Juegos a la hora de la siesta, rumores, interpretaciones de
las novelas en las que el escritor ficcionalizó hechos y personas de General
Villegas viven una vida propia en su pueblo natal. Aquí, una crónica que Puig
hubiera querido leer.
Por: María Moreno
CASA NATAL. El sitio donde nació Puig en diciembre de 1932.
Primera alegoría de General Villegas: a la entrada, el micro
se detiene ante el cartel que dice "Gral. Villegas, la ciudad de Manuel
Puig" porque se ha atravesado un camión en cuya caja dice
"Transportes El Idealista" . (El Idealista pasa como un crédito
cinematográfico sobre la foto gigante de Puig).
Villegas es todavía una ciudad de casas bajas donde se
adivina la pérgola en el patio y la cortina de Ceylan en las puertas de los
cuartos, de instituciones apiñadas en tres o cuatro cuadras, de clubes
deportivos amigables como El Eclipse o El Atlético, frecuentados por jugadores
de pelota a paleta que aún cultivan el look de la boina o la gorra de chofer.
Patricia Bargero, nacida en el pueblo Emilio V. Bunge del
Partido de General Villegas, bibliotecóloga recibida en la UBA, es la baquiana
de lo que la crítica Francine Masiello llama el vía crucis Puig en el pueblo,
no sólo una guía topográfica sino una pesquisa de causa abierta para cualquier
dato que pueda agregarse a su ya amplio archivo personal. Para que la presencia
de su silla de ruedas no se transforme en un silencio o quede a cargo del
editing del otro, le gusta hacer la novela en clave melodrama del accidente que
sufrió mientras iba a su pueblo para casarse y que determinó su encuentro con
los libros de Manuel Puig.
-Venía en auto, con mi viejo y una de mis hermanas (somos
cinco), manejaba yo. Mordí la banquina e hice lo que no se debe hacer: pegué el
volantazo para subir de nuevo a la ruta y vinieron dos o tres vueltas, con las
cuales hasta vi la luz y todo. Pero contrariamente a lo que todos dicen, eso de
que les gusta la sensación de morirse y se dejan llevar, yo gritaba "quiero
vivir, quiero vivir, como sea: quiero vivir" y veía la palabra
"vivir" escrita en letras brillantes, inmensas. Vine desde allí hasta
Villegas (50 km) moviendo la cabeza, porque me dolía mucho el cuello, y así
despedacé mi médula entre C5 y D1. Venía desde Buenos Aires. Iba hacia Bunge.
El accidente fue a la altura de Ameghino.
-¿Y el novio?
-Era un consignatario de venta de animales, un noviazgo
típico de esos que duran cinco o seis años. Creo que no lo superó nunca. No me
podía ver en la silla. Cortamos y fue liberador. En el auto traía las
participaciones y el trajecito de civil, pero también había vestido blanco.
Luego vino la vida después, la lectura de Puig como un
satori, el pueblo como puesta en escena para un culto anual que se ensaya día a
día.
Polémica en su quiosco
Según el chisme, género que Puig sublimó hasta la
excelencia, él habría tomado en sus libros personajes reconocibles de la
Villegas bien para tergiversar sus destinos, obligándolos a cometer delitos,
exagerando mucho y al mismo tiempo enmascarando poco para "ensuciar"
memorias hasta entonces intactas en las páginas de sociales. Y Villegas se
habría enojado, sobre todo la familia o en nombre de la familia Caravera, cuyos
rasgos mezclados aparecen en los protagonistas de Boquitas pintadas, implicados
en acciones para el que dirán. En esta lectura lineal Boquitas pintadas no
sería más que un escrache de alto vuelo. Sin embargo fue la prensa amarilla de
Buenos Aires más que la local la que inventó el eslogan "Puig contra
Villegas" y "Villegas contra Puig". Revistas como La Semana,
Análisis, Gente utilizaron enviados especiales que buscaron testimonios de pro
y de contra de acuerdo con la fórmula "una de cal y otra de arena"
extraída del gremio de la construcción. Ya, para la salida de Nanina de Germán
García y como para demostrar que ése era un procedimiento habitual para las
novelas de iniciación, se había inventado un Junín en guerra contra el autor
con una gracia que no cultivaba el loable arte de la injuria sino el lugar
común de la queja contra el que triunfa lejos pero que se fue por lo que tenía
cerca. Y si no sólo en Villegas se ha leído los primeros libros de Puig en
clave de quien es quien, no es porque se leía mal o se leía atrasado lejos de
la denuncia de la revista Literal acerca de la "pre-potencia" del
referente, sino por el efecto hipnótico de una literatura capaz de generar la
resonancia de una autobiografía en la que todos podían reconocer una
experiencia propia: contra las sagas edípicas en tercera persona, el eco de las
voces de las tías, contra Borges, la matinée. Hebe Chiquita Uriarte, amiga de
infancia de Manuel (Coco) Puig se lanza a la interpretación.
-Mi cuñada Sara Cabezas lo conocía también, por el grupo de
chicos, de jóvenes, y ella contó que cuando Coco ya se estaba por ir tenía un
perrito blanco, y que un día tocó el timbre de la vieja casona y fue a
regalárselo para que ella se quedara con el perro. Y ahí charlaron sobre esos
escalones y ella no lo recibió. Le llamó la atención el regalo que le hacía,
porque él la había identificado. Nos conocíamos todos, pero ella no tenía mucho
vínculo. Yo lo veía todos los días, pero ella no. Lo que siempre me llamó la
atención en Coco es que cuando íbamos a las películas, o charlábamos de
películas, las actrices más importantes que él admiraba tenían el cabello
largo, esas melenas con rulos. Y bueno, mi cuñada en esa época tenía el cabello
oscuro con una melena así, muy linda, un cabello precioso, largo. Eso se me
ocurre a mí, no sé.
Es que hoy quedan en Villegas más testigos biógrafos que
referentes damnificados, aunque algunos, como Raquel Piña, lejos de la época en
que Coco la dirigía como autor, se permita morcillear en detalles.
-Con Coco jugábamos al pueblito. El pueblito era uno de los
juguetes que teníamos casi todos. Venía en una caja con edificios hechos en
madera: la escuela, la comisaría, la iglesia. Y todos los elementos para armar
una plaza. El de Coco, como todo lo que él tenía, no era como los pueblitos de
los demás, sino mil veces más grande. Como entonces era hijo único, la mamá
miraba por sus ojos y el papá ponía la plata. Cuando Coco desplegaba su
pueblito, había que correr la cama.
-El pueblito era la escenografía de las obras teatrales.
-Y a mí me puso de protagonista de La Cenicienta porque yo
era entonces una representación muy miserable de lo que podía ser un nena,
chiquita, muy delgada, rubia casi transparente, entonces era la cenicienta
perfecta en su etapa de pordiosera. Me acuerdo que en una de las partes yo
tenía que entrar con una cara de pena y decir: "Mis hermanas van al baile.
Al gran baile del gran rey". Me quedó grabado.
-¿Puig escribía los guiones?
-Sí, porque como en esa época no había jardín de infantes
los chicos aprendíamos a leer muy temprano porque los libros se hacían
urgentes. Cuando me estudié mi papel para La Cenicienta, yo tendría seis años.
Coco era muy riguroso como director, hasta autoritario, y tenía además toda la
vivencia y el convencimiento –porque no era falsamente modesto y eso es un
mérito– de que él era superior a todos nosotros. Los que se daban cuenta de que
Coco estaba para otra cosa, que trascendía lo que él podía hacer a ras del
piso, eran mi papá y mi mamá. Por ejemplo, te corregía sin anestesia. Un día
Elena, mi hermana, le dijo a papá: "¡Papá dame guita!". Y Coco se dio
vuelta y la miró fijo: "Elena ¡guita!". Otro día nos dijo que éramos
unas estúpidas por creer en los reyes magos: "Yo sé dónde guarda mi mamá
las cosas que me compra y todos los años me fijo y este año, por ejemplo, sé
que me van a regalar los patines" Así Coco nos bajó los reyes.
-¿Y cuando vino Hollywood, lo de la candidatura al Premio
Nobel, usted lo seguía?
-Casi servilmente.
Puig pedagogo
Como todos los lugares del mundo, la localidad de Villegas
sale a veces en Policiales. Pero sólo el caso de la adolescente abusada,
mereció la cita culta. Ningún periodista se privó de evocar a Puig en un alarde
libresco digno del Enrique Raab que comparaba a Mirtha Legrand, en su papel
protagónico de Constancia de W. Somerset Maugham, con las mujeres del clan
japonés de los Taira y su teatro gestual. Pero se ha hablado menos o nada de la
pertinencia de la evocación. Claro que la mención de Puig era fácil aunque más
no sea por el escenario de Villegas o porque había sido best-séller y sus
argumentos habían llegado hasta Hollywood. Pero él mismo soñaba con que sus
obras ni fueran el secreto de unos pocos ni uno de los vértices del eje
Borges–Walsh–Puig–Arlt en cualquiera de sus variantes con un nombre de más o de
menos: educado por el cine, sabía la importancia de la sala llena por sobre el
gusto de lo que Manuel Mujica Láinez llamaba "esos diez".
Luego de la movilización en Villegas convocada bajo al
argumento de la víctima como partenaire, Patricia Bargero comenzó a agitar las
obras de Puig para ilustrar sobre lo que la ficción tenía de verdad y ciertas
relaciones desiguales, de delito. No le fue mal, mejor dicho, no puede saber
cómo le fue, ya que el "mensaje", como el trauma, necesita de un
segundo tiempo. Llevó Boquitas pintadas a los secundarios de Villegas,
incluidos los de enseñanza agropecuaria y/o religiosa.
-En el análisis partimos de eso de que a las mujeres de los
años treinta se las gozaba pero no se las respetaba. En la novela lo ven
claramente. Que Aschero abusó de Nené, Pancho de La Raba, Juan Carlos de la
chica de 13 años. Y hasta hubo quien planteó que la de Juan Carlos con la viuda
era una relación abusiva también. Entonces marco: esto es delito, esto es
delito, esto es delito, ¿estamos todos de acuerdo? Sí. Bueno, ahora analicemos
al abuso a L. Entonces viene lo de "¡Ah, no! Eso no es abuso."
"Nosotros la conocemos a la chica y es revaga, salía con muchos".
Hasta que fuimos entrando en el tema del rumor. "¿Cómo aparece?"
"Y, porque no sabemos de qué hablar y queremos interesar al otro".
¿Quieren entrar en diálogo? Entonces hablamos de las diferencias del rumor con
el diálogo. En el rumor el otro está ausente y siempre se agrega algo y se
puede llegar a difamar. ¿Qué pasa con el silencio? Si uso la palabra para
denunciar es una cosa, si la uso para el rumor que no aporta nada y sirve para
enturbiar más la situación, otra. O si antes del rumor opto por el silencio o
si el silencio es cómplice.
Este uso de Puig podría cuestionarse desde la crítica pop o
desde esa posición donde la sangre (por ejemplo la de Pancho a manos de La
Raba) sólo sirve para hacer morcillas. Sin embargo, en tiempos donde el
compromiso literario sólo se leía en las claves teluristas de Armando Tejada
Gómez y su estentóreo "hay un niño en la calle", en las chapitas
villeras de los cuadros de Berni o en los obreros que el Grupo Espartaco
representaba –aprovechando que la semiología estaba en pañales– como una fuerza
entre el animal y la máquina, Puig denunciaba en folletín.
-Les cuesta pensarse como parte del problema, que hubo
abusadores en la comunidad, que hubo gente que marchó a favor de esos
abusadores, que hubo quien estuvo al tanto de que la chica estaba siendo
abusada y no hizo nada, al contrario, se dedicó a difundir el video y a hablar
mal de ella.
Segunda alegoría de Villegas: como se han perdido las llaves
de una puerta lateral, Patricia Bargero sube con su silla de ruedas a la Casa
de la Cultura Manuel Puig por una rampa improvisada sobre la publicidad de
Quedate a desayunar, comedia interpretada por Arnaldo André y Eugenia Tobar que
se da el 17 de julio en el Cine Teatro Español: las ruedas le pasan
detalladamente por la cara a Arnaldo André, franqueadas por la placa de bronce
que dice Casa de la Cultura Manuel Puig.
El referente profanado
El restaurante Boquitas pintadas es una casa de 1900 con
frente de ladrillos, sin vidrieras y sin cartel, con algo de pulpería
conservada o del quilombo La estrella en donde la partida pescó a Moreira. Y,
si alguna vez hubo un palenque en la vereda, adentro, la serie de bocas de
artista –la primera es del pintor Carlos Puig, hermano de Manuel, atrevidamente
neofiguración– acercan un pop Andy Warhol aunque, cerradas como están, tengan
una carnosidad rollinga muy diferente de las que durante la década del 30 el
rouge solía dibujar, sin llegar hasta el borde de los labios con el fin de
simular un corazón.
En las paredes, enmarcados por antiguas molduras doradas del
Cine Teatro Español adonde solía concurrir Puig, hay fotogramas de la película
de Torre Nilsson, fotografías familiares y recortes de periódicos con noticias
necrológicas y de sociedad .
Leo Leiva, el dueño, es pariente de los hermanos Caravera
que, aunque eran cuatro, Idalina, Marina, Danilo y Hernán, para algunos
lectores son Celina y Juan Carlos Etchepare de Boquitas pintadas, como Red
Butler es Clark Gable en Lo que el viento se llevó y Rita Hayworth es Gilda.
La foto de Danilo Caravera parece la de un actor que hubiera
representado Boquitas más famoso que Alfredo Alcón ya que su tamaño es el del
mural mientras que la de Alcón se apretuja en una moldura.
-Este es Danilo el que vendría a ser Juan Carlos Etchepare
en la novela, está en Cosquín, si la imagen fuera más chica, al fondo se vería
claro el río. Idalina es la que está envuelta en el mantón de Manila y Marina
la que está delante de la palmera. Este del costado es Pancho que era el que
arreglaba el parque y la del medio es la Rabadilla, criada de los Caravera. Y
acá está el aviso de casamiento de una de las hermanas que salía en una revista
que se llamaba Carnet Social. Hay una foto que me mandó Carlos Puig, que ahora
no tengo, de cuando María Bortari, que era la madre de los hermanos Caravera,
está con sus hijos chiquitos y les manda un saludo de fin de año a los Puig que
vivían al lado. Leo hace la visita guiada por las imágenes.
El Boquitas Pintadas es, entonces, una reconciliación entre
familias –Jorge Puig medió para la venta del local, herencia de su familia
materna y Carlos Puig , amén de hacer una pintura y acercar fotografías para
los paneles, autorizó el nombre–, una toma de partido ante cualquier rezago de
chismografía antipuig que reste en Villegas, pero también una audaz acción de
crítica literaria en donde Danilo, Marina e Idalina Caravera hacen la
representación de los personajes de Puig .
-Antes de que llegaran las tías de visita, mi abuela, cuando
nos tirábamos en cama a dormir la siesta y a escuchar los radioteatros de Río
Cuarto, me hacía prometer "por favor no le preguntes nada". Y siempre
en algún momento de la visita se generaba una cosa de "no sé si es
conveniente que los chicos lo escuchen". Empezaba como una media luz.
Así como en el antiguo circo criollo, algún gaucho solía
saltar a la arena para desenfundar su facón ante el Sargento Chirino, manos
anónimas convirtieron la tumba de Danilo Caravera en una suerte de botín para
una guerra de signos, sólo que si Chirino solía ser un actor de Podestá, Danilo
había sido un muchacho buen mozo que murió a los treinta años sin saber que su
nombre iba a ser público mucho más allá de su necrológica y los anuales
recordatorios.
-Imaginate Villegas en ese tiempo, viento, tierra, cardo
ruso, no había tele: ir al cementerio era un paseo. Y en el 77, más –yo tendría
diez años– porque tenía el agregado de que se iba a sacar alguien de un lugar y
se lo iba a poner en otro. Porque a Danilo lo habían puesto en un nicho en la parte
baja. Y había mujeres que le arrancaban la placa, otras que le escribían cosas
con lápiz de labios o le dejaban cartitas. El nicho estaba muy a mano, vos
venías por el pasillo central del cementerio, doblabas y te encontrabas con él.
Tenía el típico ángel con la dedicatoria. Ahora está enterrado como un NN con
sus padres en una urna. Quiero hacerle un homenaje. Estoy pensando que el menú
sea una carta, como que vos recibís de parte de Danilo una carta en donde él
dice en el final "y hoy comí esto, esto y esto", como para sugerirte.
Si alguien quisiera inferir de esto un interés comercial
habrá que recordarle que si hay un Villegas que lee a Puig en clave de quién es
quién, también hay un Villegas cuya idea de vanguardia culinaria es una suprema
Mariland ... y Leo es un discípulo del Gato Dumas.
Puig ¡llame ya!
Tercera alegoría de Villegas: en el centro Cultural Manuel
Puig, medio abandonada en un pasillo, con el pedestal partido, hay una estatua
del Gral. Villegas en la que, mientras que con una mano se acaricia el florete,
tiene la otra en la cintura –quebrada– y la cabeza torcida con expresión
negligé como si estuviera imitando a Bette Davis.
Es que si hay un Villegas en el que se hicieron cadenas de
oración durante la noche de la votación del matrimonio gay, otro que marchó con
el cartel "Apoyemos a las 3 víctimas de esta injusticia, toda una ciudad
sabe la verdad" y otro que alguna vez anunció que iba a poner una bomba en
el cine si daban Boquitas, hay otro Villegas que no es el subsuelo del finado
under porteño ni el huis clos después del horario de la municipalidad: tiene
una institución en la Biblioteca de la calle Moreno –antes de que el primer
plano de los Lugares Puig, viniendo de la estación de ómnibus, indique el Cine
Teatro Español, la Vinería, el Colegio Nº 1–, con cómplices académicos y
periodistas que viajaron en lechera por la noche de la pampa para hacerse tirar
las cartas en la vía pública, durante los festejos Puig de 2006, cuando se hizo
carne la gitana que hacía sacar una y otra carta a Juan Carlos Etchepare porque
no le gustaba lo que veía pero que no sabía lo que sabía el lector: que
"la pelada" que salió primero era La Muerte. Desde los primeros
cursos dictados en la biblioteca dirigida por Susana Cañibano o por Magdalena
Gióvine que lo había leído en la facultad durante sus estudios de Letras en
Buenos Aires, Puig es el nombre de un autor que ciertas profesoras de lengua
infiltran en las secundarias de Villegas sin el temor de que las poluciones
nocturnas se aviven con las descripciones de los juegos propuestos por la Pocha
a la hora de la siesta o las caricias por debajo de la ropa de Choli, para que
los alumnos –sin renunciar al sueño erótico– se queden leyendo y no lo hagan
como si La Traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas fueran crónicas
costumbristas y no ficciones. En la librería Biblios de Villegas conviven
acostados unos sobre los otros Vidas desperdiciadas: La Modernidad y sus parias
de Zygmunt Bauman, Tener lo que se tiene de Diana Bellessi, De la naturaleza de
los semblantes de Jacques Clases de Miller e Historia del llanto de Alan Pauls.
El sistema de pilas indica, no al especialista, a menudo incapaz de explorar
fuera de su estante correspondiente, sino al lector caníbal y sin zonas
sagradas.
Susana Garat, coordinadora de Puig en acción, dirige dos
veces por semana los ensayos para los festejos de octubre, en que se esperan
visitas de México para declarar a Villegas y Cuernavaca ciudades hermanas. Sus
alumnos van del empleado estatal al periodista de radio, del rockero progresivo
a la maestra jubilada. Desvestidos de las capas del invierno –pasamontañas,
camperas, borceguíes, rebozos– recitan parlamentos de La traición y de
Boquitas, en una traducción del efecto antiguamente denominado fluir de
conciencia, pero experimental al borde del ballet.
Puig es entonces la consigna del amateur, aquel de quien
Roland Barthes decía que, al pintar y escribir sin preocuparse por su imagen
ante el otro, por puro placer, liberaba civilización. Pero también Puig es un
mantra político que Patricia Bargero envuelve en humor negro.
-Se podría decir que lo mío respecto de Puig fue una
identificación desde el resentimiento. Resentida contra los bípedos que seguían
viviendo sus vidas felices, me identifiqué con el resentido que se había
molestado con esos seres de vidas aparentemente felices. El les había dicho:
sus vidas son tan oscuras como la mía.
-O quizá me enganché desde el lugar de heroína
melodramática: la pobre tullida tratando de hacerse un espacio en este mundo
cruel. Si leer a Puig me ayudaba a entender o cuestionar ese mundo, era el
camino para hacerme de un mundo menos áspero. Y cuanto más fuéramos los
lectores, menos cruel se nos volvería.
En General Villegas, Puig se lee en clave de Toto, citado
por la solterona Herminia en su cuaderno de pensamientos: "Dijo
textualmente con todo desparpajo: 'yo soy fuerte, más fuerte que un bruto,
porque pienso' pues fuerte es quien piensa y se sabe defender".
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