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lunes, 28 de septiembre de 2015
lunes, 21 de septiembre de 2015
domingo, 20 de septiembre de 2015
Tony Judt
La fina capa de la civilización reposa sobre lo que bien podría ser una fe ilusoria en nuestra humanidad común. Pero ilusoria o no, haríamos bien en aferrarnos a ella. Ciertamente, es esa fe –y las restricciones que impone a la conducta humana- la que debe anteponerse en tiempos de guerra o de malestar social.”
Proteja su tiempo
Be a good steward of your gifts. Protect your time. Feed your inner life. Avoid too much noise. Read good books, have good sentences in your ears. Be by yourself as often as you can. Walk. Take the phone off the hook. Work regular hours.
sábado, 19 de septiembre de 2015
No vinimos al mundo solo a trabajar y a comprar . Mujica
La vida es un minuto y se va , tenemos la eternidad para no ser y solo un minuto para ser.
y que poca importancia le damos al hecho de estar vivos .
Seneca nos decía , no es pobre quien tiene poco , sino quien desea mucho .
no vinimos a este mundo solo a trabajar y a comprar : vinimos a vivir . La vida es un milagro. La vida
es un regalo. Y solo tenemos una
y que poca importancia le damos al hecho de estar vivos .
Seneca nos decía , no es pobre quien tiene poco , sino quien desea mucho .
no vinimos a este mundo solo a trabajar y a comprar : vinimos a vivir . La vida es un milagro. La vida
es un regalo. Y solo tenemos una
Human de Yan Arthus Bertrand : que nos hace humanos ?
Ig Nobel de Biología .
viernes, 18 de septiembre de 2015
martes, 15 de septiembre de 2015
domingo, 13 de septiembre de 2015
CORAZÓN SILENCIOSO
Retrato de una muerte en familia
En su última película Bille August logra hacer algo honesto y creíble
Dirección: Bille August.
Intérpretes: Ghita Norby, Paprika Steen, Danica Curcic.
Género: Drama.
Dinamarca, 2015. Duración: 97 minutos.
Pero el happy end (entre comillas, ya que la muerte siempre es la muerte) se complicará. Surgirán las dudas, el presentimiento de que no todo es lo que parece, la depresión genética ferozmente aumentada por el desamparo que provocará la pérdida, los fantasmas que permanecían ocultos.
Bille August, ese director que parecía definitivamente perdido después de las antiguas y conmocionantes Pelle el conquistador y Las mejores intenciones, sigue estando lejos del nivel artístico de aquellas películas, pero sí logra hacer algo honesto y creíble, una atractiva radiografía de los sentimientos cuando se enfrentan a la definitiva pérdida. No me quedo indiferente ante esta tragedia que sus protagonistas tratan de hacer llevadera. Y me gusta lo que expresan, callan y sugieren sus notables actrices. No me quejo. Es suficiente.
Los mareados . Enrique Cadicamo
Hoy vas a entrar en mi pasado
en el pasado de mi vida
tres cosas lleva el alma herida
amor , pesar , dolor
Hoy nuevas sendas tomaremos
que grande ha sido nuestro amor
y sin embargo , ay
mirá lo que quedó
en el pasado de mi vida
tres cosas lleva el alma herida
amor , pesar , dolor
Hoy nuevas sendas tomaremos
que grande ha sido nuestro amor
y sin embargo , ay
mirá lo que quedó
lunes, 7 de septiembre de 2015
domingo, 6 de septiembre de 2015
sábado, 5 de septiembre de 2015
viernes, 4 de septiembre de 2015
Por qué SÍ deberías hablar con extraños
Por una vez nuestras madres no tenían razón, ya que interactuar con desconocidos tiene beneficiosos efectos psicológicos, diferentes a los de hablar con personas de nuestro círculo social.
RITA ABUNDANCIA
03 de septiembre de 2015
07:39 h.
Foto: Cordon Press
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Si hay algo que nuestros padres nos repitieron hasta la saciedad cuando éramos niños es que nunca, jamás debíamos hablar con extraños ni aceptar caramelos de desconocidos. Ahora, sin embargo, los psicólogos nos dicen lo contrario y nos animan a charlar con cualquiera que tengamos al lado, en un mundo en el que, aunque compartamos el mismo espacio, la tecnología nos sitúa en planetas diferentes, a miles de años luz de nuestro vecino de asiento en el metro.
El pasado fin de semana se celebró en Vancouver una iniciativa apodada Say hi to a stranger. La ciudad tiene fama de ser fría y poco amigable, por eso algunos se han propuesto hacer algo al respecto. Cada cierto tiempo se celebran jornadas bajo este slogan en las que se anima a los ciudadanos a desobedecer las máximas que sus progenitores les inculcaron de pequeños, y a embarcarse en la maravillosa aventura de acercarse a desconocidos y emprender conversaciones con ellos. Y no solo eso, sino que se les invita a tomar fotos o vídeos de este “singular acontecimiento” y colgarlos en las redes sociales. La primera convocatoria de Say hi to a stranger fue en noviembre del 2013 y le han seguido varias, en las que no faltan nunca las fiestas con entrada libre para favorecer los encuentros.
Al otro lado del charco, en Londres, Amy Dicketts barajaba la misma idea y decidió crear el Commute blog. Cuando Amy va en metro habla con sus compañeros de vagón, les hace fotos y cuenta sus historias, algunas de ellas tan fascinantes que nos hacen pensar en toda esa interesante y sorprendente información que flota a nuestro alrededor constantemente, pero a la que somos incapaces de acceder por pereza, vergüenza, miedo al rechazo u otras mil razones. En sus viajes en el suburbano londinense Dicketts ha conocido a un gay homosexual ruso, emo cuando era niño, que huyó de su país para evitar la homofobia; un dramaturgo embarcado en un proyecto de teatro intergeneracional en Hackney, en el que trabaja con mujeres de la tercera edad y chicas jóvenes; una mujer que padece de insomnio y que aprovecha las largas noches en blanco para escribir, una bailarina de burlesque o dos punkies que confiesan, sin rubor, ser admiradoras acérrimas de Beyoncé.
Uno puede pensar que no necesita hablar con extraños, teniendo familia y amigos dispuestos a conversar. Sin embargo, los psicólogos están convencidos de que interactuar con desconocidos tiene otros beneficios, diferentes a los de hacerlo con personas de nuestro círculo social.
Según cuenta un artículo de CBS News, titulado Talking to strangers can boost your happiness level, Elizabeth Dunn, profesora de psicología de la University of British Columbia, en Canadá, llevó a cabo un experimento al constatar que su novio de la época de estudiante, Benjamin, actuaba de dos formas cuando estaba de mal humor: descargaba su enfado en ella, porque sabía que podía hacerlo y eso no le reportaba grandes consecuencias; o se iba y hablaba con algún desconocido en la calle, con el que se mostraba muy amable y educado. Dunn quiso profundizar en este fenómeno y comprobó, gracias a la ayuda de otras parejas, que cuando la gente interactuaba con desconocidos se comportaban de forma agradable, lo que contribuía a subirles el ánimo. El estudio de esta psicóloga descubrió también que este tipo de contacto no solo hacía que las personas estuvieran más alegres, sino que les ayudaba a sentirse parte de la comunidad.
Un ejemplo más de cómo la comunicación es una excelente herramienta para el desarrollo personal. Según la psicóloga Marisol Delgado, especialista en psicoterapia por la European Federation of Psychologists Associations (EFPA) y con consulta en Avilés, “tal vez este aspecto sea el más interesante, ya que hablar con extraños y que alguien te escuche, contribuye al fortalecimiento de la identidad, a la construcción del yo, a la autoestima. Podemos aportar algo, somos tenidos en cuenta, formamos parte del mundo y no solo de la familia o de nuestro pequeño círculo de amistades. El ser humano tienen la gran suerte de contar con el lenguaje. Es verdad que muchos animales se comunican entre ellos, pero es otro tipo de intercambio de información. Nosotros podemos elaborar todo un análisis de la realidad, expresar nuestros sentimientos e incluso, utilizar el lenguaje para hablar del lenguaje. Además, cuando ponemos en palabras nuestros pensamientos, estamos viviéndolos de nuevo, rediseñándolos. Este es el gran poder de la terapia psicológica, que se basa en hablar”.
El pasado año se llevó a cabo otro experimento respecto a las bondades de tratar con extraños, que recogía un artículo de la revista Business Insider. Nicholas Epley y Juliana Schroeder, investigadores de la Universidad de Chicago, quisieron comprobar el efecto de hablar con desconocidos, y para ello utilizaron un tren de esa ciudad. A un grupo de personas, en su trayecto hacia el trabajo, se les dio instrucciones de que hablaran con el que tenían al lado sobre cualquier cosa. A un segundo grupo, se les prohibió hablar con nadie y un tercero tenía que hacer lo que hace habitualmente en el viaje. Posteriormente se le hicieron preguntas sobre esta experiencia y el primer grupo fue el que la calificó más positivamente. Cuanto más larga había sido la conversación con el vecino de asiento, más valoraciones positivas se hacían y la gente abandonaba el tren con un mejor estado de ánimo. Los que no habían interactuado con nadie calificaban peor el trayecto y salían con la misma disposición con la que habían entrado. Otro aspecto que destapó esta prueba fue el hecho de que, en principio, la gente cree que interactuar con extraños es mucho más difícil de lo que en realidad es. Pero cuando se atreven a hacerlo, reconocen que la mayor parte de la gente es abierta, amable y comunicativa, y que disfrutan mucho de la experiencia.
Según Delgado, “existe un gran miedo a contactar con alguien que no conocemos. Pensamos que vamos a molestarlo, que nos va a dar una mala contestación, que vamos a quedar en ridículo y perdemos muchas ocasiones de conocer a gente interesante. Y esto se agrava en el caso de las relaciones afectivas. La mayor parte de la gente no sabe como iniciar una conversación con alguien que le gusta, estamos perdiendo esta habilidad social, que las generaciones anteriores desarrollaban más que nosotros. Por supuesto que cabe la posibilidad de que la otra persona no nos corresponda, pero ha que correr riesgos. Hoy es posible que alguien en una discoteca vea a un chico o una chica que le guste y no se acerque en toda la noche. Lo peor de todo es que cuando se va a casa lo hace acompañado de un sentimiento de frustración”.
Esta timidez, sin embargo, no parece acusarse en las redes sociales. Evitamos el contacto con el que se sienta al lado en la barra del bar, con la mujer que está codo con codo en el autobús o con el compañero de viaje, en un vuelo de tres horas de duración. Pero, al mismo tiempo, estamos suscritos a webs de contactos para buscar pareja o hacer amigos. “En las redes sociales falta toda esa comunicación que tenemos en el face to face, la no verbal, que habla mucho de nosotros y que es lo que hace que nos sintamos más vulnerables. Por eso estamos más desinhibidos y ese miedo desaparece. Porque, como dice el psicólogo y teórico de la comunicación, Paul Watzlawick, “es imposible no comunicar”.
Las pautas que da esta psicóloga para atreverse a abordar a desconocidos son simples. “Si iniciamos una conversación y vemos que esa persona no es receptiva, lo mejor es dejarlo. No hay que empezar por temas serios o personales sino cosas más simples, y hay que tratar de crear una conversación y no un monólogo. Es decir, hablar pero también escuchar. Tenemos muy poca capacidad de oír al otro y los estudios demuestran que la gente tiende a desconectar y a no poner atención en su interlocutor a los 3 ó 4 minutos. Es también importante inculcarles a los niños otros mensajes y lo mejor, en estos casos, es tener a los adultos como modelos. Ellos son los que deben demostrarle al niño en que contextos es seguro o no acercarse a desconocidos. Recuerdo una vez que mi marido y yo fuimos a un pueblecito cerca de Toronto, a un concierto de Aretha Franklin. Cenamos en un restaurante y entablamos conversación con una pareja que estaba a nuestro lado. No lo olvidaré en mi vida, hablamos durante toda la cena y fue muy agradable. Luego ellos se levantaron y se fueron antes. Cuando fuimos a pagar, el camareros nos dijo que la pareja sentada a nuestro lado había liquidado nuestra cuenta. La bondad de los extraños”.
Tan importante es comunicarse que uno de los síntomas de la vejez, y de que uno se acerca lentamente a la muerte, es que se va dejando de hablar. “En algunos casos puede que sea por un deterioro cognitivo, pero también hay ancianos que no sufren este problema y dejan de hablar porque sienten que nadie les escucha, que no interesa ya lo que dicen. La depresión también conlleva una pérdida de la comunicación. De hecho, una terapia que hacemos con depresivos es la técnica de la activación conductual, en la que se le asignan pequeñas tareas que llevan implícito un cierto contacto social”, comenta esta psicóloga. Así que ya saben. Hablen, mientras puedan. También con extraños.
El pasado fin de semana se celebró en Vancouver una iniciativa apodada Say hi to a stranger. La ciudad tiene fama de ser fría y poco amigable, por eso algunos se han propuesto hacer algo al respecto. Cada cierto tiempo se celebran jornadas bajo este slogan en las que se anima a los ciudadanos a desobedecer las máximas que sus progenitores les inculcaron de pequeños, y a embarcarse en la maravillosa aventura de acercarse a desconocidos y emprender conversaciones con ellos. Y no solo eso, sino que se les invita a tomar fotos o vídeos de este “singular acontecimiento” y colgarlos en las redes sociales. La primera convocatoria de Say hi to a stranger fue en noviembre del 2013 y le han seguido varias, en las que no faltan nunca las fiestas con entrada libre para favorecer los encuentros.
Al otro lado del charco, en Londres, Amy Dicketts barajaba la misma idea y decidió crear el Commute blog. Cuando Amy va en metro habla con sus compañeros de vagón, les hace fotos y cuenta sus historias, algunas de ellas tan fascinantes que nos hacen pensar en toda esa interesante y sorprendente información que flota a nuestro alrededor constantemente, pero a la que somos incapaces de acceder por pereza, vergüenza, miedo al rechazo u otras mil razones. En sus viajes en el suburbano londinense Dicketts ha conocido a un gay homosexual ruso, emo cuando era niño, que huyó de su país para evitar la homofobia; un dramaturgo embarcado en un proyecto de teatro intergeneracional en Hackney, en el que trabaja con mujeres de la tercera edad y chicas jóvenes; una mujer que padece de insomnio y que aprovecha las largas noches en blanco para escribir, una bailarina de burlesque o dos punkies que confiesan, sin rubor, ser admiradoras acérrimas de Beyoncé.
Uno puede pensar que no necesita hablar con extraños, teniendo familia y amigos dispuestos a conversar. Sin embargo, los psicólogos están convencidos de que interactuar con desconocidos tiene otros beneficios, diferentes a los de hacerlo con personas de nuestro círculo social.
Según cuenta un artículo de CBS News, titulado Talking to strangers can boost your happiness level, Elizabeth Dunn, profesora de psicología de la University of British Columbia, en Canadá, llevó a cabo un experimento al constatar que su novio de la época de estudiante, Benjamin, actuaba de dos formas cuando estaba de mal humor: descargaba su enfado en ella, porque sabía que podía hacerlo y eso no le reportaba grandes consecuencias; o se iba y hablaba con algún desconocido en la calle, con el que se mostraba muy amable y educado. Dunn quiso profundizar en este fenómeno y comprobó, gracias a la ayuda de otras parejas, que cuando la gente interactuaba con desconocidos se comportaban de forma agradable, lo que contribuía a subirles el ánimo. El estudio de esta psicóloga descubrió también que este tipo de contacto no solo hacía que las personas estuvieran más alegres, sino que les ayudaba a sentirse parte de la comunidad.
Foto: Corbis
El pasado año se llevó a cabo otro experimento respecto a las bondades de tratar con extraños, que recogía un artículo de la revista Business Insider. Nicholas Epley y Juliana Schroeder, investigadores de la Universidad de Chicago, quisieron comprobar el efecto de hablar con desconocidos, y para ello utilizaron un tren de esa ciudad. A un grupo de personas, en su trayecto hacia el trabajo, se les dio instrucciones de que hablaran con el que tenían al lado sobre cualquier cosa. A un segundo grupo, se les prohibió hablar con nadie y un tercero tenía que hacer lo que hace habitualmente en el viaje. Posteriormente se le hicieron preguntas sobre esta experiencia y el primer grupo fue el que la calificó más positivamente. Cuanto más larga había sido la conversación con el vecino de asiento, más valoraciones positivas se hacían y la gente abandonaba el tren con un mejor estado de ánimo. Los que no habían interactuado con nadie calificaban peor el trayecto y salían con la misma disposición con la que habían entrado. Otro aspecto que destapó esta prueba fue el hecho de que, en principio, la gente cree que interactuar con extraños es mucho más difícil de lo que en realidad es. Pero cuando se atreven a hacerlo, reconocen que la mayor parte de la gente es abierta, amable y comunicativa, y que disfrutan mucho de la experiencia.
Según Delgado, “existe un gran miedo a contactar con alguien que no conocemos. Pensamos que vamos a molestarlo, que nos va a dar una mala contestación, que vamos a quedar en ridículo y perdemos muchas ocasiones de conocer a gente interesante. Y esto se agrava en el caso de las relaciones afectivas. La mayor parte de la gente no sabe como iniciar una conversación con alguien que le gusta, estamos perdiendo esta habilidad social, que las generaciones anteriores desarrollaban más que nosotros. Por supuesto que cabe la posibilidad de que la otra persona no nos corresponda, pero ha que correr riesgos. Hoy es posible que alguien en una discoteca vea a un chico o una chica que le guste y no se acerque en toda la noche. Lo peor de todo es que cuando se va a casa lo hace acompañado de un sentimiento de frustración”.
Esta timidez, sin embargo, no parece acusarse en las redes sociales. Evitamos el contacto con el que se sienta al lado en la barra del bar, con la mujer que está codo con codo en el autobús o con el compañero de viaje, en un vuelo de tres horas de duración. Pero, al mismo tiempo, estamos suscritos a webs de contactos para buscar pareja o hacer amigos. “En las redes sociales falta toda esa comunicación que tenemos en el face to face, la no verbal, que habla mucho de nosotros y que es lo que hace que nos sintamos más vulnerables. Por eso estamos más desinhibidos y ese miedo desaparece. Porque, como dice el psicólogo y teórico de la comunicación, Paul Watzlawick, “es imposible no comunicar”.
Las pautas que da esta psicóloga para atreverse a abordar a desconocidos son simples. “Si iniciamos una conversación y vemos que esa persona no es receptiva, lo mejor es dejarlo. No hay que empezar por temas serios o personales sino cosas más simples, y hay que tratar de crear una conversación y no un monólogo. Es decir, hablar pero también escuchar. Tenemos muy poca capacidad de oír al otro y los estudios demuestran que la gente tiende a desconectar y a no poner atención en su interlocutor a los 3 ó 4 minutos. Es también importante inculcarles a los niños otros mensajes y lo mejor, en estos casos, es tener a los adultos como modelos. Ellos son los que deben demostrarle al niño en que contextos es seguro o no acercarse a desconocidos. Recuerdo una vez que mi marido y yo fuimos a un pueblecito cerca de Toronto, a un concierto de Aretha Franklin. Cenamos en un restaurante y entablamos conversación con una pareja que estaba a nuestro lado. No lo olvidaré en mi vida, hablamos durante toda la cena y fue muy agradable. Luego ellos se levantaron y se fueron antes. Cuando fuimos a pagar, el camareros nos dijo que la pareja sentada a nuestro lado había liquidado nuestra cuenta. La bondad de los extraños”.
Tan importante es comunicarse que uno de los síntomas de la vejez, y de que uno se acerca lentamente a la muerte, es que se va dejando de hablar. “En algunos casos puede que sea por un deterioro cognitivo, pero también hay ancianos que no sufren este problema y dejan de hablar porque sienten que nadie les escucha, que no interesa ya lo que dicen. La depresión también conlleva una pérdida de la comunicación. De hecho, una terapia que hacemos con depresivos es la técnica de la activación conductual, en la que se le asignan pequeñas tareas que llevan implícito un cierto contacto social”, comenta esta psicóloga. Así que ya saben. Hablen, mientras puedan. También con extraños.
jueves, 3 de septiembre de 2015
El pueblo que no quiere olvidar sus palabras
Apenas 10.000 personas hablan todavía el moken en las costas del mar de Andamán
Un grupo de expertos universitarios lucha por salvar esta cultura milenaria
Pablo L. Orosa Islas Surin (Tailandia) 3 SEP 2015 - 12:22 CEST
Las palabras se mueren. Un día, de pronto, ya no significan nada. O ya nadie es capaz de descifrar sus sonidos. Hoy, en la aldea de Au Bon Yai, en la isla tailandesa de Surin, ha muerto una palabra. Lo ha hecho de madrugada, en silencio, como mueren siempre las palabras. Lo ha hecho al amparo de la Lau Gai, la estrella que nunca desaparece. Ante la mirada de Aboom, Abaa y JoJo. Los espíritus. Lo ha hecho después de que Sabai, la última rapsoda, consumiese sus versos. Lo ha hecho después de que ningún joven moken pudiese atrapar palomas de humo.
“Quizá dentro de diez años ya nadie hable moken en esta isla”. Aún así, Ngoey, el jefe de la comunidad, no está preocupado. Quizá porque los moken no entienden de preocupaciones. Desde que llegaron a las islas del archipiélago Mergui, en la costa del mar de Andamán, entre Tailandia y Birmania, hace 3.500 años, los moken no conjugan futuros. Aquí sólo hay tiempo para el hoy y el ayer. “Los moken nacemos cada día. Hoy es una nueva vida”, explica Phi Utet.
Durante siglos, este pueblo de raíces austronesias ha vivido en el mar. Sus barcos, los kabang, surcaban las costas de corales turquesa hasta desvanecerse en las profundidades del Índico. Guiados por la Estrella Polar, Lau Gai, los moken permanecían en altamar durante buena parte del año: allí encontraban comida, refugio y la protección de los espíritus. Ni siquiera atracaban para dar a luz. Los hijos de los moken aprenden a nadar antes que a caminar. Solo la ira del monzón les obligaba a buscar cobijo en los arrecifes selváticos que trufan la costa de Andamán.
Hoy los moken permanecen amarrados en tierra firme. En una geografía de paisajes dorados de los que no pueden huir. Ya no hay estrellas que les guíen, cegadas por las luces de los centenares de barcos pesqueros que faenan en sus aguas.
Un idioma para sobrevivir al tsunami
Los moken no tienen palabras para decir hola ni adiós. Tampoco hay un vocablo que signifique cuando y, menos aún, desear. Los moken no desean, simplemente usan lo que necesitan: comida, medicinas, refugio… todo está a su alrededor. Por eso no necesitan acumular. No hay espacio para la idea de riqueza en su concepción nómada del mundo. No hay más mañana que el hoy.
En su idioma, los moken sí tienen palabras para el peligro. Así ha sido como durante años se han protegido unos a otros. Alertándose delos piratas (jon), las guerras (lang), los bancos de barracudas (tumin) y tiburones blancos (Kayai putiat ), o los venenos del pez piedra (pook ot). Fue su lengua lo que les salvó también del tsunami de 2004. Del laboon. “Su suponía estábamos en pleamar, pero aquel día la marea estaba muy baja. Era extraño. Entonces los ancianos de la aldea empezaron a gritar diciendo que vendría el laboon, que nos teníamos que refugiar. Así que lo hicimos, corrimos hacia la selva, a un alto”, relata Min Ie. Aquella mañana del 26 de diciembre de 2004, el tsunami devastó 14 países, dejando tras de sí 230.000 muertos. Ninguno de ellos fue un moken.
Desde niños, los moken escuchan historias sobre el laboon. Alrededor del fuego, los ancianos hablan de playas sin aguas y animales desbocados. Entonces, insisten, hay que buscar refugio. Esconderse en las alturas de la ola gigante que los ancestros han enviado para librar al mundo de demonios. “Volverá a pasar, dentro de 20 o 30 años, pero yo ya habré muerto para entonces”, asegura Phi Utet sentado en el interior de la cabaña de madera que comparte con su mujer, Min Ie, y sus cuatro hijos.
Nadie sabe qué ocurrirá cuando el tsunami vuelva a levantarse en el mar de Andamán. Es posible que por entonces ya no quede ni un sólo moken en las islas, o que los que lo hagan no hayan oído hablar del laboon. “Su idioma está en peligro y si lo pierden estarán acabando con su propia cultura. El idioma y la cultura van de la mano”, advierte Chang, lingüista de la universidad de Mahidol.
“Yo estaría encantado de hablar con los turistas, si quisiesen”
En la isla de Au Bon Yai hay 67 viviendas. 230 personas. Una retahíla de cabañas de bambú y hojas de palma suspendidas sobre un mar de sueños azulados. Un santuario de belleza selvática en pleno parque nacional de Mu Koh Suri. Tras amarrar el barco, Bathoi apura el paso buscando las sombras que alivien el calor de una mañana abrasadora. Sobre la arena, el envoltorio plateado de una chocolatina se agita con cada ráfaga de viento. A su vera, varias latas de refrescos y una bolsa de plástico. Son las huellas de los últimos turistas que han visitado la aldea.
Tras el tsunami de 2004, el Gobierno tailandés obligó a los moken a reconstruir sus viviendas en una pequeña bahía al sur de la isla de Surin. Les prohibió talar más pa-oh y construir con ellos los kabang. Tampoco podrían pescar más que para alimentarse. Ya nunca más serían nómadas. “Su cultura pasó a ser una de las atracciones del parque nacional y comercializada como tal. Se les pidió que mantuviesen sus construcciones tradicionales permanentemente y elaborasen souvenirs para vender a los turistas”, apunta Thom Henley en su libro Courage of the Sea. Como contraprestación, el Gobierno accedió a emplear a los moken en las instalaciones del parque. Una treintena de ellos trabajan en la cantina y en el campamento situado al norte de la isla. “Los niños que realizan trabajos de baja categoría reciben 50 baths (1,3 euros) al día y los adultos 120 baths (3,2 euros). Estos sueldos están por debajo del salario mínimo en Tailandia, 200 baths (5,4 euros), a pesar de que están contratados por un ente público”, señala Henley.
En moken no existe la palabra ‘desear’. Los Moken no ‘desean’, simplemente usan lo que necesitan: comida, medicinas, refugio
Nadie en la isla conoce las costas de Surin mejor que Bathoi. Quizá porque nadie ha surcando tanto sus aguas como él. Podría dibujar cada palmo de memoria: sus calas de arenas blancas, sus bosques impenetrables y esos rincones arcoíris bajo el manto azul del Índico que enamoran a los amantes del snorkeling. Aún así, el Gobierno prefiere emplear a guías tailandeses traídos del continente. Un modelo de turismo masivo en el que los moken son meros sujetos pasivos exhibidos para ser fotografiados. “Yo estaría encantado de hablar con los turistas, si quisiesen”, asegura Bathoi, quien desde hace unos meses participa como guía local en un programa de turismo sostenible impulsado por Andaman Discoveries.
Desde que fueron obligados a asentarse, muchas familias moken han abandonado la isla. Algunas han buscado acomodo en Birmania, al norte del archipiélago Mergui, donde a duras penas pueden mantener su tradicional estilo de vida nómada. Muchos otros han optado por integrarse en la sociedad tailandesa. “Allí, en el continente casi nadie habla ya en moken. Están perdiendo las tradiciones”, asegura Ngoey. De pie, frente a la puerta de la cabaña de Phi Utet, el jefe la comunidad de Au Bon Yai afila el cuchillo con el que en unos minutos desollará las piezas capturadas esta mañana.
La última canción
Chang tiene la camiseta empapada. Las gotas de sudor resbalan por su cuerpo mientras se acomoda en el suelo de la choza. Una de sus asistentas saca una libreta del bolso. Chang enciende el ordenador. “Aquí está”.
Un sonido gutural, ininteligible para el propio Chang, invade la conversación. Una mujer, vestido rojo, largo, con la melena recogida en una banda, invade la pantalla. Es Sabai, la última rapsoda. “Antes había cinco en la aldea, ahora ella es la última”. Por eso, Chang y su equipo llevan meses grabando cada una de sus interpretaciones, “documentando” el último vestigio del idioma moken. “Hasta ahora no existía ningún registro de esta lengua, nosotros estamos tratando de hacerlo a través de las canciones tradicionales, transcribiéndolas. Documentar el lenguaje ayuda a preservarlo. Los idiomas orales tienden a desaparecer antes”, asegura.
Desde la llegada de la televisión a la aldea, los jóvenes moken ya no acuden a los encuentros nocturnos, junto al fuego, a escuchar las historias sobre el laboon y la isla de los monos. “Como ocurre en todo el mundo, los niños prefieren quedarse viendo la televisión”, señala Chang. A su lado, sus dos compañeras sonríen.
Hoy solo 10.000 personas —4.000 en Tailandia y otras 6.000 en Birmania— hablan el idioma moken. La mayoría de ellas son ya adultas, en muchos casos de avanzada edad. “El idioma está en peligro. Las nuevas generaciones prefieren hablar tailandés, creen que el moken no es suficiente para ganarse la vida”, apunta Chang. “Tenemos que hacer que se sientan orgullosos, que vean que es un idioma valioso. Tanto por su valor cultural como por su utilidad”, añade.
Tras la llegada de la televisión a la aldea, los jóvenes moken ya no acuden a los encuentros nocturnos, junto al fuego, a escuchar las historias
Chang trabaja contrarreloj. En unas semanas el monzón se adueñará del mar de Andamán, tiñéndolo de un azul intenso y espumoso imposible de navegar siquiera para los moken. “Mi idea era quedarme aquí durante el monzón, pero todavía no sé lo que haré. Son cuatro meses…”, reconoce. Para entonces es difícil que hayan terminado de crear el alfabeto moken, un abecedario inspirado en el sistema fonético tailandés. “Los niños nos están ayudando a transcribir los sonidos de la canciones”, explica el lingüista de la universidad de Mahidol.
Una vez diseñado, Wilarsinee Klatalay podrá enseñarlo en la escuela. “Es una de las mejores maneras de preservar el idioma, a través de la educación”, corrobora Chang. “Debemos crear herramientas multimedia para que los niños disfruten aprendiéndolo. Es la única manera de que se propague de nuevo”. Es la única manera de curar palabras enfermas.
Mientras los adultos descansan a la sombra, huyendo del sol ardiente del Índico, Wilarsinee Klatalay recorre la aldea reuniendo a la veintena de alumnos de su clase de la tarde. Ahora toca arte. “Les encanta dibujar”, dice sonriente. A su lado, media docena de niños revolotean persiguiendo con la mirada el sonido de un avión. En la escuela hay 81 niños, divididos en tres grupos en función de su edad. “Antes, los moken eran analfabetos y no sabían sumar ni manejar el dinero. Cuando iban al continente a vender sus capturas les engañaban. Ahora los padres saben que si los niños estudian les pueden ayudar”, explica.
En el colegio, una pequeña construcción sin paredes en el extremo este de la isla, junto a la vereda que conduce al bosque, Wilarsinee Klatalay y sus dos compañeras imparten inglés, tailandés, matemáticas y artes. Cuando Chang termine sus trabajos, incorporarán el moken al currículum escolar. “Aquí todo el mundo habla moken a diario. Sólo utilizamos el tailandés para hablar con los que vienen de fuera”, subraya orgullosa la joven profesora de 26 años. En su regazo, una joven con el rostro cubierto de tanaka dibuja un mar de corales infinitos.
—Es muy bonito.
Es el mar del laboon.
martes, 1 de septiembre de 2015
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