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jueves, 12 de junio de 2014

El día que conocí a un payaso nómada que viaja en bicicleta

Por: Paco Nadal
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Una de las grandezas de viajar es que de vez en cuando te permiteconocer gente maravillosa. Y anteayer tuve la suerte de cruzarme con una de ellas en Quito, la capital de Ecuador. Conocía a Álvaro Neil, elBiciclown.
Álvaro Neil, asturiano, 46 años, era oficial de notaría en Madrid. Pero desde hace 10 años es Biciclown, un payaso en bicicleta que recorre el mundo con 55 kilos de alforjas y varias toneladas de humanidad en el portaequipajes haciendo shows de mimo, magia y acrobacia para los más desfavorecidos.
Fue el propio Álvaro el que contactó conmigo; se enteró por las redes sociales de que iba a viajar a Ecuador y me pidió si le podía llevar desde España un repuesto que necesitaba para la bici.
-“Faltaría más, ¿necesitas algo más?”, le contesté.
-“Si puedes tráeme un poquito de jamón. ¡Hace años que no lo pruebo!”, fue su respuesta.

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Así que pertrechado con un plato de bici marca Surly de 36 piñones y un paquete de jamón ibérico del bueno más otros dos de chorizo convenientemente enmascarados ante los aduaneros ecuatorianos entre calzoncillos y camisetas, me presenté en una céntrica plaza quiteñadonde había quedado con uno de los viajeros más íntegros que he conocido jamás.
Álvaro es un tipo enjuto (132.467 kilómetros en bici no dejan mucho espacio para grasas superfluas), nariz ancha, cejas pobladas y pelo negro en el que asoman ya abundantes canas de sabiduría. Tiene unos ojos pequeños y vivos que emanan energía positiva. Y sonríe, sonríe siempre; un síntoma de que es feliz. No me extenderé en los datos concretos de su biografía porque están disponibles en su propia web o en las muchas entrevistas que le han hecho a lo largo de estos años: ¡Biciclown es ya un personaje mediático! Estudió derecho, intentó opositar a notarías, trabajaba de pasante en una de ellas cuando se hartó de una vida rutinaria y se fue año y medio a recorrer Sudamérica en bici. Volvió a España pero lejos de curarse de una enfermedad que él llama mapamunditis, la afección había empeorado. La ciudad le quedaba grande, extraña. Y finalmente en 2004 se lanzó de nuevo al caminopara vivir como un nómada.
Por eso, mientras comíamos en un restaurante popular de la calle de La Ronda, ni me interesé por esos datos ni le hice las típicas preguntas de una entrevista formal. Solo quería oírle hablar, conocer qué hay debajo de la piel de alguien honesto que es capaz de llevar sus conviccionesy sus sueños hasta este extremo.
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Hoy que tanta gente parece interesada en auto titularse como viajeropara que no lo confundan con un denostado turista, les diría que aquítienen a un viajero de verdad, alguien que va por la vida sin billete de vuelta. Pero no hace falta sumar los países que lleva recorridos (77) ni los kilómetros pedaleados (132.467) para percatarse de ello. Te das cuenta de que es un verdadero viajero porque es humilde. Y también consecuente. Es curioso pero los grandes viajeros, la gente que de verdad te deja huella, tiene siempre su edificio moral construido con los ladrillos de la sencillez. Nunca te dan lecciones ni te cuentan batallas; te derrumban con el ejemplo.
Álvaro se define como un nómada, su trabajo es la libertad. Se mimetiza con los lugares por donde pasa, vive con un presupuesto de 250 dólares mensuales (que saca de escribir artículos, dar conferencias o de donantes), tiene amigos por todo el mundo que le dejan alojarse en su casa o darse una ducha de agua caliente (“acabo de darme una en Quito después de muchas semanas de agua fría; el poder disfrutar de esos pequeños placeres solo es posible cuando renuncias a ellos como parte de tu cotidianeidad”).
Cuando no tiene otro techo, duerme en cuarteles de bomberos o en su pequeña carpa de color verde (“con ese color es más fácil pasar desapercibido”) y disfruta del placer de noches y noches viendo las estrellas en soledad (“una vez en el desierto, tumbado bajo un cielo límpido como he visto pocos llegué a experimentar tal sensación de ingravidez que instintivamente me agarré con las manos al suelo; porque veía que si no, flotaba”). Como buen viajero, tampoco le asusta esasoledad, es más la necesita.
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Pero quizá lo que más defina la tremenda humanidad de este atípico personaje sean sus espectáculos como payaso. “Yo ya era payaso cuando estudiaba para abogado”, me confiesa entre copas de vino (los dos estábamos ávidos de tinto y hemos ordenado al camarero otra ronda). “Me gustaba el mundo del mimo y hacía cursos mientras terminaba la Universidad o trabaja en la notaría. Llevo hechas ya 63 actuaciones, siempre en barrios marginales o en países sin recursos”.
-“¿Y por qué los haces en esos sitios y sin cobrar?”, le pregunto.
-“Porque hay que pasar por la vida haciendo algo por los demás. Yo vivo como un nómada gracias a que hay gente que se solidariza conmigo y me da mucho sin esperar nada. Los espectáculos de payaso son una manera de devolver al mundo esos favores; si hago algo desinteresadamente por unos niños, quizá cuando crezcan ellos harán algo de forma desinteresada por otros que lo necesitan, como yo”.
Definitivamente viajar te puede hacer más tolerante, más sabio. Perosolo si tú quieres. Solo si eres capaz de parar un momento y escuchara las gentes que te encuentras por los caminos. Personajes sencillos y humildes como Álvaro Neil, el Biciclown, a los que -al menos yo, como viajero- no les llego ni a la suela de sus zapatones de payaso.

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