Madrid
Si viviese Hobsbawn, quizá hiciese una revisión de su tesis a la luz de lo acontecido en lo que llevamos de siglo XXI. Posiblemente podría concluir que el siglo XX, al revés de lo que creyó, fue un siglo largo que todavía no ha acabado, y que se podría dividir netamente en tres partes muy diferenciadas, además del citado periodo de conflictos bélicos. La primera sería la de los "treinta gloriosos" (1945-1975), la época de mayor crecimiento del capitalismo con mayor equidad, los años de la hegemonía keynesiana, del "capitalismo de rostro humano". La segunda etapa dura desde finales de los años setenta hasta la Gran Recesión de 2007; es la época de la revolución conservadora, la treintena opulenta, tiempo de consumismo desaforado en la que hubo un momento en el que parecía que la codicia producía resultados. Aumentó espectacularmente la desigualdad, pero en lo básico fue porque los ricos se escaparon, incrementaron mucho más la renta, la riqueza y el poder que el resto. Pero ese resto, a trancas y barrancas, siguió mejorando y aumentaron los efectivos de las clases medias de todo el mundo. Se vivía de un simulacro: vosotros os lleváis la mejor tajada pero nos proporcionáis trabajo y un cierto progreso. Aumentó la desigualdad pero se redujo la pobreza en el mundo.
La tercera fase está muy bien reflejada en el informe de Oxfam. Comienza en 2007 y no sabemos cuando podrá darse por finalizada. En ella ha habido un crecimiento exponencial de la desigualdad y de la pobreza. En este caso, las razones están más basadas en el hecho de que las recién creadas clases medias han visto detenerse la escala social que en que los ricos hayan multiplicado sus beneficios (que los han multiplicado, aunque no tanto como en la etapa anterior). Muchas de aquellas personas que se sintieron parte del progreso y de las clase medias forman parte ahora de ese grupo que el Banco Mundial denomina "los vulnerables" o el "precariado": familias que mejoraron pero que han perdido de modo acelerado parte de lo avanzado. La combinación es letal: más desigualdad, más pobreza.
Se ha reducido la capacidad distributiva de los Estados y, por tanto, aumenta la desigualdad
El resultado es que se ha reducido la capacidad distributiva de los Estados y, por tanto, aumenta la desigualdad. Se ha permitido una fuerte acumulación de los ingresos, la riqueza y el poder en una élite económica que cada vez se escinde más del resto (que sufre fuertes tasas de desempleo, devaluaciones salariales, inseguridad en el trabajo y una reducción de la protección social) y que no quiere solidarizarse con la distribución del gasto público. Así es como se ha hecho tan popular el eslogan de "Somos el 99%", frente al 1% restante.
Y ello es lo que ha dado lugar a la crisis de legitimidad y de representación del sistema, que estamos observando por todas partes. La política y la economía inextricablemente unidas. Como las cerezas.
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