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lunes, 22 de mayo de 2023
Del Blog Mujeres Geniales WISLAWA SZYMBORSKA
Wislawa Szymborska, la poetisa de las preguntas importantes
Wislawa Szymborska (1923-2012) fue premio Nobel de Literatura 1996.
En 2012 se nos fue esta gran poeta polaca y todo un mito en su país, que ganó en 1996 el Premio Nobel de Literatura por el conjunto de su obra.
Ella, con el sentido del humor que la caracterizaba, llamaba a ese premio «la catástrofe», pues perturbó su sencilla existencia en un espartano piso sin ascensor en un suburbio de Cracovia, ciudad de la que no se había movido desde que su familia emigró allí cuando ella tenía ocho años. Achacaba a su signo zodiacal, Cáncer, su escasa afición a viajar, y allí, en su piso de Cracovia, trabajaba todos los días en sus poemas.
La poesía de Wislawa Szymborksa es aparentemente sencilla (siempre trata de evitar las palabras arcaicas y grandilocuentes), con una mirada filosófica profunda, que suele incluir un humor algo irónico. Utiliza la rima raras veces, aunque ha demostrado poder lograr rimas impresionantes. En sus versos, nada es superfluo, nada sobra y no se repite ni en temas, ni en símbolos, ni en fórmulas.
Durante años publicó sus chispeantes notas en una sección de los periódicos. Allí comentó a Jung y a Montaigne, pero también libros de jardinería, pájaros y decoración. No tiene desperdicio su comentario de un manual de ideogramas chinos: «Esposa es una mujer y una escoba; amante, una mujer y una flauta. Desconozco la existencia de un signo que represente el ideal al que nos conducen todas las revistas europeas para mujeres: la fusión de la escoba y la flauta».
Lectora incansable de libros de divulgación científica, de antropología y zoología, curiosamente leía poca poesía. No obstante, su poeta preferido era Rilke; con él comenzó su fascinación por el género.
Aunque decía no escribir sobre la muerte, pues opinaba que es una de las cosas más fáciles de hacer en poesía, porque despierta sentimientos y emociones fáciles, los niños polacos memorizan en la escuela «Un gato en un piso vacío», donde Szymborska nos enseña que, frente a la muerte, todos somos un poco gatos.
Un gato en un piso vacío
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque, ¿qué puede hacer un gato
en un piso vacío?
Trepar por las paredes.
Restregarse contra los muebles.
Parece que nada ha cambiado,
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son esos.
La mano deja pescado en el plato;
tampoco es la que lo ponía.
Hay algo que no empieza
a la hora de siempre.
Algo no sucede
como debería.
Alguien estaba aquí, estaba siempre,
y de repente se fue
y se empeña en no estar.
Se ha buscado ya en los armarios,
se han recorrido los estantes.
Se ha comprobado bajo la alfombra.
Incluso se ha roto la prohibición
de esparcir papeles.
¿Qué más se puede hacer?
Dormir y esperar.
Ya verá, cuando regrese,
ya verá, cuando aparezca.
Se enterará de que no son maneras
de tratar a un gato.
Se irá hacia él
como quien no quiere la cosa,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de brincos ni maullidos al principio.
Por otra parte, consideraba que el tema más difícil de tratar en poesía es el erotismo y que nunca había leído un poema capaz de trasladar lo que sucede entre dos personas. Se refería al erotismo puro, no al amor como sentimiento, que sí es más fácil de expresar, según ella.
En sus poesías aparecen muchos animales. Wislawa no imaginaba la poesía sin los seres que nos acompañan en la vida: los animales, las plantas e incluso las piedras.
También aparecen muchos sueños en sus poemas, porque decía que escribía sobre la realidad, y los sueños son una parte de la realidad.
Alabanza a los sueños
En mis sueños
pinto como Vermeer van Delft.
Hablo fluidamente griego
y no solo con los vivos.
Conduzco un auto
que me obedece.
Tengo talento,
escribo poemas largos, grandiosos.
Escucho voces
no menos que los grandes santos.
Se sorprenderían
de mi virtuosismo en el piano.
Floto en el aire como se debe,
es decir, por mí misma.
Si caigo del techo
puedo aterrizar suavemente en el verde césped.
No me es difícil
respirar bajo el agua.
No me puedo quejar:
he logrado descubrir la Atlántida.
Me complace que justo antes de morir
siempre me las arreglo para despertar.
Inmediatamente tras el estallido de la guerra
me vuelvo a mi lado favorito.
Soy, mas no necesito ser,
hija de mi tiempo.
Hace unos pocos años
vi dos soles.
Y antes de ayer un pingüino,
con toda claridad.
En su discurso al recibir el Nobel, reconoció que estimaba dos pequeñas palabras: «no sé». De hecho, sus lemas de cabecera eran el de Montaigne, «¿Qué sé yo?»,” y el de Sócrates, «Solo sé que no sé nada». Afirmaba que el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente «no sé».
También, en ese mismo discurso, afirmaba que en la vida cotidiana usamos expresiones como «la vida común», «los acontecimientos comunes»”. Sin embargo, en la lengua de la poesía, donde se pesa cada palabra, ya nada es común. Ninguna piedra y ninguna nube sobre esa piedra. Ningún día y ninguna noche que le suceda. Y sobre todo, ninguna existencia particular en este mundo.
Falta de atención
Ayer me porté mal en el cosmos.
Viví todo el día sin preguntar por nada,
sin sorprenderme de nada.
Realicé acciones cotidianas,
como si fuera lo único que tenía que hacer.
Aspirar, espirar, un paso tras otro, obligaciones,
pero sin pensamientos que fueran más allá
de salir de casa y volver a casa.
El mundo podría ser tenido por un mundo loco
y yo lo tuve para mi propio y trivial uso.
Ningún cómo, ningún por qué,
o de dónde ha salido este,
o para qué quiere tantos impacientes detalles.
Fui como un clavo superficialmente clavado a la pared,
o
(aquí una comparación que no se me ha ocurrido).
Uno tras otro se fueron sucediendo cambios
incluso en el limitado campo de un abrir y cerrar de ojos.
En la mesa más joven, con una mano un día más joven
había pan de ayer cortado de forma distinta.
Las nubes como nunca y la lluvia como nunca,
porque era con otras gotas que llovía.
La Tierra giraba sobre su eje
pero en un espacio abandonado para siempre.
Duró sus buenas 24 horas.
1440 minutos de ocasiones.
86.400 segundos que mirar.
El cósmico savoir-vivre
aunque calla sobre nuestro asunto,
exige, sin embargo, algo de nosotros:
una cierta atención, un par de frases de Pascal
y una sorprendente participación en este juego
de reglas desconocidas.
En cuanto a su visión de la importancia de la mujer en el mundo, esta se ve reflejada en el poema Vermeer.
Vermeer
Mientras esa mujer del Rijkmuseum
con esa calma y concentración pintadas
siga vertiendo día tras día
leche de la jarra al cuenco
no merecerá el Mundo
el fin del mundo
EPITAFIO
Aquí yace, como la coma anticuada,
la autora de algunos versos.
Descanso eterno
tuvo a bien darle la tierra,
a pesar de que la muerta
con los grupos literarios no se hablaba.
Aunque tampoco en su tumba encontró
nada mejor que una lechuza, jacintos y este treno.
Transeúnte, quita a tu electrónico
cerebro la cubierta
y piensa un poco en el destino de Wislawa.
Obra
Por eso vivimos.
Preguntas a mí misma.
Llamando al Yeti.
Sal.
Mil alegrías, un encanto.
Si acaso.
El gran número.
Gente en el puente.
Fin y principio.
De la muerte sin exagerar.
No sé qué gente. Discurso ante la Academia Nobel.
Paisaje con grano de arena, antología.
El gran número. Fin y principio y otros poemas.
Lecturas no obligatorias.
Instante.
Poesía no completa, antología.
Dos puntos.
Amor feliz y otros poemas.
Hasta aquí.
domingo, 14 de mayo de 2023
martes, 9 de mayo de 2023
lunes, 8 de mayo de 2023
Medicina occidental
“La medicina occidental és molt bona tractant malalties, menys bona tractant pacients i no és bona en absolut tractant persones” G.N. Levine
LA MEDICINA OCCIDENTAL ES MUY BUENA TRATANDO ENFERMEDADES, MENOS BUENA TRATANDO PACIENTES Y NO ES BUENA EN ABSOLUTO TRATANDO PERSONAS
G N LEVINE
in the same boat Rudy Gnutti
El Cine Rívoli proyectará el próximo martes, a las 19:00 horas, el documental ‘In the same boat’ (2016), dirigido por Rudy Gnutti | El cineasta participará en un coloquio posterior, organizado por el Cercle d’Economia de Mallorca, en compañía del economista Guillem Castells
Rudy Gnutti en su casa de Roma, donde reside actualmente después de haber pasado 35 años en Barcelona.
Rudy Gnutti en su casa de Roma, donde reside actualmente después de haber pasado 35 años en Barcelona.
Enrique FuerisPalma07/05/23 0:29Actualizado a las 08:56
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Antropólogo cultural, músico, documentalista... Rudy Gnutti (Brescia, Italia, 1963) lleva toda su vida trabajando en lo que le gusta, aunque eso, reconoce, sea un lujo cada vez más exclusivo y más alejado de las posibilidades de las nuevas generaciones. La preocupación por el futuro del trabajo es el hilo conductor de In the same boat, el documental que se proyectará el próximo martes, a las 19:00 horas, en el Cine Rívoli de Palma antes de un coloquio, organizado por el Cercle d’Economia de Mallorca, en el que participará el propio Gnutti. Renta básica, semana laboral de cuatro días o robotización del empleo son cuestiones abordadas ya entonces por la película y que han cobrado mayor vigencia si cabe a día de hoy.
Han pasado siete años desde ‘In the same boat’ ¿Qué cambiaría o añadiría si la hiciera ahora?
Son siete años más hacia un futuro tecnológico. Hoy se ve una desigualdad cada vez mayor y un declive de la clase media en América y Europa. Una de las razones es que la revolución tecnológica está desplazando tareas que normalmente hacía la clase media, aparte de los trabajos más manuales que ya se habían automatizado.
¿El trabajo dignifica?
Entiendo que sí. El trabajo nos mantiene distraídos de la pregunta fundamental que nos hacemos en este mundo: «¿Por qué?». Pero no solo el trabajo. Zigmund Bauman dijo que la definición de felicidad se acerca mucho a tener un problema solucionable y solucionarlo. Esto es lo que cotidianamente nos da un sentido. Nuestra civilización se ha creado un juego que es el trabajo, que es además polifacético: sirve para distribuir la riqueza, para sentirse mejor, para tener relaciones sociales... El gran problema que tenemos ahora es que está fallando en la distribución de la riqueza.
¿Cada generación lo va a tener peor que la anterior a partir de ahora?
Sí. El problema que tenemos ahora, los jóvenes lo están teniendo de forma mucho más aguda. Les afecta de lleno ese lento desplazamiento de los trabajos más retribuidos e intelectuales a trabajos de servicios cada vez peor pagados que incluso ni el empresario quiere gastar dinero en automatizar: paga tan poco al trabajador que ni le sale a cuenta poner un robot. Por un lado se quejan de que hay gente que no quiere trabajar y por otro siguen pagando una miseria. El hecho de no encontrar mano de obra tendrá que hacer cambiar a los empresarios en ese sentido. Pero además, los jóvenes lo van a tener muy duro si no tienen otros ingresos que los del trabajo, aun con aumento salarial.
¿Es por eso que defiende una renta básica universal?
Sí, porque la renta básica universal no es para vagos que no quieren trabajar, es simplemente algo inevitable. Vamos delegando casi todas las tareas a las máquinas y tendremos que crear una renta básica para los ciudadanos. Lo dijo Elon Musk hace poco: no es que sea positivo ni negativo, es lo que es. Pero antes que una renta básica propondría que el Estado recaudara -con impuestos a las empresas que tienen más beneficios- para conseguir que se organice y se reparta mejor el trabajo y la gente trabaje menos horas. Es importantísimo que suban los sueldos pero el cambio verdadero tiene que ser razonado a nivel global. Hoy día no hay otra vía que ser internacionalista.
Entonces cree que también es inevitable el paso a la semana laboral reducida.
Sí, porque no es solo una cuestión de justicia social, es una cuestión de funcionalidad. Le explico. Años 50 en las fábricas de Ford: el sistema fordista decía «yo pago mejor a mis trabajadores porque así ellos son los primeros compradores de mis coches». Los jóvenes ahora no pueden permitirse ni el coche, ni la vivienda, ni nada. Al empresario ya no le faltarán trabajadores, le faltarán consumidores. Si la mayoría de la gente no tiene dinero para comprar, la crisis está asegurada. Es lo que hay que entender, se necesita un feedback continuo entre productor y consumidor que si se rompe irá mal para todos.
¿Se ha globalizado la Gran Dimisión?
Nadie acaba de entender bien lo que está pasando. Nadie esperaba que tanta gente dejara el trabajo en EE.UU. Las cosas están cambiando. Si tenemos una tecnología que nos puede sustituir no puede ser que los jóvenes se queden solo con trabajos que son insoportables. Hay que pagar mucho mejor estas tareas y esa es la causa por la que creo que no encuentran personal. Se está generando un desorden increíble y la tecnología es causa importante.
¿La Inteligencia Artificial cambiará más el trabajo de lo que lo hizo la revolución digital?
Una profesora de IA que entrevisté en Italia me dijo que estamos tan adelantados que estamos llegando a un punto muy cercano del gran «¡guau!». Los científicos hicieron un manifiesto para parar todo seis meses porque vamos a vivir tantos cambios tan radicales y en tan poco tiempo que hay que darle un tiempo a la sociedad para que los asimile. Tenemos por delante una revolución más potente que la industrial o la digital. En la enseñanza va a crear todo un problema que no sé cómo se va a solucionar. Tenemos que manejarlo con mucho cuidado porque ya han llegado las máquinas que iban a hacer todo el trabajo que predijeron los atenienses clásicos. Estamos dando un salto hacia adelante espectacular pero sin saber las consecuencias.
Keynes era en el fondo un optimista. ¿Usted también?
Sí y no. Él ya dijo claramente en los años 30 que íbamos a tener un gran problema. Decía: cuidado, porque la vida con menos empleo puede ser muy bonita, pero el único ejemplo que conozco de gente con renta básica son las mujeres de los empresarios; y la mayoría son cocainómanas y alcohólicas. Conocía perfectamente los peligros. Hoy no sé si podemos ser tan positivos como él era. Keynes pensó en un futuro a largo plazo y ese futuro ha llegado. Hay que tener cuidado.
El dato
Estudió antropología cultural, pero ha dedicado toda su vida profesional a la música y al cine y la televisión.
Ahora está enfrascado en un documental sobre el economista John Maynard Keynes.
Fue alumno del mítico compositor Ennio Morricone en la Accademia Musicale Chigiana, en Siena.
El director de fotografía en ‘In the same boat’ es el mallorquín Fèlix Bonnin.
Originalmente, Gnutti había compuesto la banda sonora del documental para ‘Pa negre’, de Agustí Villaronga, pero decidió que no acababa de encajar con el tono de la película y abortó la colaboración con el cineasta mallorquín aconsejando a éste que explorara otras opciones. Posteriormente, rescató la composición para 'In the same boat'.
domingo, 7 de mayo de 2023
sábado, 6 de mayo de 2023
viernes, 5 de mayo de 2023
Marguerite Yourcenar
"Nunca sabrás que tu alma viaja
Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,
Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,
Impedirá que hayas existido.
Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,
Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu claridad.
El lago pensativo al fondo del paisaje
Me vuelve a hablar de tu serenidad.
Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,
Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo
Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino
Ni que tu voz aún traspasa mi alma.
Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;
Aún vives un poco porque yo te sobrevivo".
jueves, 4 de mayo de 2023
una inteligencia que no nos ayude a vivir , no nos sirve
- Jesús Quintero: "Señor Gala, ¿qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?"
- Antonio Gala: "En principio yo le diría: irse a una playa. Pero en el fondo, de verdad, tengo que decirle que salir de esta especie de laberinto en que nos han metido, una vida que no es la nuestra y que no es la mandada. Que es una organización que necesita esclavos para seguir manteniendo la pura organización que necesita esclavos, y así hasta el final. Salirse de esa cadena terrible, desencadenarse. A riesgo de la soledad, a riesgo de la falta de comprensión, pero irse un poco al campo, en el mejor de los sentidos. Salir de esa extraña y monótona esclavitud de cada día. Darle a cada día su propio afán, pero también su propia sonrisa, su propio gozo, su propio color, su propio aroma. Eso es la inteligencia. Porque una inteligencia que no nos ayude a vivir, no la quiero. No me sirve para nada. No creo que le sirva para nada a nadie".
martes, 2 de mayo de 2023
Las lecciones de Tolstói en la facultad de Medicina
CAMBIOS EN LAS CARRERAS CIENTÍFICAS
La UPF propone una materia optativa de Humanidades para “devolver el alma a la profesión”
Carina Farreras
Barcelona
22/04/2023 06:00 Actualizado a 22/04/2023 06:28
Tiene cáncer, lo siento”, diagnosticó el médico de urgencias a un paciente que llegó al hospital con dolores. Lo que siguió fue el silencio. Ahí se quedó el enfermo, Andrés, con su mujer, sin saber qué decir, qué pensar, en caída libre a un vacío existencial, con su vida abruptamente interrumpida. “En un segundo se paraliza el mundo, la vida familiar y social, los sueños, los planes de futuro, pasa por tu cabeza todo lo que sabes que ya no harás...”, explica Elena, ya viuda, a una audiencia de estudiantes de 19 años que cursan 2.º de Medicina en la Pompeu Fabra y que siguen la optativa de Humanidades.
Afortunadamente, los tres años que Andrés vivió con el cáncer tuvo médicos empáticos y compasivos, como el cirujano gástrico Manuel Pera, jefe de cirugía gastrointestinal en el hospital del Mar y director de la asignatura. “Siempre estuvo allí, los fines de semana, los festivos, era un alivio verle entrar en la habitación. Siempre encontró las palabras justas para hablarnos”. O la doctora que atendió a Andrés en sus últimos momentos, de la que solo recuerda que se llama Sofía, que le aligeró de la carga de decidir ante la posibilidad de alargar con medios externos la vida y el sufrimiento de su marido: “Me pasó el brazo por los hombros y me dijo: ‘Tranquila, aquí soy yo quien toma las decisiones’”.
El 70% de alumnos de 2º curso de la UPF, unos 40 jóvenes, se ha apuntado a esta asignatura trimestral
El relato de Elena impacta a los jóvenes que, por edad, probablemente tengan pocas experiencias sobre enfermedad. “La empatía, la humanidad, se cultivan”, les explica el cirujano Pera, impulsor de esta materia optativa, junto a Joaquim Gea, catedrático de fisiología y jefe emérito del servicio de neumología del mismo hospital, y Jonathan McFarland, presidente de la asociación The Doctor as Humanist. El objetivo de este movimiento internacional es “restaurar el alma en la medicina”, introduciendo filosofía, literatura, arte, además de mostrar buenos referentes médicos.
“Arte y medicina siempre fueron juntos hasta que se tecnificó la profesión y el médico fue alejándose del paciente”, resume brevemente McFarland, profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, que cree que cada vez más el ordenador se interpone entre médico y paciente.
La carrera, enfocada a los aspectos técnicos y científicos, no atiende otros, como la relación con el paciente
Pera sigue explicando a los estudiantes: “En pocas relaciones profesionales el acceso a la intimidad es tan rápido. El paciente otorga un acto de confianza, lo que comporta una gran responsabilidad al médico. Hay que escuchar bien, no solo datos clínicos, para saber acompañar. Tenéis que leer literatura para comprender las historias –no clínicas– que hay detrás de cada paciente y encontrar siempre las palabras adecuadas”, les aconseja.
Los alumnos trabajarán durante el trimestre La muerte de Iván Ilich , de Tolstói, obra ejemplar sobre la relación de un médico y un juez enfermo de muerte que expresa sus miedos e inquietudes, su vulnerabilidad ante el dolor y el sufrimiento que le provoca la inminencia de su muerte y la desafección de su familia.
Pero hay otras joyas literarias, como Ebrio de enfermedad , de Anatole Broyard (La Uña Rota), o Confesiones , de Henry Marsh (Salamandra), que refleja la ambivalencia de dar seguridad al paciente mientras se gestiona la incertidumbre de la enfermedad. Y ensayos específicos.
El doctor Pera les lee un poema del sevillano Jacobo Cortines que habla de espacios fríos, salas de espera, pasillos de cristal y cuadros asépticos.
Un alumno levanta la mano, considera que todas estas recomendaciones son de sentido común. El cirujano le responde que los estudios de Medicina son exigentes, tienen un cariz técnico y científico importante, que requiere un gran esfuerzo por parte del estudiante, que termina desatendiendo muchas actividades literarias y artísticas.
La carrera, además, desatiende –a su juicio– aspectos importantes como la relación que se establece con el paciente o la asunción de la incertidumbre. “Las máquinas no lo podrán todo”. El riesgo es tratar patologías y no pacientes, les dice.
“Leer os ayudará a comprender la historia que hay tras el paciente y a encontrar las palabras adecuadas”
“Y luego, el mundo laboral, con días interminables, listas de espera inasumibles, guardias... un sistema sumamente hostil en el que sucumben muchos médicos, que están quemados”. Contra todo eso, alega, “no podemos claudicar, si hay que dedicar diez minutos más, hagámoslo”. “¿Y eso no desgasta?”, pregunta un chico. “Tiene un coste, pero también una satisfacción”.
El 70% de los estudiantes de 2.º de la UPF se han matriculado en esta asignatura. En ella participará David R. Kopacz, profesor de Psiquiatría y Ciencia del Comportamiento de la Universidad de Washington, que explicará los factores que conducen a la pérdida de compasión. O Susana Magalhaes, investigadora en la Universidad de Oporto, que expondrá la importancia de las narrativas médicas. Precisamente el campus de Oporto ofrece como optativa Introducción a la Poesía y la Música, impartidas por el poeta João Luís Barreto Guimarães y la directora de orquesta Ariana Dantas, también guitarrista.
La Universidad de Oporto ofrece a los futuros médicos la materia de Poesía y Música
La introducción a las humanidades en carreras científicas es aún tímida con relación al impacto previsto que tendrá la revolución digital en las profesiones en pocos años. La filósofa Marina Garcés, en el reciente foro Universidad y Cultura, organizado por Ministerio de Universidades, celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, resaltó el divorcio entre profesión y cultura y entre conocimiento y cultura. Y el riesgo de que las ciencias estén sometidas a un excesivo cientificismo, desposeídas de otros conocimientos, lo que conformará una sociedad distinta de la actual.
Algunas universidades están abriéndose camino, integrando la cultura, el arte y la ética. La Universitat Politècnica de Catalunya (UPC) abrió el área de UPC-Arts que trabaja para acercar la cultura desde múltiples perspectivas e incluye contenidos curriculares (los alumnos pueden cursar créditos del máster Retos Contemporáneos de la UOC) y se está impulsando el desarrollo de doctorados industriales en entidades culturales. También la Carlos III tiene presente la necesidad de flexibilizar los estudios. Así, sus alumnos, de cualquier especialidad, están obligados a realizar unos créditos en humanidades, dentro o fuera del campus.
RECUPERAR EL TIEMPO DE LA VIDA
Ethic
OPINIÓN
En esta sociedad hiperproductiva, todas las actividades han quedado supeditadas a los estándares de la productividad. Detenerse sin ningún motivo, hoy, también es rebelarse.
Artículo
Carlos Javier González Serrano
@aspirar_al_uno
En nuestra sociedad hiperproductiva, en la que cualquier actividad ha quedado supeditada a los estándares de la rentabilidad, la dinámica propia del consumo y a una vertiginosa y anestesiante rapidez, pasear o deambular sin ningún tipo de finalidad puede parecer una rareza. Nos desplazamos para ir al trabajo o a nuestro centro de estudios, para acudir a terapia o para reunirnos con nuestros amigos. El «para» –es decir, la utilidad y el provecho– es el nuevo ídolo de nuestro tiempo: nada se hace sin que eso que se hace encierre un beneficio determinado.
Esta percepción de la realidad como un escenario en el que siempre se gana o se pierde lo ha convertido, a su vez, en un lugar inhóspito y hostil, en el que todos somos enemigos y donde las circunstancias se presentan como una oportunidad para lograr el éxito y el progreso esperados del sujeto, amenazado por las voraces y acechantes fauces del continuo rendimiento. O visto desde el prisma complementario, donde todos estamos a un paso del fracaso –considerado este como una no adaptación a lo exigible–, a las expectativas depositadas en el individuo contemporáneo: eficacia, fama, dinero.
A este respecto, el filósofo Byung-Chul Han se ha mostrado contundente. Como defiende en Psicopolítica, Somos conscientes prisioneros que, bajo una entusiasta ilusión de libertad, se autoexplotan: «Se explota todo aquello que pertenece a prácticas y formas de libertad, como la emoción, el juego y la comunicación. […] La explotación de la libertad genera el mayor rendimiento». Fundamentalmente, porque es una esclavitud libremente asumida: un sometimiento aceptado del que no nos podemos liberar salvo que queramos quedar atrás: «Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona». Ya antes que Han lo había denunciado el alemán Peter Sloterdijk en su breve ensayo, Estrés y libertad, donde se refiere a un malestar «que impregna nuestro ser en la civilización técnica de un sentimiento de fugacidad cada vez más intenso. Este sentimiento es indisociable de que nuestra sociedad está estresada a causa de su autoconservación, que exige de nosotros un rendimiento insólito».
«Esta percepción de la realidad como un escenario en el que siempre se gana o se pierde lo ha convertido la vida en un lugar inhóspito y hostil»
Incluso la felicidad, como ha señalado con mucho acierto la investigadora Sara Ahmed en La promesa de la felicidad (Caja Negra), ha quedado transformada en un instrumento: «Nos hacemos felices como si se tratara de una adquisición de capital que nos permite, por su parte, ser o hacer esto o aquello, e incluso conseguir esto o aquello». De este modo, apunta Ahmed, la felicidad «afectiviza normas e ideales sociales, generando la idea de que la proximidad relativa a estas normas e ideales contribuiría a alcanzar la felicidad».
Al tratar de realizar un diagnóstico de nuestra época, siempre recuerdo una emocionante y muy elocuente anotación en el diario –recogida en Diarios (Lumen)– de Alejandra Pizarnik, en la que relata su incursión en una librería cuando apenas tenía 18 años. Merece la pena reproducir por entero sus palabras, que contienen un certero análisis de nuestra época: «Entro en una librería desconocida. Me dirijo a los anaqueles coloreados, llena de curiosidad y tensa de emoción. La esperanza de hallar algo nuevo es quebrada por la voz del empleado que me pregunta qué títulos busco. No sé qué decirle. Al fin, recuerdo uno. No está. Hubiese querido seguir mirando, pero sentía sobre mí el peso de esa mirada comerciante, tan estrecha y desaprobadora ante alguien que no sabe lo que quiere. ¡Siempre lo mismo! ¡Siempre hay que aparentar la posesión de un fin! ¡Siempre el camino rectamente marcado!».
Esa librería representa nuestro mundo. Un mundo que ha quedado desprovisto (porque se ha olvidado) de los valores que trascienden lo puramente pecuniario y productivo. Pizarnik es la resistencia, y debemos apoyarla de manera militante. Al igual que en esa librería en la que la escritora argentina buscaba libertad y sólo encontró la «mirada comerciante», una estrecha visión que todo lo mercantiliza y emplea para extraer un rendimiento, la realidad humana ha sido mediatizada por los engranajes y la retórica del mercado, hasta el punto que incluso nos referimos a nuestra vida anímica con terminología empresarial: «rentabilizar las emociones», «gestionar los afectos» o «maximizar las potencialidades».
No se trata de negar ingenua y puerilmente los beneficios de contar con una –siempre debidamente contenida– libertad de mercado o proclamar la necesidad de una rebelión contra el establishment. De hecho, la existencia de esa librería de la que habla Pizarnik es resultado de ciertas condiciones económicas. Consiste, más bien, en recuperar y reivindicar para nuestra vida unos tiempos que son distintos a los propios de las dinámicas económicas. A este respecto, conviene traer a colación un esclarecedor fragmento de Erich Fromm recogido en El miedo a la libertad muchas décadas antes que los mencionados textos de Han y Sloterdijk: el individuo contemporáneo se ha «transformado en el esclavo de la máquina que él mismo construyó». Y añade: «Las actividades económicas son necesarias; hasta los ricos pueden servir los propósitos divinos, pero toda actividad externa sólo adquiere significado y dignidad en la medida en que favorezca los fines de la vida».
«El reloj y las agendas se han convertido en dos de los fetiches de nuestra época»
Inmersos en este panorama, caminar sin rumbo se ha convertido en un acto político, en una reivindicación de nuestra libertad y en una reclamación de nuestro espacio de independencia y autonomía. También amar despreocupadamente o, sin más, no hacer nada. En absoluto. Permitirse, como recomendaba Rousseau en Las ensoñaciones del paseante solitario, hacer caso omiso del tumulto exterior y prestar atención a nuestro mundo interior: perdernos en nosotros mismos.
Y es que las cosas más importantes de la vida suelen discurrir despacio. La generosidad, la amistad, el amor, el paseo o la lectura piden y necesitan tiempos ajenos a la dinámica del consumo y de la inmediatez: exigen de nosotros una lentitud que a veces no permitimos. El reloj y las agendas se han convertido en dos de los fetiches de nuestra época: los miramos o consultamos mientras comemos, en una cita con nuestras amistades, y llegamos a hacer deporte bajo el imperativo de los tiempos (y de la productividad); incluso se charla y hasta se hace el amor midiendo los tiempos. Pero la lectura, el amor, el diálogo o el paseo tienen sus propios tiempos. No dan su fruto si no se da tiempo a que aquel madure. El tiempo del camino, del tránsito, del itinerario o del paso ha sido eclipsado por la tiránica inmediatez, por el presentismo y por una vida vivida en presente continuo, en un no-tiempo en tanto que cualquier instante es un ahora despótico que contiene su propia exigencia: no cabe la dilación, no hay tiempo para la espera. No nos damos el tiempo que la vida exige al tiempo.
El tiempo que los griegos llamaron aión (αἰών, eternidad) materializado en el momento oportuno (καιρός). En ese momento, como apuntó muy bellamente Plotino, la vida (βιοζ) se convierte en el espacio de lo sagrado (τὸ ἱερόν), de todo cuanto no está sujeto al interés y la inmediatez. El cerebro se adapta con plasticidad a los tiempos que le exigimos. Pero algo va mal cuando nos sentimos acelerados, con ansiedad, presas del imperativo por producir incesantemente. Por eso, parar, detenerse, crear espacio para integrar ritmos más pausados… significa rebelarse. Para encontrar tiempo para la eternidad.
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