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lunes, 30 de marzo de 2015
lunes, 23 de marzo de 2015
Lewis Carroll no era una maravilla
La bisnieta de la niña que inspiró el personaje de Alicia publica una novela sobre aquel caso
No hay alrededor ningún conejo blanco que llegue tarde, ni Sombrerero o Gato de Cheshire alguno, pero ahí está sentada y con un té en la mano ¡la bisnieta de Alicia! Es imposible no sentir una instintiva corriente de simpatía por la descendiente de la jovencita que inspiró a Lewis Carroll para crear a la protagonista de Alicia en el país de las maravillas y la continuación de sus aventuras, Alicia a través del espejo.
Vanessa Tait (Wiltshire, 1971), bisnieta de Alice Liddell (Westminster, 1852), es la portavoz de la familia y la autora de una novela que aparecerá en julio, The Looking Glass House, sobre la relación entre Carroll y la niña de 10 años —una relación que ha hecho correr ríos de tinta—. Está contada desde el punto de vista de la institutriz, la señorita Prickett, también un personaje real. Tait ha participado en el festival Kosmopolis en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que ha conmemorado los 150 años del nacimiento literario de Alicia.
“He buceado en los recuerdos y la historia de la familia para escribir la novela, resultado de 10 años de investigación”, explica Tait, una joven atractiva y simpática de aspecto definitivamente nada victoriano pero de soñadores ojos castaños y larga trenza. “He ficcionalizado los hechos y los cuento desde la perspectiva de la institutriz, una mujer naíf a la que Carroll utilizó para acercarse a las niñas Liddell a su cuidado”.
Tait dice que Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson) tenía un lado oscuro, “muy raro”, y está segura de que en la relación del escritor con Alice, a la que convirtió en su heroína, había algo más que sentimientos inocentes. “Carroll era increíblemente encantador pero también muy calculador, hacía que las niñas se lo pasaran muy bien y cautivó a la institutriz”. ¿Qué se cuenta en la familia sobre esa situación? “Mi familia tiene cartas privadas de las que se desprende que Lewis Carroll quería casarse con Alice, aunque nunca hizo proposiciones. En una de esas cartas, de su hermana mayor, Lorina, a Alice, cuando ambas eran ya ancianas, se menciona que el escritor era demasiado afectuoso con esta y la sentaba sobre sus rodillas. La madre de mi bisabuela habló con Carroll del tema del afecto excesivo, que le preocupaba, y este al parecer se enfadó y, ofendido, dejó de acudir a casa de los Liddell. El tema está abierto a muchas interpretaciones”. Ya, pero ¿qué cree ella? “Creo que sí, que la quería, que aspiraba a casarse con Alice —se especula con que pidiera su mano a los 11 años (entonces él tenía 31)—, pero que nunca forzó los límites”. ¿Los nuestros o los victorianos? “Es cierto que los nuestros son mucho más estrictos en lo que a la relación con menores se refiere. Pero yo diría que ni los unos ni los otros”.
¿Qué opina de la afición de Carroll de hacer fotos de niñas desnudas? Por muy amigo de los prerrafaelitas que fuera, eso nos suena hoy a pedofilia... Tait medita la respuesta. “Creo que era un hombre extraño, muy reprimido, con un interés excepcional en las jovencitas, a las que convertía en sus amiguitas ideales, pero no creo que fuera más allá. En todo caso, Alice lo recordó siempre con afecto”.
¿Qué se siente al ser bisnieta de Alicia? “Es fantástico, soy muy afortunada. Considero que me ha tocado una lotería genética, y es muy inspirador para escribir”. ¿Le suceden cosas extrañas? Tait ríe abiertamente. “Definitivamente, te predispone a la vida artística”. ¿Cuándo lee las aventuras de Alicia siente afinidad con el personaje, algo familiar? "Creo que lo realmente fantástico es que todos nos sentimos identificados con Alicia al leer los libros". La bisnieta apunta que el secreto de las novelas, que adora, es que traducen muy bien la extrañeza de la entrada en el mundo de los adultos. "Son verdaderas historias de iniciación, esa es la clave. Por otro lado, el interés del autor por los problemas lógicos y por lo grotesco le añade otras capas fascinantes". ¿Habrá influido en ese mundo extraño la ingesta de sustancias psicoactivas de algún tipo? "Hongos no, pero opio, que se usaba entonces medicinalmente, es posible".
La bisnieta dice que, pese a que fuera un hombre tan complejo, no dudaría un momento en abrirle la puerta a Lewis Carroll. “Le daría las gracias por escribir un libro que cambió mi vida y lo invitaría a una taza de té”.
Antes de despedirnos le ofrezco unas galletas que he comprado en un colmado marcadas como Magic Creams. A ver qué pasa. Le hace mucha gracia, pero no las toca. “Suelo dárselas a probar a alguien antes”, bromea.
Vanessa Tait (Wiltshire, 1971), bisnieta de Alice Liddell (Westminster, 1852), es la portavoz de la familia y la autora de una novela que aparecerá en julio, The Looking Glass House, sobre la relación entre Carroll y la niña de 10 años —una relación que ha hecho correr ríos de tinta—. Está contada desde el punto de vista de la institutriz, la señorita Prickett, también un personaje real. Tait ha participado en el festival Kosmopolis en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), que ha conmemorado los 150 años del nacimiento literario de Alicia.
“He buceado en los recuerdos y la historia de la familia para escribir la novela, resultado de 10 años de investigación”, explica Tait, una joven atractiva y simpática de aspecto definitivamente nada victoriano pero de soñadores ojos castaños y larga trenza. “He ficcionalizado los hechos y los cuento desde la perspectiva de la institutriz, una mujer naíf a la que Carroll utilizó para acercarse a las niñas Liddell a su cuidado”.
Tait dice que Carroll (seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson) tenía un lado oscuro, “muy raro”, y está segura de que en la relación del escritor con Alice, a la que convirtió en su heroína, había algo más que sentimientos inocentes. “Carroll era increíblemente encantador pero también muy calculador, hacía que las niñas se lo pasaran muy bien y cautivó a la institutriz”. ¿Qué se cuenta en la familia sobre esa situación? “Mi familia tiene cartas privadas de las que se desprende que Lewis Carroll quería casarse con Alice, aunque nunca hizo proposiciones. En una de esas cartas, de su hermana mayor, Lorina, a Alice, cuando ambas eran ya ancianas, se menciona que el escritor era demasiado afectuoso con esta y la sentaba sobre sus rodillas. La madre de mi bisabuela habló con Carroll del tema del afecto excesivo, que le preocupaba, y este al parecer se enfadó y, ofendido, dejó de acudir a casa de los Liddell. El tema está abierto a muchas interpretaciones”. Ya, pero ¿qué cree ella? “Creo que sí, que la quería, que aspiraba a casarse con Alice —se especula con que pidiera su mano a los 11 años (entonces él tenía 31)—, pero que nunca forzó los límites”. ¿Los nuestros o los victorianos? “Es cierto que los nuestros son mucho más estrictos en lo que a la relación con menores se refiere. Pero yo diría que ni los unos ni los otros”.
¿Qué opina de la afición de Carroll de hacer fotos de niñas desnudas? Por muy amigo de los prerrafaelitas que fuera, eso nos suena hoy a pedofilia... Tait medita la respuesta. “Creo que era un hombre extraño, muy reprimido, con un interés excepcional en las jovencitas, a las que convertía en sus amiguitas ideales, pero no creo que fuera más allá. En todo caso, Alice lo recordó siempre con afecto”.
¿Qué se siente al ser bisnieta de Alicia? “Es fantástico, soy muy afortunada. Considero que me ha tocado una lotería genética, y es muy inspirador para escribir”. ¿Le suceden cosas extrañas? Tait ríe abiertamente. “Definitivamente, te predispone a la vida artística”. ¿Cuándo lee las aventuras de Alicia siente afinidad con el personaje, algo familiar? "Creo que lo realmente fantástico es que todos nos sentimos identificados con Alicia al leer los libros". La bisnieta apunta que el secreto de las novelas, que adora, es que traducen muy bien la extrañeza de la entrada en el mundo de los adultos. "Son verdaderas historias de iniciación, esa es la clave. Por otro lado, el interés del autor por los problemas lógicos y por lo grotesco le añade otras capas fascinantes". ¿Habrá influido en ese mundo extraño la ingesta de sustancias psicoactivas de algún tipo? "Hongos no, pero opio, que se usaba entonces medicinalmente, es posible".
La bisnieta dice que, pese a que fuera un hombre tan complejo, no dudaría un momento en abrirle la puerta a Lewis Carroll. “Le daría las gracias por escribir un libro que cambió mi vida y lo invitaría a una taza de té”.
Antes de despedirnos le ofrezco unas galletas que he comprado en un colmado marcadas como Magic Creams. A ver qué pasa. Le hace mucha gracia, pero no las toca. “Suelo dárselas a probar a alguien antes”, bromea.
domingo, 22 de marzo de 2015
sábado, 21 de marzo de 2015
Elogio del caminar
'Elogio del caminar'
David Le Breton
SIRUELA
Caminar es una evasión de la modernidad, una forma de burlarse de ella, de dejarla plantada, un atajo en el ritmo desenfrenado de nuestra vida y un modo de distanciarse, de aguzar los sentidos.
David Le Breton mezcla en Elogio del caminar a Pierre Sansot y a Patrick Leigh Fermor, pero también hace que Bashô y Stevenson dialoguen sin preocuparse por el rigor histórico, pues el propósito de este exquisito libro no radica ahí, se trata solamente de caminar juntos, de intercambiar impresiones, como si estuviéramos en torno a una mesa en un albergue al borde del camino, por la tarde, cuando el cansancio y el vino nos hacen hablar....
Umbral del camino
Cuando revivo dinámicamente el camino que «escalaba» la colina, estoy seguro de que el camino mismo tenía músculos, contramúsculos. En mi cuarto parisiense, el recuerdo de aquel sendero me sirve de ejercicio. Al escribir esta página me siento liberado del deber de dar un paseo; estoy seguro de que he salido de casa.
Gaston Bachelard, La poética del espacio
Caminar es una apertura al mundo. Restituye en el hombre el feliz sentimiento de su existencia. Lo sumerge en una forma activa de meditación que requiere una sensorialidad plena. A veces, uno vuelve de la caminata transformado, más inclinado a disfrutar del tiempo que a someterse a la urgencia que prevalece en nuestras existencias contemporáneas. Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos, no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. Caminar es a menudo un rodeo para reencontrarse con uno mismo.
La facultad propiamente humana de dar sentido al mundo, de moverse en él comprendiéndolo y compartiéndolo con los otros, nació cuando el animal humano, hace millones de años, se puso en pie. La verticalización y la integración del andar bípedo favorecieron la liberación de las manos y de la cara. La disponibilidad de miles de movimientos nuevos amplió hasta el infinito la capacidad de comunicación y el margen de maniobra del hombre con su entorno, y contribuyó al desarrollo de su cerebro. La especie humana comienza por los pies, nos dice Leroi-Gourhan (1982, 168)(1), aunque la mayoría de nuestros contemporáneos lo olvide y piense que el hombre desciende simplemente del automóvil. Desde el Neolítico, el hombre tiene el mismo cuerpo, las mismas potencialidades físicas, la misma fuerza de resistencia frente a los fluctuantes datos de su entorno. La arrogancia de nuestras sociedades podrá ser criticada como se merece, pero lo cierto es que disponemos de las mismas aptitudes que el hombre de Neandertal.
jueves, 19 de marzo de 2015
El enemigo no es la “homeopatía” sino la medicalización de la vida
by nmurcia |
Acaba de ser publicada una nueva revisión, realizada por la agencia de evaluación de tecnologías sanitarias australiana, que concluye que la homeopatía no ofrece resultados beneficiosos para la salud. Bienvenidos sean estos trabajos. Sin embargo, lo diré desde el principio: denunciar la homeopatía (o la acupuntura; o las "vitaminas"; o las pulseras magnéticas..) debe ser parte, en mi opinión, en primer lugar, de un movimiento cívico más general contra la medicalización de la vida, es decir, (1) contra la generación de miedo para alimentar el negocio de la salud; (2) contra la expropiación de la capacidad de autocuidados o heterocuidados informales de las gentes mediante prácticas que derivan de la tradición o de explicaciones no científicas de la existencia; y (3) contra la posibilidad de que perviva la libertad para elegir modos de vida o intervenciones entendidas y sentidas por las personas como sanadoras sin que estén distorsionadas por el afán de lucro o el negocio, ni juzgadas, necesariamente, mediante las reglas de evaluación científicas.
Plantear que denunciar la homeopatía -o cualquiera otra de las conocidas como "medicinas alternativas"- es parte de una batalla de la "ciencia verdadera y objetiva" contra la irracionalidad, es "errar el tiro" por varias razones: (1) la medicina convencional está llena de prácticas no basadas en la evidencia científica; (2) gran parte de la efectividad de la medicina convencional tiene que ver con aspectos no científicos de las relaciones sanadoras; (3) la ciencia biomédica basada en conocimiento obtenido mediante la mejor metodología científica está llena de conclusiones irrelevantes para los pacientes y, por tanto, su introducción en la práctica médica es irracional y, con mucha frecuencia, incluso dañina; (4) los argumentos utilizados por los defensores de la medicina científica contra las medicinas alternativas son "positivistas ingenuos" y no aguantan una mínima crítica epistemológica de fondo; (5) la realidad es compleja: existen, por un lado, prácticas etiquetadas como "alternativas" que han pasado a ser consideradas convencionales cuando la ciencia ha avanzado y ha sido capaz de comprender los mecanismos biológicos implicados o evaluar adecuadamente sus resultados (por ejemplo, la fibra para prevenir enfermedades digestivas, la lactancia materna o los partos en el domicilio); y por otro lado, hay ensayos clínicos que han demostrado la efectividad de determinadas prácticas alternativas (desde la moxibustión para disminuir la presentación de nalgas de los bebes, hasta la oración para mejorar los resultados de los pacientes ingresados en una Unidad Coronaria) que han sido rechazadas por la medicina convencional por su "falta de plausibilidad biológica" (un argumento poco científico; de hecho, muchos medicamentos oncológicos han sido aceptados en la práctica médica con menos evidencias que las de estas dos terapias alternativas).
Dicho de otra manera, y simplificando, la lucha de la medicina convencional contra las medicinas alternativas -intentando que estas prácticas queden fuera de juego y que sea la medicina convencional la que determine, científicamente y en exclusiva, qué es o no es salud y, por tanto, cuáles son los instrumentos legítimos para intentar alcanzarla-, es una estrategia autoritaria y medicalizadora, semejante al abuso de derecho que conceden las patentes o a la invención y/o exageración de enfermedades que lleva a cabo la industria farmacéutica, respectivamente. Es más, probablemente, en parte, existe una batalla comercial entre las multinacionales que explotan las medicinas alternativas (incluyendo suplementos nutricionales, vitaminas, infusiones terapéuticas, productos homeopáticos, nutraceúticos, etc..) y las multinacionales farmacéuticas, en cuyo fuego cruzado se han quedado muchos profesionales comprometidos y bien intencionados (otra cosa es cómo se regulan administrativamente los productos homeopáticos y si deben ser considerados medicamentos; pero no es conveniente mezclar los debates)
El problema de fondo es que las medicinas alternativas están recurriendo a las mismas estrategias medicalizadoras -invasoras, totalizantes, coercitivas, persecutorias, sustentadas en la generación de miedo y creencias irracionales como la posibilidad de prolongar la vida o la juventud indefinidamente, impedir cualquier dolor o sufrimiento o reducir el riesgo a enfermar a cero- que la medicina convencional científica.
En suma, las medicinas alternativas están copiando el exitoso modelo de negocio de la medicina convencional y, en mi humilde opinión, la batalla ciudadana debería estar en (1) evitar la expropiación del concepto de salud que se lleva a cabo tanto desde posiciones "científicas" como "alternativas" y, por supuesto, en (2) desvelar y denunciar el fraude
Creo que es posible la coexistencia de la medicina convencional biomédica con prácticas terapéuticas o sanadoras alternativas basadas en experiencias personales, relaciones terapéuticas no profesionalizadas, la tradición o creencias espirituales. La condición común para aceptar este pluralismo terapéutico no es que todas las "medicinas" estén basadas en evidencias científicas sino que (1) ninguna de ellas sea medicalizadora sino potenciadora de las capacidades de las personas para vivir vidas autónomas, dichosas y no limitadas por el miedo; y (2) que ninguna de ellas "venda más de lo que puede vender", es decir, engañe (y ambas "medicinas" lo hacen)
Es lo que se conoce hoy en día como medicina integrativa (que me parece interesante en su acepción no comercial) que es aceptada por instituciones tan prestigiosas como el Sloan Center y que, al menos en mi medio, está intentando explorar la interesante iniciativa de la Unidad de Mama del Hospital Morales Meseguer "Integradas en salud", cuyo liderazgo profesional, sin ir más lejos, está en manos de uno de los máximos críticos que conozco tanto contra la homeopatía como contra la mala ciencia.
Es decir, en mi opinión, es posible estar contra los argumentos pseudocientíficos que defienden la homeopatía (esos que "venden más de lo que pueden vender") y que pretenden colocarla a la altura de un medicamento alopático serio como, por ejemplo, la penicilina y, al mismo tiempo, aceptar su papel "terapéutico" para ciertas condiciones y en determinadas circunstancias.
Lo ideal sería que los ciudadanos supieran, asesorados por profesionales sanitarios (y para esto se necesita formación), cuándo activar una estrategia centrada en la medicina convencional y cuándo y cómo recurrir a vías alternativas. Dejar solos a los pacientes -como hacemos muchos cuando nos preguntan sobre hierbas y otros productos-, ante la impresionante avalancha de mentiras, fraudes y estafadores que hay detrás de muchas de estas medicinas alternativas, es incumplir nuestro compromiso moral de cuidado. Pero también es medicina basada en la superstición seguir utilizando los fármacos alopáticos, "basados en las mejores evidencias", como si fueran productos milagro y además creyendo que su utilización no obedece más que a las necesidades de los pacientes y no a las prácticas de marketing de la industria farmacéutica. Tengo claro que las (inevitables) debilidades y contradicciones del conocimiento científico biomédico no permiten esgrimirlo como si fuera una espada justiciera que ilumina un mundo lleno de mitos y leyendas irracionales. Si aceptáramos este maniqueísmo terapéutico estaríamos sustituyendo un mito por otro.
Pretender que todo el mundo comparta las mismas creencias acerca de lo que produce o no salud es simplificador y autoritario. Por eso es muy recomendable el monográfico que editó Daniel Callahan, cómo no, un crítico pertinaz, desde su formación científica y filosófica, de la innovación biomedica y las falsas creencias e irracionalidad en la que está sustentada. El título ya lo deja claro: "The Role of Complementary and Alternative Medicine: Accommodating Pluralism".
Realizaré varias entradas comentando algunos de sus jugosos capítulos ya que la reflexión sobre las medicinas alternativas, creo, puede iluminar una más amplia sobre la innovación en biomedicina y el estatuto del conocimiento en el que se basa.
Ojalá fuera más sencillo pero la complejidad es, también en este tema, ineludible. Ni blanco, ni negro.. grises.
Acomodemos el pluralismo mediante el debate y no lo hurtemos ni simplifiquemos con eslóganes
Abel Novoa
PD: las opiniones vertidas en esta entrada no son de NoGracias sino estrictamente del firmante
domingo, 15 de marzo de 2015
sábado, 14 de marzo de 2015
Me and Mrs Parca
Extraña amante nos echamos cuando pronunciamos el juramento del fumado de Hipocátres, hace por estas fechas un siglo, o al menos así me lo parece. La mitad de mis amigos tenían aún pelo, y nos preparábamos para las Olimpiadas más grandes que en el mundo hubieran sido, eso sí, con Los Manolos cantando, faltaría. Por aquel entonces, normativas europeas mordisqueando al margen, nos dejaban jugar a ser médicos según terminábamos la Facultad, temeridad que sabe Dios cuánto debió mermar la población española. Un servidor, remoloneando para cumplir con la madre patria como los de antes, había aplazado MIRes y similares hasta la vuelta de mi aventura castrense, y, dado que hasta octubre del siguiente año no vestiría de caqui, eso me dejaba más de un año para lanzarme al proceloso mar de las sustituciones por esas villas del Señor.
Eran tiempos de coches de segunda mano sin aire acondicionado masticando kilómetros, de buscar los consultorios preguntando a los paisanos, de miradas asombradas y preguntas que ahora añoro, como la famosa de "¿cómo va a ser el médico siendo tan joven?"
Y aunque no lo sabía, porque tenía yo una juventud insultante, ella venía a mi lado, silenciosa, pero fiel. Vivíamos tiempos de cambio de sistema en esta provincia de llanuras inmensas repleta de pueblos. En algunos de ellos, la resistencia a trasladarse a los Centros de Salud por parte de los viejos médicos rurales era vivida por los arrogantes nuevos cachorros de la semfyc como una señal más de que estaban condenados a ser devorados por nuestro modernismo. En otros, estrenábamos centros como quien estrena democracia, y nos entregábamos alegres a bacanales de equipos de Atención Primaria. Qué felices y qué ignorantes éramos. Pero qué ganas teníamos de hacer bien las cosas. Y hasta había sitio para los suplentes. La gente, enmarañada en los cambios, nos cogía cariño enseguida y los propios compañeros nos dejaban el sitio calentito. No estaba tan mal el tema.
Yo merendaba los calores estivales en uno de aquellos nuevos Centros de Salud, por aquel entonces se sonstruian en las zonas más céntricas, reclamando un lugar en la sociedad que ahora nos trae estos lodos en los que malvivimos. No tenía ni idea. De verdad. Era de una ignorancia supina, aunque al menos no la adornaba con el toque de atrevimiento del que suelen hacer gala todos los ignorantes. Igual no era tan burro, pero estaba cagado, en serio. Eran guardias solitarias, un médico y un enfermero o enfermera, de lo más varipinto, lo mismo te encamabas con un anciano que te decía que en su vida había puesto una sonda vesical, como flipabas con un petit suise de veintiún añitos que acababa de desayunarse dos Florence Nightindale por la mañana.
Me quedaba dormido en el sillón porque me aterraba el timbrazo de la puerta, y con la adrenalina saliéndosete por los ojos es difícil arroparse en la camita. Y si me daba miedo el timbre de la puerta, lo del teléfono era ya pánico del de ensuciar la ropa interior, ustedes me disculparán.
Aquella noche sonó con más premura, o eso me pareció. Apenas entendí más que la urgencia de la situación, y compadecido con el sueño de la enfermera salí disparado en la furgoneta de albañil que teníamos por entonces. Cosas de novatos: presentarte tú sólo como si fueras el guerrero del antifaz. El pueblo estaba lejos y la distancia se hacía proporcional a mi acojone y al traqueteo metalizado de la furgo. Al llegar, angustia y llantos y empujones metiéndome en una habitación en tinieblas donde una ancianita boqueaba con esa respiración agónica que ya no vuelves a olvidar en tu vida. Debía tener una cara de pasmado que daba miedo porque la familia me instaba a hacer alguna maniobra salvadora y yo era un imberbe con un título y una novia que no había pedido que se reía de mí desde la esquina de esa habitación.
Me puse a hacerle a la buena señora el boca a boca, sí, a pelo, con las secreciones de su edema pulmonar subiéndole y bajándole por la garganta, alternándole con un masaje cardiaco que debía estar haciendo partirse de risa a la silenciosa parca mientras esperaba a que dejara de hacer el ridículo. Harta de esperar, tomó las riendas y yo se lo agradecí, supongo que igual que la pobre abuela. Aquella mujer de pelo cano y cuatro pellejos debajo del camisón de franela fue mi primera experiencia con la muerte. No dormí el resto de la noche incapaz de alejar de mi memoria los recuerdos intangibles y los olores tangibles. Pero desde entonces, desde aquel desvirgamiento, ya no me ha abandonado en ningún momento.
He aprendido a adivinarla en algunas miradas, en algunos sonidos. He aprendido a darle la espalda y dejarla con un par de narices, victorias momentáneas, ella sólo tiene que sentarse a esperar en la puerta. Y lo mejor es que he ido aprendiendo a perderle el miedo. Soy como un chiquillo al que le aterraban los perros y a costa de ir viviendo con ellos, ahora no puede dormir sin sus ladridos. Como en todas las parejas, es importante no perderse el respeto. Y no sé por qué creo que ella me respeta, quizás que nos respeta a todos los médicos.
Anoche estaba de nuevo en la habitación de la Residencia de Ancianos, sentada en la esquina de la cama esperando turno. El pobre abuelo agonizaba con su Cheyne-Stoke a cuestas, sus pupilas ajenas a mis luces, y toda la frialdad del mundo en sus extremidades. Instintivamente miré sobre mi hombro como si la supiera allí detrás observando. Tardó casi tres horas en tomar posesión de su trofeo. Después me queda una sensación extraña, la falsa impostura de un pésame, el papeleo con los señores serios y trajeados de la funeraria sentados revisando lo que escribes y un baño de mortalidad y humildad que nos viene muy bien para bajarnos de nuestras torres de marfil de garantes de una de las tres cosas de las canción, aquellas que de verdad importan, según dicen.
Y quedamos ella y yo hasta la próxima, como antiguos amantes que se ven para echar un polvo, y se despiden pensando si tardarán mucho o poco en volver a refocilarse.
He empezado a hacer una lista con los pacientes de mi cupo que ya me ha arrebatado. Cosas de la mala memoria. Y se me hace raro saber de antemano quién será el último de esa lista.
Eran tiempos de coches de segunda mano sin aire acondicionado masticando kilómetros, de buscar los consultorios preguntando a los paisanos, de miradas asombradas y preguntas que ahora añoro, como la famosa de "¿cómo va a ser el médico siendo tan joven?"
Y aunque no lo sabía, porque tenía yo una juventud insultante, ella venía a mi lado, silenciosa, pero fiel. Vivíamos tiempos de cambio de sistema en esta provincia de llanuras inmensas repleta de pueblos. En algunos de ellos, la resistencia a trasladarse a los Centros de Salud por parte de los viejos médicos rurales era vivida por los arrogantes nuevos cachorros de la semfyc como una señal más de que estaban condenados a ser devorados por nuestro modernismo. En otros, estrenábamos centros como quien estrena democracia, y nos entregábamos alegres a bacanales de equipos de Atención Primaria. Qué felices y qué ignorantes éramos. Pero qué ganas teníamos de hacer bien las cosas. Y hasta había sitio para los suplentes. La gente, enmarañada en los cambios, nos cogía cariño enseguida y los propios compañeros nos dejaban el sitio calentito. No estaba tan mal el tema.
Yo merendaba los calores estivales en uno de aquellos nuevos Centros de Salud, por aquel entonces se sonstruian en las zonas más céntricas, reclamando un lugar en la sociedad que ahora nos trae estos lodos en los que malvivimos. No tenía ni idea. De verdad. Era de una ignorancia supina, aunque al menos no la adornaba con el toque de atrevimiento del que suelen hacer gala todos los ignorantes. Igual no era tan burro, pero estaba cagado, en serio. Eran guardias solitarias, un médico y un enfermero o enfermera, de lo más varipinto, lo mismo te encamabas con un anciano que te decía que en su vida había puesto una sonda vesical, como flipabas con un petit suise de veintiún añitos que acababa de desayunarse dos Florence Nightindale por la mañana.
Me quedaba dormido en el sillón porque me aterraba el timbrazo de la puerta, y con la adrenalina saliéndosete por los ojos es difícil arroparse en la camita. Y si me daba miedo el timbre de la puerta, lo del teléfono era ya pánico del de ensuciar la ropa interior, ustedes me disculparán.
Aquella noche sonó con más premura, o eso me pareció. Apenas entendí más que la urgencia de la situación, y compadecido con el sueño de la enfermera salí disparado en la furgoneta de albañil que teníamos por entonces. Cosas de novatos: presentarte tú sólo como si fueras el guerrero del antifaz. El pueblo estaba lejos y la distancia se hacía proporcional a mi acojone y al traqueteo metalizado de la furgo. Al llegar, angustia y llantos y empujones metiéndome en una habitación en tinieblas donde una ancianita boqueaba con esa respiración agónica que ya no vuelves a olvidar en tu vida. Debía tener una cara de pasmado que daba miedo porque la familia me instaba a hacer alguna maniobra salvadora y yo era un imberbe con un título y una novia que no había pedido que se reía de mí desde la esquina de esa habitación.
Me puse a hacerle a la buena señora el boca a boca, sí, a pelo, con las secreciones de su edema pulmonar subiéndole y bajándole por la garganta, alternándole con un masaje cardiaco que debía estar haciendo partirse de risa a la silenciosa parca mientras esperaba a que dejara de hacer el ridículo. Harta de esperar, tomó las riendas y yo se lo agradecí, supongo que igual que la pobre abuela. Aquella mujer de pelo cano y cuatro pellejos debajo del camisón de franela fue mi primera experiencia con la muerte. No dormí el resto de la noche incapaz de alejar de mi memoria los recuerdos intangibles y los olores tangibles. Pero desde entonces, desde aquel desvirgamiento, ya no me ha abandonado en ningún momento.
He aprendido a adivinarla en algunas miradas, en algunos sonidos. He aprendido a darle la espalda y dejarla con un par de narices, victorias momentáneas, ella sólo tiene que sentarse a esperar en la puerta. Y lo mejor es que he ido aprendiendo a perderle el miedo. Soy como un chiquillo al que le aterraban los perros y a costa de ir viviendo con ellos, ahora no puede dormir sin sus ladridos. Como en todas las parejas, es importante no perderse el respeto. Y no sé por qué creo que ella me respeta, quizás que nos respeta a todos los médicos.
Anoche estaba de nuevo en la habitación de la Residencia de Ancianos, sentada en la esquina de la cama esperando turno. El pobre abuelo agonizaba con su Cheyne-Stoke a cuestas, sus pupilas ajenas a mis luces, y toda la frialdad del mundo en sus extremidades. Instintivamente miré sobre mi hombro como si la supiera allí detrás observando. Tardó casi tres horas en tomar posesión de su trofeo. Después me queda una sensación extraña, la falsa impostura de un pésame, el papeleo con los señores serios y trajeados de la funeraria sentados revisando lo que escribes y un baño de mortalidad y humildad que nos viene muy bien para bajarnos de nuestras torres de marfil de garantes de una de las tres cosas de las canción, aquellas que de verdad importan, según dicen.
Y quedamos ella y yo hasta la próxima, como antiguos amantes que se ven para echar un polvo, y se despiden pensando si tardarán mucho o poco en volver a refocilarse.
He empezado a hacer una lista con los pacientes de mi cupo que ya me ha arrebatado. Cosas de la mala memoria. Y se me hace raro saber de antemano quién será el último de esa lista.
Esta entrada les sonará rara a los jóvenes y sobradamente preparados médicos de familia que vinieron después de nosotros, y cercana a los que somos un poco más viejos y vivimos "otros tiempos"
Hoy término la entrada como el gran Miguel Angrl Manyez, con una canción sobre amores tórridos que ha servido para inspirar el título del post: Me And Mrs Jones, en la versión espectacular de Marvin Gayes.
Hoy término la entrada como el gran Miguel Angrl Manyez, con una canción sobre amores tórridos que ha servido para inspirar el título del post: Me And Mrs Jones, en la versión espectacular de Marvin Gayes.
Bertrand Russell y sus diez mandamientos
Un decálogo para el conocimiento racional y la honestidad intelectual.
Autor: Ricardo T. Ricci, San Miguel de Tucumán Fuente: IntraMed
Sabido es que Bertrand Russell tuvo distintas facetas durante su prolongada vida. En su juventud sorprendió al mundo escribiendo en compañía de Alfred North Whitehead, “Principia Matematica”, obra monumental que pretendió constituirse en la cima de la razón humana. Wikipedia se permite presentarlo de este modo: Bertrand Arthur William Russell, 3.º conde de Russell, OM, MRS (Trellech, 18 de mayo de 1872 - Penrhyndeudraeth, 2 de febrero de 1970) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico ganador del Premio Nobel de Literatura y conocido por su influencia en la filosofía analítica, sus trabajos matemáticos y su activismo social. Contrajo matrimonio cuatro veces y tuvo tres hijos .
Vivió por lo tanto 98 años y su obra es vastísima. Una personalidad de este tipo permite que a su alrededor surjan voces que lo elogian de manera pertinaz, y voces de detractores encarnizados. No es propósito del presente trabajo, sumergirse de manera experta y crítica en la vida y la obra de Russell, carezco de la mínima formación para emprender tal tarea. Lo que deseo, es asomarme a unas recomendaciones que él formuló en forma de decálogo útil para la vida académica en particular, y la vida misma en general.
Deseo hacer dos pequeñas advertencias: La primera es que el tratamiento del presente tema no implica mi adhesión a la completa obra de Russell, no desearía resultar encasillado como pro rurselliano, y mucho menos como anti russelliano. Hace bastante tiempo que en mi vida intento no encolumnarme excluyentemente en alguna posición extrema. No deseo sumarme a la horda de los tibios ya que mi propósito, acaso inocente, es rescatar de todos lo mejor. Reconozco que este no es un terreno necesariamente cómodo, implica habitar en las fronteras y ello tiene sus ventajas y desventajas como la tiene cualquier sitio en el que quieras asentar tu vida. No me es posible ‘admirar’ a Russell, carezco de elementos sistemáticos para hacerlo, sí me parece muy interesante reflexionar sobre la mínima parte de su obra que elegí, porque me llamó la atención y creo que es rica para entresacar algunas conclusiones personales.
En segundo lugar deseo hacer un pequeño comentario sobre una palabra que se encuentra al principio del texto, la misma representa una postura polar en una agitada y prolongada discusión que, de algún modo marcó un hito en la intelectualidad de los dos siglos recientemente pasados. Esa palabra es ‘Liberal’. Sé, que en el contexto de la obra de Russell, la misma puede tener un sentido que acaso no concuerde con el significado que le asignaban sus adversarios filosóficos y políticos. En la traducción que hice de sus escritos, asigno a la palabra ‘liberal’ y a su derivada ‘liberalidad’, el significado que se encuentra en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. En su primera entrada al adjetivo en cuestión dice: Generoso, que obra con liberalidad, en el quinto: Inclinado a la libertad, comprensivo Cuando se consulta por ‘liberalidad’ me parece que nos acercamos más al sentido. En la primera entrada reza: Virtud moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa. En la segunda: Generosidad, desprendimiento . Teniéndolas en cuenta y abrazando su estricto significado, intento interpretar el texto de Russell.
Hechas estas quizás innecesarias aclaraciones, vamos a trabajar sobre el texto del filósofo inglés. Valga aclarar que del mismo he realizado la traducción más fiel que me ha sido posible; valga también recordar que todo traductor es de alguna manera un traidor. El sentido expresado en el contexto de la lengua original difícilmente puede ser trasladado sin vicios a otra lengua. Siguiendo esa premisa, y contando con la buena intención a la hora de traducir, seguramente se van a deslizar imprecisiones. Algunas de ellas serán ocasionadas por el manejo inadecuado del idioma inglés, y otras porque necesariamente mi propia cosmovisión va a encontrar un resquicio para matizar las proposiciones según sus criterios. En definitiva soy el responsable absoluto de lo que sigue, el famoso Premio Nobel quizás se escandalizaría, quizás no.
El decálogo
“Posiblemente la esencia de la perspectiva liberal pueda ser incorporada a modo de un nuevo decálogo, sin la intención de reemplazar los Diez Mandamientos, más bien de complementarlos si ello fuera posible. El decálogo que, como maestro, deseo promulgar, podría ser formulado de la siguiente manera” Cabe recordar que los destinatarios de esta lista de recomendaciones son sus propios alumnos
1 No te sientas absolutamente seguro de nada.
Un enorme desafío intelectual. Un modo de separar de la manera más segura la ciencia de las creencias. La duda, no considerándola como metodología excluyente, es un permanente acicate para conseguir más y más conocimiento, para solidificar lo ya conocido, y para abrir las puertas a problemas e hipótesis nunca pensados.
Una de las características básicas de la ciencia es su falibilidad. La presente recomendación, se halla en directa relación con la posibilidad de enmendar errores, de reformular premisas y de revisar la metodología utilizada. Es menester advertir que las creencias no se discuten y aportan seguridad, sin embargo no es conveniente que acallen las preguntas. Es posible, y de hecho se observa con frecuencia, como la ciencia se transforma en una creencia con numerosos y devotos acólitos. No sentirse seguro de nada, es una actitud que convive sin contradicciones con la esencial incertidumbre de la vida humana. Sea bienvenido el consejo.
2 No pienses que vale la pena ocultar la prueba, pues con toda seguridad ésta saldrá a la luz.
Un consejo que estimula a la honestidad intelectual. Podemos intentar ocultar pruebas para que otros no se vean decepcionados, podemos alterar datos en los trabajos científicos de modo que las nuevas evidencias, no tiren a los desperdicios aseveraciones que anteriormente hicimos. Las evidencias pueden ponerse en contra de nuestras hipótesis, cabe tener en cuenta entonces, los diferentes niveles en los que se encuentran hipótesis y evidencias. Las hipótesis pertenecen al ámbito de lo mental, al ámbito de lo conjetural, no son portadoras de verdad; las evidencias en cambio, son productos de la interacción del método con la realidad. Pertenecen por lo tanto al reino de lo real, pueden confirmar o refutar las hipótesis. Ya nos estimulaba el viejo Karl Popper a falsar las hipótesis, a buscar la refutación, a encontrar la evidencia que se erija en contraejemplo. Es la esencia del espíritu científico, lo contrario lo devalúa de tal modo que lo caricaturiza.
La prueba, el dato, la evidencia pertenecen al mundo de lo real. Habitan en ese mundo que se halla presupuesto en el trabajo de los científicos. La evidencia está allí, la tarea es desentrañarla, traerla para que se torne inteligible. Antes o después la evidencia sale a la luz.
A veces las evidencias nos sorprenden, se nos abalanzan hasta asombrarnos; en esos casos cabe estar atentos. Estarlo tiene que ver con la permanente curiosidad y la cotidiana búsqueda de información. Es menester ir acumulando ordenadamente conocimientos de modo que, ante la brusca aparición de la evidencia, sepamos reconocerla, y sacar provecho del hallazgo. Como consejo para científico, tiene una validez incontrovertible y saludable, así mismo no me parece desatinado tenerlo en cuenta para los fenómenos en los que nos encontramos involucrados en la vida cotidiana.
3 Nunca te desanimes pensando que no vas a tener éxito.
¡Premisa de vida si las hay! Podría ser incluso más breve, ‘nunca te desanimes’. Las realidades que vivimos parecen conspirar contra nuestro ánimo, sin embargo ese no es más que un modo de ver. En muchos casos existen obstáculos verdaderamente difíciles. No obstante muchas de las vallas con las que nos debemos enfrentar en nuestra carrera, son proyecciones de nuestra mente/cerebro. En ninguno de los dos casos conviene desanimarse, por el contrario la tarea consiste en redoblar los esfuerzos, intentar por caminos alternativos, sacudirse el polvo y levantarse de nuevo. Las neurociencias nos enseñan que la tendencia a la sociabilidad es una característica particularmente desarrollada en el ‘cableado’ de nuestro cerebro. La sociabilidad es compañía, el gesto empático que recibimos es un reaseguro contra la soledad egocéntrica. Hay casos en los que sobreponerse a las vicisitudes de la vida es muy difícil, en ellos quizás sea oportuno considerar las palabras de Viktor Frankl que nos recuerdan que si bien en muchos casos no somos capaces de torcer la realidad, somos libres de elegir el modo en que la enfrentamos.
Por otro lado, de vez en cuando es conveniente reformularnos nuestro concepto de éxito. El éxito se puede asociar a un final de camino que nos hemos propuesto, ese objetivo puede hacerse lejano y puede que nunca se pueda concretar, pero… ¿Por qué despreciar el camino mismo? Acaso ver en perspectiva el camino recorrido nos permita reconocer en él al éxito. Tanto en la vida como en la tarea propia de los científicos, incluso una catarata de errores tiene saldo positivo. Cada refutación nos enseña por donde ya no debemos ir, eso no es poca cosa. De todos modos la recomendación de Russell tiene sabor a sano optimismo, a confirmar el inquebrantable espíritu fáustico del ser humano que, con enormes aciertos y lamentables desaciertos, ha impulsado a nuestra especie desde siempre.
4 Cuando te encuentres con una oposición, incluso si viene de tu esposa o hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no con autoridad, pues la victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria.
¿Una aguda muestra del humor inglés? Destaca precisamente aquellas instancias opositoras a las que nunca vale la pena enfrentar por ser sordas tanto a los argumentos como a la autoridad.
Más allá del sarcasmo doméstico, un consejo que tiene dos vertientes. Una vinculada a la razón y otra a la emoción. Sabemos que ambos procesos mentales no se hallan separados, sin embargo se hace la distinción por comodidad explicativa. La razón nos indica que todo opositor en el ámbito académico, resulta ser un verdadero estímulo para la argumentación siempre que las divergencias se reserven para discutir interpretaciones, valoración de datos, elaboración de teorías o pertinencia de las observaciones, entre muchas otras instancias de trabajo. Un verdadero opositor nos obliga a reforzar nuestros argumentos solidificándolos y reformulándolos, a planear otras instancias de demostración, a hacer más transparentes los procesos de verificación.
Un agudo opositor es un tesoro que no debemos perder, constituye un capital invalorable dentro del proceso de desentrañar la verdad. Alguien dijo alguna vez algo así como que del encuentro de dos encarnizadas argumentaciones surge la chispa de la verdad. “Mi maestro Piaget decía que era bueno elegir un "buen enemigo" para refutarlo con las propias ideas y experimentos.”
Pero el hombre no es pura razón, la vida resultaría aburridísima si así fuera. En lo que denomino vertiente emocional incluyo varios motivos de confrontación que nada tienen que ver con el surgimiento de la verdad. Celos profesionales, envidias y resentimientos, cuestiones socioculturales, adversidades históricas, administración de cuotas de poder, rencillas partidarias, etc. Todos ellos pueden disfrazarse de argumentaciones razonables para boicotear, entorpecer, o hacer fracasar el trabajo de los otros. En estos casos también sirve el enfrentamiento en el terreno de la argumentación y, agregaría, en el de la metacomunicación. Este último concepto proviene de la Teoría de la Comunicación y se refiere a la observación de segundo nivel, es decir la observación de los observadores. Un ejemplo: cuando una discusión se encuentra en un punto álgido y paralizante conviene colocarse en una posición ‘meta’, es decir observar la interacción comunicativa desde un metanivel. Podríamos decir, ‘vernos discutiendo’. Desde esa posición ‘meta’ se pueden distinguir más fácilmente las cuestiones que permanecen en una determinante posición secundaria entre los ‘contendientes’. Podemos sacar a la luz los verdaderos procesos relacionales que atentan contra la discusión de los contenidos.
Las disputas pueden zanjarse con actos de autoridad, es cierto que estos suelen aportar soluciones de corto plazo y en general no demasiado significativas en lo referente al contenido de las disputas. Sin embargo (esto es políticamente incorrecto decir), todos los que en algún momento hemos detentado cargos de responsabilidad en el ambiente académico debemos ejercer la autoridad que proviene de la responsabilidad y el servicio. De lo que sí debemos estar conscientes, es que sólo se tratan de soluciones de corto plazo; en un tiempo prudencial se pueden reiniciar, intentando delimitar el espacio de lo que se encuentra en disputa en la medida de lo posible. Debemos recordar que el ser humano no puede optar por ponerse a sí mismo en ‘modo razón’ o ‘modo emoción’, siempre ambas trabajan juntas para lograr la sintonía fina de cada una.
5 No tengas respeto por la autoridad de otros, pues siempre se encuentran autoridades en contrario.
Quizás sea un defecto de traducción, es muy fuerte sostener que no se debe tener ‘respeto’ por la autoridad de otros. Creo que en este caso se refiere a que la autoridad presente (un experto en un tema específico) o citada (un artículo producido por un experto), no nos limite en nuestra creatividad respecto del tema en cuestión. Dicen los abogados que tanto a favor del fiscal como de la defensa, existe un 50% de la jurisprudencia a favor. Me parece que podemos convenir que los argumentos de autoridad no sean determinantes ni concluyentes, pero claramente no podemos desoírlos. Los escolásticos decían que el argumento de autoridad es el último de los argumentos, pero es un argumento. No tenerlos en cuenta demostraría una actitud pretenciosa, soberbia y temeraria de parte nuestra, por el contrario darles un valor superlativo puede conducirnos a la inhibición y a la parálisis científica.
En la vida diaria, desoír los consejos del contador, porque provienen de una figura de autoridad puede resultar catastrófico para nuestras finanzas, por ejemplo. Interpreto que los argumentos de autoridad deben ser considerados como guías o advertencias para facilitar el recorrido del propio camino. Valorándolos en su justa medida tienden a prevenirnos sin invalidarnos. En mi formación como médico, ¿cómo desperdiciar las opiniones del mi jefe de sala mientras hacemos la revista diaria? Su opinión sólidamente argumentada me sirve de norte en la etapa de aprendizaje, que por otra parte no termina nunca. Ahora, darle el valor de Vox Dei sería una flagrante exageración.
La experiencia me ha enseñado el alto valor que posee atender al consejo del experto, sin embargo habiendo recorrido ya un camino, se siente el llamado a seguir el propio derrotero, se desarrolla un olfato especial carente de infalibilidad pero que puede constituirse en la punta del hilo a nuevas realizaciones, y en la llave de la puerta de la novedad.
6 No uses el poder para reprimir opiniones que consideres perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti.
Notable consejo que se vincula de manera directa con algunos de los que venimos considerando. Como responsables de áreas de trabajo, el uso del poder para imponer condiciones, es siempre una tentación contra la que hay que luchar. La paciencia y la escucha son virtudes del líder. Conviene aclarar que estamos refiriéndonos al nivel de la opinión que es un grado menor de conocimiento. Se puede opinar esto o lo otro con cierta liviandad, la prueba no es condición para la mera opinión. Sin embargo la opinión colapsa ante el conocimiento probado, se rinde ante la evidencia.
En los grupos humanos la opinión puede servir para abrir caminos que pueden resultar de interés, algunas veces se presentan como alternativas posibles al conocimiento instaurado; pero la opinión debe recorrer aún el camino a la contrastación, aún tiene que convertirse en una hipótesis que habrá de vérselas con la base empírica. Sólo de allí surgirá el conocimiento probado, es decir la ciencia. Se trata del viejo camino de la Doxa a la Episteme, representan niveles de conocimiento de diferente jerarquía. Tener una buena predisposición ante las opiniones, es tener atención a la novedad. Usar el poder en contra de ellas puede redundar en nuestro perjuicio y, lo que es aún peor, en el de los que están a nuestro cargo.
7 No temas ser excéntrico en tus opiniones, pues todas las opiniones aceptadas ahora alguna vez fueron excéntricas.
“Bienaventurado aquel al que ladran los cretinos, porque su alma nunca les pertenecerá”
Nos sentimos excéntricos cuando hacemos alguna proposición o decidimos algo que se sale de los cánones habituales. En ciencia ocurre a menudo; se producen esos momentos denominados ‘Eureka’, en los cuales entrevemos la solución a un problema que nos preocupa desde hace tiempo, y por fin parece que vamos a solucionar. Los avances en las ciencias los hacen quienes tienen ideas nuevas, inspiraciones que alteran el orden constituido de tal modo que parece que se va contracorriente. La educación a la que estamos habituados en todos los niveles, pocas veces premia la creatividad y las ocurrencias nuevas. En general participamos en sistemas educativos que premian la memorización, la producción en cadena y la ley del menor esfuerzo. No es raro que haya alumnos, y también maestros o profesores, que manifiesten encontrarse absolutamente aburridos en ese esquema de cosas. Ser excéntrico, es decir haberse salido del centro habitual, permite ver las cosas desde perspectivas diferentes y a menudo originales. Salirse del centro permite además, una nueva valoración de sí mismo y del mundo circundante. Ambas condiciones favorecen la novedad. “A esto llamaba Piaget: Descentración.”
Ahora bien, ser tildado de excéntrico, no significa serlo. Sin embargo quienes realizan el juicio así lo ven. Es en estos casos en los que tampoco hay que temer a pesar de la sentencia de los pares, si se está convencido y hemos juzgado críticamente, hay que seguir adelante. La excentricidad se supera con nuevas evidencias, con proposiciones que a los otros les resulten más factibles, efectuando traducciones que vinculen lo viejo con lo nuevo. Es un verdadero trabajo.
La novedad, no es siempre bienvenida en la sociedad científica en los períodos de ‘ciencia normal’ en los que se halla instalado el paradigma a lo Kuhn . Representa una ‘anomalía’, que al alcanzar un estado crítico provocará el cambio paradigmático. En los largos períodos de ‘normalidad’ de la comunidad científica, la presencia de los ‘excéntricos’ permite que la savia del conocimiento siga progresando con la novedad.
8 Encuentra mayor placer en el disenso inteligente que en la aceptación pasiva, pues si valoras la inteligencia como se debe, lo primero implica una más profunda aceptación que lo segundo.
Sin dudas un consejo excelente. Difícil de vivir y tolerar la mayoría de las veces, pero a la corta o a la larga excelente. Somos muy propensos a la adulación, nos encanta que nuestras realizaciones sean reconocidas y valoradas por los demás. Se trata de un mecanismo de refuerzo que le hace muy bien a nuestro cerebro social, sobre todo en el área que registra las recompensas y las confirmaciones de nuestro ser – estar en el mundo. La adulación es el caso extremo, pero no nos gusta que nos lleven la contra. En general sentimos, que hemos calculado todos los riesgos y detalles de nuestras decisiones y que nada se nos puede haber escapado. ¿Cómo puede ser que ahora venga alguien a decirme que las cosas no son del todo así, que debo atender a tal y cual detalle?
Dar cabida al disenso, a la opinión en contrario, a los argumentos que se nos oponen, es valorar la inteligencia del otro, y además valorar nuestra propia inteligencia. Nuestro intelecto está sediento de ‘la verdad’, calma su sed de manera momentánea con nuestra verdad; pero en cuanto las inconsistencias se ponen de manifiesto, desea optar por la mayor aproximación intelectualmente consolidada.
En mi caso, tengo la suerte de tener un amigo así. Con frecuencia pienso que exagera en llevarme la contraria y estoy seguro de que no siempre tiene la razón. Se producen disputas entre nosotros que en oportunidades alcanzan tal énfasis que nos afectan el humor, y parecen poner escollos en nuestro vínculo. Superado el momento inicial en el que las emociones juegan su papel crucial, se inicia una etapa de reflexión en la que reverberan las críticas, las opiniones encontradas y los disensos. Pasado ese momento viene la hora de replantear actitudes, modificar conductas, redefinir estrategias. En general las críticas permiten una mejor aproximación al objetivo, se aprecia su utilidad y se las valora en grado sumo. Tener quien nos lleve la contraria, es determinante en la consecución de nuestros propósitos académicos, ya que nos insta a mejorarnos a nosotros mismos. En la vida diaria ocurre otro tanto.
9 Sé sincero, incluso si la verdad es inconveniente, pues resulta más inconveniente cuando tratas de ocultarla.
“Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía.” Emerson (1803-1882) Poeta y pensador estadounidense.
Excelente combinación de afirmaciones, excelentes llamados a la conservación de la verdad tanto en la vida diaria, cuanto en la actividad científica. No se puede afirmar que la sinceridad sea necesariamente un sustento de la veracidad, sin embargo podríamos decir que es una buena base, un fundamento sólido para su manifestación. Ser sincero significa ser de una sola pieza. Los mármoles en la antigua Roma, se denominaban ‘sincerum’ cuando no poseían fisuras que fueran disimuladas con cera, es decir tenían la valiosa condición de ser de una sola pieza. La sinceridad considerada como un valor, una virtud del ser humano, facilita la vida en sociedad pues disminuye la incerteza. La sinceridad, no es algo que debemos esperar de los demás, mucho menos exigírsela, es un valor que debemos vivir para permanecer insertos en la sociedad siendo dignos de confianza. Sobre ella han de edificarse interacciones humanas sólidas que permitan por igual, el disenso y el reconocimiento genuinos.
Nadie puede ser sincero a solas. Así como no cabe la posibilidad de que exista un lenguaje privado, según la acertada proposición de Ludwig Wittgenstein. Quien pretenda ser sincero en la soledad, carece de la prueba de fuego de su virtud cual es la interacción con el otro. Lo sabemos por experiencia, somos tolerantes con los propios vicios y severos con los ajenos. Somos capaces de engañarnos a nosotros mismos para que nuestra estructura permanezca incólume.
Sincero es un adjetivo calificativo que se usa en el lenguaje común para hacer referencia a una persona que se maneja a través de la sinceridad por contrario a la falsedad. El individuo sincero es aquel que dice la verdad, que no recurre a mentiras y que reconoce sus sentimientos y pensamientos en lugar de ocultarlos o adaptarlos al tipo de personas que lo rodean.
“La verdad se opone a la mentira, a la simulación (mentir con los hechos); a la hipocresía (pasar por lo que no se es); a la jactancia (atribuirse excelencias que no se poseen o elevarse sobre lo que uno es); a la falsa humildad (cuando se niegan cualidades y merecimientos que en realidad se tienen); a la adulación (consiste en engañar a una persona hablando bien de ella, con el objeto de sacar algún provecho); a la locuacidad (hablar con ligereza, con el peligro de apreciaciones inexactas o injurias, que pueden llevar con facilidad a la calumnia o a la difamación); al juicio temerario, a la maledicencia, a la calumnia, la simulación, la duplicidad, a las posturas superficiales que conducen a fórmulas o actitudes vacías o a la imitación de otras personas.”
10 No sientas envidia de la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tontos, pues sólo un tonto pensará que eso es la felicidad.
Es muy presuntuoso juzgar acerca de los paraísos de los otros, es muy riesgoso incluir a los otros en la categoría de tonto. ¿Cuáles son los límites de la misma, quienes caben en ella, y quiénes merecen permanecer allí por siempre? A la hora de emitir este juicio, conviene darle una mirada al espejo previamente. Es posible que a la larga comprobemos que cada quien se hace su paraíso, y que nuestro juicio no es más que otra de nuestras vanidades.
Creo entender lo que quiere decir Russell, brevemente: no tengas envidia de nada. Los paraísos vacíos, aquellos de los ruidos estridentes y de las luces cegadoras, aquellos de las risotadas estentóreas y de los colores chillones; esos pueden ser considerados los paraísos de los tontos. La gloria fugaz, el prestigio dudoso, el regodeo en posesiones desleíbles. Vanitas, vanitatis! Vanidad de vanidades. De algún modo, todos en algún momento de nuestra vida, hemos considerado haber alcanzado nuestro paraíso en las cosas insustanciales de la vida. En esto, Sr. Russell, creo que pueden ser muy pocos a lo largo de la historia, que puedan arrojar una primera piedra.
Estoy de acuerdo - entendiendo que mi asentimiento es de muy poca importancia – en que no resulta conveniente sentirse atraído y distraído por esos ‘paraísos’ que fascinan a tantos, y tantos otros muestran como cucardas del premio mayor. Esos paraísos son lo que me deben tener sin cuidado.
Felicidad, ¿cuál felicidad, qué felicidad? En esto le doy la diestra al sabio inglés: en un mundo como el nuestro, hacer gala y ostentación de una cierta felicidad, es posible que sea el mejor signo de que carece de ella. La felicidad es silenciosa y sutil, tiene un gran parecido con la paz; no es presuntuosa ni engreída, tiene un gran parecido con el amor; no profiere gritos ni carcajadas, se parece mucho al silencio. Y… sí, acaso aparezca un tonto hablando acerca de su propia felicidad… Cuidado…, hagamos realidad el consejo, evitemos envidiarnos, y pongámonos a construir nuestro espacio, sin comparar. Seamos inteligentes, cautos y veraces a la hora de tomar modelos.
Ante todo tengamos en cuenta los infinitos matices de una vida inmersa en la complejidad y la incertidumbre.
Agradecimiento:
Gracias Sr. Russell, logró el que creo su mayor objetivo: La reflexión personal de alguien, que alejado en el tiempo, haya encontrado en sus ‘mandamientos’ un estímulo para replantearse ideas y actitudes. Sean bienvenidos sus consejos en la medida en que nos espabilen de la modorra de la rutina y del entumecimiento de la cotidianeidad.
Vivió por lo tanto 98 años y su obra es vastísima. Una personalidad de este tipo permite que a su alrededor surjan voces que lo elogian de manera pertinaz, y voces de detractores encarnizados. No es propósito del presente trabajo, sumergirse de manera experta y crítica en la vida y la obra de Russell, carezco de la mínima formación para emprender tal tarea. Lo que deseo, es asomarme a unas recomendaciones que él formuló en forma de decálogo útil para la vida académica en particular, y la vida misma en general.
Deseo hacer dos pequeñas advertencias: La primera es que el tratamiento del presente tema no implica mi adhesión a la completa obra de Russell, no desearía resultar encasillado como pro rurselliano, y mucho menos como anti russelliano. Hace bastante tiempo que en mi vida intento no encolumnarme excluyentemente en alguna posición extrema. No deseo sumarme a la horda de los tibios ya que mi propósito, acaso inocente, es rescatar de todos lo mejor. Reconozco que este no es un terreno necesariamente cómodo, implica habitar en las fronteras y ello tiene sus ventajas y desventajas como la tiene cualquier sitio en el que quieras asentar tu vida. No me es posible ‘admirar’ a Russell, carezco de elementos sistemáticos para hacerlo, sí me parece muy interesante reflexionar sobre la mínima parte de su obra que elegí, porque me llamó la atención y creo que es rica para entresacar algunas conclusiones personales.
En segundo lugar deseo hacer un pequeño comentario sobre una palabra que se encuentra al principio del texto, la misma representa una postura polar en una agitada y prolongada discusión que, de algún modo marcó un hito en la intelectualidad de los dos siglos recientemente pasados. Esa palabra es ‘Liberal’. Sé, que en el contexto de la obra de Russell, la misma puede tener un sentido que acaso no concuerde con el significado que le asignaban sus adversarios filosóficos y políticos. En la traducción que hice de sus escritos, asigno a la palabra ‘liberal’ y a su derivada ‘liberalidad’, el significado que se encuentra en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua. En su primera entrada al adjetivo en cuestión dice: Generoso, que obra con liberalidad, en el quinto: Inclinado a la libertad, comprensivo Cuando se consulta por ‘liberalidad’ me parece que nos acercamos más al sentido. En la primera entrada reza: Virtud moral que consiste en distribuir alguien generosamente sus bienes sin esperar recompensa. En la segunda: Generosidad, desprendimiento . Teniéndolas en cuenta y abrazando su estricto significado, intento interpretar el texto de Russell.
Hechas estas quizás innecesarias aclaraciones, vamos a trabajar sobre el texto del filósofo inglés. Valga aclarar que del mismo he realizado la traducción más fiel que me ha sido posible; valga también recordar que todo traductor es de alguna manera un traidor. El sentido expresado en el contexto de la lengua original difícilmente puede ser trasladado sin vicios a otra lengua. Siguiendo esa premisa, y contando con la buena intención a la hora de traducir, seguramente se van a deslizar imprecisiones. Algunas de ellas serán ocasionadas por el manejo inadecuado del idioma inglés, y otras porque necesariamente mi propia cosmovisión va a encontrar un resquicio para matizar las proposiciones según sus criterios. En definitiva soy el responsable absoluto de lo que sigue, el famoso Premio Nobel quizás se escandalizaría, quizás no.
El decálogo
“Posiblemente la esencia de la perspectiva liberal pueda ser incorporada a modo de un nuevo decálogo, sin la intención de reemplazar los Diez Mandamientos, más bien de complementarlos si ello fuera posible. El decálogo que, como maestro, deseo promulgar, podría ser formulado de la siguiente manera” Cabe recordar que los destinatarios de esta lista de recomendaciones son sus propios alumnos
1 No te sientas absolutamente seguro de nada.
Un enorme desafío intelectual. Un modo de separar de la manera más segura la ciencia de las creencias. La duda, no considerándola como metodología excluyente, es un permanente acicate para conseguir más y más conocimiento, para solidificar lo ya conocido, y para abrir las puertas a problemas e hipótesis nunca pensados.
Una de las características básicas de la ciencia es su falibilidad. La presente recomendación, se halla en directa relación con la posibilidad de enmendar errores, de reformular premisas y de revisar la metodología utilizada. Es menester advertir que las creencias no se discuten y aportan seguridad, sin embargo no es conveniente que acallen las preguntas. Es posible, y de hecho se observa con frecuencia, como la ciencia se transforma en una creencia con numerosos y devotos acólitos. No sentirse seguro de nada, es una actitud que convive sin contradicciones con la esencial incertidumbre de la vida humana. Sea bienvenido el consejo.
2 No pienses que vale la pena ocultar la prueba, pues con toda seguridad ésta saldrá a la luz.
Un consejo que estimula a la honestidad intelectual. Podemos intentar ocultar pruebas para que otros no se vean decepcionados, podemos alterar datos en los trabajos científicos de modo que las nuevas evidencias, no tiren a los desperdicios aseveraciones que anteriormente hicimos. Las evidencias pueden ponerse en contra de nuestras hipótesis, cabe tener en cuenta entonces, los diferentes niveles en los que se encuentran hipótesis y evidencias. Las hipótesis pertenecen al ámbito de lo mental, al ámbito de lo conjetural, no son portadoras de verdad; las evidencias en cambio, son productos de la interacción del método con la realidad. Pertenecen por lo tanto al reino de lo real, pueden confirmar o refutar las hipótesis. Ya nos estimulaba el viejo Karl Popper a falsar las hipótesis, a buscar la refutación, a encontrar la evidencia que se erija en contraejemplo. Es la esencia del espíritu científico, lo contrario lo devalúa de tal modo que lo caricaturiza.
La prueba, el dato, la evidencia pertenecen al mundo de lo real. Habitan en ese mundo que se halla presupuesto en el trabajo de los científicos. La evidencia está allí, la tarea es desentrañarla, traerla para que se torne inteligible. Antes o después la evidencia sale a la luz.
A veces las evidencias nos sorprenden, se nos abalanzan hasta asombrarnos; en esos casos cabe estar atentos. Estarlo tiene que ver con la permanente curiosidad y la cotidiana búsqueda de información. Es menester ir acumulando ordenadamente conocimientos de modo que, ante la brusca aparición de la evidencia, sepamos reconocerla, y sacar provecho del hallazgo. Como consejo para científico, tiene una validez incontrovertible y saludable, así mismo no me parece desatinado tenerlo en cuenta para los fenómenos en los que nos encontramos involucrados en la vida cotidiana.
3 Nunca te desanimes pensando que no vas a tener éxito.
¡Premisa de vida si las hay! Podría ser incluso más breve, ‘nunca te desanimes’. Las realidades que vivimos parecen conspirar contra nuestro ánimo, sin embargo ese no es más que un modo de ver. En muchos casos existen obstáculos verdaderamente difíciles. No obstante muchas de las vallas con las que nos debemos enfrentar en nuestra carrera, son proyecciones de nuestra mente/cerebro. En ninguno de los dos casos conviene desanimarse, por el contrario la tarea consiste en redoblar los esfuerzos, intentar por caminos alternativos, sacudirse el polvo y levantarse de nuevo. Las neurociencias nos enseñan que la tendencia a la sociabilidad es una característica particularmente desarrollada en el ‘cableado’ de nuestro cerebro. La sociabilidad es compañía, el gesto empático que recibimos es un reaseguro contra la soledad egocéntrica. Hay casos en los que sobreponerse a las vicisitudes de la vida es muy difícil, en ellos quizás sea oportuno considerar las palabras de Viktor Frankl que nos recuerdan que si bien en muchos casos no somos capaces de torcer la realidad, somos libres de elegir el modo en que la enfrentamos.
Por otro lado, de vez en cuando es conveniente reformularnos nuestro concepto de éxito. El éxito se puede asociar a un final de camino que nos hemos propuesto, ese objetivo puede hacerse lejano y puede que nunca se pueda concretar, pero… ¿Por qué despreciar el camino mismo? Acaso ver en perspectiva el camino recorrido nos permita reconocer en él al éxito. Tanto en la vida como en la tarea propia de los científicos, incluso una catarata de errores tiene saldo positivo. Cada refutación nos enseña por donde ya no debemos ir, eso no es poca cosa. De todos modos la recomendación de Russell tiene sabor a sano optimismo, a confirmar el inquebrantable espíritu fáustico del ser humano que, con enormes aciertos y lamentables desaciertos, ha impulsado a nuestra especie desde siempre.
4 Cuando te encuentres con una oposición, incluso si viene de tu esposa o hijos, esfuérzate por vencerla con argumentos y no con autoridad, pues la victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria.
¿Una aguda muestra del humor inglés? Destaca precisamente aquellas instancias opositoras a las que nunca vale la pena enfrentar por ser sordas tanto a los argumentos como a la autoridad.
Más allá del sarcasmo doméstico, un consejo que tiene dos vertientes. Una vinculada a la razón y otra a la emoción. Sabemos que ambos procesos mentales no se hallan separados, sin embargo se hace la distinción por comodidad explicativa. La razón nos indica que todo opositor en el ámbito académico, resulta ser un verdadero estímulo para la argumentación siempre que las divergencias se reserven para discutir interpretaciones, valoración de datos, elaboración de teorías o pertinencia de las observaciones, entre muchas otras instancias de trabajo. Un verdadero opositor nos obliga a reforzar nuestros argumentos solidificándolos y reformulándolos, a planear otras instancias de demostración, a hacer más transparentes los procesos de verificación.
Un agudo opositor es un tesoro que no debemos perder, constituye un capital invalorable dentro del proceso de desentrañar la verdad. Alguien dijo alguna vez algo así como que del encuentro de dos encarnizadas argumentaciones surge la chispa de la verdad. “Mi maestro Piaget decía que era bueno elegir un "buen enemigo" para refutarlo con las propias ideas y experimentos.”
Pero el hombre no es pura razón, la vida resultaría aburridísima si así fuera. En lo que denomino vertiente emocional incluyo varios motivos de confrontación que nada tienen que ver con el surgimiento de la verdad. Celos profesionales, envidias y resentimientos, cuestiones socioculturales, adversidades históricas, administración de cuotas de poder, rencillas partidarias, etc. Todos ellos pueden disfrazarse de argumentaciones razonables para boicotear, entorpecer, o hacer fracasar el trabajo de los otros. En estos casos también sirve el enfrentamiento en el terreno de la argumentación y, agregaría, en el de la metacomunicación. Este último concepto proviene de la Teoría de la Comunicación y se refiere a la observación de segundo nivel, es decir la observación de los observadores. Un ejemplo: cuando una discusión se encuentra en un punto álgido y paralizante conviene colocarse en una posición ‘meta’, es decir observar la interacción comunicativa desde un metanivel. Podríamos decir, ‘vernos discutiendo’. Desde esa posición ‘meta’ se pueden distinguir más fácilmente las cuestiones que permanecen en una determinante posición secundaria entre los ‘contendientes’. Podemos sacar a la luz los verdaderos procesos relacionales que atentan contra la discusión de los contenidos.
Las disputas pueden zanjarse con actos de autoridad, es cierto que estos suelen aportar soluciones de corto plazo y en general no demasiado significativas en lo referente al contenido de las disputas. Sin embargo (esto es políticamente incorrecto decir), todos los que en algún momento hemos detentado cargos de responsabilidad en el ambiente académico debemos ejercer la autoridad que proviene de la responsabilidad y el servicio. De lo que sí debemos estar conscientes, es que sólo se tratan de soluciones de corto plazo; en un tiempo prudencial se pueden reiniciar, intentando delimitar el espacio de lo que se encuentra en disputa en la medida de lo posible. Debemos recordar que el ser humano no puede optar por ponerse a sí mismo en ‘modo razón’ o ‘modo emoción’, siempre ambas trabajan juntas para lograr la sintonía fina de cada una.
5 No tengas respeto por la autoridad de otros, pues siempre se encuentran autoridades en contrario.
Quizás sea un defecto de traducción, es muy fuerte sostener que no se debe tener ‘respeto’ por la autoridad de otros. Creo que en este caso se refiere a que la autoridad presente (un experto en un tema específico) o citada (un artículo producido por un experto), no nos limite en nuestra creatividad respecto del tema en cuestión. Dicen los abogados que tanto a favor del fiscal como de la defensa, existe un 50% de la jurisprudencia a favor. Me parece que podemos convenir que los argumentos de autoridad no sean determinantes ni concluyentes, pero claramente no podemos desoírlos. Los escolásticos decían que el argumento de autoridad es el último de los argumentos, pero es un argumento. No tenerlos en cuenta demostraría una actitud pretenciosa, soberbia y temeraria de parte nuestra, por el contrario darles un valor superlativo puede conducirnos a la inhibición y a la parálisis científica.
En la vida diaria, desoír los consejos del contador, porque provienen de una figura de autoridad puede resultar catastrófico para nuestras finanzas, por ejemplo. Interpreto que los argumentos de autoridad deben ser considerados como guías o advertencias para facilitar el recorrido del propio camino. Valorándolos en su justa medida tienden a prevenirnos sin invalidarnos. En mi formación como médico, ¿cómo desperdiciar las opiniones del mi jefe de sala mientras hacemos la revista diaria? Su opinión sólidamente argumentada me sirve de norte en la etapa de aprendizaje, que por otra parte no termina nunca. Ahora, darle el valor de Vox Dei sería una flagrante exageración.
La experiencia me ha enseñado el alto valor que posee atender al consejo del experto, sin embargo habiendo recorrido ya un camino, se siente el llamado a seguir el propio derrotero, se desarrolla un olfato especial carente de infalibilidad pero que puede constituirse en la punta del hilo a nuevas realizaciones, y en la llave de la puerta de la novedad.
6 No uses el poder para reprimir opiniones que consideres perniciosas, pues si lo haces las opiniones te reprimirán a ti.
Notable consejo que se vincula de manera directa con algunos de los que venimos considerando. Como responsables de áreas de trabajo, el uso del poder para imponer condiciones, es siempre una tentación contra la que hay que luchar. La paciencia y la escucha son virtudes del líder. Conviene aclarar que estamos refiriéndonos al nivel de la opinión que es un grado menor de conocimiento. Se puede opinar esto o lo otro con cierta liviandad, la prueba no es condición para la mera opinión. Sin embargo la opinión colapsa ante el conocimiento probado, se rinde ante la evidencia.
En los grupos humanos la opinión puede servir para abrir caminos que pueden resultar de interés, algunas veces se presentan como alternativas posibles al conocimiento instaurado; pero la opinión debe recorrer aún el camino a la contrastación, aún tiene que convertirse en una hipótesis que habrá de vérselas con la base empírica. Sólo de allí surgirá el conocimiento probado, es decir la ciencia. Se trata del viejo camino de la Doxa a la Episteme, representan niveles de conocimiento de diferente jerarquía. Tener una buena predisposición ante las opiniones, es tener atención a la novedad. Usar el poder en contra de ellas puede redundar en nuestro perjuicio y, lo que es aún peor, en el de los que están a nuestro cargo.
7 No temas ser excéntrico en tus opiniones, pues todas las opiniones aceptadas ahora alguna vez fueron excéntricas.
“Bienaventurado aquel al que ladran los cretinos, porque su alma nunca les pertenecerá”
Nos sentimos excéntricos cuando hacemos alguna proposición o decidimos algo que se sale de los cánones habituales. En ciencia ocurre a menudo; se producen esos momentos denominados ‘Eureka’, en los cuales entrevemos la solución a un problema que nos preocupa desde hace tiempo, y por fin parece que vamos a solucionar. Los avances en las ciencias los hacen quienes tienen ideas nuevas, inspiraciones que alteran el orden constituido de tal modo que parece que se va contracorriente. La educación a la que estamos habituados en todos los niveles, pocas veces premia la creatividad y las ocurrencias nuevas. En general participamos en sistemas educativos que premian la memorización, la producción en cadena y la ley del menor esfuerzo. No es raro que haya alumnos, y también maestros o profesores, que manifiesten encontrarse absolutamente aburridos en ese esquema de cosas. Ser excéntrico, es decir haberse salido del centro habitual, permite ver las cosas desde perspectivas diferentes y a menudo originales. Salirse del centro permite además, una nueva valoración de sí mismo y del mundo circundante. Ambas condiciones favorecen la novedad. “A esto llamaba Piaget: Descentración.”
Ahora bien, ser tildado de excéntrico, no significa serlo. Sin embargo quienes realizan el juicio así lo ven. Es en estos casos en los que tampoco hay que temer a pesar de la sentencia de los pares, si se está convencido y hemos juzgado críticamente, hay que seguir adelante. La excentricidad se supera con nuevas evidencias, con proposiciones que a los otros les resulten más factibles, efectuando traducciones que vinculen lo viejo con lo nuevo. Es un verdadero trabajo.
La novedad, no es siempre bienvenida en la sociedad científica en los períodos de ‘ciencia normal’ en los que se halla instalado el paradigma a lo Kuhn . Representa una ‘anomalía’, que al alcanzar un estado crítico provocará el cambio paradigmático. En los largos períodos de ‘normalidad’ de la comunidad científica, la presencia de los ‘excéntricos’ permite que la savia del conocimiento siga progresando con la novedad.
8 Encuentra mayor placer en el disenso inteligente que en la aceptación pasiva, pues si valoras la inteligencia como se debe, lo primero implica una más profunda aceptación que lo segundo.
Sin dudas un consejo excelente. Difícil de vivir y tolerar la mayoría de las veces, pero a la corta o a la larga excelente. Somos muy propensos a la adulación, nos encanta que nuestras realizaciones sean reconocidas y valoradas por los demás. Se trata de un mecanismo de refuerzo que le hace muy bien a nuestro cerebro social, sobre todo en el área que registra las recompensas y las confirmaciones de nuestro ser – estar en el mundo. La adulación es el caso extremo, pero no nos gusta que nos lleven la contra. En general sentimos, que hemos calculado todos los riesgos y detalles de nuestras decisiones y que nada se nos puede haber escapado. ¿Cómo puede ser que ahora venga alguien a decirme que las cosas no son del todo así, que debo atender a tal y cual detalle?
Dar cabida al disenso, a la opinión en contrario, a los argumentos que se nos oponen, es valorar la inteligencia del otro, y además valorar nuestra propia inteligencia. Nuestro intelecto está sediento de ‘la verdad’, calma su sed de manera momentánea con nuestra verdad; pero en cuanto las inconsistencias se ponen de manifiesto, desea optar por la mayor aproximación intelectualmente consolidada.
En mi caso, tengo la suerte de tener un amigo así. Con frecuencia pienso que exagera en llevarme la contraria y estoy seguro de que no siempre tiene la razón. Se producen disputas entre nosotros que en oportunidades alcanzan tal énfasis que nos afectan el humor, y parecen poner escollos en nuestro vínculo. Superado el momento inicial en el que las emociones juegan su papel crucial, se inicia una etapa de reflexión en la que reverberan las críticas, las opiniones encontradas y los disensos. Pasado ese momento viene la hora de replantear actitudes, modificar conductas, redefinir estrategias. En general las críticas permiten una mejor aproximación al objetivo, se aprecia su utilidad y se las valora en grado sumo. Tener quien nos lleve la contraria, es determinante en la consecución de nuestros propósitos académicos, ya que nos insta a mejorarnos a nosotros mismos. En la vida diaria ocurre otro tanto.
9 Sé sincero, incluso si la verdad es inconveniente, pues resulta más inconveniente cuando tratas de ocultarla.
“Todo hombre es sincero a solas; en cuanto aparece una segunda persona empieza la hipocresía.” Emerson (1803-1882) Poeta y pensador estadounidense.
Excelente combinación de afirmaciones, excelentes llamados a la conservación de la verdad tanto en la vida diaria, cuanto en la actividad científica. No se puede afirmar que la sinceridad sea necesariamente un sustento de la veracidad, sin embargo podríamos decir que es una buena base, un fundamento sólido para su manifestación. Ser sincero significa ser de una sola pieza. Los mármoles en la antigua Roma, se denominaban ‘sincerum’ cuando no poseían fisuras que fueran disimuladas con cera, es decir tenían la valiosa condición de ser de una sola pieza. La sinceridad considerada como un valor, una virtud del ser humano, facilita la vida en sociedad pues disminuye la incerteza. La sinceridad, no es algo que debemos esperar de los demás, mucho menos exigírsela, es un valor que debemos vivir para permanecer insertos en la sociedad siendo dignos de confianza. Sobre ella han de edificarse interacciones humanas sólidas que permitan por igual, el disenso y el reconocimiento genuinos.
Nadie puede ser sincero a solas. Así como no cabe la posibilidad de que exista un lenguaje privado, según la acertada proposición de Ludwig Wittgenstein. Quien pretenda ser sincero en la soledad, carece de la prueba de fuego de su virtud cual es la interacción con el otro. Lo sabemos por experiencia, somos tolerantes con los propios vicios y severos con los ajenos. Somos capaces de engañarnos a nosotros mismos para que nuestra estructura permanezca incólume.
Sincero es un adjetivo calificativo que se usa en el lenguaje común para hacer referencia a una persona que se maneja a través de la sinceridad por contrario a la falsedad. El individuo sincero es aquel que dice la verdad, que no recurre a mentiras y que reconoce sus sentimientos y pensamientos en lugar de ocultarlos o adaptarlos al tipo de personas que lo rodean.
“La verdad se opone a la mentira, a la simulación (mentir con los hechos); a la hipocresía (pasar por lo que no se es); a la jactancia (atribuirse excelencias que no se poseen o elevarse sobre lo que uno es); a la falsa humildad (cuando se niegan cualidades y merecimientos que en realidad se tienen); a la adulación (consiste en engañar a una persona hablando bien de ella, con el objeto de sacar algún provecho); a la locuacidad (hablar con ligereza, con el peligro de apreciaciones inexactas o injurias, que pueden llevar con facilidad a la calumnia o a la difamación); al juicio temerario, a la maledicencia, a la calumnia, la simulación, la duplicidad, a las posturas superficiales que conducen a fórmulas o actitudes vacías o a la imitación de otras personas.”
10 No sientas envidia de la felicidad de aquellos que viven en un paraíso de tontos, pues sólo un tonto pensará que eso es la felicidad.
Es muy presuntuoso juzgar acerca de los paraísos de los otros, es muy riesgoso incluir a los otros en la categoría de tonto. ¿Cuáles son los límites de la misma, quienes caben en ella, y quiénes merecen permanecer allí por siempre? A la hora de emitir este juicio, conviene darle una mirada al espejo previamente. Es posible que a la larga comprobemos que cada quien se hace su paraíso, y que nuestro juicio no es más que otra de nuestras vanidades.
Creo entender lo que quiere decir Russell, brevemente: no tengas envidia de nada. Los paraísos vacíos, aquellos de los ruidos estridentes y de las luces cegadoras, aquellos de las risotadas estentóreas y de los colores chillones; esos pueden ser considerados los paraísos de los tontos. La gloria fugaz, el prestigio dudoso, el regodeo en posesiones desleíbles. Vanitas, vanitatis! Vanidad de vanidades. De algún modo, todos en algún momento de nuestra vida, hemos considerado haber alcanzado nuestro paraíso en las cosas insustanciales de la vida. En esto, Sr. Russell, creo que pueden ser muy pocos a lo largo de la historia, que puedan arrojar una primera piedra.
Estoy de acuerdo - entendiendo que mi asentimiento es de muy poca importancia – en que no resulta conveniente sentirse atraído y distraído por esos ‘paraísos’ que fascinan a tantos, y tantos otros muestran como cucardas del premio mayor. Esos paraísos son lo que me deben tener sin cuidado.
Felicidad, ¿cuál felicidad, qué felicidad? En esto le doy la diestra al sabio inglés: en un mundo como el nuestro, hacer gala y ostentación de una cierta felicidad, es posible que sea el mejor signo de que carece de ella. La felicidad es silenciosa y sutil, tiene un gran parecido con la paz; no es presuntuosa ni engreída, tiene un gran parecido con el amor; no profiere gritos ni carcajadas, se parece mucho al silencio. Y… sí, acaso aparezca un tonto hablando acerca de su propia felicidad… Cuidado…, hagamos realidad el consejo, evitemos envidiarnos, y pongámonos a construir nuestro espacio, sin comparar. Seamos inteligentes, cautos y veraces a la hora de tomar modelos.
Ante todo tengamos en cuenta los infinitos matices de una vida inmersa en la complejidad y la incertidumbre.
Agradecimiento:
Gracias Sr. Russell, logró el que creo su mayor objetivo: La reflexión personal de alguien, que alejado en el tiempo, haya encontrado en sus ‘mandamientos’ un estímulo para replantearse ideas y actitudes. Sean bienvenidos sus consejos en la medida en que nos espabilen de la modorra de la rutina y del entumecimiento de la cotidianeidad.
domingo, 8 de marzo de 2015
viernes, 6 de marzo de 2015
Diversity & Inclusion – Love Has No Labels
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