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lunes, 30 de junio de 2014
La población del pequeño resort costero de Swakopmund, en Namibia, es un variopinto pueblo en el que se entremezclan en el supermercado jubilados alemanes que han establecido su segunda residencia en África, turistas estacionales, jóvenes locales que viven del turismo y la tribu de los Himba, que mantiene su vestimenta tradicional y baja desde el norte para vender artesanía a los turistas.
Cartas a Juan Antonio. París, 28 de enero de 1954. Julio Ramón Ribeyro.
Ser el eterno forastero
“El gran error de la naturaleza humana es adaptarse. La verdadera felicidad estaría constituida por un perpetuo estado de iniciación , de sucesivo descubrimiento, de entusiasmo constante. Y aquella sensación solo lo producen las cosas nuevas que nos ofrecen resistencias que aún no hemos asimilado. El matrimonio destruye el amor, la posesión mata el deseo, el conocimiento aniquila el placer, el hábito la novedad, la destreza, la conciencia. Ser el eterno forastero, el eterno aprendiz, el eterno postulante, he allí una fórmula para ser feliz.”
Poema de Laura Casielles
GEOGRAFÍA POLÍTICA
Los doctores llevan siglos equivocándose:
el corazón se sitúa más bien a la derecha,
tiende siempre a posturas conservadoras.
No sé por qué,
pero he visto más de mil ejemplos,
lleva a la gente a decir casa, mío, patria.
El corazón
no tiene sitio fijo pero tiende,
ya digo,
a la derecha.
No importa lo que pienses.
Él cree en la propiedad y llora por celos,
busca estabilidad,
lo olvida todo
por una certeza falsa de calor;
defiende el país, la familia,
y en cuanto te descuidas
se lanza a veleidades con anillos.
Y ahí nosotros, siempre en lucha
por demostrar que sigue estando,
como afirman los latidos,
a la izquierda.
domingo, 29 de junio de 2014
•Hebe Uhart
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- Hebe Uhart
La peluquería me parece un lugar tan separado del mundo exterior, tan distante como el cine, por ejemplo. Tan distante que cuando estoy aburrida dentro de ella pienso en el bar que está en la esquina al que voy siempre, y con el pelo lleno de esa brea que ponen para teñir, pienso: “Quiero ir ahora mismo a tomar un café, con la bata negra puesta y los pelos untados”. Por suerte para mi reputación imagino después al café tan lejano e imposible como un viaje a Chascomús. Con el pelo teñido me miro al espejo, no es como el de mi casa, en casa me veo mejor. En el espejo de la peluquería veo todas mis imperfecciones: ojos cansados que me dan una expresión de atontada; llevé un pulóver viejo para que no se manchara y con la luz de ese espejo veo que está realmente viejo; no lo veo como en casa. Ya que parezco tan mal, debo ser simpática para compensar, debo demostrar que soy una persona razonable, sensata, y de ningún modo decir lo que pienso: “quiero ir al bar de la esquina, al cajero, a comprar peras”. Entonces charlo con el peluquero (dice que se llama Gustavo). Y le pregunto si trabaja muchas horas, cuándo viene menos gente y si atienden chicos. Yo me sé todas las respuestas y si no las supiera me importan un pito. La conversación con el peluquero me hace pensar en todo el esfuerzo y el tiempo que gastamos en hablar pavadas y el pensamiento de ese esfuerzo me trae cansancio y resentimiento; pienso que si yo estuviera más linda, él me atendería mejor. Si yo fuera linda podría ser exigente y aguantaría que me pusieran matizador, yo quisiera ser como una de esas mujeres que vuelven locos a los peluqueros diciendo: “Más arriba, más corto, no, del otro lado, no, más hacia el centro”. Pero aunque fuera linda, lamentablemente no tendría paciencia para todas esas exigencias; yo soy más bien como un taximetrero con el que hablamos de dientes y dentistas una vez y me dijo que él pidió a su dentista:
–Mire, yo no tengo tiempo para sacarme los dientes de a uno, sáqueme todos juntos.
Eran seis.
Con la cabeza llena de tintura (la cabeza se enfría) me voy a hacer los pies y ahí me siento mejor. Me atiende en un cubículo oculto porque la cabeza se muestra en público, los pies, no. Las pedicuras son dos, Violeta y María. (A los peluqueros siempre los cambian.) Violeta es ucraniana y quiero saber cosas de su país, pero nunca la saco de (“Oh, un poco diferente, pero todo como acá”. Yo no sé si encierra algún misterio o no le importa nada de nada, porque es muy bonita y nadie se percata de ello, anda como una sombra, se desliza como si no tuviera cuerpo; no, no le importa tampoco ser bonita. Por eso cuando está María, la correntina, prefiero ir con ella; inmediatamente se acuerda de todos los animales que tenía su papá en el campo en Corrientes, el tatú, la yegüita alimentada a biberón y el pájaro carpintero. Y ese cubículo blanco y frío, mezquino, se llena inmediatamente de animalitos del campo y del bosque. Ya no quiero ir al bar de la esquina, ni me acuerdo del cajero y de las peras: quiero ir a Corrientes para ver al pájaro carpintero. Me va entrando cierto bienestar porque el emplasto de la cabeza se va secando mientras me hacen otra cosa. No aguantaría un tiempo muerto sin hacer nada ni que me hagan nada, porque me parece que el mundo está en acción, como cuando hiervo verduras y controlo al mismo tiempo un partido de futbol o tenés por TV cuando juega Argentina, hago todo junto.
Así, en mi epitafio van a poner, como le pusieron a una mujer romana: “Fecit lenam” (tejió, era trabajadora).
Me llama entonces la chica que lava la cabeza. A ellas también las cambian pero por motivos distintos a los de los peluqueros: ellos se van dando un portazo o son transferidos a otra peluquería; cuando las chicas que lavan la cabeza se dan cuenta de que no las van a tomar como peluqueras (salvo alguna muy despierta que haga carrera) se quedan en su casa para mirar la novela de la tarde. Hay varias clases sociales en esa peluquería. Al sector más alto corresponde el que cobra, sentado en una silla alta y movible, todas deben ir con sus papeles y entregarlos a él. Los pedicuros son como un sector paralelo, poco clasificable porque no interactúan tanto como los peluqueros entre sí. Además estos se mueven en un lugar central, con espejos, donde hay pósters con mujeres hermosas de pelo luminoso. No hay fotos de extremidades, se ve que las extremidades son como apéndices. La chica barrendera que recoge pelo del suelo corresponde al sector inferior; ella no hace café a los clientes ni les acomoda las capas; va con su pelo así nomás, con una colita hecha de cualquier forma. Cuando la chica me lava el pelo estoy contenta, ya estoy cerca del café de la esquina. Ella me frota con unas uñas muy largas, que si las empleara a full, me sangraría la cabeza, pero dosifica la agresión del mismo modo que los gatos.
La que se empleaba a fondo era la pedicura Natasha; era la otra cara de violeta; en ese cubículo blanco parecía un tractor en acción. Maniobraba una máquina que pasaban por la planta de los pies como si estuviera arando en una superficie grande un campo de trigo, por ejemplo. Estaba hecha para una empresa heroica, para conducir un tanque por la estepa, no para pequeñas reparaciones de pies y manos. No aguantó las quejas de las clientas (decían que les dolía todo) y se volvió a Ucrania. Y con el pelo lavado me voy a buscar al peluquero. ¿Era Gerardo o Gustavo? Me olvido de que debo mostrarme como una señora sensata y bien comportada y le pido:
–Corte todo para arriba y para atrás; pero arriba quiero que sea como un nido de caranchos.
No pregunta en qué consiste ese peinado, no sé si conoce a sus caranchos y a su nido (yo tampoco), me mira con esa mirada acostrumbrada a cualquier cosa y corta.
Yo salgo contenta.
–Mire, yo no tengo tiempo para sacarme los dientes de a uno, sáqueme todos juntos.
Eran seis.
Con la cabeza llena de tintura (la cabeza se enfría) me voy a hacer los pies y ahí me siento mejor. Me atiende en un cubículo oculto porque la cabeza se muestra en público, los pies, no. Las pedicuras son dos, Violeta y María. (A los peluqueros siempre los cambian.) Violeta es ucraniana y quiero saber cosas de su país, pero nunca la saco de (“Oh, un poco diferente, pero todo como acá”. Yo no sé si encierra algún misterio o no le importa nada de nada, porque es muy bonita y nadie se percata de ello, anda como una sombra, se desliza como si no tuviera cuerpo; no, no le importa tampoco ser bonita. Por eso cuando está María, la correntina, prefiero ir con ella; inmediatamente se acuerda de todos los animales que tenía su papá en el campo en Corrientes, el tatú, la yegüita alimentada a biberón y el pájaro carpintero. Y ese cubículo blanco y frío, mezquino, se llena inmediatamente de animalitos del campo y del bosque. Ya no quiero ir al bar de la esquina, ni me acuerdo del cajero y de las peras: quiero ir a Corrientes para ver al pájaro carpintero. Me va entrando cierto bienestar porque el emplasto de la cabeza se va secando mientras me hacen otra cosa. No aguantaría un tiempo muerto sin hacer nada ni que me hagan nada, porque me parece que el mundo está en acción, como cuando hiervo verduras y controlo al mismo tiempo un partido de futbol o tenés por TV cuando juega Argentina, hago todo junto.
Así, en mi epitafio van a poner, como le pusieron a una mujer romana: “Fecit lenam” (tejió, era trabajadora).
Me llama entonces la chica que lava la cabeza. A ellas también las cambian pero por motivos distintos a los de los peluqueros: ellos se van dando un portazo o son transferidos a otra peluquería; cuando las chicas que lavan la cabeza se dan cuenta de que no las van a tomar como peluqueras (salvo alguna muy despierta que haga carrera) se quedan en su casa para mirar la novela de la tarde. Hay varias clases sociales en esa peluquería. Al sector más alto corresponde el que cobra, sentado en una silla alta y movible, todas deben ir con sus papeles y entregarlos a él. Los pedicuros son como un sector paralelo, poco clasificable porque no interactúan tanto como los peluqueros entre sí. Además estos se mueven en un lugar central, con espejos, donde hay pósters con mujeres hermosas de pelo luminoso. No hay fotos de extremidades, se ve que las extremidades son como apéndices. La chica barrendera que recoge pelo del suelo corresponde al sector inferior; ella no hace café a los clientes ni les acomoda las capas; va con su pelo así nomás, con una colita hecha de cualquier forma. Cuando la chica me lava el pelo estoy contenta, ya estoy cerca del café de la esquina. Ella me frota con unas uñas muy largas, que si las empleara a full, me sangraría la cabeza, pero dosifica la agresión del mismo modo que los gatos.
La que se empleaba a fondo era la pedicura Natasha; era la otra cara de violeta; en ese cubículo blanco parecía un tractor en acción. Maniobraba una máquina que pasaban por la planta de los pies como si estuviera arando en una superficie grande un campo de trigo, por ejemplo. Estaba hecha para una empresa heroica, para conducir un tanque por la estepa, no para pequeñas reparaciones de pies y manos. No aguantó las quejas de las clientas (decían que les dolía todo) y se volvió a Ucrania. Y con el pelo lavado me voy a buscar al peluquero. ¿Era Gerardo o Gustavo? Me olvido de que debo mostrarme como una señora sensata y bien comportada y le pido:
–Corte todo para arriba y para atrás; pero arriba quiero que sea como un nido de caranchos.
No pregunta en qué consiste ese peinado, no sé si conoce a sus caranchos y a su nido (yo tampoco), me mira con esa mirada acostrumbrada a cualquier cosa y corta.
Yo salgo contenta.
sábado, 28 de junio de 2014
Arthur Schopenhauer. Parerga y Paralipómena.
"Unos puercoespines se juntaban mucho en una fría noche de invierno para evitar congelarse con el calor mutuo. Pero pronto sintieron las púas, lo que volvió a distanciarlos. Cuando la necesidad de calor los volvió a aproximar, se volvió a repetir el mismo problema, de tal manera que oscilaron entre los dos males hasta que encontraron la distancia adecuada entre ellos en la que mejor podían resistirlo. Así empuja la necesidad de compañía, surgida del vacio y de la monotonía del propio interior, a que se junten los hombres, pero sus muchos atributos repugnantes y errores insoportables vuelven a separarlos. La distancia media que al final encuentran, y en la que pueden durar un estar en compañia, es la cortesía y las buenas costumbres.
"Es muy difícil encontrar un gato negro en un cuarto oscuro, especialmente cuando no hay ningún gato" (Viejo proverbio)
TED | ||
La Ignorancia y la ciencia
Stuart Firestein es profesor de Neurociencias y jefe del departamento de Biología de la Universidad de Columbia. Su área de investigación es el sistema olfativo de los mamíferos y, curiosamente, da un curso sobre Ignorancia en la Ciencia y ha escrito un libro, breve y ameno, Ignorance. How it Drives Science, donde plantea que lo que impulsa la ciencia es la ignorancia.
"Es muy difícil encontrar un gato negro en un cuarto oscuro, especialmente cuando no hay ningún gato" (Viejo proverbio)
La gente puede tener la sensación de que el método científico consiste en una serie de reglas inmutables que se van aplicando para diseñar experimentos, y que así va aumentando el saber científico, un saber que en unos 500 años (15 generaciones desde Galileo, aproximadamente) ha conseguido más información acerca del Universo que en los últimos 5000 años. Firestein nos explica que esto es una fantasía.
Se trata de gatos negros en habitaciones oscuras. Se prueba, se tantea, se palpa…y entonces se descubre el interruptor de la luz y todo el mundo dice:“¡Oh,mira, o sea que así es como es todo!”. Y entonces nos vamos a la siguiente habitación a buscar el siguiente gato. Los que no salen en los periódicos sensacionalistas ni en las revistas especializadas son los científicos que han dedicado su vida a un campo determinado y, al final, no han encontrado nada, porque no han dado con el interruptor, o porque allí no había ningún gato.
El origen de su curso sobre ignorancia, y de su libro, está en otro curso que daba previamente sobre “Neurociencia Celular y Molecular”. Era un curso de 25 conferencias de hora y media y seguían un libro de Eric Kandell y Tom Jessell, llamado Principles of Neural Science, de 1414 páginas y un peso dos veces el de un cerebro humano.
El curso se daba en plan muy formal, con autoridad y seguridad y, al final del semestre, Firestein empezó a tener la sensación de que los estudiantes podían pensar que ya se sabía todo de Neurociencias. También, de que la ciencia es una acumulación de hechos, y para Firestein eso es una equivocación. Cuando él se sienta a hablar con los colegas no hablan de lo que saben, sino de lo desconocido, de lo que habría que hacer para saber eso que quieren descubrir, etc. Como decía Marie Curie: “Uno no nota lo que ha hecho, sólo ve lo que falta por hacer”.
Así que se le ocurrió la idea de hacer un curso sobre ignorancia, invitar a científicos para que hablaran de lo que no saben: lo que les gustaría saber, lo que creen que sería crítico conocer, qué habría que hacer, qué pasaría si se descubriera eso, qué pasaría si no se descubre…en resumen, hablar del estado actual de su ignorancia. Imaginaos también que sois uno de esos científicos y recibes una llamada de Firestein diciéndote: “hola, Fulano, estoy dando un curso sobre ignorancia y he pensado que tú serías perfecto para venir a hablar de ello”…igual te mosqueabas…Por supuesto eso no ha ocurrido y han pasado por su facultad astrónomos, físicos, químicos, matemáticos, neurobiológos, zoólogos, etc., para hablar de su ignorancia. La ignorancia puede tener varias acepciones y, por supuesto, la ignorancia de la que habla Firestein no consiste en una estupidez voluntaria, ni en el desprecio de la lógica y los datos, ni en la devoción a la desinformación. La ignorancia de Firestein se refiere más a una falta de claridad o de comprensión de algo por ausencia de datos o de un conocimiento, y no se trata de ignorancia individual, sino colectiva. Es una ignorancia que limita también con la curiosidad y es en ese sentido en el que coincide con James Clerk Maxwell que decía que “ la ignorancia curiosa es el preludio de todo real avance en ciencia” Pero Firestein va un poco más allá que Maxwell. Lo que él plantea no es sólo que la ignorancia precede a la ciencia, sino que la ciencia crea ignorancia, que la ignorancia es un resultado del conocimiento. Lo importante en ciencia son las preguntas. Las preguntas son más relevantes y más grandes que las respuestas. Una buena pregunta puede dar lugar a varias capas de respuestas, puede inspirar décadas de búsquedas de soluciones, puede generar campos de investigación. Las respuestas, por contra, son el final del proceso.
Quizá a esto se refería George Bernard Shaw cuando le dijo a Einstein: “La ciencia siempre está equivocada, nunca soluciona un problema sin crear 10 más”. Y esto puede verse como un defecto o una virtud. La ciencia va creando más ignorancia, pero a la vez nos permite aprender cada vez más cosas. También es significativo que cuando se entregan los premios Nobel, se suelen dar a investigadores por algún descubrimiento concreto, un resultado, pero casi siempre se hace mención por el comité a que: “el científico en cuestión ha abierto un nuevo campo…o lo ha llevado en nuevas e inesperadas direcciones…”, todo lo cual quiere decir que ese descubrimiento ha creado más y mejor ignorancia.
A nivel individual esto puede ser desesperante porque a medida que aumenta el conocimiento nuestra ignorancia no hace más que crecer. Cada vez cada uno de nosotros conoce una fracción más pequeña del total de conocimiento y cada vez somos más conscientes de lo mucho que hay ahí afuera que nunca sabremos. Pero no solo los legos en materias científicas, sino los propios científicos, que se ven obligados a especializarse en campos cada vez más pequeños. Como dijo Marvin Minsky: “en ciencia uno puede aprender lo máximo estudiando lo mínimo”. Cada 10-12 años se dobla el número de artículos científicos. Es gracioso que ya Francis Bacon, padre del método científico, se quejaba a principios del siglo XVII de que la masa de conocimiento acumulado era inmanejable…¡qué diría el pobre si viviera ahora! Descubrir: des-cubrir: quitar un velo a algo que está ahí escondido…
Pero se trata de muchos velos. La labor científica es como sacar baldes de agua de un pozo sin fondo: sacas y sacas, y siempre queda otro cubo más…Firestein compara la ciencia con las ondas que hace una piedra cuando la tiramos al agua, una ondas que se hacen cada vez mayores en circunferencia. Lo que hay afuera de ese círculo creciente es la ignorancia y la ciencia tiene lugar precisamente en ese círculo expansivo que hace frontera con la ignorancia.
Es interesante que Firestein comenta que odia las hipótesis, le parece que aprisionan, que crean sesgos, y que discriminan. En la esfera pública de la ciencia parecen tomar vida propia. Los científicos se colocan detrás de una hipótesis como si fueran banderas, equipos de fútbol o religiones. Cuando un científico se adhiere a una hipótesis busca datos que la apoyen e ignora los que no son congruentes con ella. En este sentido, Firestein tiene razón y el amor a una hipótesis es un peligro y puede frenar el avance científico. Hay que ser humildes; como decía Thomas Huxley, muchas veces un feo dato te tumbará una bonita hipótesis. Hay que hacer el duelo y seguir adelante. Para finalizar, y por si se da el caso de que os encontréis con un científico famoso, Firestein cuenta una anécdota muy graciosa. En una travesía del Atlántico coincidieron Chaim Weizmann, el primer presidente de Israel, y Albert Einstein y entonces acordaron que cada día iban a quedar dos horas en cubierta y allí Einstein le iría explicando la teoría de la relatividad a Weizmann. Al final del viaje, Weizmann concluyó que “ahora estoy convencido de que Einstein entiende la relatividad”.
Por supuesto, Weizmann no era ni una pizca más sabio que antes de la travesía. A los científicos les gustan las preguntas. Lo que Weizmann tendría que haberle preguntado a Einstein es:”¿en qué estás pensando estos días?” “¿en qué problemas estás trabajando ahora?” “¿cuáles son las preguntas que se están plantando los físicos ahora que el universo es relativo, sea eso lo que sea?” Entonces Einstein le habría contado de los rompecabezas a los que se enfrentaban los físicos y le habría cotilleado lo que decía Bohr, etc., y la visión de Weizmann habría cambiado probablemente para siempre. Si le preguntas a un científico por resultados te va a contar cosas muy técnicas que no vas a entender. Francis Crick decía que los científicos deberían trabajar sobre los temas de los que han hablado en la comida, porque eso es lo que de verdad les interesa.
Así que una buena pregunta para un científico sería preguntarle de qué ha estado hablando con sus colegas en la comida. Firestein comenta que preguntas que han dado mucho juego en su curso son algunas como las siguientes:
-¿Qué es lo que le gustaría conocer acerca de X?
-¿Qué tema fundamental no ha conseguido entender hasta ahora? -¿Cree que hay cosas imposibles de conocer en su campo? ¿cuáles? -¿Cuáles son las limitaciones tecnológicas actuales en su trabajo? ¿puede ver soluciones? -¿En qué se encuentra actualmente atascado? -¿Cómo habla acerca de lo que no conoce? -¿Cómo era el estado de la ignorancia en su campo hace 10, 15, o 25 años, y como ha cambiado? -¿Hay datos de otros laboratorios que no concuerdan con los suyos? -¿Se sorprende con frecuencia? ¿Cuando? -¿Qué preguntas está generando actualmente? -¿Qué ignorancia está generando actualmente? Así que ya lo sabéis: la ciencia avanza por el crecimiento de la ignorancia. Ser un científico requiere fe en la incertidumbre, encontrar placer en el misterio y aprender a cultivar la duda. ¡Olvida las respuestas, trabaja en las preguntas! |
viernes, 27 de junio de 2014
El poema preferido : contribución a la estadística
(wisława szymborska)
De cada cien personas,
las que todo los saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas,
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio
las que todo los saben mejor:
cincuenta y dos,
las inseguras de cada paso:
casi todo el resto,
las prontas a ayudar,
siempre que no dure mucho:
hasta cuarenta y nueve,
las buenas siempre,
porque no pueden de otra forma:
cuatro, o quizá cinco,
las dispuestas a admirar sin envidia:
dieciocho,
las que viven continuamente angustiadas
por algo o por alguien:
setenta y siete,
las capaces de ser felices:
como mucho, veintitantas,
las inofensivas de una en una,
pero salvajes en grupo:
más de la mitad seguro,
las crueles
cuando las circunstancias obligan:
eso mejor no saberlo
ni siquiera aproximadamente,
las sabias a posteriori:
no muchas más
que las sabias a priori,
las que de la vida no quieren nada más que cosas:
cuarenta,
aunque quisiera equivocarme,
las encorvadas, doloridas
y sin linterna en lo oscuro:
ochenta y tres,
tarde o temprano,
las dignas de compasión:
noventa y nueve,
las mortales:
cien de cien.
Cifra que por ahora no sufre ningún cambio
Loorie Moore
LOORIE MOORE
"...hay una broma acerca de una mujer madura que se encuentra con una rana en los bosques.-Bésame!, Bésame! -dice la rana- y me convertiré en un hermoso príncipe.La mujer la mira, fascinada, pero no se mueve- Que te pasa? - dice la rana, impaciente- no quieres un hermoso príncipe?- Lo lamento -dice la mujer- pero en este momento de mi vida, estoy mas interesada en una rana que habla...."
"...hay una broma acerca de una mujer madura que se encuentra con una rana en los bosques.-Bésame!, Bésame! -dice la rana- y me convertiré en un hermoso príncipe.La mujer la mira, fascinada, pero no se mueve- Que te pasa? - dice la rana, impaciente- no quieres un hermoso príncipe?- Lo lamento -dice la mujer- pero en este momento de mi vida, estoy mas interesada en una rana que habla...."
Formentera ; mi isla preferida
http://elviajero.elpais.com/elviajero/2014/06/26/actualidad/1403793071_865875.HTML
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El ejemplo palpable de que para ser universal hay que ser primero local bien podría encarnarlo Formentera, esta humilde isla del Mediterráneo con muy poco afán de protagonismo. A pesar de sus reducidas dimensiones y el especial empeño de sus habitantes en volverse invisibles a lo largo de la historia —primero para escapar de los piratas que asolaban las Baleares y ahora para sobrevivir a las hordas de italianos pudientes que en verano fondean sus yates en estas costas—, el mundo entero sabe de Formentera. El pequeño paraíso que, irreductible, se mantiene bastante puro y que proporciona aún esa sensación —deber de las islas— de estar lo más alejado posible del mundo.
Los hippies de los años setenta fueron los que incluyeron esta porción de tierra en la hippy trail y, consecuentemente, descubrieron al mundo, y a los yates, este tesoro escondido. Entonces Formentera era una excursión obligada para todo el que visitara Ibiza, pero algunos, embrujados por este lugar, prolongaban su estancia, como el galés Frank Jackson, que murió en 1991 y que llegó para un fin de semana y se quedó más de 30 años.
Una buena opción para pasar la noche es el Agroturismo Es Pas (Venda Ses Clotades, Can Joan Barber; Es Caló; 670 33 20 45; habitación doble con desayuno, 270 euros). El pequeño hotel está ubicado en una antigua casa payesa reformada. De los olivos de su finca sacan el aceite para las tostadas del desayuno, y las higueras proporcionan la mermelada casera. Para bolsillos menos boyantes, el bar y hostal Centro (plaza de la Constitución, 3; Sant Francesc; 971 32 20 63; habitación doble, 55 euros) ofrece un trato agradable y familiar.
La obligatoriedad de llegar por mar desde Ibiza protege a Formentera. La travesía entre las dos islas es corta, tan solo 11 millas, pero entraña cruzar el estrecho de Es Freus, que en verano es el segundo paso más frecuentado del Mediterráneo, tras el estrecho de Gibraltar, y que al tener poco calado puede ser peligroso con mala mar. Muchos naufragios han tenido lugar por estas costas, lo que ha acrecentado la leyenda de un Mediterráneo menos bucólico que el que canta Joan Manuel Serrat. Un reputado marino como Joseph Conrad sostiene que tras la aparente quietud de sus aguas se esconden mil peligros: “Dichoso aquél que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo (…). Era a los marineros mediterráneos a quienes sirenas de rubias cabelleras cantaban entre las negras rocas efervescentes de blanca espuma, y a quienes voces misteriosas hablaban en la oscuridad”, escribe Conrad en El espejo del mar, como recuerda Carlos Garrido en su libro Formentera mágica (editorial Olañeta). El mito de las sirenas ha vivido siempre en estas aguas. Si a esto le sumamos el hecho de que durante siglos los hombres de Formentera emigraban y en la isla solo quedaban las mujeres, entenderemos cómo este lugar ha pasado a la historia como “s’illa de ses dones”, como cuenta Garrido.
El silencio y su especial luz son los pilares de la exclusividad de este lugar. Al anochecer, antes de que la oscuridad llegue, puede apreciarse una breve claridad blanca, rosada, azul, roja… Un intento fallido, pero contundente, de amanecer de nuevo. Este es el lugar de España con más proporción de playa por metro cuadrado, y muchas de ellas aparecen en los rankings de las mejores del mundo. Ses Illetes y Ses Platgetes son, para muchos, las más hermosas. El secreto de sus aguas transparentes está en la pradera de posidonia que rodea la isla y que actúa como una depuradora natural. Este sofisticado sistema marino fue declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1999.
La costa ofrece otros espectáculos, como las torres de vigilancia, cinco en total, colocadas en lugares estratégicos, una de ellas en la paradisíaca isla de Espalmador. Como cuenta el libro Formentera mágica, “la presión de los piratas llegó a ser tan grande en esta parte del Mediterráneo que Felipe II ordenó en 1570 la evacuación de las Baleares”, aunque nunca se llevó a cabo. Con el tiempo, las torres dieron paso a los faros para guiar a los barcos. Algunos de ellos, como el del cabo de Barbaria, hay que verlos al anochecer, justo antes de que la ausencia de luz pase todo al blanco y negro. Julio Medem lo usó con muy buenos resultados en Lucía y el sexo. Desde el mirador de la Mola se aprecia una vista panorámica de casi toda la isla, como quien ve la proa de un trasatlántico desde la popa. Aquí está también el famoso mercado artesanal, que abre los miércoles y domingos por la tarde, y en esta punta de la isla viven los habitantes más longevos, en una tierra de gentes poco dadas a morirse o a enfermar desde épocas remotas. Entre los restos arqueológicos de Ca Na Costa, que datan de entre 1.900 a 1.600 antes de Cristo, se identificó a dos hombres de más de 50 años y a varios de entre 40 y 45, algo impensable entonces.
Érase una vez un chiringuito
La historia del Piratabus (playa de Migjorn, kilómetro 11; 609 60 14 26; mojitos, 10 euros) comienza en los años setenta, cuando Pascual y Pablo, que regentaban una discoteca en Calatayud, conocen Formentera, se enamoran de ella y venden su negocio para venir a la isla. Cuando el dinero se les acaba, deciden comprar un viejo autobús de línea y convertirlo en un bar, el Piratabus, que con el tiempo se hizo legendario. En noviembre de 1983 las autoridades ordenaron retirar el vehículo, pero un chiringuito de madera sustituyó al antiguo bar. Edith, de 54 años, alemana, se añadió a la tripulación cuando conoció a Pascual, dueño actual del local. “Llegué a Formentera en 1978 porque tenía un hermano aquí. Las visitas aumentaron y también el tiempo de estancia, hasta que en 1988 me trasladé definitivamente. Hasta hace 16 años he vivido en casas sin luz ni agua”, cuenta esta enamorada de la isla. El chiringuito ofrece bebidas, tapas y música a la puesta de sol, que es cuando el espíritu hippyresucita de nuevo.Dylan y otros ‘hippies’
Els peluts —como llamaban los payeses a los hippies— que elegían Formentera se diferenciaban de los de Ibiza en que eran más puros y extremistas. Había que estar realmente convencido de esta filosofía para vivir en casas sin luz ni agua corriente y soportar la soledad y los vientos invernales. Mientras, los de Ibiza disponían de fiestas, discoteca y, los que contaban con el beneplácito de sus padres, recibían mensualmente sus giros de dinero en el único banco del pueblo. Por Formentera pasaron en aquellos años grupos como Pink Floyd, Led Zeppelin y King Crimson, este último autor de la canción Formentera lady; Bob Dylan, Jimi Hendrix, Wolf Biermann, Chris Rea y el director francés Babet Schroeder, que filmó la película de culto More, una reflexión sobre las drogas y el sexo al estilo de los liberales setenta. Todos ellos tenían su cuartel general en la Fonda Pepe (calle Mayor, Sant Ferran; 971 32 80 33), el típico bar de pueblo mal iluminado que servía poco más que botellines y patatillas de bolsa y que, sin quererlo, pasó a ser uno de los bares más cool del momento, donde con suerte se podía coincidir en los lavabos con el autor de Blowin in the wind. La fonda sigue en pie y por ella deambulan hippies de la tercera edad y mochileros en busca de su tour por el túnel del tiempo. El Blue Bar (carretera de Sant Ferran-La Mola, kilómetro 7,9; playa de Migjorn; 971 93 54 75) nació también en aquellos años, y su decoración, con reminiscencias planetarias y extraterrestres, recuerda la vena galáctica tan explotada por aquel entonces.Sin masificación
Lo que más ha contribuido a que esta isla se mantenga aún bastante pura ha sido su falta de aeropuerto y su limitada oferta de camas, lo que convierte la búsqueda de alojamiento en una ardua tarea. Desayunando un día en la Fonda Plate (Jaume I, 1; Sant Francesc; 971 32 23 13) vi que en la mesa de al lado estaba Alejandro Jodorowsky y me animé a saludarlo. Lo primero que me preguntó fue si sabía de alguien que le pudiera alquilar una casa para las vacaciones. La isla se libró de la construcción masiva del boomturístico por un problema logístico: los barcos que llegaban a Formentera eran pequeños y en ellos no cabían hormigoneras ni grúas, y el humilde puerto no contaba con infraestructura para tamaños visitantes.Fans de la pitiusa
La isla cuenta con numerosos adeptos, algunos con el privilegio de poseer allí una vivienda, como el dibujante Jordi Labanda. “Compré mi casa en 2004, antes de que se volvieran locos con los precios. Me gusta la energía que hay, la sensación de libertad que aún se respira y su luz tan especial. Mi momento favorito del día es cuando la luz naranja del atardecer se cuela horizontal entre los pinos”. El diseñador Philippe Starck y la modelo Eugenia Silva también cuentan con morada aquí. Esta última es además socia del bar restaurante Can Toni (plaza del Pilar, 1; La Mola; 971 32 73 77). Javier Mariscal evita el verano y fuera de temporada se hospeda en el Hostal Rafalet(Sant Agustí, 1; Es Caló; 971 32 70 16. Habitación doble, 110 euros). “De Formentera me gusta el tamaño —es como un barco gigante—, el silencio, las ganas de vivir que tienen los pinos, las sabinas y las buganvillas. La isla no es espectacular ni bonita, es muy banal y hay que encontrarle el punto. Me gusta que en cinco minutos pasas de un acantilado a una playa de arena; ves la puesta del sol o la salida de la luna”, dice el diseñador.La obligatoriedad de llegar por mar desde Ibiza protege a Formentera. La travesía entre las dos islas es corta, tan solo 11 millas, pero entraña cruzar el estrecho de Es Freus, que en verano es el segundo paso más frecuentado del Mediterráneo, tras el estrecho de Gibraltar, y que al tener poco calado puede ser peligroso con mala mar. Muchos naufragios han tenido lugar por estas costas, lo que ha acrecentado la leyenda de un Mediterráneo menos bucólico que el que canta Joan Manuel Serrat. Un reputado marino como Joseph Conrad sostiene que tras la aparente quietud de sus aguas se esconden mil peligros: “Dichoso aquél que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo (…). Era a los marineros mediterráneos a quienes sirenas de rubias cabelleras cantaban entre las negras rocas efervescentes de blanca espuma, y a quienes voces misteriosas hablaban en la oscuridad”, escribe Conrad en El espejo del mar, como recuerda Carlos Garrido en su libro Formentera mágica (editorial Olañeta). El mito de las sirenas ha vivido siempre en estas aguas. Si a esto le sumamos el hecho de que durante siglos los hombres de Formentera emigraban y en la isla solo quedaban las mujeres, entenderemos cómo este lugar ha pasado a la historia como “s’illa de ses dones”, como cuenta Garrido.
Vienen los piratas
Algas que inspiran joyas
Enric Majoral, de 65 años, de Sabadell, conoció la isla en 1972, cuando vino como aparejador para una empresa que construía un hotel. Le gustó tanto el lugar que decidió quedarse y, de manera autodidacta, empezó a hacer artesanía. “El mercado de La Mola nos lo inventamos yo y unos cuantos más, que de día hacíamos bisutería y de noche la intentábamos vender”, recuerda Majoral, que ahora cuenta con su firma, Joyas Majoral, con dos tiendas y taller en Formentera (avenida de La Mola, 89; La Mola; 971 32 75 16; y Jaume I, 29; Sant Francesc; 971 32 11 48) y otro establecimiento en Barcelona. Hace piezas que se inspiran en el Mediterráneo y algunas expresamente en estas latitudes, como las de la colección Retorn a Formentera o Posidonia.La costa ofrece otros espectáculos, como las torres de vigilancia, cinco en total, colocadas en lugares estratégicos, una de ellas en la paradisíaca isla de Espalmador. Como cuenta el libro Formentera mágica, “la presión de los piratas llegó a ser tan grande en esta parte del Mediterráneo que Felipe II ordenó en 1570 la evacuación de las Baleares”, aunque nunca se llevó a cabo. Con el tiempo, las torres dieron paso a los faros para guiar a los barcos. Algunos de ellos, como el del cabo de Barbaria, hay que verlos al anochecer, justo antes de que la ausencia de luz pase todo al blanco y negro. Julio Medem lo usó con muy buenos resultados en Lucía y el sexo. Desde el mirador de la Mola se aprecia una vista panorámica de casi toda la isla, como quien ve la proa de un trasatlántico desde la popa. Aquí está también el famoso mercado artesanal, que abre los miércoles y domingos por la tarde, y en esta punta de la isla viven los habitantes más longevos, en una tierra de gentes poco dadas a morirse o a enfermar desde épocas remotas. Entre los restos arqueológicos de Ca Na Costa, que datan de entre 1.900 a 1.600 antes de Cristo, se identificó a dos hombres de más de 50 años y a varios de entre 40 y 45, algo impensable entonces.
Con música
Las diversiones se reducen aquí a bañarse, comer, ver la puesta de sol y escuchar música antes de ir a dormir. Las mejores paellas de la isla se comen en el restaurante Real Playa (Lugar Venda de Es Ca Mari; Migjorn; 971 18 76 10; paella para dos, 32 euros), aunque si se quiere algo más sofisticado, Es Molí de Sal (Afores, s/n; 971 18 74 91; cena desde 60 euros) hace las mejores langostas (fritas o en caldereta). Si hay un momento del día en el que todo el mundo está haciendo lo mismo aquí, ese es el de la puesta de sol, en el que no hay nadie que no mire al cielo. Con la oscuridad, la noche empieza en este territorio sin discotecas, pero con relajados chill out. Flipper & Chiller (kilómetro 11, Migjorn; 971 18 75 96; copas desde 10 euros) es el lugar de moda, y además de cenar y tomar una copa, se puede recibir un masaje; mientras Chezz Gerdi (Camí de s’Abeuradeta, s/n; Es Pujols; 971 32 86 03; combinados desde 10 euros) cuenta con un beach club al que se puede acceder por mar. El día acaba en el paraíso, un lugar elegido desde siempre para hacer una pausa, esconderse del mundo o empezar de nuevo por piratas, hippies y hasta aburridos millonarios en sus costosísimos yates.La isla desde el mar
Formentera es tan pequeña —de punta a punta no sobrepasa los 20 kilómetros— que cada año la asociación Respiralia organiza una vuelta alrededor de la isla a nado —en varias etapas— como evento deportivo y solidario contra la fibrosis quística, una enfermedad genética que afecta principalmente a los pulmones. 4Nómadas (www.centronauticoformentera.com) propone también una visión de la isla desde el agua, pero en kayak de mar, con paseos de tres horas en los que pueden verse torres de vigilancia, canteras de marés o praderas de posidonia. Asier Fernández, director, se siente afortunado por vivir en un entorno semejante, pero teme por el futuro de este paraíso. “Nos salvamos de la urbanización masiva, pero ahora tenemos otras amenazas, como los proyectos de prospecciones petrolíferas del Mediterráneo” apunta. De momento, todavía pueden verse tortugas bobas y, si uno se adentra en el mar, hasta delfines. Precio del paseo en kayak: adultos, 30 euros; niños, 15.Héroes de la guitarra al sol
Es probable que el plan más disparatado a realizar en Formentera sea el que propone el alemán Ekkehard Hoffmann —Eki para los amigos—, y que consiste en fabricarse uno mismo, en tres semanas, una guitarra eléctrica. El precio a pagar por vivir en el paraíso es el de asegurarse uno mismo su medio de vida, y Eki lo hizo trabajando en un taller de construcción de guitarras que ya existía y que estaba regentado por un compatriota. Diez años después, el dueño se fue y Eki se quedó con el negocio. “Vivo todo el año en Formentera desde 2000. El invierno es la mejor época del año. En verano todo el mundo está haciendo dinero y trabajando, y con el frío la gente tiene tiempo para ver a los amigos y organizar fiestas. Lo que me gusta de esta isla es que está detrás del tiempo”, dice Hoffmann. Los talleres que propone Eki, que es bajista y toca con otros músicos de la isla, puede hacerlos cualquiera, ya que Formentera Guitars (www.formenteta-guitars.com) proporciona el material y los conocimientos. Precio del taller, 2.100 euros (no incluye alojamiento ni comidas).Higueras y lagartijas
El archiduque Luis Salvador de Austria, enamorado de Mallorca y sin lugar en su corazón para nada más, calificó el paisaje formenterense como “fantasmagórico, monótono y lúgubre”. Los que sepan apreciar la belleza de una vegetación no demasiado exuberante y unos árboles moldeados por el viento pueden practicar el senderismo o dar paseos en bicicleta por los circuitos verdes que propone la Oficina de Turismo de Formentera (www.formentera.es). En estas rutas es fácil toparse con las típicas higueras de la isla, que crecen en horizontal más que en vertical, y a las que los payeses apuntalan sus ramas con varas de madera formando una singular arquitectura vegetal. Así dispuestas, los frutos son más fáciles de recoger, dan más sombra a las cabras y hasta sirven de improvisado altar. Hay parejas que se han casado bajo una higuera formenterense. Y con suerte se puede ver alguna lagartija, reptil endémico de las islas Pitiusas que se ha convertido en el símbolo de Formentera.Guía
Cómo ir y moverse
- Formentera no tiene aeropuerto y solo es accesible por vía marítima. Mediterránea Pitiusa, Trasmapi, Baleària , Fly & Vai Global Touristic Services, Acciona Transmediterránea y Taximar conectan la isla por mar desde Ibiza.
Información
- Oficina de turismo de Formentera (971 32 20 57). Ofrece en su web una base de datos de hoteles y casas rurales, además de información práctica y mapas con rutas para descargar.
jueves, 26 de junio de 2014
terribles desdichas
Michel de Montaigne :
Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron
Mi vida ha estado llena de terribles desdichas, la mayoría de las cuales nunca ocurrieron
La vida es un cuento contado por un idiota , lleno de sonido y furia , que no significa nada
Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow
Creeps in this petty pace from day to day
To the last syllable of recorded time;
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death. Out, out, brief candle!
Life's but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
Creeps in this petty pace from day to day
To the last syllable of recorded time;
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death. Out, out, brief candle!
Life's but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
Mañana y mañana y mañana, se arrastra a pasos insignificantes
día a día hasta la última sílaba del tiempo registrable.
Y todos nuestros ayeres han iluminado para imbéciles el camino
hasta la polvorienta muerte. ¡Apágate, apágate breve candela!
La vida no es más que una sombra ambulante, un pobre actor
que sobre el escenario se pavonea y sacude en su hora signada,
y después no se oye más. Es un cuento contado por un idiota,
lleno de sonido y furia, que no significa nada.
día a día hasta la última sílaba del tiempo registrable.
Y todos nuestros ayeres han iluminado para imbéciles el camino
hasta la polvorienta muerte. ¡Apágate, apágate breve candela!
La vida no es más que una sombra ambulante, un pobre actor
que sobre el escenario se pavonea y sacude en su hora signada,
y después no se oye más. Es un cuento contado por un idiota,
lleno de sonido y furia, que no significa nada.
Quien nos ayudara a morir . Articulo de Salvador Casado
He tenido una conversación reciente con una chica joven que se está muriendo. Hacía tiempo que no la veía, sale poco de casa porque le agobia mucho que se le despegue la bolsa de colostomía. Tras el papeleo burocrático me dijo que además de la colostomía le preocupaban la falta de energía y la tormenta emocional por sentir que se está muriendo. La entrevista fue larga; la escuché con atención varios minutos que me parecieron horas. Una persona que sabe que se muere se lo dice a otra. El momento era muy importante. Alguna lágrima escapó, regando sin saberlo alguna zona de mi reseco corazón. Tras escucharla ofrecí algunas soluciones para las cuestiones prácticas y le animé a contar sus sentimientos, a narrar su historia, de la manera que ella pueda. Finalmente recordé con delicadeza que mi puerta permanecerá siempre abierta. Sentí que marchó algo más aliviada, me regaló una sonrisa y salió despacio.
Al día siguiente una pregunta floreció: ¿Quién nos ayudará a morir?
He acompañado a muchas personas en sus momentos finales en mi consulta de medicina de familia. También lo hice una temporada hace años trabajando varios meses en un equipo de cuidados paliativos. Mi dictamen es claro: en España se suele morir mal. Las buenas muertes no son todo lo frecuentes que serían deseables. Nadie habla de ello. La muerte y lo que la rodea se esconde bajo un manto de silencio. Lo cierto es que todos hemos de pasar por ese tránsito, normalmente varias veces en la vida. Primero acompañando a los amigos, familiares o seres queridos que parten. Finalmente viviéndolo en primera persona.
¿Qué nos puede ayudar a morir?
Todo aquello que nos ayude a tener menos miedo
Nuestros pensamientos o ideas sobre la muerte son muy importantes. No es lo mismo acercarse a esta realidad incuestionable con un alto nivel de agobio que contemplarla tranquilo. Aun así he visto a muchos creyentes o religiosos morir muy agobiados. Las ideas no son suficientes, es necesario sentir. Sentir la suficiente paz o confianza. Lo que sí es cierto es que resulta más sencillo acercarse a la muerte viéndola como un tránsito, un cambio, que como un final absoluto. Si entendemos que antes de nacer existíamos de alguna manera (como feto, embrión, como células sexuales de nuestro padres, como código genético en nuestra familia...) algunos sentirán que seguiremos existiendo de alguna manera tras expirar (nuestra energía no se destruye, se transforma, nuestra información genética tal vez siga viva si tenemos hijos, nuestras acciones e ideas permanecerán en cierta manera...).
Contarlo, expresarlo, compartirlo
Somos seres verbales, necesitamos las palabras para entender el mundo. Es preciso elaborar una narrativa de la muerte. Cada cual la suya personal. Y ha de ser compartida. Durante siglos se compartió con la familia y la tribu. Hoy apenas hay familia y no quedan tribus. Estamos muy solos, y solos morimos mal. No es cuestión de tener multitudes cerca, es cuestión de sabernos arropados, contenidos, guardados por otros. Al verbalizar empezamos a entender, damos forma a los miedos o sombras que nos amenazan para comprobar finalmente que no era para tanto, que lo que nos preocupaba lo podemos contar y al contarlo lo dominamos en cierta manera.
Arreglar los asuntos pendientes
Un amigo me contó que en una experiencia al borde de la muerte, en esos diez segundos en los que ves tu vida, lo peor fue tomar conciencia de los asuntos pendientes y saber que no puedes hacer nada. "Eso es el infierno", me dijo. Desde entonces tiene la costumbre de no acostarse sin haber hecho balance y detectar si le queda algo pendiente. Estos asuntos son de diversa índole, práctica, económica, organizacional... pero los más importantes son afectivos o emocionales y atañen a nuestras relaciones personales. Poder hacer las paces y despedirnos en vida de aquellos que amamos es un privilegio que necesitamos ejercer, por nosotros y por ellos. Esto precisa que nos demos permiso y nos atrevamos a dar ciertos pasos, que en ocasiones pueden ser costosos. Una vez dados siempre merecerán la pena por toda la carga que nos quitan.
Ser asistidos por alguien en quien confiemos
Cuando de joven roté por obstetricia asistí en una guardia a mi primer parto. No hice casi nada. Asistir un parto (sin complicaciones) es meramente eso: asistir. Hay que poner las manos para que la criatura no se caiga y poco más. Dársela a la madre y cortar el cordón.
A la hora de morir pasa lo mismo. No hay que hacer nada extraordinario, tan solo asistir. De alguna manera ponemos las manos en un último contacto y nada más.
Es verdad que durante miles de años las mujeres han parido solas pero también es cierto que muy pronto se organizó algún tipo de asistencia al parto, primero con otras mujeres más mayores, luego con matronas expertas en estas labores. Con el momento de la muerte pasó lo mismo. Primero asistía la familia y la tribu, posteriormente surgieron los chamanes y otros especialistas dentro del ámbito de las religiones. ¿Pero qué pasa si la persona no es religiosa o no encontramos ningún experto en ese ámbito?
En las últimas décadas han surgido muchos equipos de cuidados paliativos que están ayudando a que la persona en estado de enfermedad avanzada y su familia ganen calidad de vida y se preparen para el desenlace. En muchos casos también hay médicos de familia y enfermeras comunitarias que se implican con sus pacientes hasta el final. Yo siempre he defendido que la muerte suele ser mucho más llevadera en el domicilio del paciente, rodeado de aquellos que él elija. Pero esta decisión es muy personal. Hay hospitales con excelentes servicios de cuidados paliativos. Conozco bien el del hospital Gregorio Marañón de Madrid y me quito el sombrero. Pero no siempre es así. Morir en una urgencia o en un pasillo no es agradable para nadie. Hacerlo en un rincón de alguna planta sin apenas supervisión tampoco.
Se puede aprender a bien morir
Los seres humanos somos pura levedad pero tenemos facultades increíbles. Una de ellas es que podemos aprender a bien morir. De hecho lo hacemos desde que somos niños. Cada vez que sufrimos una derrota, una pérdida, una pequeña muerte. Cada vez que soltamos algo que queremos mucho pero la vida se lleva, cada vez que perdemos alguna persona valiosa para nosotros. A lo largo de la vida vamos encontrándonos con muchas narrativas que tienen que ver con la muerte, con la muerte ajena. Desde las novelas donde no faltan muertos, asesinatos y otros decesos hasta las experiencias de personas que se despiden y lo hacen de una forma ejemplar. En televisión contemplamos miles de muertes cada año tanto reales como ficticias, en el cine, en las series, en todas partes. Curiosamente vemos pocos muertos. A los niños se los escondemos no dejándoles entrar en hospitales ni tanatorios, alejándonoles así de una parte importante de la realidad. Esto les hará dificil construir su propia narrativa del asunto. Frecuentamos poco los cementerios, pensamos poco en la posibilidad de nuestra propia muerte. Para aprender a bien morir es necesario empezar a construir una narrativa apropiada desde jóvenes donde integremos que vida y muerte son conceptos hermanos que se necesitan mutuamente. Aprender a mirar con serenidad el árbol seco, el insecto o la mascota muertas o el familiar en el tanatorio son experiencias que irán construyendo en nosotros una narrativa que acepte lo que hay: la muerte es parte de la vida, la vida es parte de la muerte.
Con este texto tan solo invito a tomarnos un momento para reflexionar sobre nuestra propia muerte y la de la gente que nos importa. Necesitamos la muerte para explicar la vida, como la sombra para explicar la luz. La buena noticia es que podemos darnos cuenta de que muerte y vida son dos manifestaciones imbricadas que no podemos separar y transformar así nuestro miedo. Si fuéramos capaces de contemplar o imaginar nuestra propia muerte ya estaríamos dando un paso para vivir una vida menos asustados.
Al día siguiente una pregunta floreció: ¿Quién nos ayudará a morir?
He acompañado a muchas personas en sus momentos finales en mi consulta de medicina de familia. También lo hice una temporada hace años trabajando varios meses en un equipo de cuidados paliativos. Mi dictamen es claro: en España se suele morir mal. Las buenas muertes no son todo lo frecuentes que serían deseables. Nadie habla de ello. La muerte y lo que la rodea se esconde bajo un manto de silencio. Lo cierto es que todos hemos de pasar por ese tránsito, normalmente varias veces en la vida. Primero acompañando a los amigos, familiares o seres queridos que parten. Finalmente viviéndolo en primera persona.
¿Qué nos puede ayudar a morir?
Todo aquello que nos ayude a tener menos miedo
Nuestros pensamientos o ideas sobre la muerte son muy importantes. No es lo mismo acercarse a esta realidad incuestionable con un alto nivel de agobio que contemplarla tranquilo. Aun así he visto a muchos creyentes o religiosos morir muy agobiados. Las ideas no son suficientes, es necesario sentir. Sentir la suficiente paz o confianza. Lo que sí es cierto es que resulta más sencillo acercarse a la muerte viéndola como un tránsito, un cambio, que como un final absoluto. Si entendemos que antes de nacer existíamos de alguna manera (como feto, embrión, como células sexuales de nuestro padres, como código genético en nuestra familia...) algunos sentirán que seguiremos existiendo de alguna manera tras expirar (nuestra energía no se destruye, se transforma, nuestra información genética tal vez siga viva si tenemos hijos, nuestras acciones e ideas permanecerán en cierta manera...).
Contarlo, expresarlo, compartirlo
Somos seres verbales, necesitamos las palabras para entender el mundo. Es preciso elaborar una narrativa de la muerte. Cada cual la suya personal. Y ha de ser compartida. Durante siglos se compartió con la familia y la tribu. Hoy apenas hay familia y no quedan tribus. Estamos muy solos, y solos morimos mal. No es cuestión de tener multitudes cerca, es cuestión de sabernos arropados, contenidos, guardados por otros. Al verbalizar empezamos a entender, damos forma a los miedos o sombras que nos amenazan para comprobar finalmente que no era para tanto, que lo que nos preocupaba lo podemos contar y al contarlo lo dominamos en cierta manera.
Arreglar los asuntos pendientes
Un amigo me contó que en una experiencia al borde de la muerte, en esos diez segundos en los que ves tu vida, lo peor fue tomar conciencia de los asuntos pendientes y saber que no puedes hacer nada. "Eso es el infierno", me dijo. Desde entonces tiene la costumbre de no acostarse sin haber hecho balance y detectar si le queda algo pendiente. Estos asuntos son de diversa índole, práctica, económica, organizacional... pero los más importantes son afectivos o emocionales y atañen a nuestras relaciones personales. Poder hacer las paces y despedirnos en vida de aquellos que amamos es un privilegio que necesitamos ejercer, por nosotros y por ellos. Esto precisa que nos demos permiso y nos atrevamos a dar ciertos pasos, que en ocasiones pueden ser costosos. Una vez dados siempre merecerán la pena por toda la carga que nos quitan.
Ser asistidos por alguien en quien confiemos
Cuando de joven roté por obstetricia asistí en una guardia a mi primer parto. No hice casi nada. Asistir un parto (sin complicaciones) es meramente eso: asistir. Hay que poner las manos para que la criatura no se caiga y poco más. Dársela a la madre y cortar el cordón.
A la hora de morir pasa lo mismo. No hay que hacer nada extraordinario, tan solo asistir. De alguna manera ponemos las manos en un último contacto y nada más.
Es verdad que durante miles de años las mujeres han parido solas pero también es cierto que muy pronto se organizó algún tipo de asistencia al parto, primero con otras mujeres más mayores, luego con matronas expertas en estas labores. Con el momento de la muerte pasó lo mismo. Primero asistía la familia y la tribu, posteriormente surgieron los chamanes y otros especialistas dentro del ámbito de las religiones. ¿Pero qué pasa si la persona no es religiosa o no encontramos ningún experto en ese ámbito?
En las últimas décadas han surgido muchos equipos de cuidados paliativos que están ayudando a que la persona en estado de enfermedad avanzada y su familia ganen calidad de vida y se preparen para el desenlace. En muchos casos también hay médicos de familia y enfermeras comunitarias que se implican con sus pacientes hasta el final. Yo siempre he defendido que la muerte suele ser mucho más llevadera en el domicilio del paciente, rodeado de aquellos que él elija. Pero esta decisión es muy personal. Hay hospitales con excelentes servicios de cuidados paliativos. Conozco bien el del hospital Gregorio Marañón de Madrid y me quito el sombrero. Pero no siempre es así. Morir en una urgencia o en un pasillo no es agradable para nadie. Hacerlo en un rincón de alguna planta sin apenas supervisión tampoco.
Se puede aprender a bien morir
Los seres humanos somos pura levedad pero tenemos facultades increíbles. Una de ellas es que podemos aprender a bien morir. De hecho lo hacemos desde que somos niños. Cada vez que sufrimos una derrota, una pérdida, una pequeña muerte. Cada vez que soltamos algo que queremos mucho pero la vida se lleva, cada vez que perdemos alguna persona valiosa para nosotros. A lo largo de la vida vamos encontrándonos con muchas narrativas que tienen que ver con la muerte, con la muerte ajena. Desde las novelas donde no faltan muertos, asesinatos y otros decesos hasta las experiencias de personas que se despiden y lo hacen de una forma ejemplar. En televisión contemplamos miles de muertes cada año tanto reales como ficticias, en el cine, en las series, en todas partes. Curiosamente vemos pocos muertos. A los niños se los escondemos no dejándoles entrar en hospitales ni tanatorios, alejándonoles así de una parte importante de la realidad. Esto les hará dificil construir su propia narrativa del asunto. Frecuentamos poco los cementerios, pensamos poco en la posibilidad de nuestra propia muerte. Para aprender a bien morir es necesario empezar a construir una narrativa apropiada desde jóvenes donde integremos que vida y muerte son conceptos hermanos que se necesitan mutuamente. Aprender a mirar con serenidad el árbol seco, el insecto o la mascota muertas o el familiar en el tanatorio son experiencias que irán construyendo en nosotros una narrativa que acepte lo que hay: la muerte es parte de la vida, la vida es parte de la muerte.
Con este texto tan solo invito a tomarnos un momento para reflexionar sobre nuestra propia muerte y la de la gente que nos importa. Necesitamos la muerte para explicar la vida, como la sombra para explicar la luz. La buena noticia es que podemos darnos cuenta de que muerte y vida son dos manifestaciones imbricadas que no podemos separar y transformar así nuestro miedo. Si fuéramos capaces de contemplar o imaginar nuestra propia muerte ya estaríamos dando un paso para vivir una vida menos asustados.
miércoles, 25 de junio de 2014
Hoy ha muerto Ana Maria Matute. Homenaje
La cabeza me funciona , la tengo tan mal como siempre
España
Gente
Cultura
Sociedad
Tarde de plúmbea solanera en Barcelona. Doña Ana María se acerca sigilosa al sofá. Está escribiendo una novela que se niega a desvelar y mira con tristeza el agua con que los visitantes aplacan su sed. Ella preferiría un gin-tonic…
Pregunta. Digo que la niña que se metía en el cuarto oscuro y era feliz, ahora, al cuarto oscuro en que se ha convertido este país, no sé si le ve la gracia.
Respuesta. No tanto, no tanto. Sobre todo esas pobres gentes desahuciadas, con la abuela a cuestas, no es que no lo haya visto porque esto ha pasado siempre. Sí… Pero yo de política no hablo porque no entiendo.
P. ¿Se puede ser escritor y no tener en cuenta la política?
R. Por supuesto que sí.
P. Lo dudo.
R. Yo siempre he sido de izquierdas, pero no comprometida con ningún partido. Lo que aspiro es al deseo de justicia y a que no me engañen. Ingenua, inocente, soy, pero tonta, no.
P. ¿Sigue siendo inocente?
R. Desgraciadamente, sí, me la dan con queso cada día.
P. Ha llegado a decir que la perdió. ¿En qué momento?
R. Bueno, es una frase. La perdí a la edad adecuada, cuando te dicen que los Reyes Magos son los padres. Me puse a llorar. Creía a los 11 años, pero me entero de eso, encima de la guerra. La perdí todavía más cuando me di cuenta de que el rey mago era yo.
P. ¿Está escribiendo?
R. Sí, lo malo es que lo estoy pasando mal por los vértigos. No se lo deseo a nadie, o bueno, a alguno, quizás sí. No me caigo por voluntad. Pero la cabeza me funciona: la tengo tan mal como siempre.
P. Siempre se le fue un poco. A Dios gracias.
R. Es otra manera de irse.
P. ¿De qué trata?
R. Uy, no, los libros no se pueden desvelar. Se lo he contado un poco a mi editor en Destino, pero mucho no, porque eso le perjudica. Aborda una confabulación de muchas cosas, que desemboca en la revolución que es la historia… Una tontería esto que te acabo de decir.
P. Puede valer.
R. ¡Cómo te pareces a un exalumno mío estadounidense! Pero no puedes ser él, claro.
P. No, señora, no soy.
R. Estoy muy vieja.
P. Pero presumida.
R. Tampoco. Hombre, me gusta ir arregladita.
P. Ya que no me quiere contar sus libros, cuénteme su vida.
R. Jooo. He tenido una vida muy intensa, he conocido gente muy interesante, un poco mejor que todo el mundo. He viajado mucho, sobre todo con mi segundo marido.
P. ¿El bueno?
R. El bueno, el bueno.
P. ¿El malo la tenía medio atada a la pata de la cama?
R. No es que me tuviera atada, es que con él no era posible nada. No hacía nada.
P. ¿Era un cara?
R. Buenooooo. Sí.
P. Vamos a ponerle a caldo.
R. Es que ya se ha muerto… Era poeta. Usted, de todas formas, pregunte por ahí, que ya le contarán. Tenía su gracia, su aquel, muy atractivo, con un mundo muy personal, muy culto, pero muy conflictivo, a mí me hizo mucho daño. Era un vago y un borracho tremendo. Bueno, a lo de borracho no le doy yo demasiada importancia. No hay cosa que más me guste que un gin-tonic. Aunque mi hijo me vigila.
P. Menudo momento terrible ese en que los hijos se convierten en padres.
R. ¡Has definido mi situación!
P. Hablemos del bueno.
R. No era español, era francés.
P. Con él, al parecer, tuvo una noche loca en Hong Kong, como una revelación.
R. ¿Dónde has leído eso? Quizá se refiera a que hice el amor con el hombre de mi vida encima del río de las Perlas… Sí, fue con él, es cierto.
P. ¿Después no se ha vuelto a enamorar?
R. Nooooo, hombre.
P. Pese a que me han contado que usted era muy enamoradiza.
R. No, enamoradiza no, aunque tuve muchos novios. Yo era bastante monilla.
P. Y ahora la veo estupenda, estoy por tirarle los tejos.
R. Sí, ya, seguro… Bueno, yo lo que fui siempre es una enamorada de los cuentos, las leyendas. De ahí mi fascinación por la Edad Media. Me decían: pero eso es fantasía. Y yo pensaba: ¡Qué sabrán ellos! Lo malo es eso, que se pierde la inocencia.
P. Vamos por dos. ¿Cuántas pérdidas de la inocencia nos quedan?
R. Varias. De pequeña yo veía cosas extrañas, estatuas que se movían, los niños perciben muchas cosas. Uno que yo conozco inglés, con dos años, que para eso tienes que ser inglés, veía a una lady que atravesaba las paredes. Para él, era verdad. Yo tampoco lo contaba, las guardaba como asuntos míos. No lo compartía.
P. ¿Por miedo?
R. Noooo. Sufría tartamudez de pequeña porque mi madre era muy severa. Pero con los bombardeos, en la guerra, se me pasó. Cuando mi madre decía: ‘¡Ana María!’, temblaba, pero no por ella, por mí, ¿qué habría hecho? En cambio, mi padre era un remanso de paz y alegría. Un mediterráneo que podía haber sido amigo de Ulises, mientras que mi madre, parecía una castellana de esas que podía haber sido amiga del Cid.
P. Cuando empieza usted a contar sus historias, ¿lo hace primero oralmente?
R. No, nunca.
P. Ya lo veo. No me quiere usted decir ni pío de la novela. ¿Lo hace por si pierdo la inocencia?
R. No creo yo que vayas a perder la inocencia si te lo cuento. En todo caso, la recuperarías. Y no hablo de la inocencia idiota, sino de la ignorancia del mal.
P. ¿La pureza de espíritu?
R. Exactamente. La bondad.
P. Esa cosa tan despreciada…
R. Es más rara la bondad que la inteligencia.
P. Sin embargo igual de buena.
R. Sin duda.
P. ¿Pierden la inocencia alguna vez las mejores personas?
R. Siempre queda un reducto de rechazo al mal, te rebelas.
P. ¿Usted lo sigue sintiendo?
R. Desde luego. El mal ahí anda, rondándonos. En Europa, desde siempre. Si en Estados Unidos perdieron la inocencia con la guerra del Vietnam, a lo bestia, nosotros no sabemos dónde anda desde Viriato.
P. Lo bueno es que a usted la gente la quiere.
R. Mucho, me encuentran por ahí y me dicen: ay, he leído todos sus libros. Mentira, pienso…
P. No los ha leído ni usted.
R. ¿Yo? La que menos. ¡Bastante tengo con escribirlos! Ayer tuve un día malo.
P. ¿Por qué?
R. Porque no me salía nada y, ya sabes, empiezas a romper papeles.
P. Se refiere al libro ese que no le da la gana de contarme.
R. No. Piensas: pero dónde vas, vejestorio, estás acabada, métete a hacer calceta. Así me trato yo y con cosas peores. Pero hoy he recuperado la atmósfera… A ver. Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón… Qué cursi, ¿no?
P. La pillo, pero bueno… ¿Es feliz?
R. ¿Feliz? ¿Qué es la felicidad? Son momentos. Lo que no existe, creo, es la desgracia continuada, pero la felicidad intensa, como lo que yo he vivido. ¿Todo el rato así? No podría soportarla.
Pregunta. Digo que la niña que se metía en el cuarto oscuro y era feliz, ahora, al cuarto oscuro en que se ha convertido este país, no sé si le ve la gracia.
Respuesta. No tanto, no tanto. Sobre todo esas pobres gentes desahuciadas, con la abuela a cuestas, no es que no lo haya visto porque esto ha pasado siempre. Sí… Pero yo de política no hablo porque no entiendo.
P. ¿Se puede ser escritor y no tener en cuenta la política?
R. Por supuesto que sí.
P. Lo dudo.
R. Yo siempre he sido de izquierdas, pero no comprometida con ningún partido. Lo que aspiro es al deseo de justicia y a que no me engañen. Ingenua, inocente, soy, pero tonta, no.
P. ¿Sigue siendo inocente?
R. Desgraciadamente, sí, me la dan con queso cada día.
P. Ha llegado a decir que la perdió. ¿En qué momento?
R. Bueno, es una frase. La perdí a la edad adecuada, cuando te dicen que los Reyes Magos son los padres. Me puse a llorar. Creía a los 11 años, pero me entero de eso, encima de la guerra. La perdí todavía más cuando me di cuenta de que el rey mago era yo.
P. ¿Está escribiendo?
R. Sí, lo malo es que lo estoy pasando mal por los vértigos. No se lo deseo a nadie, o bueno, a alguno, quizás sí. No me caigo por voluntad. Pero la cabeza me funciona: la tengo tan mal como siempre.
P. Siempre se le fue un poco. A Dios gracias.
R. Es otra manera de irse.
DNI urgente
Nació en Barcelona el 26 de julio de 1925. Ocupa la silla “k” en la Real Academia Española, y fue la tercera mujer en ganar el Cervantes. Además, tiene el Premio Planeta, el Nacional de Literatura...R. Uy, no, los libros no se pueden desvelar. Se lo he contado un poco a mi editor en Destino, pero mucho no, porque eso le perjudica. Aborda una confabulación de muchas cosas, que desemboca en la revolución que es la historia… Una tontería esto que te acabo de decir.
P. Puede valer.
R. ¡Cómo te pareces a un exalumno mío estadounidense! Pero no puedes ser él, claro.
P. No, señora, no soy.
R. Estoy muy vieja.
P. Pero presumida.
R. Tampoco. Hombre, me gusta ir arregladita.
P. Ya que no me quiere contar sus libros, cuénteme su vida.
R. Jooo. He tenido una vida muy intensa, he conocido gente muy interesante, un poco mejor que todo el mundo. He viajado mucho, sobre todo con mi segundo marido.
P. ¿El bueno?
R. El bueno, el bueno.
P. ¿El malo la tenía medio atada a la pata de la cama?
R. No es que me tuviera atada, es que con él no era posible nada. No hacía nada.
P. ¿Era un cara?
R. Buenooooo. Sí.
P. Vamos a ponerle a caldo.
R. Es que ya se ha muerto… Era poeta. Usted, de todas formas, pregunte por ahí, que ya le contarán. Tenía su gracia, su aquel, muy atractivo, con un mundo muy personal, muy culto, pero muy conflictivo, a mí me hizo mucho daño. Era un vago y un borracho tremendo. Bueno, a lo de borracho no le doy yo demasiada importancia. No hay cosa que más me guste que un gin-tonic. Aunque mi hijo me vigila.
P. Menudo momento terrible ese en que los hijos se convierten en padres.
R. ¡Has definido mi situación!
P. Hablemos del bueno.
R. No era español, era francés.
P. Con él, al parecer, tuvo una noche loca en Hong Kong, como una revelación.
R. ¿Dónde has leído eso? Quizá se refiera a que hice el amor con el hombre de mi vida encima del río de las Perlas… Sí, fue con él, es cierto.
P. ¿Después no se ha vuelto a enamorar?
R. Nooooo, hombre.
P. Pese a que me han contado que usted era muy enamoradiza.
R. No, enamoradiza no, aunque tuve muchos novios. Yo era bastante monilla.
P. Y ahora la veo estupenda, estoy por tirarle los tejos.
R. Sí, ya, seguro… Bueno, yo lo que fui siempre es una enamorada de los cuentos, las leyendas. De ahí mi fascinación por la Edad Media. Me decían: pero eso es fantasía. Y yo pensaba: ¡Qué sabrán ellos! Lo malo es eso, que se pierde la inocencia.
P. Vamos por dos. ¿Cuántas pérdidas de la inocencia nos quedan?
R. Varias. De pequeña yo veía cosas extrañas, estatuas que se movían, los niños perciben muchas cosas. Uno que yo conozco inglés, con dos años, que para eso tienes que ser inglés, veía a una lady que atravesaba las paredes. Para él, era verdad. Yo tampoco lo contaba, las guardaba como asuntos míos. No lo compartía.
P. ¿Por miedo?
R. Noooo. Sufría tartamudez de pequeña porque mi madre era muy severa. Pero con los bombardeos, en la guerra, se me pasó. Cuando mi madre decía: ‘¡Ana María!’, temblaba, pero no por ella, por mí, ¿qué habría hecho? En cambio, mi padre era un remanso de paz y alegría. Un mediterráneo que podía haber sido amigo de Ulises, mientras que mi madre, parecía una castellana de esas que podía haber sido amiga del Cid.
P. Cuando empieza usted a contar sus historias, ¿lo hace primero oralmente?
R. No, nunca.
P. Ya lo veo. No me quiere usted decir ni pío de la novela. ¿Lo hace por si pierdo la inocencia?
R. No creo yo que vayas a perder la inocencia si te lo cuento. En todo caso, la recuperarías. Y no hablo de la inocencia idiota, sino de la ignorancia del mal.
P. ¿La pureza de espíritu?
R. Exactamente. La bondad.
P. Esa cosa tan despreciada…
R. Es más rara la bondad que la inteligencia.
P. Sin embargo igual de buena.
R. Sin duda.
P. ¿Pierden la inocencia alguna vez las mejores personas?
R. Siempre queda un reducto de rechazo al mal, te rebelas.
P. ¿Usted lo sigue sintiendo?
R. Desde luego. El mal ahí anda, rondándonos. En Europa, desde siempre. Si en Estados Unidos perdieron la inocencia con la guerra del Vietnam, a lo bestia, nosotros no sabemos dónde anda desde Viriato.
P. Lo bueno es que a usted la gente la quiere.
R. Mucho, me encuentran por ahí y me dicen: ay, he leído todos sus libros. Mentira, pienso…
P. No los ha leído ni usted.
R. ¿Yo? La que menos. ¡Bastante tengo con escribirlos! Ayer tuve un día malo.
P. ¿Por qué?
R. Porque no me salía nada y, ya sabes, empiezas a romper papeles.
P. Se refiere al libro ese que no le da la gana de contarme.
R. No. Piensas: pero dónde vas, vejestorio, estás acabada, métete a hacer calceta. Así me trato yo y con cosas peores. Pero hoy he recuperado la atmósfera… A ver. Cuando pasa eso, es como si se te colocara una piedra dentro del corazón… Qué cursi, ¿no?
P. La pillo, pero bueno… ¿Es feliz?
R. ¿Feliz? ¿Qué es la felicidad? Son momentos. Lo que no existe, creo, es la desgracia continuada, pero la felicidad intensa, como lo que yo he vivido. ¿Todo el rato así? No podría soportarla.
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