Perú
26/07/2014
Esa frontera desconocida
Lugar: Moyobamba
Hay un famoso dicho que afirma que "Hasta el rabo todo es toro" y yo podría decir que "Hasta la frontera todo es barro", porque meterse por la frontera de las montañas entre Ecuador y Perú es una locura hermosa. Uno de esos actos conscientes de los que te arrepientes cada día un poco, pero nunca lo suficiente como para abandonar la faena. Salí de Loja con el cielo más despejado que había visto durante los varios días que pasé en esa ciudad, por cierto, alojado por un seguidor en twitter y su amable familia. Atravesé Vilcabamba y no encontré a la misionera que había conocido hacía 12 años atrás y de la que hablo en el documental Kilómetros de Sonrisas. La ciudad que presume de dotar a sus habitantes de larga vida está hoy día llena de turistas (en muchos casos norteamericanos) que se retiran en busca de un buen clima y un ritmo de vida que les haga sacar mayor partido a su pensión de jubilación.
Hace tiempo que descubrí que para disfrutar de los grandes placeres de la vida (amigos, puestas de sol, estrellas fugaces y hasta una cerveza helada tras un día de duro pedal) no hace falta romperse el lomo como un burro, ni dedicar ocho horas de tu vida a un trabajo. Por mucho que te guste el trabajo sigue siendo una obligación y no tiempo libre. Ahora en Vilcabamba los jubilados de oro se reúnen a las once de la mañana para tomar una cerveza y recordar, entre amigos nuevos o viejos, los cincuenta años que se la pasaron trabajando hasta llegar a ese bar de este pueblito de Ecuador. Morirán de un infarto con la cuenta bancaria llena de ceros. Podían haber llegado a ese mismo bar muchos años antes pero deseaban hacerlo con la seguridad que da el dinero en el banco. Falsa seguridad, por cierto.
Ese dinero que reciben cada mes por haber trabajado toda su vida. La zanahoria del burro. El ser humano que nace por casualidad en el primer mundo ha sido agraciado con unos, digamos, 75 años de vida (la mitad en muchos países africanos) y se juega gran parte de su tiempo de ocio a una sola carta: la jubilación. En vez disfrutar de ese tiempo durante su juventud y madurez, cuando las fuerzas y la salud aún le acompañan, prefiere emplear toda su energía en trabajar para producir una especie vegetal que no se come pero que se canjea por tiempo: dinero. Si tiene la buena suerte de llegar a los 75 podrá retirarse y disfrutar del dinero que le quede tras pagar médicos y pensiones a su ex mujer e hijos.
Poco atraído por ese ambiente me fui al mercado local a comer un menú con los obreros y continué hacia Yangana. Cuanto más hacia la frontera se va uno más pequeños son los pueblos. En este no había hospital, sólo dos policías que no parecían dispuestos a tener un invitado esa noche. A la salida del pueblo la familia Bermeo sin embargo, sin me convidó a pasar la noche en el porche. Quedaban por delante aún un par de duras jornadas salvando cada día más de 1.000 metros de desnivel. Primero Palanda y luego llegar a Zumba. Ya en Palanda se acabó la nueva carretera y las máquinas trabajan desbrozando el monte para ampliar la actual pista de lodo y piedras. Si las cuestas eran duras en asfalto, con una capa de lodo de veinte centímetros eran ya impedaleables. Por suerte no había llovido en los últimos días y el barro ya se iba secando. Aún así llegué a Zumba empapado de polvo y una mezcla de sudor y barro. Pero lo mejor estaba aún por venir. La última jornada era la más difícil ante la escasez de pueblos y la dureza de las subidas. Algunas de ellas creo no serían posibles ni siquiera en una bici sin equipaje. Ver vídeo en mi canal de youtube. Llegando por fin a la frontera hice uso de todo el freno que me quedaba y aún así, no conseguí parar la bici a tiempo. Sali derecho por la curva y si llega a venir un carro no me hubiera quedado más recurso que gritar para que se apartara.
La frontera de Ecuador es de tal relajo que los funcionarios están jugando al voley. Sin deseos de interrumpir el juego, espere a que terminara un set, para pedirle a un chico de torso desnudo que me sellara el pasaporte para salir. Acto que hizo secándose el sudor con urgencia por miedo a que el segundo set comenzara sin él.
En Perú ya no hay afición a ese deporte y el funcionario se afanaba en terminar un montón de expedientes de exceso de estadía. Y eso que la visa en Perú es de seis meses. Pero este país es más de cinco veces el tamaño de Ecuador.
Celebro la llegada a Perú con un buen asfalto. Las cuestas no son tan pronunciadas y hasta las bajadas las puedo hacer sin frenar solamente inclinando mi cuerpo para negociar las curvas.
En unos días llegué a Jaén y acudí a la tienda de bicicletas El Ciclista. El amigo Lontxo me había dicho que ayudan a viajeros y efectivamente. No me pudieron dar alojamiento pero al menos Miguel, ajustó las dos ruedas que venían dando tumbos por Ecuador. La trasera tiene un golpe que disimuló con otro golpe (este de martillo) y la delantera amenaza con desintegrarse de tanto frenar y frenar. Pero les he pedido que aguanten un poquito más.
Tras unos días de descanso en Jaén (donde celebré mi cumpleaños, gracias a todos los que me habéis felicitado por las redes sociales, MIL GRACIAS) me vuelvo a juntar con otros ciclistas que conocí en casa de Santiago en Tumbaco (Quito). Sol y Guille son colombianos y van también para el sur aunque más despacio que yo. Y Lee es un canadiense que se dirige así mismo al sur pero va más rápido que yo. Su bici debe pesar no más de 35 kgs y la mía algo más de 75 kgs. Imposible mantener su ritmo en las subidas por más que le adelante en las bajadas.
Un enorme trabajo el de plantar arroz
Acampando en el Gallito de las Rocas
Llegué así solo a la impresionante cascada de Gocta a dos horas de caminata del pueblo de Cocachimba. Tratan de impulsar un turismo comunitario con unas reglas un poco difusas aún. Cobran 10 soles por entrada (unos 4 dólares) y te dicen que debes ir con guía (30 soles para un grupo de hasta 10 personas). El camino no está marcado pero es fácil si sigues tu intuición. Discutiendo un poco pueden llegar a redimirte del guía pero no de la entrada. Todos los de la asociación son más o menos parientes y no se observa un ambiente de ave rapiña en su local por más que la cascada de Gocta sea un gran negocio. Hay otro pueblo cerquita del que también se puede ver la cascada, San Pablo, y aquí cobran también 10 soles pero no te imponen el guía. Disfruté del paseo, sin guía, y saqué algunas hermosas fotos no sólo de la cascada sino también de las delicadas flores que crecen en los alrededores.
Ahora giro el manillar de mi bici 180 grados y me voy hacia la selva del Perú. Hacia Iquitos. La razón es que la maravillosa Wendy Ramos me ha invitado al evento que celebran cada año en el barrio de Belén en Iquitos, donde payasos de todo el mundo dan alegría y color a las calles y las gentes de ese lugar con espectáculos en cada esquina. Serán doce días en los que las narices rojas iluminarán la vida de los habitantes de Belén. Más información aquí.
Nos vemos en Iquitos. Paz y bien el biciclown.
Impresionante la visión desde aquí de la cascada de Gocta
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