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domingo, 1 de octubre de 2017

La guerra y los intelectuales ( 1999)


La intervención militar de la OTAN en Yugoslavia desata la controversia entre escritores y filósofos

Susan Sontag frente a Peter Handke. Los que no apoyan a Serbia, los que la entienden, los que creen que habría que parar a Milosevic, "monstruo sin corazón", los que entienden que el líder serbio ha sido demonizado para demolerlo. En 1995 Susan Sontag, la autora norteamericana de El amante del volcán, aparecía en las cavernas sin luz de Sarajevo, en medio de las bombas y de la desesperación, montando a la luz de las velas Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Al tiempo, el escritor austriaco, autor de La tarde de un escritor, terminaba un viaje literario por Serbia y publicaba su libro Un viaje de invierno. Justicia para Serbia (Alianza Editorial), en el que lanzaba invectivas contra los alemanes, los croatas, los eslovenos, Occidente, la prensa internacional, culpables todos ellos, según él, de esa interesada demonización de los serbios. Desde entonces una y otro son cabezas visibles de un desencuentro ideológico que estalló de nuevo la pasada semana, cuando la revista austriaca Format recogió unas declaraciones en las que Susan Sontag, antigua militante contra las consecuencias del ultranacionalismo en Yugoslavia, denunciaba sin ambigüedades la actitud de su colega: comparó a Handke con Louis-Ferdinand Cèline, genial por su obra (Viaje al final de la noche) y polémico por su antisemitismo y filonazismo. Señaló Sontag -que estos días termina, recluida en Italia, su nueva novela- que muchos intelectuales norteamericanos ya no leerían a Handke y cuestionó la afirmación de éste de que en su viaje a Serbia había hallado buena gente; la hubiera hallado también, dijo Susan Sontag, en la Alemania nazi: eso no quita para decir que los serbios han sido los agresores en esta guerra. No ha habido respuesta directa de Peter Handke, pero los hechos corroboran su pensamiento: mientras haya bombardeos estará en Belgrado apoyando a Serbia. "Las bombas no caen en el centro de Belgrado, sino sobre objetivos militares. Y Handke estará seguro al cien por cien en casa de sus amigos", señala Susan Sontag, según las informaciones que ha difundido dicha entrevista. Dos intelectuales frente a frente: ¿está generalizado el enfrentamiento? Claudio Magris, el autor italiano de Danubio (Anagrama), ha dicho que Handke "no es imparcial o, mejor dicho, es sectario en lo que se refiere a su defensa de Serbia (...) porque en la sanguinaria e insensata tragedia yugoslava, la mayor responsabilidad y los mayores crímenes recaen sobre la espalda de Milosevic y de su política". Dice Magris, en un artículo publicado en el Corriere della Sera y reproducido en España por El Mundo, que lo que ocurre es que "la postura de Handke es (...) una reacción a una información unilateral que denuncia constantemente los crímenes cometidos por los hombres de Milosevic, pero que silencia los cometidos por los hombres del croata Tudjman y del musulmán Izetbegovic, que también son numerosos y atroces, pero que -a diferencia de los primeros- no han pasado a formar parte de la conciencia occidental". ¿Qué dice la conciencia occidental? Si ésta reside en parte en los intelectuales, lo que hay es una enorme confusión en el centro de la cual sólo un nombre desata una dilatada unanimidad: Milosevic. El escritor pacifista, y premio Nobel de la Paz, Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración de Auschwitz y de Buchenwald, lo llama "monstruo sin corazón, privado de conciencia moral". Es importante, dice Wiesel, "que el mundo lo pare rápido: ésta es una guerra justa e inevitable". El español Jorge Semprún, superviviente también de Buchenwald (experiencia de la que nace un relato inolvidable, La escritura o la vida), ve así a Milosevic: "Es el dictador que organiza la matanza y el éxodo; es un nacionalcomunista; ésta no es una guerra contra un nazi o un fascista, sino contra un dictador cuyo origen es comunista, y eso implica una valoración que no es corriente ni común". Luis Rojas Marcos, el psiquiatra español: "Por lo que hace y los abusos que comete, Milosevic puede pertenecer a ese grupo de seres humanos que utilizan la violencia para conseguir sus metas sin tener en cuenta el valor de la vida. Un dictador". Juan Goytisolo vivió con Susan Sontag el asedio de Sarajevo, y está de acuerdo con ella: Serbia agrede, y Milosevic es el criminal de guerra: "Mientras esté en el poder Milosevic aquello es un polvorín que puede extenderse: no hay solución mientras los criminales de guerra como él, Arkan, Seselj, Mladic y Karadzic anden sueltos y no comparezcan ante el Tribunal Internacional de La Haya. Pensábamos que lo que ha hecho Milosevic era impensable en Europa después de la II Guerra Mundial y sus horrores. Me equivocaba de medio a medio". Milosevic es el malvado. ¿Y Serbia, los serbios? ¿Tiene razón Handke, o la tiene Susan Sontag? ¿O la virtud está en el medio que sugiere Magris? Juan Goytisolo no tiene dudas: Susan Sontag está en lo cierto. "Si Occidente hubiera intervenido desde que Milosevic se convirtió en un pequeño jefe nazi se hubiera parado la destrucción de la Federación Yugoslava". Y añade Goytisolo: "Las cosas se están haciendo tarde y mal; cuesta aplaudir los bombardeos, porque también se puede preguntar uno si no azuzan la limpieza étnica. Pero era inevitable: o perdían la cara o intervenían. La militar no es una solución, pero era inevitable. Si da pena ver el trasvase de votos del electorado comunista francés a Le Pen, da vergüenza contemplar a lo que queda de los pecés europeos salir en defensa del pobre Milosevic y hablar ahora de genocidio cuando no dijeron esta boca es mía durante la limpieza étnica en Bosnia". Manuel Vázquez Montalbán no precipita su comentario: "Hay mucha gente predeterminada a dar la razón a Susan Sontag sin leerla y a quitársela a Handke sin leerle. Creo que asistimos a un conflicto prefabricado en el que sólo se nos ofrece, al parecer, una salida ética: que hay que violar derechos humanos para que se respeten los derechos humanos de los kosovares. Yo sostengo que no se puede estar un poco contra la guerra, o a veces. Y si no hay más remedio que asumir guerras justas hay que vigilar muy de cerca los desencadenantes que están en tu propio bando y que pueden estar exacerbando el conflicto". ¿Y Milosevic? ¿Qué se hace con él? "Aunque haya sido justamente el demonizado, tengo la impresión", añade Vázquez Montalbán, "de que no aparecen en la operación otros demonios, como las potencias que instigaron la desmembración de Yugoslavia a ritmos forzados, y los traficantes de armas que han hecho su agosto a costa de estos conflictos. ¿Cuántas armas españolas han sido utilizadas en estas guerras, vendidas tanto por los socialistas como por los populares?". El premio Nobel José Saramago hace expresión de sus dudas desde Lanzarote. No conoce la polémica Sontag-Handke y se niega a optar. Dice: "Me parece malo estar optando o por Milosevic o por la OTAN. Europa no tiene ninguna idea de lo que debe ser una política de defensa propia. Todo el mundo sabía que iba a estallar Kosovo, y desde Sarajevo no se ha hecho nada para impedir lo que estaba pasando. El bombardeo causa ruina y muerte, no resuelve nada. Lo que debía ser resuelto por la política se está resolviendo por las armas; ésta es una declaración de guerra unilateral, no justificada por la única instancia internacional que podría optar por intervenir, la ONU, que permanece callada. Todo el mundo quiere ganar la guerra, pero nadie se quiere comprometer: Clinton tiembla si se le muere un soldado porque eso es fatal para su política interna. Se ha inventado una guerra falsa porque no hay adversario, no es Rusia, no es China: el otro no existe". ¿Se puede justificar la intervención? Guillermo Cabrera Infante, exiliado cubano en Londres, tiene estas hipótesis para hacerlo: "Si las naciones aliadas hubieran actuado contra Hitler en 1939, antes de la invasión de Polonia, se hubieran evitado la II Guerra Mundial y la limpieza étnica contra los judíos que culminó en Auschwitz. Si las naciones civilizadas hubieran actuado a tiempo contra Pol Pot se hubiera evitado la muerte alevosa de dos millones de camboyanos... Por eso me parece muy bien la actuación de la OTAN en territorio yugoslavo, es decir, en Kosovo". Tomás Eloy Martínez, el autor argentino de Santa Evita, habla desde Princeton, en Estados Unidos, y se enfrenta a la necesidad de la intervención: "No creo en la fuerza de las armas ni en el valor de los ejércitos; tampoco soy tan ingenuo como para creer que los hombres tienen buena voluntad. Creo en ciertas formas de sanciones eficaces de carácter internacional a determinados países, pero los bombardeos agravan el dolor de los pueblos: la política es el único medio de impedir la guerra". ¿Y qué hacer contra Milosevic si es el malo? "Juzgarlo, llevárselo a otro lado... La historia siempre tiene sus formas secretas de justicia, como ocurre ahora con Pinochet". Mario Vargas Llosa, el escritor peruano nacionalizado español y radicado en Londres, estaba escribiendo ayer un artículo sobre el asunto; lo publicará el próximo domingo en su columna habitual de EL PAÍS, Piedra de Toque, pero adelantaba estas ideas: "El problema no es Kosovo: es Milosevic. La fuente del problema siempre es la dictadura: con un gobierno civil habría un modo democrático de resolverlo, pero éste es el último dictador comunista de Europa disfrazado de nacionalista serbio; es imposible llegar a un acuerdo con él porque no lo respetaría". Vargas Llosa, que está en París estos días, observa entre los intelectuales franceses una actitud crítica hacia la intervención de la OTAN, pero poniendo por delante que es lógico que Europa actúe contra el dictador, y atribuye la cierta tibieza del intelectual español ante la cuestión Milosevic "al antinorteamericanismo tan arraigado de la clase intelectual española, que aún no se ha democratizado y sigue presa de la nostalgia de la utopía totalitaria, emboscada en nombre de una supuesta paz, que es obvio que no existe en Yugoslavia". Fernando Savater, que acaba de publicar Las preguntas de la vida, se hace aquí las preguntas de la guerra. Dice que está vacunado contra los estereotipos porque su tierra es Euskadi, y no quiere pronunciarse sobre la polémica Sontag-Handke. "¿Tenemos información suficiente? En las situaciones complejas surgen los estereotipos. En Kosovo parece que estamos un poco entre un superfranco y una minieta, y en medio hay personas que quieren un país no étnico. A mí me gustaría que la OTAN y la ONU tuvieran poder propio de disuasión y que no fuera Estados Unidos el que decidiera estas cuestiones; lo que me extraña es que se busquen los efectos de la victoria en la guerra sin asumir los riesgos de una intervención terrestre. Parece que hay más miedo de que caigan heridos los soldados que los civiles. En el siglo XXI yo preferiré ser soldado que civil". Paul Auster, el escritor norteamericano, ayer estaba estupefacto. "Siento dolor, confusión y tristeza. ¿Qué hacer? Yo no sé qué se debe hacer, cómo se puede parar la locura de Milosevic. Los expertos y los historiadores podrán tener respuestas retrospectivas e incluso puede haber respuestas militares, pero lo que el ciudadano siente es horror, y horror ante un hecho cierto: para acabar la guerra habría que enviar infantería y serían precisos más de cien mil soldados. ¿Quién los arriesga? Yo creo que esto es lo peor que le ha pasado a Europa después de la última gran guerra". Dice Vargas Llosa que ve antiamericanismo en algunas reacciones, sobre todo en España. "¿Antiamericanismo? América no tiene tanto que ganar ni mucho que controlar en esta guerra, así que en este caso actúa por motivos puros; el antiamericanismo está propiciado por lo que pasó en la guerra fría, pero ya no tiene sentido". ¿Es tan distante el interés norteamericano? "Sí, aquí se percibe así, aunque están cambiando las cosas desde que hay soldados norteamericanos perdidos o presos". Javier Marías, el autor de Mañana en la batalla piensa en mí, previene también sobre el salto a botepronto del intelectual: "Algunos parecen expertos en todo. En cuanto a la intervención, lo que sé es que los mismos que se quejan de la intervención se quejarían de que no la hubiera habido. Es evidente que hay matanzas, que no se sabe qué está pasando con los kosovares jóvenes, y si en efecto se están produciendo el éxodo y la matanza, y sin que yo tenga precisamente una buena opinión de la OTAN, esto es lo que parece que puede hacerse. De momento esa intervención no está impidiendo la masacre, pero no se puede consentir la impunidad cuando se está cometiendo un delito de tipo étnico". El cineasta Rafael Azcona tiene esta reflexión moral que hacerse ante la guerra, que descalifica la intervención: "Admitido que siempre hay gente empeñada en liarse a leñazos, ¿qué pasaría si no se le suministra la leña? Pero la leña se le suministra y los proveedores son los fabricantes de armas. Y estos tíos, cuando no encuentran clientes, tiran del latín: Si vis pacem para bellum. Estupendo, suena tan bien que hasta lo de parabellum sirve de marca a una pistola que se suele usar preferentemente en los periodos de paz. En cualquier caso, yo me remito a la hermosa columna que sobre la guerra -sobre todas las guerras- publicó el último domingo Manuel Vicent en EL PAÍS: cualquier víctima es inocente y los que sufren tienen siempre razón". El novelista Francisco Ayala, por cuyo siglo -tiene 93 años- han pasado las tres grandes guerras, incluida la civil, nos devolvió nuestras preguntas con otras: "Para empezar, se espera que uno tome partido en este conflicto, y yo -ignorante de mí- no me considero capaz de hacerlo. Pienso tan sólo que esas gentes pudieron convivir muchísimo tiempo en aquellas tierras sin morderse y sin asesinarse, y que lo que ahí viene ocurriendo ahora -¿por qué- da una bien triste idea de la condición humana... Pero ciñéndome al caso presente, las condiciones generales a que hoy ha llegado el mundo, tan inestables todavía, apenas si permiten aventurar un juicio. El sistema de los Estados soberanos ha desaparecido y aún no se ha organizado un orden global de relaciones; y así, lo que pudiera ser una policía internacional todavía carece de dirección y, sobre todo, de criterios. ¿Qué sé yo?". Igual confusión tiene Antonio Muñoz Molina. El autor de Ardor guerrero hablaba esta semana desde Lisboa, una ciudad a la que él ha ayudado a ser mítica: "Tengo sentimientos muy contradictorios. Algo había que hacer contra ese régimen, pero tenía que haber sido organizado por la ONU y teniendo en cuenta el apoyo humanitario preciso por las consecuencias de lo que se iba a hacer. Y eso es evidente que no se ha hecho. Pero no hay que oponerse a la intervención porque sí: ojalá hubieran intervenido las naciones democráticas para evitar el ascenso del fascismo en España. Pero yo creo que ahora los intelectuales, más que opinar debemos intentar saber". Esa misma mirada retrospectiva sobre la no intervención para prevenir el fascismo español la lanza Semprún: "Somos una generación que ha vivido las consecuencias de la no intervención, y sabemos qué pudo haber pasado si ésta se produce cuando se inició en España la guerra contra la República. Hay que salir de un cierto pacifismo que ha favorecido siempre a los regímenes de dictadura". ¿Y qué dicen la filosofía, la ética? Victoria Camps, catedrática de Ética: "Yo veo muy difícil justificar cualquier guerra. La violencia no es un medio adecuado para salvar nada. Las consecuencias de intervenir en un pueblo soberano (aunque esto ahora parece que importa menos) son cada vez peores: un animal como Milosevic se crece. Teniendo en cuenta que es un criminal o un loco, esto no le hace reflexionar, le envalentona. ¿Qué hacer? Lo más deprimente es ver que no somos capaces de crear mecanismos que paren a personajes así, instrumentos para neutralizar a un loco. ¿Paralelismo con Pinochet? Pues claro. Y con Milosevic se pudo haber hecho antes, que un Gobierno internacional lo parara". ¿Y cuáles son para Emilio Lledó, catedrático de Historia de la Filosofía, las preguntas sobre esta intervención militar?: "El no percibir claramente el peligro que supone una intervención como ésta, en la que probablemente estarán muriendo centenares de personas, es una muestra de irracionalidad y barbarie que nos hace recordar tiempos que dábamos por ya superados, y que priva de toda autoridad moral a quien habla con bombas. Esa demostración de poder es, en el fondo, un testimonio penoso de debilidad. Nadie puede elevarse como conciencia democrática y ejemplar ante los demás sobre el fuego y la muerte. Sus bombas no pueden solucionar nada. Son más bien hogueras para seguir calentando el odio". Pero es Milosevic quien alimenta el odio. ¿Qué solución vislumbra? "El cultivo de la discriminación de la vida y el odio es una de las enfermedades seniles del nacionalismo. Muchas veces los políticos de las naciones desarrolladas fomentan con sus intervenciones y sus prejuicios, y no sabemos con qué intenciones, esa irracionalidad. En el caso de esta intervención militar descubrimos que se repite el mismo esquema de manipulación de otros centenares de casos que yacen en las hemerotecas, y que tienen que ver con cazas de brujas, con persecuciones políticas -nazismo, fascismo, nacionalismos, fanatismos religiosos-. El principio que rige en estos casos podría expresarse así: convierte usted en un ser perverso al enemigo y así podrá dormir tranquilo cuando lo mate. Se nos ocultan, pues, datos importantes; no se explican suficientemente los hechos, las razones o sinrazones del conflicto. Se nos habla casi exclusivamente de la maldad de aquel a quien vamos a liquidar... Así cada explosión va sustentada y justificada por los miles de ciudadanos que con su ignorancia son silenciados y tranquilizados cómplices del horror". Lledó prometió ser políticamente incorrecto; lo cumplió. A Jon Juaristi, el poeta vasco que en los últimos años ha analizado sin contemplaciones la ascención del nacionalismo, le pedimos una opinión sobre la polémica Sontag-Handke y otra sobre la intervención. "Lo primero, me aburre la polémica. Pero tengo la convicción de que la Sontag tiene razón: Milosevic es la expresión de un eslavismo ultranacionalista y fascista. Lo segundo, mi opinión sobre la intervención es favorable: es para detener el genocidio, yo nunca he sido pacifista, y creo que ahora ser belicista, en este caso, es casi un deber moral. Si no, no queda esperanza para los kosovares". No dicen lo mismo gran parte de sus colegas españoles. "Muchos colegas españoles se la cogen con papel de fumar. El pacifismo es una ideología que obnubila a las cabezas más lúcidas. Aquí hay un antiamericanismo visceral y además tenemos a la izquierda poscomunista más impresentable de Europa. Izquierda Unida se apunta a cualquier bombardeo, y perdón por la paradoja". Hubiera sido bueno, pues, que hubiera habido, como dicen Semprún o Muñoz Molina, una intervención armada a favor de la República en España. "Eso es historia virtual. Las democracias europeas han sido blandengues y egoístas, y el deber de solidaridad que ahora reclamamos pasa por abandonar los egoísmos nacionales". José Hierro, el poeta español que este año recibirá el Cervantes y que ayer cumplió 77 años, sufrió las consecuencias de la guerra civil española y es autor de un verso memorable: "Antes, cuando moría un español, se mutilaba el universo". ¿Merece ahora la pena la guerra? "Las guerras nunca merecen la pena. Sólo se justifican las que nacen desde abajo, y esta intervención viene de arriba, me parece poco inteligente, porque no mide las consecuencias, y me tiene en un mar de confusiones: es obvio que el dictador es odioso, ¿pero es esto lo que hay que hacer?". Gunter Grass, el escritor alemán que a principios de esta década expresó sus malos presagios sobre lo que se avecinaba en Europa, ha defendido la intervención, e incluso ha reclamado tropas de tierra, pero ha criticado a Occidente por haber tardado tanto tiempo en darse cuenta de que los presagios eran, efectivamente, pésimos. Christa Wolf, también escritora alemana, ha dicho: "Las bombas no ayudan a la gente, por muy grande que sea mi desprecio por la soldadesca serbia": por qué Occidente no ha combatido antes las raíces del nacionalismo militante y se dedica ahora "a bombardear las consecuencias de las propias omisiones y errores y a potenciarlas con ello". La polémica no se reduce a la discusión Sontag-Handke. Las posturas enfrentadas cruzan todas las fronteras y todas las ideas. Las ideas en conflicto en medio de una guerra que no ha tenido tregua tampoco en Semana Santa.

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