Bela Jordán tiene 80 años y vive en una estancia familiar a orillas del Río Paraná en el interior de Argentina. Viuda aristocrática, dedica su tiempo al ocio activo: lee a orillas del río, arma rompecabezas de 2000 piezas, corta el pasto en tractor y navega en Internet con su laptop. Con la energía física de una adolescente y la sabiduría de una anciana, ella se enorgullece de nunca haber entregado su tiempo a la sociedad de consumo y describe la vejez como “la época más linda de su vida”.
Bela mantiene permanentes conversaciones con Cata, su mucama, en un debate sorprendente de cosas fundamentales y triviales. Mientras Cata cocina, ambas reflexionan sobre la vida y la muerte a medida que Bela se va revelando como alguien lúcido y autoritario, encantador y despiadado, tacaño y bon vivant a la vez.
Cesar, el peón de la estancia, es solitario y misterioso. El sueña con encontrar la mujer de su vida y merodea la casa espiando a Bela con el miedo obsesivo de encontrarla muerta. Su pasividad y sus miedos son mudos, ya que así como Cata es una voz que nunca aparece en cámara, Cesar es una presencia que no habla.
Como las piezas de los rompecabezas que Bela arma, el universo de estos tres seres se va desplegando poco a poco y el tiempo progresa fragmentado en un exuberante entorno que se revela de a pedazos.
Todo parece encajar cuando Bela recuerda la primera vez que escuchó la palabra diletante y pensó que eso quería ser cuando fuera grande: “ alguien sin otra ambición en la vida que la diversión”
Este íntimo retrato que comienza en Holanda, es realizado por su hija, quien regresa a la Argentina después de 20 años, cerrando un recorrido personal e inmortalizando la anárquica condición de su madre.
Bela mantiene permanentes conversaciones con Cata, su mucama, en un debate sorprendente de cosas fundamentales y triviales. Mientras Cata cocina, ambas reflexionan sobre la vida y la muerte a medida que Bela se va revelando como alguien lúcido y autoritario, encantador y despiadado, tacaño y bon vivant a la vez.
Cesar, el peón de la estancia, es solitario y misterioso. El sueña con encontrar la mujer de su vida y merodea la casa espiando a Bela con el miedo obsesivo de encontrarla muerta. Su pasividad y sus miedos son mudos, ya que así como Cata es una voz que nunca aparece en cámara, Cesar es una presencia que no habla.
Como las piezas de los rompecabezas que Bela arma, el universo de estos tres seres se va desplegando poco a poco y el tiempo progresa fragmentado en un exuberante entorno que se revela de a pedazos.
Todo parece encajar cuando Bela recuerda la primera vez que escuchó la palabra diletante y pensó que eso quería ser cuando fuera grande: “ alguien sin otra ambición en la vida que la diversión”
Este íntimo retrato que comienza en Holanda, es realizado por su hija, quien regresa a la Argentina después de 20 años, cerrando un recorrido personal e inmortalizando la anárquica condición de su madre.
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