Translate

domingo, 31 de julio de 2022

Una educación sin humanidades

Una educación sin humanidades solo prepara para servir. Porque son en y por ellas, a través de las humanidades, como sostuvo Schiller, mediante las que pasamos de ser esclavos a legisladores de nuestra propia libertad

la resistencia intima

Josep Maria Esquirol en La resistencia íntima: «sobre todo, un resistente. No necesita coraje para expandirse sino para recogerse y, así, poder resistir la dureza de las condiciones exteriores. El resistente no anhela el dominio, ni la colonización, ni el poder. Quiere, ante todo, no perderse a sí mismo, pero, de una manera muy especial, servir a los demás»

“Pararse a pensar te puede salvar”. Mauro Bonazzi, filósofo y profesor

jueves, 28 de julio de 2022

SIN HUMANIDADES SOLO QUEDA EL SOMETIMIENTO

Ethic OPINIÓN SIN HUMANIDADES SOLO QUEDA EL SOMETIMIENTO La actual y estupidizante exigencia de preparar al estudiante para el mercado laboral supone declarar la bancarrota de la enseñanza: solo servirá para crear sujetos absolutamente serviles. Artículo Carlos Javier González Serrano Carlos Javier González Serrano @aspirar_al_uno Diseño Tyler Hewitt ¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC? Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos). COLABORA 28 JUL 2022 Entre 1793 y 1795, el escritor y pensador Friedrich Schiller redactó sus Cartas sobre la educación estética de la humanidad, un texto tan bello como comprometido y sugerente que, redactado hace más de 200 años, lleva a cabo un atinado y profético análisis de nuestra situación actual. Schiller estaba convencido de que no podemos llegar a alcanzar la felicidad si no es a través de la belleza y la libertad, y para alcanzarlas es necesario, antes que nada, aprender a desencadenarnos de los impulsos sensibles, de la impresión y la tiranía del momento, que cataloga como «la más terrible esclavitud». En sus primeras páginas, Schiller se mostraba contundente y certero, en palabras que bien podrían haberse escrito hoy mismo: «En la actualidad impera la necesidad y su yugo tiránico somete a la humanidad postrada. La utilidad es el gran ídolo de nuestra época, y a él deben complacer todos los poderes y rendir homenaje todos los talentos». Schiller, en cambio, estaba convencido de que es a través de la belleza y de las potencias espirituales del ser humano (geistige Kräfte) como nos encaminamos hacia la libertad. Esta libertad, a su juicio, no se había conquistado aún en términos reales, fácticos. A pesar del revuelo causado por la Revolución francesa, acontecida en 1789, el autor alemán consideraba que no puede existir una libertad externa si antes no se ha conquistado interiormente, si no nos hemos hecho conscientes de nuestro propia libertad. Si no logramos dominarnos a nosotros mismos, si dependemos del influjo de nuestros ruidosos deseos (que nos espolean en todo momento), no podremos llegar a ser libres más que de palabra, y no realmente. En la época de la Ilustración, en la que en apariencia se había alcanzado el punto más álgido de la ciencia y el pensamiento, gran parte del pueblo seguía sumida en un rudo y violento «estado de naturaleza», atado a la arbitrariedad de los estímulos sensibles. «Schiller estaba convencido de que no podemos llegar a alcanzar la felicidad si no es a través de la belleza y la libertad» Schiller aseguraba que la libertad no solo estriba en el poder de elegir entre varias posibilidades de acción, sino en la posibilidad y convencimiento de crear nuestra propia libertad. Como explica el ensayista Rüdiger Safranski en Schiller o la invención del idealismo alemán, «la libertad creadora trae al mundo algo que sin ella no se daría; la libertad también es siempre una creatio ex nihilo», lo que acerca mucho al maestro alemán a la Hannah Arendt de La condición humana y Los orígenes del totalitarismo y sus tesis sobre la libertad: «Sólo cuando es destruida la más elemental forma de creatividad humana, que es la capacidad de añadir algo propio al mundo, el aislamiento se torna inmediatamente insoportable». Frente a autores anteriores, la originalidad y actualidad de Schiller reside en su convencimiento de que podemos llegar a dominar las cosas en vez de ser dominados por ellas; un punto que, sin duda, lo hermana con el existencialista Jean-Paul Sartre, quien defendía: «El cobarde se hace cobarde, el héroe se hace héroe; hay siempre para el cobarde una posibilidad de no ser más cobarde y para el héroe la de dejar de ser héroe. Lo que tiene importancia es el compromiso total». Y es que, tal como apunta Safranski en la obra citada, Schiller quiso demostrar «que no solo hay un destino que sufrimos, sino también un destino que somos nosotros mismos». Vivimos tiempos en los que es fácil escuchar justificaciones por el modo de vivir que aceptamos y transitamos, atados a aparatos electrónicos que pautan nuestro devenir existencial: notificaciones molestas y persistentes, publicidad invasiva y omnipresente, redes sociales a las que alimentar a cada instante, mensajes a los que debemos dar respuesta inmediata. Schiller lo habría visto, sin duda, como un callejón sin salida para nuestra libertad, anclada así a un sinfín de estímulos que, decimos, no nos permiten ser más que lo que podemos ser. Pero ¿y si quisiéramos ser más? Es indudable que se han producido avances en la técnica y la tecnología, la medicina o la ciencia, pero según apuntaba Schiller, «a medida que la sociedad en su conjunto se hace más rica y compleja, el individuo se empobrece en lo que se refiere al desarrollo de sus disposiciones y fuerzas». También trazaría el mismo análisis años más tarde otro poeta, en este caso romántico, Friedrich Hölderlin, en su Hiperión: «Ves artesanos, pero no hombres». Diagnóstico del que, por supuesto, Karl Marx y toda la tradición marxista darían buena cuenta muchas décadas después. El sujeto se ha hecho fragmento intercambiable e indiscernible de un todo, se ha atomizado y desterritorializado: no encuentra su lugar porque su lugar es cualquiera; todo funciona de la misma manera y todos los espacios y todas las circunstancias se parecen. Somos fragmentos de una totalidad que simula ir mejor pero que, paradójicamente y a fuerza de progresar, provoca el malestar del individuo. Así lo exponía Schiller en la sexta de sus Cartas: «Eternamente encadenado a un pequeño fragmento aislado del todo, el hombre mismo se convierte en un fragmento: ya solo oye el monótono ruido del engranaje que hace girar, jamás desarrollará la armonía de su ser […]. Se convierte en un mero reflejo de su oficio y de sus conocimientos». ¿Cómo no escuchar aquí, de fondo, La colonia penitenciaria de Kafka, las Memorias del subsuelo de Dostoyevski o El dolor de Marguerite Duras? «Vivimos atados a aparatos electrónicos que pautan nuestro devenir existencial» Si Schiller, profético en todo, pudiera informarse sobre nuestras últimas reformas educativas, en las que la utilidad, las competencias y las habilidades son los únicos elementos que parecen importar, más allá de los conocimientos y del desarrollo global y personal de niños y adolescentes, se rebelaría con furia frente a ellas, pues ya denunció que, a causa de restar importancia a las humanidades, «así va quedando abolida poco a poco la vida concreta de los individuos para asegurar que la totalidad abstracta persiste en su indigente existencia». La actual –y, si me permiten, estupidizante– exigencia de «preparar para el mercado laboral» al estudiantado supone declarar la bancarrota de la enseñanza como periodo en el que un joven descubre libremente hacia dónde quiere encauzar sus futuros esfuerzos. El colegio o el instituto no pueden ser una fábrica de trabajadores, pero tampoco lo puede ser la universidad, cada vez más rebosante de aquellas competencias y habilidades destinadas en exclusiva a satisfacer un sistema productivo depredador y excluyente. La enseñanza debe ser un potenciador de las propias capacidades, no un elemento limitador de posibilidades. En el mismo sentido se manifestó otra autoridad literaria ya clásica, en este caso del siglo XX, Hermann Hesse: «Nuestra educación se ha esforzado por arrebatarnos la libertad y la personalidad y por introducirnos desde la más tierna infancia en una situación de forzoso trajín y sin una pausa de respiro. Se ha producido una decadencia y una falta de ejercicio de la ociosidad». Al igual que Schiller, Hesse creía en la libertad como creación, y así lo dejó patente en uno de sus ensayos más conocidos, Obstinación: «El héroe no es el ciudadano obediente, apacible, cumplidor. Heroico sólo puede ser el individuo que ha erigido su propio sentido, su noble y natural obstinación, en su destino». Resulta curioso comprobar cómo, en las últimas décadas, con la pérdida de peso de las humanidades en colegios e institutos, se ha dado una peligrosa y creciente merma de la atención y la concentración. Una educación sin humanidades nos entrega al vasallaje intelectual, afectivo y emocional. Si la educación se convierte en esclava de la productividad, la rentabilidad y la utilidad, educaremos para crear sujetos serviles. El conocimiento no puede estar al servicio exclusivo del mercado laboral; ha de fomentar la crítica y la autonomía. Una educación que solo enseña lo útil solo sirve para servir. Ya lo vaticinó Concepción Arenal: «¿Qué remedio puede emplearse contra los males que nos afligen o nos amenazan? Ninguna dolencia social puede combatirse con un solo remedio, pero diré uno: la educación». Es profundamente llamativo que cuanto más se intenta expulsar de la educación a las artes, la filosofía, la música y, en general, a las humanidades, más las necesitamos. Su falta siempre crea su inevitable y urgente necesidad. Y esa es su fuerza, su ineludible vigencia. Una educación sin humanidades solo prepara para servir. Porque son en y por ellas, a través de las humanidades, como sostuvo Schiller, mediante las que pasamos de ser esclavos a legisladores de nuestra propia libertad.

viernes, 8 de julio de 2022

El homo ludens con un libro es libre .

Soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo mas hermoso que la humanidad ha creado . El homo ludens baila , canta , realiza gestos significativos , adopta posturas, se acicala , organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias . Para nada desprecio la importancia de estas diversiones ; sin ellas , la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y , probablemente , la dispersión . Sin embargo , son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva . El homo ludens con un libro es libre . Al menos tan libre como él mismo sea capaz de serlo . Él fija las reglas de juego , subordinado únicamente a su propia curiosidad .

La vocación es una trampa que conduce a la precariedad. Muchas empresas la aprovechan para ofrecer unas penosas condiciones laborales

JOSÉ NICOLÁS 01 JUN 2022 - 05:00 CEST 47 “Haz lo que amas y trabajarás jodidamente duro todo el tiempo sin descanso ni límites y además tomándotelo todo de forma extremadamente personal”. El artista Adam J. Kurtz publicó este mensaje en Twitter en marzo de 2019. Se trata de una versión realista de la manida frase: “Haz lo que amas y no trabajarás un solo día de tu vida”. Volví a ver ese tuit la pasada semana tras hacerse viral la respuesta que dio Àngels Barceló a Luz Sánchez-Mellado en este periódico. Dijo que los jóvenes periodistas que protestan por sus horarios son “unos flojos”. Más allá del incendio que prendió, el debate sobre el salario de los trabajadores jóvenes es una cuestión recurrente en Twitter. Y no debería quedarse en el periodismo, porque afecta a muchos sectores. Gran parte de los mileniales están quemados y hartos de escuchar lo que la periodista Anne Helen Petersen llama “cantinela boomer” en su libro No puedo más (Capitán Swing); expresiones del tipo “la vida es dura”, “me dejé la piel trabajando en los ochenta y no me escucharás quejarme”, etcétera. El ensayo de Petersen aborda la precariedad de los empleos que tienen los jóvenes de hoy y la forma en que se idealizan algunas profesiones. “El deseo de tener un trabajo guay y que nos apasione es un modo de dotar a ciertos trabajos de una pátina de deseabilidad que hace que los trabajadores estén dispuestos a tolerar toda forma de explotación por el mero hecho de desempeñarlo”, escribe. Esa pasión hace que pensemos en el trabajo como la totalidad de nuestra vida y no como un simple empleo. Esto es un problema y, ciertamente, resulta aplicable al periodismo, a la medicina, a la enseñanza, a la investigación y a otras tantas profesiones llenas de vocación. “Alguien debe pensar en acabar con las guardias de 24 horas. Alguien debe pensar en la calidad y seguridad de la atención en Pediatría”, escribió la médica Rosa M. Funes Moñux al final de un hilo de Twitter, donde afirmaba que había estado a punto de dejarlo. Una vez más: vocación. Mírenlos, hay médicos haciendo guardias interminables, profesores sobreviviendo a base de sustituciones y cambiando de residencia para cubrir una baja de un día para otro mientras estudian las siguientes oposiciones para conseguir una plaza definitiva. ¿Y qué decir de las consultorías y los grandes despachos de abogados? En EL PAÍS ya se ha hablado de sus jornadas maratonianas extendidas hasta el fin de semana, la imposibilidad de desconectar y la presión continua por los resultados, que suponen un estrés innecesario y se traducen en una continua rotación de sus empleados. Y luego nos sorprendemos con fenómenos como la Gran Dimisión. La vocación supone a veces una trampa que conduce a la precariedad. “Si una empresa [u organismo] necesita trabajar 24 horas, organiza 3 turnos de 8 horas y así cumple con la Ley”, tuiteó @doctor_sloan cuando estalló la polémica por la precariedad de los camareros en la Feria de Abril de Sevilla. Cuando se desea tan fuertemente trabajar en algo, vienen las empresas y se aprovechan de que “levantas una piedra y salen 10 como tú” y empeoran las condiciones laborales. Ante esto hay que saber decir no a algunos excesos porque, querido trabajador, solo eres uno más, seguramente no llegues a ser presidente de tu compañía y cuando no resultes rentable la puerta estará abierta para que salgas. Como publicó Mario Fontán Vela (@mfontanvela): “A tu trabajo no le importas. Dejad de idealizarlo”. Estaría bien dejar de preguntar “¿en qué trabajas?” a una persona nada más conocerla porque no somos nuestro trabajo. En su ensayo, Petersen propone un nuevo lema para los mileniales: “Que le jodan a la pasión; pagadme”. Puede que esa sea la única manera de acabar con la precariedad que sufren.

Mark Twain

SOLO NECESITAS IGNORANCIA Y SEGURIDAD Y EL EXITO ESTA ASEGURADO

El funeral de Renato Bialetti, cuyas cenizas están dentro de la moka AP

El impulsor de la cafetera moka descansa en paz para siempre dentro de ella ÓBITO El empresario italiano Renato Bialetti (1923-2016) falleció el pasado 10 de febrero en Suiza Horizontal PIERGIORGIO M. SANDRI BARCELONA 19/02/2016 01:02Actualizado a 24/02/2016 16:09 Sus cenizas descansan desde hace unos días en una cafetera moka, tamaño maxi. Y no podía ser de otra manera. Renato Bialetti murió el pasado 10 de febrero a los 93 años en Ascona, Suiza. Fue el gran impulsor del homónimo grupo empresarial italiano, conocido en todo el mundo por su cafetera de forma hexagonal, de las que se llegaron a vender trescientos millones de unidades. Siete minutos para estar al día. Y todo el tiempo que quieras para saber más. No te pierdas Las claves del día en tu mail cada mañana¡Recíbela! El diseño fue obra de su padre, Alfonso, que se inspiró en cómo las mujeres hacían la colada en el pueblo norteño de Ome-gna, en los alrededores de Milán. Observó que empleaban una bañera, con en el centro un tubo desde donde salía agua caliente con jabón, una mezcla que luego se distribuía y repartía sobre la ropa. Trasladó la idea al café y consiguió diseñar un producto icónico e insuperable. En la actualidad hay un modelo expuesto en el MoMA de Nueva York y en la Trienal de Milán. Su cafetera está considerada como objeto de culto del diseño industrial del siglo XX. Pero fue Renato quien montó las riendas del negocio. En particular, fue de los primeros empresarios italianos en intuir el poder del marketing. Encargó una ca-ricatura de sí mismo, con un bigote vistoso, al diseñador Paul Campana y la convirtió en un brand mundial. También supo aprovechar la creciente influencia de la tele, con unos mensajes publicitarios que han pasado a la historia y que están grabados en la memoria de muchas familias italianas de su generación, que siguen guardando sus máquinas en algún armario de la cocina. En los años ochenta Renato vendió la empresa, que pasó a varias familias. En la actualidad es una sociedad que cotiza en bolsa desde el 2007. Las cafeteras se siguen produciendo en Italia, mientras que el resto de los productos, que abarcan utensilios de cocina, se fabrican en Rumanía y Turquía. El funeral tuvo lugar en una iglesia católica en su pueblo natal. A la ceremonia asistieron más de 200 personas. El cura bendijo la cafetera con las cenizas del empresario. Fue el último golpe de genio de un hombre que sabía cómo conectar con las masas. Que Renato, que sobrevivió a los campos de concentración alemanes, fuera un vendedor nato se desprende de una anécdota que reveló él mismo hace unos años. “Me encontraba en un hotel con unos clientes franceses. Para ellos la cafetera moka era casi una novedad. Estaban perplejos y dubitativos. Temía que no llevaría a cabo la venta. En ese momento, pasó a mi lado Aristóteles Onassis, que iba al lavabo. Me animé y le seguí. Le dije: ‘Soy un joven empresario italiano. Écheme una mano, que usted ha empezado desde cero como yo. Cuando vuelva al hall, por favor, dígales que usen una de mis cafeteras. Me servirá para impresionar a estos clientes reticentes’. Volví, convencido y resignado de que Onassis habría pasado de mí. En cambio ocurrió el milagro. Onassis fingió verme en el último instante, se dio la vuelta y en voz alta dijo: ‘¡Renato! ¿Cómo estás? ¿ Sabes que nunca he bebido un café tan rico como el que sale de tu cafetera?’. Os juro que las cosas fueron exactamente así”.

Cafetera Bialetti

En 1931 un ingeniero italiano observaba en su pueblo cómo las mujeres, entre ellas su madre, lavaban la ropa. El sistema que usaban para hacerlo le inspiró para crear uno de los diseños más famosos e icónicos de la historia de la humanidad: la cafetera Moka Express, más conocida como la "italiana"... Estas mujeres hacían la colada en su pueblo natal, en el Piamonte, usando un caldero de agua donde hacían hervir agua. El agua hirviendo ascendía por un tubo y volvía a descender sobre la colada, donde era mezclada con jabón para lavar la ropa. A principios del siglo XX ya existían en Italia cafeteras que obtenían el café bajo la presión del vapor, pero se trataba de enormes dispositivos industriales, que tenían que se manejadas siempre por operarios expertos. Algunas tenían forma de locomotora de tren, por eso comenzó a llamarse "café express". Estas máquinas eran voluminosas, muy caras, complejas, fabricadas en latón y estaban presentes tan solo en algunas cafeterías, lo que limitaba su alcance a una pequeña parte de la población. Alfonso Bialetti, convirtió aquel sistema de lavado que había visto en su pueblo en un artefacto que permitía disfrutar en casa del mejor café expreso y presentó en 1933 el diseño definitivo, fabricado en aluminio. Bialetti usó este metal porque no tenía las restricciones de la época que sí tenía el acero, aunque él decía que su elección hacía más bueno su café. Parece ser que el secreto es que el aluminio disipa mejor el calor que el acero inoxidable por lo cual, cuando el café llega a la parte superior, no continúa calentándose y haciéndose, consiguiendo así el auténtico sabor del café hecho en casa. Inicialmente la distribución de su invento era muy local y hasta 1938 solo se vendieron 701.000 unidades fabricadas en un taller artesanal. Alfonso Bialetti no era un gran vendedor, pero su hijo Renato sí. Cuando éste regresó a casa en 1945 desde Alemania, donde había estado retenido en un campo de concentración nazi, puso en marcha un sistema de comercialización, publicidad y producción que llevó a la marca a vender 1000 unidades diarias. Además, para evitar las imitaciones y crear una potente imagen, introdujo en sus cafeteras la caricatura de un señor bigotudo, que era el propio Renato, creando así una identidad que aumentó el reconocimiento de la marca. La máquina de café Moka Express llegó en poco tiempo al 90% de los hogares italianos y se estima que se han vendido más de 250 millones de unidades. Bialetti es considerado uno de los diseñadores italianos más respetados. Su icónico invento está expuesto en el MoMa The Museum of Modern Art de Nueva York y en el Triennale Milano de Milán. Y para mí hace el mejor café del mundo.