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jueves, 22 de marzo de 2018

El pago chico y los usos de Manuel Puig


Juegos a la hora de la siesta, rumores, interpretaciones de las novelas en las que el escritor ficcionalizó hechos y personas de General Villegas viven una vida propia en su pueblo natal. Aquí, una crónica que Puig hubiera querido leer.

Por: María Moreno


CASA NATAL. El sitio donde nació Puig en diciembre de 1932.
Primera alegoría de General Villegas: a la entrada, el micro se detiene ante el cartel que dice "Gral. Villegas, la ciudad de Manuel Puig" porque se ha atravesado un camión en cuya caja dice "Transportes El Idealista" . (El Idealista pasa como un crédito cinematográfico sobre la foto gigante de Puig).

Villegas es todavía una ciudad de casas bajas donde se adivina la pérgola en el patio y la cortina de Ceylan en las puertas de los cuartos, de instituciones apiñadas en tres o cuatro cuadras, de clubes deportivos amigables como El Eclipse o El Atlético, frecuentados por jugadores de pelota a paleta que aún cultivan el look de la boina o la gorra de chofer.

Patricia Bargero, nacida en el pueblo Emilio V. Bunge del Partido de General Villegas, bibliotecóloga recibida en la UBA, es la baquiana de lo que la crítica Francine Masiello llama el vía crucis Puig en el pueblo, no sólo una guía topográfica sino una pesquisa de causa abierta para cualquier dato que pueda agregarse a su ya amplio archivo personal. Para que la presencia de su silla de ruedas no se transforme en un silencio o quede a cargo del editing del otro, le gusta hacer la novela en clave melodrama del accidente que sufrió mientras iba a su pueblo para casarse y que determinó su encuentro con los libros de Manuel Puig.

-Venía en auto, con mi viejo y una de mis hermanas (somos cinco), manejaba yo. Mordí la banquina e hice lo que no se debe hacer: pegué el volantazo para subir de nuevo a la ruta y vinieron dos o tres vueltas, con las cuales hasta vi la luz y todo. Pero contrariamente a lo que todos dicen, eso de que les gusta la sensación de morirse y se dejan llevar, yo gritaba "quiero vivir, quiero vivir, como sea: quiero vivir" y veía la palabra "vivir" escrita en letras brillantes, inmensas. Vine desde allí hasta Villegas (50 km) moviendo la cabeza, porque me dolía mucho el cuello, y así despedacé mi médula entre C5 y D1. Venía desde Buenos Aires. Iba hacia Bunge. El accidente fue a la altura de Ameghino.

-¿Y el novio?

-Era un consignatario de venta de animales, un noviazgo típico de esos que duran cinco o seis años. Creo que no lo superó nunca. No me podía ver en la silla. Cortamos y fue liberador. En el auto traía las participaciones y el trajecito de civil, pero también había vestido blanco.

Luego vino la vida después, la lectura de Puig como un satori, el pueblo como puesta en escena para un culto anual que se ensaya día a día.

Polémica en su quiosco

Según el chisme, género que Puig sublimó hasta la excelencia, él habría tomado en sus libros personajes reconocibles de la Villegas bien para tergiversar sus destinos, obligándolos a cometer delitos, exagerando mucho y al mismo tiempo enmascarando poco para "ensuciar" memorias hasta entonces intactas en las páginas de sociales. Y Villegas se habría enojado, sobre todo la familia o en nombre de la familia Caravera, cuyos rasgos mezclados aparecen en los protagonistas de Boquitas pintadas, implicados en acciones para el que dirán. En esta lectura lineal Boquitas pintadas no sería más que un escrache de alto vuelo. Sin embargo fue la prensa amarilla de Buenos Aires más que la local la que inventó el eslogan "Puig contra Villegas" y "Villegas contra Puig". Revistas como La Semana, Análisis, Gente utilizaron enviados especiales que buscaron testimonios de pro y de contra de acuerdo con la fórmula "una de cal y otra de arena" extraída del gremio de la construcción. Ya, para la salida de Nanina de Germán García y como para demostrar que ése era un procedimiento habitual para las novelas de iniciación, se había inventado un Junín en guerra contra el autor con una gracia que no cultivaba el loable arte de la injuria sino el lugar común de la queja contra el que triunfa lejos pero que se fue por lo que tenía cerca. Y si no sólo en Villegas se ha leído los primeros libros de Puig en clave de quien es quien, no es porque se leía mal o se leía atrasado lejos de la denuncia de la revista Literal acerca de la "pre-potencia" del referente, sino por el efecto hipnótico de una literatura capaz de generar la resonancia de una autobiografía en la que todos podían reconocer una experiencia propia: contra las sagas edípicas en tercera persona, el eco de las voces de las tías, contra Borges, la matinée. Hebe Chiquita Uriarte, amiga de infancia de Manuel (Coco) Puig se lanza a la interpretación.

-Mi cuñada Sara Cabezas lo conocía también, por el grupo de chicos, de jóvenes, y ella contó que cuando Coco ya se estaba por ir tenía un perrito blanco, y que un día tocó el timbre de la vieja casona y fue a regalárselo para que ella se quedara con el perro. Y ahí charlaron sobre esos escalones y ella no lo recibió. Le llamó la atención el regalo que le hacía, porque él la había identificado. Nos conocíamos todos, pero ella no tenía mucho vínculo. Yo lo veía todos los días, pero ella no. Lo que siempre me llamó la atención en Coco es que cuando íbamos a las películas, o charlábamos de películas, las actrices más importantes que él admiraba tenían el cabello largo, esas melenas con rulos. Y bueno, mi cuñada en esa época tenía el cabello oscuro con una melena así, muy linda, un cabello precioso, largo. Eso se me ocurre a mí, no sé.

Es que hoy quedan en Villegas más testigos biógrafos que referentes damnificados, aunque algunos, como Raquel Piña, lejos de la época en que Coco la dirigía como autor, se permita morcillear en detalles.

-Con Coco jugábamos al pueblito. El pueblito era uno de los juguetes que teníamos casi todos. Venía en una caja con edificios hechos en madera: la escuela, la comisaría, la iglesia. Y todos los elementos para armar una plaza. El de Coco, como todo lo que él tenía, no era como los pueblitos de los demás, sino mil veces más grande. Como entonces era hijo único, la mamá miraba por sus ojos y el papá ponía la plata. Cuando Coco desplegaba su pueblito, había que correr la cama.

-El pueblito era la escenografía de las obras teatrales.

-Y a mí me puso de protagonista de La Cenicienta porque yo era entonces una representación muy miserable de lo que podía ser un nena, chiquita, muy delgada, rubia casi transparente, entonces era la cenicienta perfecta en su etapa de pordiosera. Me acuerdo que en una de las partes yo tenía que entrar con una cara de pena y decir: "Mis hermanas van al baile. Al gran baile del gran rey". Me quedó grabado.

-¿Puig escribía los guiones?

-Sí, porque como en esa época no había jardín de infantes los chicos aprendíamos a leer muy temprano porque los libros se hacían urgentes. Cuando me estudié mi papel para La Cenicienta, yo tendría seis años. Coco era muy riguroso como director, hasta autoritario, y tenía además toda la vivencia y el convencimiento –porque no era falsamente modesto y eso es un mérito– de que él era superior a todos nosotros. Los que se daban cuenta de que Coco estaba para otra cosa, que trascendía lo que él podía hacer a ras del piso, eran mi papá y mi mamá. Por ejemplo, te corregía sin anestesia. Un día Elena, mi hermana, le dijo a papá: "¡Papá dame guita!". Y Coco se dio vuelta y la miró fijo: "Elena ¡guita!". Otro día nos dijo que éramos unas estúpidas por creer en los reyes magos: "Yo sé dónde guarda mi mamá las cosas que me compra y todos los años me fijo y este año, por ejemplo, sé que me van a regalar los patines" Así Coco nos bajó los reyes.

-¿Y cuando vino Hollywood, lo de la candidatura al Premio Nobel, usted lo seguía?

-Casi servilmente.

Puig pedagogo

Como todos los lugares del mundo, la localidad de Villegas sale a veces en Policiales. Pero sólo el caso de la adolescente abusada, mereció la cita culta. Ningún periodista se privó de evocar a Puig en un alarde libresco digno del Enrique Raab que comparaba a Mirtha Legrand, en su papel protagónico de Constancia de W. Somerset Maugham, con las mujeres del clan japonés de los Taira y su teatro gestual. Pero se ha hablado menos o nada de la pertinencia de la evocación. Claro que la mención de Puig era fácil aunque más no sea por el escenario de Villegas o porque había sido best-séller y sus argumentos habían llegado hasta Hollywood. Pero él mismo soñaba con que sus obras ni fueran el secreto de unos pocos ni uno de los vértices del eje Borges–Walsh–Puig–Arlt en cualquiera de sus variantes con un nombre de más o de menos: educado por el cine, sabía la importancia de la sala llena por sobre el gusto de lo que Manuel Mujica Láinez llamaba "esos diez".

Luego de la movilización en Villegas convocada bajo al argumento de la víctima como partenaire, Patricia Bargero comenzó a agitar las obras de Puig para ilustrar sobre lo que la ficción tenía de verdad y ciertas relaciones desiguales, de delito. No le fue mal, mejor dicho, no puede saber cómo le fue, ya que el "mensaje", como el trauma, necesita de un segundo tiempo. Llevó Boquitas pintadas a los secundarios de Villegas, incluidos los de enseñanza agropecuaria y/o religiosa.

-En el análisis partimos de eso de que a las mujeres de los años treinta se las gozaba pero no se las respetaba. En la novela lo ven claramente. Que Aschero abusó de Nené, Pancho de La Raba, Juan Carlos de la chica de 13 años. Y hasta hubo quien planteó que la de Juan Carlos con la viuda era una relación abusiva también. Entonces marco: esto es delito, esto es delito, esto es delito, ¿estamos todos de acuerdo? Sí. Bueno, ahora analicemos al abuso a L. Entonces viene lo de "¡Ah, no! Eso no es abuso." "Nosotros la conocemos a la chica y es revaga, salía con muchos". Hasta que fuimos entrando en el tema del rumor. "¿Cómo aparece?" "Y, porque no sabemos de qué hablar y queremos interesar al otro". ¿Quieren entrar en diálogo? Entonces hablamos de las diferencias del rumor con el diálogo. En el rumor el otro está ausente y siempre se agrega algo y se puede llegar a difamar. ¿Qué pasa con el silencio? Si uso la palabra para denunciar es una cosa, si la uso para el rumor que no aporta nada y sirve para enturbiar más la situación, otra. O si antes del rumor opto por el silencio o si el silencio es cómplice.

Este uso de Puig podría cuestionarse desde la crítica pop o desde esa posición donde la sangre (por ejemplo la de Pancho a manos de La Raba) sólo sirve para hacer morcillas. Sin embargo, en tiempos donde el compromiso literario sólo se leía en las claves teluristas de Armando Tejada Gómez y su estentóreo "hay un niño en la calle", en las chapitas villeras de los cuadros de Berni o en los obreros que el Grupo Espartaco representaba –aprovechando que la semiología estaba en pañales– como una fuerza entre el animal y la máquina, Puig denunciaba en folletín.

-Les cuesta pensarse como parte del problema, que hubo abusadores en la comunidad, que hubo gente que marchó a favor de esos abusadores, que hubo quien estuvo al tanto de que la chica estaba siendo abusada y no hizo nada, al contrario, se dedicó a difundir el video y a hablar mal de ella.

Segunda alegoría de Villegas: como se han perdido las llaves de una puerta lateral, Patricia Bargero sube con su silla de ruedas a la Casa de la Cultura Manuel Puig por una rampa improvisada sobre la publicidad de Quedate a desayunar, comedia interpretada por Arnaldo André y Eugenia Tobar que se da el 17 de julio en el Cine Teatro Español: las ruedas le pasan detalladamente por la cara a Arnaldo André, franqueadas por la placa de bronce que dice Casa de la Cultura Manuel Puig.

El referente profanado

El restaurante Boquitas pintadas es una casa de 1900 con frente de ladrillos, sin vidrieras y sin cartel, con algo de pulpería conservada o del quilombo La estrella en donde la partida pescó a Moreira. Y, si alguna vez hubo un palenque en la vereda, adentro, la serie de bocas de artista –la primera es del pintor Carlos Puig, hermano de Manuel, atrevidamente neofiguración– acercan un pop Andy Warhol aunque, cerradas como están, tengan una carnosidad rollinga muy diferente de las que durante la década del 30 el rouge solía dibujar, sin llegar hasta el borde de los labios con el fin de simular un corazón.

En las paredes, enmarcados por antiguas molduras doradas del Cine Teatro Español adonde solía concurrir Puig, hay fotogramas de la película de Torre Nilsson, fotografías familiares y recortes de periódicos con noticias necrológicas y de sociedad .

Leo Leiva, el dueño, es pariente de los hermanos Caravera que, aunque eran cuatro, Idalina, Marina, Danilo y Hernán, para algunos lectores son Celina y Juan Carlos Etchepare de Boquitas pintadas, como Red Butler es Clark Gable en Lo que el viento se llevó y Rita Hayworth es Gilda.

La foto de Danilo Caravera parece la de un actor que hubiera representado Boquitas más famoso que Alfredo Alcón ya que su tamaño es el del mural mientras que la de Alcón se apretuja en una moldura.

-Este es Danilo el que vendría a ser Juan Carlos Etchepare en la novela, está en Cosquín, si la imagen fuera más chica, al fondo se vería claro el río. Idalina es la que está envuelta en el mantón de Manila y Marina la que está delante de la palmera. Este del costado es Pancho que era el que arreglaba el parque y la del medio es la Rabadilla, criada de los Caravera. Y acá está el aviso de casamiento de una de las hermanas que salía en una revista que se llamaba Carnet Social. Hay una foto que me mandó Carlos Puig, que ahora no tengo, de cuando María Bortari, que era la madre de los hermanos Caravera, está con sus hijos chiquitos y les manda un saludo de fin de año a los Puig que vivían al lado. Leo hace la visita guiada por las imágenes.

El Boquitas Pintadas es, entonces, una reconciliación entre familias –Jorge Puig medió para la venta del local, herencia de su familia materna y Carlos Puig , amén de hacer una pintura y acercar fotografías para los paneles, autorizó el nombre–, una toma de partido ante cualquier rezago de chismografía antipuig que reste en Villegas, pero también una audaz acción de crítica literaria en donde Danilo, Marina e Idalina Caravera hacen la representación de los personajes de Puig .

-Antes de que llegaran las tías de visita, mi abuela, cuando nos tirábamos en cama a dormir la siesta y a escuchar los radioteatros de Río Cuarto, me hacía prometer "por favor no le preguntes nada". Y siempre en algún momento de la visita se generaba una cosa de "no sé si es conveniente que los chicos lo escuchen". Empezaba como una media luz.

Así como en el antiguo circo criollo, algún gaucho solía saltar a la arena para desenfundar su facón ante el Sargento Chirino, manos anónimas convirtieron la tumba de Danilo Caravera en una suerte de botín para una guerra de signos, sólo que si Chirino solía ser un actor de Podestá, Danilo había sido un muchacho buen mozo que murió a los treinta años sin saber que su nombre iba a ser público mucho más allá de su necrológica y los anuales recordatorios.

-Imaginate Villegas en ese tiempo, viento, tierra, cardo ruso, no había tele: ir al cementerio era un paseo. Y en el 77, más –yo tendría diez años– porque tenía el agregado de que se iba a sacar alguien de un lugar y se lo iba a poner en otro. Porque a Danilo lo habían puesto en un nicho en la parte baja. Y había mujeres que le arrancaban la placa, otras que le escribían cosas con lápiz de labios o le dejaban cartitas. El nicho estaba muy a mano, vos venías por el pasillo central del cementerio, doblabas y te encontrabas con él. Tenía el típico ángel con la dedicatoria. Ahora está enterrado como un NN con sus padres en una urna. Quiero hacerle un homenaje. Estoy pensando que el menú sea una carta, como que vos recibís de parte de Danilo una carta en donde él dice en el final "y hoy comí esto, esto y esto", como para sugerirte.

Si alguien quisiera inferir de esto un interés comercial habrá que recordarle que si hay un Villegas que lee a Puig en clave de quién es quién, también hay un Villegas cuya idea de vanguardia culinaria es una suprema Mariland ... y Leo es un discípulo del Gato Dumas.

Puig ¡llame ya!

Tercera alegoría de Villegas: en el centro Cultural Manuel Puig, medio abandonada en un pasillo, con el pedestal partido, hay una estatua del Gral. Villegas en la que, mientras que con una mano se acaricia el florete, tiene la otra en la cintura –quebrada– y la cabeza torcida con expresión negligé como si estuviera imitando a Bette Davis.

Es que si hay un Villegas en el que se hicieron cadenas de oración durante la noche de la votación del matrimonio gay, otro que marchó con el cartel "Apoyemos a las 3 víctimas de esta injusticia, toda una ciudad sabe la verdad" y otro que alguna vez anunció que iba a poner una bomba en el cine si daban Boquitas, hay otro Villegas que no es el subsuelo del finado under porteño ni el huis clos después del horario de la municipalidad: tiene una institución en la Biblioteca de la calle Moreno –antes de que el primer plano de los Lugares Puig, viniendo de la estación de ómnibus, indique el Cine Teatro Español, la Vinería, el Colegio Nº 1–, con cómplices académicos y periodistas que viajaron en lechera por la noche de la pampa para hacerse tirar las cartas en la vía pública, durante los festejos Puig de 2006, cuando se hizo carne la gitana que hacía sacar una y otra carta a Juan Carlos Etchepare porque no le gustaba lo que veía pero que no sabía lo que sabía el lector: que "la pelada" que salió primero era La Muerte. Desde los primeros cursos dictados en la biblioteca dirigida por Susana Cañibano o por Magdalena Gióvine que lo había leído en la facultad durante sus estudios de Letras en Buenos Aires, Puig es el nombre de un autor que ciertas profesoras de lengua infiltran en las secundarias de Villegas sin el temor de que las poluciones nocturnas se aviven con las descripciones de los juegos propuestos por la Pocha a la hora de la siesta o las caricias por debajo de la ropa de Choli, para que los alumnos –sin renunciar al sueño erótico– se queden leyendo y no lo hagan como si La Traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas fueran crónicas costumbristas y no ficciones. En la librería Biblios de Villegas conviven acostados unos sobre los otros Vidas desperdiciadas: La Modernidad y sus parias de Zygmunt Bauman, Tener lo que se tiene de Diana Bellessi, De la naturaleza de los semblantes de Jacques Clases de Miller e Historia del llanto de Alan Pauls. El sistema de pilas indica, no al especialista, a menudo incapaz de explorar fuera de su estante correspondiente, sino al lector caníbal y sin zonas sagradas.

Susana Garat, coordinadora de Puig en acción, dirige dos veces por semana los ensayos para los festejos de octubre, en que se esperan visitas de México para declarar a Villegas y Cuernavaca ciudades hermanas. Sus alumnos van del empleado estatal al periodista de radio, del rockero progresivo a la maestra jubilada. Desvestidos de las capas del invierno –pasamontañas, camperas, borceguíes, rebozos– recitan parlamentos de La traición y de Boquitas, en una traducción del efecto antiguamente denominado fluir de conciencia, pero experimental al borde del ballet.

Puig es entonces la consigna del amateur, aquel de quien Roland Barthes decía que, al pintar y escribir sin preocuparse por su imagen ante el otro, por puro placer, liberaba civilización. Pero también Puig es un mantra político que Patricia Bargero envuelve en humor negro.

-Se podría decir que lo mío respecto de Puig fue una identificación desde el resentimiento. Resentida contra los bípedos que seguían viviendo sus vidas felices, me identifiqué con el resentido que se había molestado con esos seres de vidas aparentemente felices. El les había dicho: sus vidas son tan oscuras como la mía.

-O quizá me enganché desde el lugar de heroína melodramática: la pobre tullida tratando de hacerse un espacio en este mundo cruel. Si leer a Puig me ayudaba a entender o cuestionar ese mundo, era el camino para hacerme de un mundo menos áspero. Y cuanto más fuéramos los lectores, menos cruel se nos volvería.


En General Villegas, Puig se lee en clave de Toto, citado por la solterona Herminia en su cuaderno de pensamientos: "Dijo textualmente con todo desparpajo: 'yo soy fuerte, más fuerte que un bruto, porque pienso' pues fuerte es quien piensa y se sabe defender".

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