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martes, 17 de mayo de 2022
Gabriela Consuegra: “Prefiero el dolor antes que el olvido, que es la verdadera pérdida absoluta”
on la muerte de su Alvarito en el invierno de 2016, Gabriela Consuegra no solo perdió a su padre, sino también a su mejor amigo. “La figura central y el equilibrio de mi persona”, describe. Cuando eso ocurre, cuando a los 23 años eres testigo, tras una larga enfermedad, de la desaparición física de quien mejor te entiende, la vida parece terminar ahí para ti también. Solo que, para bien o para mal, luego resulta que no termina. Lo cuenta —con un valor y una calidez que hieren— la periodista caraqueña en Ha pasado un minuto y queda una vida (Temas de hoy), la novela que marca su debut literario. Un texto en el que 32.496 palabras se encargan de cumplir la misión más importante de todas: arrebatarle a la muerte su carácter definitivo, sacarle brillo a la memoria para que el recuerdo trascienda como solo trascienden las más bellas historias de amor.
La RAE dice que el duelo es "dolor, lástima, aflicción o sentimiento". ¿Cuál es tu propia definición del término?
Es algo tan personal, y que cada cual vive tan en sus propios códigos, que incluso no soy capaz de ponerme de acuerdo con mi familia en lo que para nosotros es el duelo. Lo que sí creo que tiene en común para todos es que llega a ser algo arrollador. Es un momento en el que te acomodas un poco en la tristeza y en la nostalgia. El duelo viene a ser casi como un útero antes de volver a nacer a una vida totalmente diferente, en la que sabes que te va a faltar una parte muy importante. Sí creo que hay una recomposición y hay una vida nueva. Yo no soy la misma persona después del duelo. Creo que nadie es igual después de la muerte. Y, para estar listo para esta nueva vida que necesariamente tienes que emprender, hace falta cobijarse un rato más en esa nostalgia, en esos recuerdos. Para aprender, para conformarte con todo eso que se ha roto y poder transformarte.
¿Crees que deberíamos cambiar algunas partes del relato que se genera en torno a la muerte, como por ejemplo la idea de ‘superar’ la pérdida?
Efectivamente. Al final es una convivencia con el dolor. Lo he comentado muchas veces: yo siento el mismo dolor ahora que sentí en el primer momento. Eso no ha cambiado y no espero que cambie, y mucha gente no lo entendía. De hecho, el proceso de estar escribiendo este libro durante tantos años me mantenía muy conectada con esa sensación y la frase que más escuché en general fue "supéralo ya". Pero, ¿superar el qué?¿Cómo lo superas? No creo que se trate de eso, sino de aprender a conectarse de una forma diferente y a buscar esa conversación activa, que para mí sí que queda. Yo hablo con mi padre todos los días. En ese primer momento, te enfrentas al pensamiento de que se acaba todo. Pero hoy tengo discusiones activas con él. Puedo saber exactamente qué me diría y sigue influyendo en mis decisiones como antes. Como yo lo entiendo, hay que aprender a comunicarse de nuevo con esas personas, con esas partes de ti. Pero no se supera. Es más, a veces 'superarlo' puede ser sinónimo de ocultarlo o no hacer el trabajo que tienes que hacer para sanar y reconstruirte, que para mí es la idea central. Hay que aprender a vivir con esa carencia. No puede ser de otra forma.
Ha pasado un minuto y queda una vida novela duelo Gabriela Consuegra
Ha pasado un minuto y queda una vida (2021) es la novela que marca el debut literario de la periodista Gabriela Consuegra, que actualmente trabaja para La Voz de Galicia.Temas de hoy
Por lo que cuentas, tu estrategia para lidiar con el dolor ha consistido en tener muy presente a tu padre en el día a día, imaginarlo acompañándote en lo pequeño, tal como hacía en vida, ¿no?
Sin duda. Se trata de buscarlo y encontrarlo. La gente deja muchos rastros. Como si luego al pasado le aparecieran subtítulos. Hay conversaciones que tuve con él cuando tenía 12 o 13 años que solo atisbo a desentrañar hoy, con 28. Y por eso digo que sigo en una conversación. Más madura, más rica. Mantenerme conectada a él ha sido mi estrategia porque yo no quería ocultar nada. Prefiero el dolor antes que el olvido, que es la verdadera pérdida absoluta.
¿Crees que el libro cambia de alguna manera la relación que tienes con la muerte de tu padre?
Sí, me hizo entender que la vida sigue después de la muerte de otra forma. Porque, al principio, lo que parece es que tu vida se acaba allí. No me imaginaba cómo me iba a seguir relacionando con la vida después de la muerte de mi padre, que era la figura central y el equilibrio de mi persona. Todavía peor, porque yo sabía que la mejor parte de mí, de la persona que yo era, se había ido con él. Pero, vuelvo a insistir en que sí que hay otros procesos luego a través de los que esas personas comienzan a habitar en ti de muchas formas. Yo tengo hoy muchas manías de mi padre de las que en el pasado me reía. O formas de ver la vida que antes no entendía y que, de alguna forma, las he heredado ahora que él no está. Nos volvemos una especie de embajadores de esas personas en su ausencia.
Otra idea que aparece en el libro es la posibilidad de avanzar en círculos. ¿Podrías ahondar más en ello?
En relación al duelo, por ejemplo, al principio parece que todo pierde el movimiento, que no hay forma de avanzar, que estás como hundiéndote. Pero luego hay más dimensiones que vas descubriendo. Cuando encaras una situación, aunque estés sumido en la tristeza, sí que estás atravesando algo que te hace moverte. Gustavo Cerati ya lo decía en una canción: Todo se movió y es mejor quedarse quieto. Al final se trata de asimilar, que es la idea más importante. Asimilar lo que está pasando con todos tus sentidos. Con miedo, pero al mismo tiempo con valentía.
¿Cómo se articula para ti la relación entre la belleza y la pérdida?
Creo que es una estrategia del cuerpo para salvar a la mente. La mente está sumida en toda esa miseria y el cuerpo reacciona a través de todos tus sentidos. Parece que de repente la percepción se potencia. Para mí fue impresionante ver todo con colores mucho más vivos o agudizar el oído. O disfrutar mucho más de una copa de vino. Lo comentaba Milena Busquets a propósito de También esto pasará. Y decía que el riesgo del duelo es que, de alguna forma, te vuelves como un fantasma. Que te acercas tanto a los muertos que corres el riesgo de convertirte en uno. Ahí es donde el cuerpo te salva. Hay una percepción de la belleza distinta una vez que atraviesas la tragedia. Sin duda ninguna.
¿Son los padres los que muchas veces tienen la necesidad de hacerse los héroes frente a los hijos o somos nosotros los que no sabemos gestionar su versión más frágil y humana?
Creo que es una mezcla de los dos. Queremos verlos como héroes, sí, pero también ellos se muestran muchas veces así. Creo que en el caso de mi padre tiene que ver con que él sabía muy bien que la vida se encarga de traerte las partes más duras. Los palos son inevitables. Por eso, él intentó enseñarnos, a través de su ejemplo, que la alegría depende de uno. Su decisión era volcarse a ver la vida con otros ojos, a pesar de que era muy consciente de las carencias humanas y le afectaban mucho. Creo que él sentía la necesidad de inculcarnos que teníamos una responsabilidad con nuestra propia vida. De verla y vivirla bonita; de tener la capacidad de cambiar la perspectiva para encajar los golpes. Lo que pasa es que, cuando irrumpe la enfermedad, uno descubre a su familiar más allá de ese rol protector. Te muestra sus contradicciones, lo ves como una persona que tiene sus propios dolores, sus propias miserias, sus propios tormentos… y eso te completa la imagen.
Si pudieras tener cinco minutos más con él, ¿de qué hablaríais?
Sería una conversación como todas las demás. Nuestras charlas siempre versaban sobre la cotidianidad. Nacían del interés genuino por saber cómo está el otro. Es verdad que en ese ejercicio tan simple se cuelan otros temas más trascendentales, pero no hay nada que yo desearía más que poder preguntarle a mi padre si está bien. Creo que no hay nada más importante que eso.
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