No hace demasiado escribí sobre Ian Harris, un traumatólogo australiano, después de haber leído su libro "Surgery, the ultimate placebo". Recuerdo que Harris defiende el rigor en las indicaciones quirúrgicas tras haber observado que más de la mitad de la cirugía que se practica no tiene suficiente apoyo de evidencia científica consistente. Ahora he terminado el libro "Do no harm" traducido al castellano por "Ante todo no hagas daño", de Henry Marsh, un neurocirujano inglés en el dintel de la jubilación, y me veo inmerso inevitablemente en la comparación entre los dos textos: el primero, el de Harris, es un ensayo escrito por alguien que ama la cirugía y que cree que demasiado a menudo se practica con escaso rigor, mientras que el segundo, el de Marsh, es una biografía de gran nivel literario, no en vano ha recibido varios reconocimientos, elaborada a partir de las notas que el cirujano ha ido tomando a lo largo de su carrera. Marsh, como Harris, es un apasionado de su trabajo, pero su aportación literaria no procede de la exaltación científica sino de los aprendizajes que ha sacado de los propios errores. El veterano neurocirujano inglés no ha publicado ninguna investigación reveladora, no ha liderado ningún descubrimiento innovador. Su honestidad y sus manos son su fuerza.
Según Marsh, cada cirujano arrastra su pequeño cementerio, y es en el suyo donde él busca las lecciones para seguir mejorando: ¿Qué pasó? ¿Por qué quise resecar más de la cuenta si me sentía demasiado cansado? El neurocirujano, después de haber intervenido a más de 15.000 personas, reclama ahora más humildad a sus colegas. El, en el libro, da el primer paso recordando uno a uno los casos que no le fueron bien. Analiza los motivos y extrae lecciones, pero lo que hace más entrañable la lectura es cuando el autor va más allá de la retórica profesional y recuerda también cómo se llamaban aquellas personas, cómo eran y cómo aquellos procesos clínicos tan desastrosos les afectaron sus vidas y las de sus familias.
Decisiones clínicas compartidas
Marsh reflexiona sobre las relaciones que mantiene con los pacientes. La vinculación emocional la cree necesaria, de hecho él no sabría hacerlo de otra manera, es un hombre temperamental, pero -según afirma- hay que saber encontrar un equilibrio, que no ha parado nunca de buscar. Los pacientes deben ser tratados con franqueza, aunque -admite- la dificultad aparece cuando no hay esperanza y el paciente quiere aferrarse a un hierro candente. Según Marsh, saber transmitir la profunda tristeza que supone no poder ayudar lo suficiente, es una de las dificultades más grandes que afronta cualquier médico.
Cantidad o calidad de vida
Cuando el pronóstico es malo, muchas personas se sienten desconcertadas. A veces operar, a pesar de los riesgos evidentes, les abre excesivas expectativas, y la mayoría cree que lo malo que les dicen que puede pasar es para los demás; mientras que la decisión de no operar es una opción menos atractiva, aunque, imaginemos, sea objetivamente la más recomendable, debido a que a todos, incluido al cirujano, si no se hace nada, les queda la sensación de que se ha tirado la toalla antes de tiempo. En una entrevista de Carles Capdevila, Henry Marsh dice que en este punto las personas deberían plantearse por qué vale la pena vivir, pero eso muchos no quieren, o no pueden hacerlo, sólo quieren escuchar opciones terapéuticas que les prometen más cantidad de vida, a pesar de los riesgos inherentes a dichos tratamientos. Son situaciones de gran incertidumbre en las que, a menudo, el cirujano se ve en la insoportable presión de tener que decidir sobre cómo deben ser los últimos días de los pacientes.
"El cirujano inglés"
Henry Marsh, en plena dictadura comunista, fue invitado a Kiev a dar unas conferencias. Quedó impresionado por la sordidez de los hospitales ucranianos y conoció a Igor Kurilets, un neurocirujano joven represaliado por el régimen por sus propuestas demasiado osadas sobre la práctica de la medicina. Igor y Henry se hicieron amigos y, desde entonces, el cirujano inglés estableció un puente Londres-Kiev, que abrió paso a una intensa relación profesional, incluyendo donaciones de material quirúrgico, por lo que, como mínimo una vez al año, Marsh hace una estancia en el hospital de su amigo ucraniano donde visita los casos más graves, opera algunos y, sobre todo, enseña una manera honesta y entrañable de practicar la medicina.
En 2007 el canal Odisea grabó un documental, "The english surgeon", multi-premiado, basado en las actividades de Henry Marsh en Ucrania. En youtube podrán encontrar la versión original en inglés, además de una traducida al castellano (que es la linkada).
El documental es sensacional, como no podría ser de otra manera tratándose de Henry Marsh, y en él he visto dos cosas imposibles de captar en el libro. La primera es ver Marsh pasando visita en el hospital de Kiev, donde me ha llamado la atención su emoción genuina en los casos en los que no hay nada que hacer, y la segunda es como trata el caso de Tania, una niña con un tumor cerebral que operó él mismo en Londres, en un proceso clínico que fue mal. Pues bien, en el documental se ve como Henry e Igor van a la casa de Katia, la madre de Tania, visitan primero la tumba de la niña y después aceptan la invitación de merendar con la familia. Conmovedor.
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