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viernes, 1 de junio de 2018

Alberto Manguel y las librerias

Las grandes librerías del mundo son librerías pequeñas. En cada país, en cada ciudad tengo algunas librerías favoritas a las que siempre vuelvo. En Madrid, la Librería Antonio Machado; pero me gustan también mucho las librerías de libros de segunda mano, hay una en la calle del Prado, otra cerca de la plaza de la Ópera. Me importa siempre esa relación con el librero. Y hay una distinción importante. Las librerías de libros nuevos frente a las de libros usados. Yo prefiero las librerías de libros usados, me gustan los libros con biografía, me gusta descubrir a viejos amigos y encontrar obras relacionadas con los libros que ya conocía. Obviamente, entre los libros nuevos siempre hay cosas que a uno le sorprenden, sobre todo en el área del ensayo, el ensayo literario ha encontrado un auge en este tiempo y me encantan esos ensayos inauditos, sobre la historia del cabello o libros sobre los transportes públicos, cosas así, inesperadas. Es cierto que en muchos lugares las librerías han desaparecido. Nueva York, que era una ciudad de librerías, ha sufrido una auténtica extinción; pero hay unas pocas librerías que sobreviven, como reliquias de un tiempo que ha pasado. Eso afecta a la vida intelectual de una ciudad, afecta a la conversación, cambia la manera en la que uno piensa. En Madrid, en Buenos Aires o en París ves a gente con un libro en la mano. En Nueva York, la gente siempre tiene un iPhone en la mano y eso me perturba. No es que las lecturas virtuales me parezcan nefastas, sino que es otra cosa. El equivalente de este desierto intelectual en el mundo del transporte sería la ciudad de Los Ángeles, donde uno no camina, sino que va a todas partes con el coche: una ciudad donde no se camina es una ciudad de fantasmas.

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