En ese escenario Wiringa, Irving, Petigrew y Kumpunen consideran oportuno recordar los argumentos de
Tim Jackson en su
Prosperity without growth: “
estamos profundamente condicionados por l lenguaje de la eficiencia. El producto lo es todo. El tiempo es dinero. La preocupación por el aumento de la productividad laboral genera toneladas de literatura académica, obsesiona a Consejeros Delegados y Ministros de Hacienda de todo el mundo. Por supuesto para algunas actividades tiene sentido. Pero hay otras en donde no cuadra en absoluto: ¿qué sentido tiene obligar a nuestros maestros a enseñar en clases cada vez más abarrotadas?, ¿ O presionar a nuestros médicos a atender a un mayor número de pacientes por hora? ¿ Obligar a nuestras enfermeras a correr de cama en cama sin ser capaces de sentir empatía ni ofrecer consuelo? El agotamiento de la compasión es uno de los azotes crecientes en las profesiones destinadas a brindar cuidado, acosados por absurdos objetivos de productividad. Pongamos otro ejemplo: ¿Qué conseguiríamos si obligáramos a la London Philarmonic a tocar la Novena de Beethoven cada año más deprisa?”
Las políticas implantadas en este país en los dos últimos años, con la dirección inflexible de la derecha y el silencio cómplice de la izquierda , son buen ejemplo de ello: aumento del número de alumnos por aula, profesores medidos por indicadores de productividad académica en revistas de impacto, amortización sistemática de plazas de medicina de familia porque no es posible salirse de ese mandamiento grabado en piedra de que no se cubrirán más de un 10% de las plazas vacantes, axioma que aceptaron sin rechistar todos los gobiernos de este país. Menos tiempo por paciente, más pacientes por médico.
Como señala Jackson hay otras formas alternativas de abordar el crecimiento, de volver a”construir una economía del cuidado, la artesanía , la cultura. Y haciendo esto restaurar el valor del trabajo humano y su merecido lugar en el corazón de la sociedad”
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