Translate

viernes, 27 de junio de 2014

Formentera ; mi isla preferida

http://elviajero.elpais.com/elviajero/2014/06/26/actualidad/1403793071_865875.HTML

EnviarImprimirGuardar
ampliar foto
El restaurante Blue Bar de Migjorn, en la isla de Formentera. / Gonzalo Azumendi

El ejemplo palpable de que para ser universal hay que ser primero local bien podría encarnarlo Formentera, esta humilde isla del Mediterráneo con muy poco afán de protagonismo. A pesar de sus reducidas dimensiones y el especial empeño de sus habitantes en volverse invisibles a lo largo de la historia —primero para escapar de los piratas que asolaban las Baleares y ahora para sobrevivir a las hordas de italianos pudientes que en verano fondean sus yates en estas costas—, el mundo entero sabe de Formentera. El pequeño paraíso que, irreductible, se mantiene bastante puro y que proporciona aún esa sensación —deber de las islas— de estar lo más alejado posible del mundo.

Érase una vez un chiringuito

Hora del vermú en el playero Piratabus.
La historia del Piratabus (playa de Migjorn, kilómetro 11; 609 60 14 26; mojitos, 10 euros) comienza en los años setenta, cuando Pascual y Pablo, que regentaban una discoteca en Calatayud, conocen Formentera, se enamoran de ella y venden su negocio para venir a la isla. Cuando el dinero se les acaba, deciden comprar un viejo autobús de línea y convertirlo en un bar, el Piratabus, que con el tiempo se hizo legendario. En noviembre de 1983 las autoridades ordenaron retirar el vehículo, pero un chiringuito de madera sustituyó al antiguo bar. Edith, de 54 años, alemana, se añadió a la tripulación cuando conoció a Pascual, dueño actual del local. “Llegué a Formentera en 1978 porque tenía un hermano aquí. Las visitas aumentaron y también el tiempo de estancia, hasta que en 1988 me trasladé definitivamente. Hasta hace 16 años he vivido en casas sin luz ni agua”, cuenta esta enamorada de la isla. El chiringuito ofrece bebidas, tapas y música a la puesta de sol, que es cuando el espíritu hippyresucita de nuevo.
Los hippies de los años setenta fueron los que incluyeron esta porción de tierra en la hippy trail y, consecuentemente, descubrieron al mundo, y a los yates, este tesoro escondido. Entonces Formentera era una excursión obligada para todo el que visitara Ibiza, pero algunos, embrujados por este lugar, prolongaban su estancia, como el galés Frank Jackson, que murió en 1991 y que llegó para un fin de semana y se quedó más de 30 años.

Dylan y otros ‘hippies’

Els peluts —como llamaban los payeses a los hippies— que elegían Formentera se diferenciaban de los de Ibiza en que eran más puros y extremistas. Había que estar realmente convencido de esta filosofía para vivir en casas sin luz ni agua corriente y soportar la soledad y los vientos invernales. Mientras, los de Ibiza disponían de fiestas, discoteca y, los que contaban con el beneplácito de sus padres, recibían mensualmente sus giros de dinero en el único banco del pueblo. Por Formentera pasaron en aquellos años grupos como Pink Floyd, Led Zeppelin y King Crimson, este último autor de la canción Formentera lady; Bob Dylan, Jimi Hendrix, Wolf Biermann, Chris Rea y el director francés Babet Schroeder, que filmó la película de culto More, una reflexión sobre las drogas y el sexo al estilo de los liberales setenta. Todos ellos tenían su cuartel general en la Fonda Pepe (calle Mayor, Sant Ferran; 971 32 80 33), el típico bar de pueblo mal iluminado que servía poco más que botellines y patatillas de bolsa y que, sin quererlo, pasó a ser uno de los bares más cool del momento, donde con suerte se podía coincidir en los lavabos con el autor de Blowin in the wind. La fonda sigue en pie y por ella deambulan hippies de la tercera edad y mochileros en busca de su tour por el túnel del tiempo. El Blue Bar (carretera de Sant Ferran-La Mola, kilómetro 7,9; playa de Migjorn; 971 93 54 75) nació también en aquellos años, y su decoración, con reminiscencias planetarias y extraterrestres, recuerda la vena galáctica tan explotada por aquel entonces.
La playa de Ses Illetes, una de las más visitadas de la isla. / Vicent Marí

Sin masificación

Lo que más ha contribuido a que esta isla se mantenga aún bastante pura ha sido su falta de aeropuerto y su limitada oferta de camas, lo que convierte la búsqueda de alojamiento en una ardua tarea. Desayunando un día en la Fonda Plate (Jaume I, 1; Sant Francesc; 971 32 23 13) vi que en la mesa de al lado estaba Alejandro Jodorowsky y me animé a saludarlo. Lo primero que me preguntó fue si sabía de alguien que le pudiera alquilar una casa para las vacaciones. La isla se libró de la construcción masiva del boomturístico por un problema logístico: los barcos que llegaban a Formentera eran pequeños y en ellos no cabían hormigoneras ni grúas, y el humilde puerto no contaba con infraestructura para tamaños visitantes.

Fans de la pitiusa

Terracita del bar restaurante Can Toni.
La isla cuenta con numerosos adeptos, algunos con el privilegio de poseer allí una vivienda, como el dibujante Jordi Labanda. “Compré mi casa en 2004, antes de que se volvieran locos con los precios. Me gusta la energía que hay, la sensación de libertad que aún se respira y su luz tan especial. Mi momento favorito del día es cuando la luz naranja del atardecer se cuela horizontal entre los pinos”. El diseñador Philippe Starck y la modelo Eugenia Silva también cuentan con morada aquí. Esta última es además socia del bar restaurante Can Toni (plaza del Pilar, 1; La Mola; 971 32 73 77). Javier Mariscal evita el verano y fuera de temporada se hospeda en el Hostal Rafalet(Sant Agustí, 1; Es Caló; 971 32 70 16. Habitación doble, 110 euros). “De Formentera me gusta el tamaño —es como un barco gigante—, el silencio, las ganas de vivir que tienen los pinos, las sabinas y las buganvillas. La isla no es espectacular ni bonita, es muy banal y hay que encontrarle el punto. Me gusta que en cinco minutos pasas de un acantilado a una playa de arena; ves la puesta del sol o la salida de la luna”, dice el diseñador.
Una buena opción para pasar la noche es el Agroturismo Es Pas (Venda Ses Clotades, Can Joan Barber; Es Caló; 670 33 20 45; habitación doble con desayuno, 270 euros). El pequeño hotel está ubicado en una antigua casa payesa reformada. De los olivos de su finca sacan el aceite para las tostadas del desayuno, y las higueras proporcionan la mermelada casera. Para bolsillos menos boyantes, el bar y hostal Centro (plaza de la Constitución, 3; Sant Francesc; 971 32 20 63; habitación doble, 55 euros) ofrece un trato agradable y familiar.
La obligatoriedad de llegar por mar desde Ibiza protege a Formentera. La travesía entre las dos islas es corta, tan solo 11 millas, pero entraña cruzar el estrecho de Es Freus, que en verano es el segundo paso más frecuentado del Mediterráneo, tras el estrecho de Gibraltar, y que al tener poco calado puede ser peligroso con mala mar. Muchos naufragios han tenido lugar por estas costas, lo que ha acrecentado la leyenda de un Mediterráneo menos bucólico que el que canta Joan Manuel Serrat. Un reputado marino como Joseph Conrad sostiene que tras la aparente quietud de sus aguas se esconden mil peligros: “Dichoso aquél que, como Ulises, ha hecho un viaje aventurero; y para viajes aventureros no hay mar como el Mediterráneo (…). Era a los marineros mediterráneos a quienes sirenas de rubias cabelleras cantaban entre las negras rocas efervescentes de blanca espuma, y a quienes voces misteriosas hablaban en la oscuridad”, escribe Conrad en El espejo del mar, como recuerda Carlos Garrido en su libro Formentera mágica (editorial Olañeta). El mito de las sirenas ha vivido siempre en estas aguas. Si a esto le sumamos el hecho de que durante siglos los hombres de Formentera emigraban y en la isla solo quedaban las mujeres, entenderemos cómo este lugar ha pasado a la historia como “s’illa de ses dones”, como cuenta Garrido.
Camino de acceso a la arena de Ses Platgetes. / Gonzalo Azumendi

Vienen los piratas

Algas que inspiran joyas

Enric Majoral, de 65 años, de Sabadell, conoció la isla en 1972, cuando vino como aparejador para una empresa que construía un hotel. Le gustó tanto el lugar que decidió quedarse y, de manera autodidacta, empezó a hacer artesanía. “El mercado de La Mola nos lo inventamos yo y unos cuantos más, que de día hacíamos bisutería y de noche la intentábamos vender”, recuerda Majoral, que ahora cuenta con su firma, Joyas Majoral, con dos tiendas y taller en Formentera (avenida de La Mola, 89; La Mola; 971 32 75 16; y Jaume I, 29; Sant Francesc; 971 32 11 48) y otro establecimiento en Barcelona. Hace piezas que se inspiran en el Mediterráneo y algunas expresamente en estas latitudes, como las de la colección Retorn a Formentera o Posidonia.
El silencio y su especial luz son los pilares de la exclusividad de este lugar. Al anochecer, antes de que la oscuridad llegue, puede apreciarse una breve claridad blanca, rosada, azul, roja… Un intento fallido, pero contundente, de amanecer de nuevo. Este es el lugar de España con más proporción de playa por metro cuadrado, y muchas de ellas aparecen en los rankings de las mejores del mundo. Ses Illetes y Ses Platgetes son, para muchos, las más hermosas. El secreto de sus aguas transparentes está en la pradera de posidonia que rodea la isla y que actúa como una depuradora natural. Este sofisticado sistema marino fue declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1999.
La costa ofrece otros espectáculos, como las torres de vigilancia, cinco en total, colocadas en lugares estratégicos, una de ellas en la paradisíaca isla de Espalmador. Como cuenta el libro Formentera mágica, “la presión de los piratas llegó a ser tan grande en esta parte del Mediterráneo que Felipe II ordenó en 1570 la evacuación de las Baleares”, aunque nunca se llevó a cabo. Con el tiempo, las torres dieron paso a los faros para guiar a los barcos. Algunos de ellos, como el del cabo de Barbaria, hay que verlos al anochecer, justo antes de que la ausencia de luz pase todo al blanco y negro. Julio Medem lo usó con muy buenos resultados en Lucía y el sexo. Desde el mirador de la Mola se aprecia una vista panorámica de casi toda la isla, como quien ve la proa de un trasatlántico desde la popa. Aquí está también el famoso mercado artesanal, que abre los miércoles y domingos por la tarde, y en esta punta de la isla viven los habitantes más longevos, en una tierra de gentes poco dadas a morirse o a enfermar desde épocas remotas. Entre los restos arqueológicos de Ca Na Costa, que datan de entre 1.900 a 1.600 antes de Cristo, se identificó a dos hombres de más de 50 años y a varios de entre 40 y 45, algo impensable entonces.
El Flipper & Chiller, en playa Migjorn. / Gonzalo Azumendi

Con música

Las diversiones se reducen aquí a bañarse, comer, ver la puesta de sol y escuchar música antes de ir a dormir. Las mejores paellas de la isla se comen en el restaurante Real Playa (Lugar Venda de Es Ca Mari; Migjorn; 971 18 76 10; paella para dos, 32 euros), aunque si se quiere algo más sofisticado, Es Molí de Sal (Afores, s/n; 971 18 74 91; cena desde 60 euros) hace las mejores langostas (fritas o en caldereta). Si hay un momento del día en el que todo el mundo está haciendo lo mismo aquí, ese es el de la puesta de sol, en el que no hay nadie que no mire al cielo. Con la oscuridad, la noche empieza en este territorio sin discotecas, pero con relajados chill out. Flipper & Chiller (kilómetro 11, Migjorn; 971 18 75 96; copas desde 10 euros) es el lugar de moda, y además de cenar y tomar una copa, se puede recibir un masaje; mientras Chezz Gerdi (Camí de s’Abeuradeta, s/n; Es Pujols; 971 32 86 03; combinados desde 10 euros) cuenta con un beach club al que se puede acceder por mar. El día acaba en el paraíso, un lugar elegido desde siempre para hacer una pausa, esconderse del mundo o empezar de nuevo por piratas, hippies y hasta aburridos millonarios en sus costosísimos yates.

La isla desde el mar

Un paseo en kayak por Formentera.
Formentera es tan pequeña —de punta a punta no sobrepasa los 20 kilómetros— que cada año la asociación Respiralia organiza una vuelta alrededor de la isla a nado —en varias etapas— como evento deportivo y solidario contra la fibrosis quística, una enfermedad genética que afecta principalmente a los pulmones. 4Nómadas (www.centronauticoformentera.com) propone también una visión de la isla desde el agua, pero en kayak de mar, con paseos de tres horas en los que pueden verse torres de vigilancia, canteras de marés o praderas de posidonia. Asier Fernández, director, se siente afortunado por vivir en un entorno semejante, pero teme por el futuro de este paraíso. “Nos salvamos de la urbanización masiva, pero ahora tenemos otras amenazas, como los proyectos de prospecciones petrolíferas del Mediterráneo” apunta. De momento, todavía pueden verse tortugas bobas y, si uno se adentra en el mar, hasta delfines. Precio del paseo en kayak: adultos, 30 euros; niños, 15.

Héroes de la guitarra al sol

Dos alumnos del taller de Ekkehard Hoffmann.
Es probable que el plan más disparatado a realizar en Formentera sea el que propone el alemán Ekkehard Hoffmann —Eki para los amigos—, y que consiste en fabricarse uno mismo, en tres semanas, una guitarra eléctrica. El precio a pagar por vivir en el paraíso es el de asegurarse uno mismo su medio de vida, y Eki lo hizo trabajando en un taller de construcción de guitarras que ya existía y que estaba regentado por un compatriota. Diez años después, el dueño se fue y Eki se quedó con el negocio. “Vivo todo el año en Formentera desde 2000. El invierno es la mejor época del año. En verano todo el mundo está haciendo dinero y trabajando, y con el frío la gente tiene tiempo para ver a los amigos y organizar fiestas. Lo que me gusta de esta isla es que está detrás del tiempo”, dice Hoffmann. Los talleres que propone Eki, que es bajista y toca con otros músicos de la isla, puede hacerlos cualquiera, ya que Formentera Guitars (www.formenteta-guitars.com) proporciona el material y los conocimientos. Precio del taller, 2.100 euros (no incluye alojamiento ni comidas).

Higueras y lagartijas

Podarcis 'pityusensis formenterae', la lagartija de las Pitiusas, de color azul y endémica de Baleares. / iStock
El archiduque Luis Salvador de Austria, enamorado de Mallorca y sin lugar en su corazón para nada más, calificó el paisaje formenterense como “fantasmagórico, monótono y lúgubre”. Los que sepan apreciar la belleza de una vegetación no demasiado exuberante y unos árboles moldeados por el viento pueden practicar el senderismo o dar paseos en bicicleta por los circuitos verdes que propone la Oficina de Turismo de Formentera (www.formentera.es). En estas rutas es fácil toparse con las típicas higueras de la isla, que crecen en horizontal más que en vertical, y a las que los payeses apuntalan sus ramas con varas de madera formando una singular arquitectura vegetal. Así dispuestas, los frutos son más fáciles de recoger, dan más sombra a las cabras y hasta sirven de improvisado altar. Hay parejas que se han casado bajo una higuera formenterense. Y con suerte se puede ver alguna lagartija, reptil endémico de las islas Pitiusas que se ha convertido en el símbolo de Formentera.

Guía

JAVIER BELLOSO

Cómo ir y moverse

  • Cooltra y Emobile alquilan bicis, escúteres y coches eléctricos ideales para moverse por la isla.

Información

  • Oficina de turismo de Formentera (971 32 20 57). Ofrece en su web una base de datos de hoteles y casas rurales, además de información práctica y mapas con rutas para descargar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario