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martes, 30 de enero de 2018

Huiña ( sobre Nicanor Parra de Leila Guerriero)

 

Siempre me pregunté cómo sería cuando estaba solo. Habitaba un territorio que estaba más allá de la rabia, de la inteligencia, de cualquier ternura

Detalle de un altar en honor a Nicanor Parra frente a su casa en Las Cruces.
Detalle de un altar en honor a Nicanor Parra frente a su casa en Las Cruces. 
El 23 de enero murió el poeta chileno Nicanor Parra a los 103 años. Me enteré temprano, por mi amigo Rafael Gumucio, y me pareció imposible, como si me hubieran dicho: “Acaba de desaparecer el universo”. Vi a Parra una sola vez, en su casa de Las Cruces. Tenía 97 años y me impresionó que existiera: que esa leyenda grabada en roca fuera de verdad un hombre. A la edad en que muchos se lanzan al mundo a recoger fama y prestigio, él se había hecho anacoreta, instalándose en ese pueblo sin singularidades. Después, cada vez que conté que lo había entrevistado, muchos exclamaron con asombro: “¿Pero Nicanor aún vive?”. Era fuerte, potente, en muchas formas blindado. Siempre me pregunté cómo sería cuando estaba solo. Habitaba un territorio que estaba más allá de la rabia, de la inteligencia, de cualquier ternura. Tenía el talento de la furia, el oído de lince, el don de la insolencia. Nadie que no haya sido un visionario hubiera podido escribir lo que escribió en ese Artefacto de 1972, “la izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas”, que resume tanta política de hoy. Aquella vez salimos a un balcón que daba al mar y a un jardín silvestre. Él dijo: “Este jardín se cuida con el método inglés: no hay que tocar, no hay que regar”. Y después: “¿Le conté la historia de la huiña? Acá apareció la huiña. Era arisca, hostil, desconfiada, no se acercaba. Pero un día decidió que yo era su amigo. Y se acercó demasiado y la pude tocar. Al otro día estaba muerta. A esa huiña de campo le molestó que yo la tocara. Se sintió... desvirgada”. La huiña es un gato salvaje, huidizo, un trozo de vida que no admite dominio. Parra lo sepultó en ese jardín que me mostraba. A él lo velaron el miércoles en la catedral de Santiago —que es como velar a un tigre en un parvulario— y lo enterraron el jueves en el jardín indómito de su casa de Las Cruces.

The fantastic flying books . Cortometraje


Philippe, jefe del gobierno frances opina sobre los políticos

La política , explica Philippe , es un mundo donde la gente es más malvada y retorcida que la media.
El hombre político , es un ego desmesurado que permanentemente piensa que el es mejor que los otros , que con él los problemas se resolverán , que con él la vida cambiará , que con él se preservará la paz mundial

viernes, 26 de enero de 2018

VOLTAIRE, “EL PRIMER EUROPEÍSTA”



.  ¿Por qué leer, por qué seguir leyendo a Voltaire? : por  uso de la razón como arma arrojadiza frente a desidias, fatalismos, ignorancias y abusos. Para ello, nada como tomarse un Voltaire: “¿Por qué leerlo hoy? Porque fue alguien que se preocupó por los distintos, por esos personajes que llamamos ‘diferentes’ pero que según él habían de ser comprendidos desde la misma razón: Voltaire demostró que el elemento racional es el que nos une a todos. Porque cuando nos ponemos en el folclore, todos somos muy diferentes, pero cuando nos ponemos en la razón, en eso que él llamaba el espíritu geométrico y analítico, todos nos parecemos mucho… y esa es la base para empezar a entenderse. Cuando empezamos a buscar definiciones en lugar de solo tradiciones y leyendas, estamos todos bastante de acuerdo”.

Rosa Parks : revoluciono el mundo desde el asiento de un tranvía


La Conversación Difícil: una habilidad en desuso


Del Blog : el gerente demediado

Hace poco menos de un año le diagnosticaron un cáncer de pulmón en un estadio IV; tenía 75 años, se encontraba bien físicamente, y entre ella y sus hijas optaron por la mejor opción: recurrir a uno de esos hospitales privados de primer nivel, referencia mundial en cáncer. Un amable y competente especialista le informó de que su enfermedad no tenía problemas relevantes, y que con el adecuado tratamiento las probabilidades de curación definitiva eran máximas.El tratamiento indicado, el que la iba a curar definitivamente era un ensayo clínico con nuevos fármacos de última generación. La paciente no lo dudó.
Comenzó así un doloroso camino de administraciones intravenosas, pruebas diagnósticas repetidas una y otra vez, análisis de sangre para comprobar la evolución de los parámetros y efectos secundarios cada vez más persistentes e invalidantes. Aun así, la impresión del experto era que aquello evolucionaba muy favorablemente. Unos meses después aparecieron unos extraños bultos bajo la piel de la espalda, a los que el experto restó importancia. La aparición de un derrame pleural obligó a proponer el inicio de un nuevo tipo de tratamiento, con un nuevo fármaco del que apenas había experiencia, pero cuyas pruebas iniciales habían sido muy prometedoras. Aunque con ya más reticencia de algún familiar, inició de nuevo su paseo por el reino de los tratamientos prometedores y las expectativas de curación segura, hasta acabar recluida en su cama, entre dolores y vómitos con apenas 40 kilos de peso. La tomografía de hace solo un mes dejaba pocas dudas: múltiples metástasis cerebrales en forma de brécol. Pero una vez más había ahí un profesional experto dispuesto a levantarle la moral, un especialista en eso tan peligroso llamado optimismo, de los que creen que la voluntad lo hace todo. Indicó varias sesiones de radioterapia con la seguridad de que en unas semanas habrían desaparecido por completo todos los “bultos”.
La paciente murió hace dos días.
En The way we die now, el gastroenterólogo irlandés Seamus O’Mahoney escribe: “ los médicos generalmente saben lo que es cierto y lo que es fantasía, y sin embargo algunos cínicamente esparcen mentiras a sus pacientes. Esto puede hacerse con la buena intención de “mantener la esperanza”; en otras ocasiones acaban siendo adictos a la adoración al héroe de sus entregados pacientes. Existen así los charlatanes y los codiciosos y no son un problema marginal”.
Como O’Mahoney señala los familiares a menudo ocultan al moribundo la realidad de que se está muriendo, contribuyendo a la creación de ese engañoso optimismo sobre los beneficios del tratamiento., Un optimismo disfrazado de eso tan humano que es la intención de dar esperanzas, y que incluye a menudo la oposición del entorno del paciente a decirle la verdad puesto que “podría matarle”. De forma que los que no tienen derechos formales respecto a la información al paciente acaban sustrayéndosela, conduciéndole amorosamente hacia un escenario tan esperanzador como falso.
La forma en que nos hemos escabullido de nuestra responsabilidad como profesionales es escandalosa. Escribe O’Mahoney: “los pacientes solo mueren una vez. No tienen experiencia a la que echar mano. Necesitan médicos y enfermeras que quieran tener conversaciones difíciles y decirles lo que han visto, saber quién les ayudará a prepararse para lo que está por llegar, y escapar del depósito del olvido que muy pocos realmente quieren. Sin embargo los médicos no son suficientemente valientes. Se ven a sí mismos, cada vez más, como proveedores de servicios, un papel que no estimula la realización de Conversaciones Difíciles, ni a una voluntad clara de ser valientes. La orientación al cliente, el miedo a los pleitos y la sobre-regulación han conspirado para crear un médico amigable para el cliente, que emerge cuando la relación entre médicos y pacientes se moldea en un modelo comercial. Existe ahora un apetito insaciable por la medicina: por realizar más escáneres, administrar más fármacos, realizar más pruebas y más cribados. Este apetito beneficia a todos: a muchos grupos profesionales, a la industria y a las instituciones.
Es difícil decir basta, pero un buen médico a veces tiene que decir a los pacientes cosas que no quieren escuchar. Pero lamentablemente es mucho más fácil, en medio de la atiborrada consulta, pedir otro escáner que tener una Conversación Difícil”.
La Conversación difícil. Una habilidad en desuso.

Michi Strausfeld: La gente culta es dificil de manejar porque piensa

 

¿Cómo hacer que los chicos quieran leer?Fascinándolos. Ofreciéndoles, gusto, placer por la lectura. Un libro que me aburra, que contenga moralina, no sirve, ¡los niños no se merecen eso! La literatura para niños y jóvenes es algo muy serio y muy difícil de escribir, porque tiene diferentes niveles de comprensión. Cuando los leemos los adultos con ellos vemos que en la buena literatura infantil hay otro nivel más profundo.
¿Y cómo se adquiere esa fascinación? Haciéndolos participar. Se dice que los padres han de estar con los hijos, pero no se habla de la calidad de ese tiempo. Hay que estar leyendo a su lado desde que son muy pequeños: ellos querrán compartir también el hábito de leer. El niño que tenga esa experiencia desde pequeño cuando sea grande tendrá el reto de leer por sí mismo. ¡Estará orgulloso cuando sepa leer una página!
¿Cuándo hay que empezar? En la primera infancia. A partir de entonces ya empieza a competir el libro con el iPad, con las nuevas tecnologías; el niño que nunca ha tenido el privilegio de compartir lectura lo tendrá más difícil. Octavio Paz decía, antes de Internet, que la sociedad se dividiría en dos: una leería, la de los ciudadanos responsables; y la otra sería una masa que se dejaría manipular. Esta es la que les gusta a los políticos. Por eso es tan importante fomentar la lectura en los niños.
 
¿Qué razones hay para que en España la lectura se asocie al fracaso? En la dictadura no les gustaba que la gente fuera culta. Y no había tradición de libros para niños, al contrario de lo que sucede en los países anglosajones, en los nórdicos o en Alemania. Quizá en esos países debíamos entretener las horas oscuras. Lo cierto es que en los países del sur se lee menos. Pero las cosas están para cambiarlas. Jaime Salinas, con quien hice la colección de Alfaguara, creció en Estados Unidos, sabía lo que significaba la literatura infantil, empezó a editarla, y vimos que la sociedad española quería esos cambios. Los padres, que no habían tenido libros de niños, vieron con buenos ojos que sus hijos los tuvieran. Fue un momento muy creativo, formidable para la sociedad de los años 80. Y lo mismo pasó luego con Jacobo Siruela, cuando hice con él la colección de Siruela.
¿Qué interés tenía la dictadura en que la gente fuera inculta? La gente culta es difícil de manejar porque piensa, no está de acuerdo, y eso es peligroso para cualquier dictadura. Por eso en todos los países de regímenes dictatoriales la lectura es tan deficitaria… En una época globalizada como ésta lo que tenemos que globalizar son las cabezas de los niños desde pequeños, ¡y globalizar los corazones! ¡Que sientan empatía con lo que se les cuenta de África, de América Latina, del mundo! El libro es ideal para familiarizarse con el pasado. Las bibliotecas son imprescindibles para el bienestar de la democracia.

Despedida de Chejov

Disfrutad. Sed felices. No penséis en enfermedades . Escribid a menudo a vuestros amigos . Cada hora es preciosa .
Cuidaos y alegraos , y procurad no padecer de indigestión ni de mal humor .
Felices fiestas

Islandia


Provincianos y cosmopolitas

 

Viajar mucho sin llegar a conocer nada, tener acceso a gran cantidad de información pero permanecer desinformado y tratar de unificar todo bajo una sola lengua no hace a nadie más universal. Todo lo contrario.


Provincianos y cosmopolitas
 En 1794 el escritor saboyano, aunque ruso de adopción, Xavier de Maistre escribió un delicioso relato, Viaje alrededor de mi habitación, en el que se describe de modo autobiográfico la vida de un oficial que, obligado por una convalecencia a permanecer 42 días encerrado en su cuarto, viaja con su imaginación por un territorio riquísimo en referencias y en pensamientos. El protagonista del texto es un verdadero cosmopolita, un ciudadano del mundo en el sentido literal, a pesar de que está recluido entre cuatro paredes. Me acuerdo con frecuencia del libro de Xavier de Maistre cuando escucho los balances que muchos hacen de sus travesías del mapamundi en viajes organizados, y en los que se plantea una situación inversa a la del argumento literario de aquél: recorren vastos espacios pero su imaginación —o su falta de imaginación— los atrapa en un territorio pobrísimo, tanto en referencias como en pensamientos. Consumen grandes cantidades de kilómetros aunque, como viajeros, atesoran una escasa experiencia de sus viajes. Son, por así decirlo, la vanguardia de los provincianos globales y, en ningún caso, al contrario del oficial convaleciente de Xavier de Maistre, son cosmopolitas ni aspiran a serlo.
El provinciano global es una figura representativa de una época, la nuestra, que empuja al cosmopolita hacia una suerte de clandestinidad. El cosmopolita, personaje en extinción, o quizá provisionalmente retirado a las catacumbas del espíritu, es alguien que desea habitar la complejidad del mundo. Es un amante de la diferencia, ansioso siempre de explorar lo múltiple y lo desconocido para volver a casa, si es que vuelve, con el bagaje de los sucesivos saberes que ha adquirido. El cosmopolita, al no soportar la excesiva claustrofobia de la identidad propia, busca en el espacio absorto de lo ajeno aquello que pueda enriquecer su origen y sus raíces. El hijo pródigo de la parábola bíblica encarna a la perfección ese anhelo: el conocimiento de los otros es finalmente el conocimiento de uno mismo. El cosmopolita quiere saber.
El provinciano global quiere acumular mientras, simultáneamente, elimina o aplana las diferencias. Hay muchos signos en nuestro tiempo que señalan en esa dirección, sin que se adivine cómo el que todavía posee la vieja alma del cosmopolita pueda oponerse. Por su espectacularidad y por su carácter reciente el turismo de masas es, sin duda, uno de esos signos. Cada vez se elevan más voces proclamando el carácter pandémico de un fenómeno que, paradójicamente, en sus inicios se consideró liberador porque el igualitarismo del viaje parecía la continuación lógica de la creencia ilustrada en el igualitarismo de la educación. Sin embargo, cualquiera que se pasee por las antiguas ciudades europeas o, con otra perspectiva, por las zonas aún consideradas exóticas del planeta, puede percibir con facilidad el alcance de una plaga que está solo en sus comienzos. Los centros históricos de las urbes ya son casi todos idénticos, como idénticos son los resorts en los que se albergan los huéspedes de los cinco continentes. La diferencia ha sido aplastada, dando lugar al horizonte por el que se mueve con comodidad el provinciano global.

El cosmopolita quiere saber, mientras que el provinciano global quiere acumular
Con respecto a la información —otra de nuestras deidades, si no la principal— Heráclito, hace 2.500 años, ya dejó dicho que no proporcionaba la comprensión. No parece probable que variara de posición, deslumbrado por nuestras tecnologías. La misma paradoja que afecta al turismo masivo, enfermo de velocidad y cuantificación, afecta a esa humanidad más informada que nunca pero proclive a la amnesia. Como lo demuestran hechos recientes, tal las guerras de Siria o de Ucrania, es imposible que la llamada opinión pública sepa tan poco de aquello que debería saber tanto en la era de la información total. El provinciano global quiere disponer de resortes informativos, si bien es dudoso que quiera saber. Quizá tampoco está en condiciones de hacerlo. Aquellos que detentan el poder, dirigentes políticos y económicos, están en la misma situación. Cuando a menudo nos lamentamos de la falta de estatistas en la política mundial aludimos, en realidad, al dominio del provincianismo global.
La desfiguración de la cultura cosmopolita puede ser clave a la hora de entender buena parte del desconcierto actual. Lo que hemos denominado globalización, vinculada a las grandes migraciones y a las nuevas tecnologías, ha sido, en parte, un fenómeno fructífero, al poner en relación tradiciones ajenas entre sí y al facilitar nuevas posibilidades frente a la desigualdad; no obstante, paralelamente, ha supuesto una devastación cultural de grandes proporciones al destrozar buena parte del sutil tejido de la diferencia. La uniformidad socava los alicientes que alberga toda visión cosmopolita.

La globalización, en parte, ha supuesto una devastación cultural de grandes proporciones
Una de las grandes metáforas de este proceso en nuestra época es la rápida, universal y consentida mutilación de centenares de idiomas en favor de un idioma avasalladoramente hegemónico. Con toda probabilidad, hace solo tres décadas, nadie se hubiese aventurado a insinuar que para participar en un congreso en Lisboa sobre Camões —poeta nacional portugués— había que intervenir en inglés, o que en cualquiera de nuestras universidades se puede asistir al espectáculo de que un profesor explique a Baudelaire o a Goethe en medio inglés a un público estudiantil que entiende el inglés a medias. Y aún menos, desde luego, se hubiese podido imaginar que se llegaría a la situación de que un entero país —Corea del Sur— pretenda alcanzar a poseer el inglés, como nueva lengua propia, mediante el ingenioso método de llevar a las embarazadas a clases en aquel idioma, de modo que el feto pueda ya adaptarse a lo que prima en el cada vez más reducido universo lingüístico. Obviamente no tengo nada contra lo que los cursis llaman “lengua de Shakespeare” sino contra el reduccionismo que, al maltratar a todos los demás idiomas, también empobrece a la propia lengua inglesa: recientemente, un catedrático de Oxford me contaba que, mientras la mayoría de sus colegas apenas conocen otros idiomas que no sean el suyo, los escritores británicos contemporáneos utilizan una lengua drásticamente empobrecida.
Este sería un buen retrato del provinciano global: aquel que aspira a hablar un solo idioma, lo más utilitario posible, sin importarle la destrucción de los mundos que habitan en los otros idiomas; aquel que se mueve continuamente de aquí para allá, obseso coleccionista de imágenes, al tiempo que es incapaz de fijar la mirada, y no digamos el pensamiento, en paisaje alguno; aquel que está permanentemente informado con aludes de noticias y mensajes que sepultan su capacidad de comprensión. Es posible que un individuo de tal naturaleza se considere a sí mismo un cosmopolita. Pero vive en una pequeña aldea que ha confundido con el mundo.
Rafael Argullol es escritor.

Atahualpa Yupanqui : Preguntitas sobre Dios


domingo, 21 de enero de 2018

La religión y el mal

 La evidencia de mal en el mundo está en perpetua contradicción con la existencia de un ser completo que es a la vez infinitamente bueno e infinitamente potente.

La religión en aforismos

Desde el origen de la humanidad han surgido tantas religiones como idiomas, unas 100.000, todas únicas y verdaderas

Líderes religiosos judíos, musulmanes y cristianos, reunidos en Madrid en 2016.
Líderes religiosos judíos, musulmanes y cristianos, reunidos en Madrid en 2016.  EFE
Una razzia de guerreros musulmanes irrumpe en un poblado africano y se lleva jóvenes negros para venderlos en la costa occidental a traficantes católicos que los embarcan para revenderlos a propietarios protestantes de las plantaciones americanas. Durante siglos se suceden escenas desgarradoras: hijos arrancados de sus madres y encadenados en las bodegas de los barcos, jornadas agotadoras con la caña o el algodón… Y con tales horrores aún frescos en sus retinas aquellos devotos acuden luego a sus templos para elevar sus plegarias. Las religiones reclaman la salvaguarda de unos valores morales que han sido compatibles con este sufrimiento enloquecedor. El principio del fin del esclavismo es una conquista de la razón (juristas, filósofos, empresarios, científicos…). La progresiva industrialización del mundo logra lo que ninguna religión se había planteado siquiera. El físico Steven Weinberg escribe: “Con o sin religión siempre habrá gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas, pero para que gente buena haga cosas malas hace falta la religión”.
1. La religión es un conjunto de normas para regular suprahumanamente el comportamiento humano, ya sea por leyes fundamentales de la naturaleza, ya sea por una divinidad (diría Yuval Noah Harari).
2. La física cuántica no es una religión porque, aunque se erige sobre leyes fundamentales de la naturaleza, no pretende regular el comportamiento humano.
3. El golf no es una religión porque, aunque tiene reglas que regulan el comportamiento humano, nada nos impide cambiarlas.
Una creencia religiosa siempre se deja confirmar por la realidad, pero nunca se deja desmentir por ella
4. El budismo es una religión aunque no recurra a ninguna divinidad.
5. El nazismo o el estalinismo son religiones porque pretenden regular el comportamiento humano invocando un destino insoslayable de la humanidad.
6. Una creencia religiosa siempre se deja confirmar por la realidad, pero nunca se deja desmentir por ella.
7. La religión es un placebo existencial.
8. En una religión existe el misterio, sí, pero nadie espera que deje de serlo; en ciencia existe el misterio, también, pero todo queda pendiente a que el misterio se resuelva.
9. Lo inexplicable no lo es menos por la mera invención de una palabra que lo nombre.
10. Crédulo: el que cree sin exigir casi nada a la realidad; creedor: el que cree mientras la realidad no lo desmienta; creyente: el que cree mal que le pese a la realidad.
11. Toda teología arrastra una contradicción intrínseca: el estudio racional de lo irracional.
12. La evidencia de mal en el mundo está en perpetua contradicción con la existencia de un ser completo que es a la vez infinitamente bueno e infinitamente potente.
13. La mayor parte de las religiones insisten en que el mal es un efecto colateral inevitable de la libertad humana.
14. Desde el origen de la humanidad han surgido tantas religiones como idiomas, unas 100.000, todas únicas y verdaderas.
15. Religión es religare, pero no tanto por la cohesión del humano con Dios, sino más bien por la de los distintos humanos de un mismo colectivo.
16. Dicen algunos que las religiones no son el origen de violencia, sino solo una excusa para desatarla: vale, no vamos a discutir por eso.
17. Dicen algunos (muchos) que los textos sagrados no incitan a la violencia, que siempre es consecuencia de una mala interpretación: pues eso.
18. La literalidad es la interpretación más inquietante de todas las interpretaciones.
19. El judaísmo demonizó a los paganos para distinguirse de los adoradores de estrellas y los monoteísmos se demonizan entre sí para distinguirse los unos de los otros.
20. La libertad religiosa nació, maduró y triunfó lejos de la religión.
21. Las religiones presumen de valores éticos eternos, lo que explica sus limitaciones a la hora de contribuir al progreso moral de la humanidad.
22. Es más difícil cambiar la religión que cambiar de religión, de ahí las herejías.
23. ¿Condena eterna en el más allá por un pecado finito en el más aquí? Algún día lo pensaremos mejor y anunciaremos la clausura definitiva del infierno por insostenible acumulación de absurdos.
24. Spinoza: “Creer en los milagros es creer que Dios, para hacerse creíble, burla las leyes que él mismo ha dictado”.