es, con su alta preparación estadística y pasión por los detalles, de hecho es un líder mundial en la crítica de estudios clínicos, Peter pisa aquí un terreno muy firme. El se ha unido a otros, incluyendo al ultimo editor del New England Journal of Medicine, en la denuncia de esta corrupción. Nos muestra demasiado bien cómo la industria compra médicos, académicos, revistas científicas, reguladores y políticos. Estos son los métodos de la mafia.
El libro no permite ni a médicos ni a académicos evitar la culpa. Incluso, se podría decir que la industria farmacéutica está haciendo lo que se espera de ellos maximizando los beneficios económicos de sus accionistas, pero de los médicos y los académicos se esperaban objetivos más elevados. Las leyes que exigen, en los últimos años, que las compañías revelen lo que les pagan a los médicos nos están desvelando que una muy alta proporción de doctores tienen mucho que agradecer a las compañías por haber recibido cifras de hasta con seis ceros por haber aconsejado a las compañías o realizado conferencias en defensa de sus productos. Es difícil no llegar a la conclusión de que esos “líderes de opinión” han sido comprados. Son las “escopetas cargadas” de la industria.
Y, al igual que la mafia, pocos se atreven a hablar y ha mostrar pruebas en contra de la industria. Peter revela historias de informadores internos que han sido acosados de una manera propia de una novela de John le Carré o de una despiadada película de Hollywood.
Así que no enteramente caprichosa la idea de comparar a la industria farmacéutica con la mafia y la sociedad, si olvidamos su entusiasmo por la ingesta de píldoras, es ciertamente escéptica acerca de la industria farmacéutica. En una encuesta realizada en Dinamarca, los entrevistados colocaron a la industria farmacéutica como la segunda institución en la que tenían menos confianza y otra encuesta norteamericana colocaba a los laboratorios al nivel de la industria tabaquera o la petrolífera. El médico y escritor Ben Goldacre en su libro Mala Farma señalaba como los médicos han llegado a ver como normal relacionarse con la industria farmacéutica de una manera que sería visto como inaceptable por la opinión pública si la conocerán. En gran Bretaña, los médicos podrían ser los siguientes en caer en desgracia tras los periodistas, los parlamentarios y los banqueros si se hiciera público las innumerables maneras de corromperse en las que han caído. Hasta el momento la gente sigue confiando en sus médicos y desconfiando de la industria pero eso podría cambiar rápidamente.
El libro de Peter no habla solo de problemas sino que propone algunas soluciones, algunas más factibles que otras. Es poco probable que la industria farmacéutica sea nacionalizada pero es más posible que todos los datos de los medicamentos que están en el mercado puedan ser conocidos. La independencia de los reguladores tiene que potenciarse. Algunos países seguro que mejorarán la evaluación de los medicamentos por organismos públicos antes de incorporarlos al mercado y la obligación de transparencia en las relaciones entre los médicos, las organizaciones profesionales y académicas y las revistas científicas con las compañías farmacéuticas, cada vez tiene más apoyos. Desde luego, la gestión de los conflictos de interés debe mejorar. La publicidad a los médicos debería limitarse y la que se realiza directamente al consumidor todavía debería contar con legislación más dura.
Las críticas a la industria farmacéutica han ido aumentando en número, respetabilidad y vehemencia pero Peter las ha superado a todas al comparar a las compañías con el crimen organizado. Espero que nadie deje de leer este libro por la osadía de la comparación y que la crudeza del mensaje sirva para llevar a cabo las reformas necesarias”
Richard Smith
Junio de 2013