Y los romanos consideraban el ‘otium’ una condición básica del ser humano
Karl Marx no estaba del todo contento con que su yerno Paul Lafargue, un francocubano demasiado “caribeño” para su gusto, hubiese escrito El derecho a la pereza, un panfleto más legible que El capital (aunque a panfletista genial a Marx no le ganaba nadie), donde desacredita la ética de la laboriosidad y recuerda oportunamente que la voz “trabajo” viene del nombre de un antiguo instrumento de tortura. También nuestros clásicos hablan frecuentemente de pasar “penas y trabajos” y no precisamente recomendando la experiencia… Lo cierto es que el propio Marx, en aquella página utópica donde describe cómo el hombre liberado será agricultor por la mañana, industrial más tarde, arquitecto o pintor luego y poeta al caer la noche, realmente no está hablando del paraíso de los trabajadores sino de las perfectas y eternas vacaciones… Simone de Beauvoir inicia su reflexión ética contando una anécdota leída en Plutarco. Pirro, gran rey de Persia, le cuenta al filósofo Cineas sus planes imperiales: conquistará toda Grecia, luego África, Asia Menor, Arabia, India… “¿Y después?”, le pregunta Cineas. El rey suspira: “¡Ah, luego descansaré!”. “Entonces”, observa Cineas, ahogando un bostezo, “¿por qué no descansar ahora mismo, sin tanto trajín?”. Por su parte, un laborioso arrepentido, Bertrand Russell, escribió un Elogio de la ociosidad, donde afirma: “La técnica moderna ha hecho posible, dentro de ciertos límites, que el ocio no sea la prerrogativa de pequeños grupos privilegiados, sino un derecho repartido igualmente por toda la comunidad. La moralidad del trabajo es una moralidad de esclavos y el mundo moderno no tiene necesidad de esclavitud”.
No tenemos tantas vacaciones
Manuel V. Gómez
España no es el país con más días de vacaciones en Europa. Se fija en la negociación de convenios, pero el Estatuto de los Trabajadores marca un suelo: “En ningún caso la duración será inferior a treinta días naturales”. Es decir, como norma general, son unas 22 jornadas laborales al año. En Francia, en cambio, son 30 días laborales, según Eurofound, una fundación tripartita de la Unión Europea.Si Francia es el país con más días de vacaciones en Europa, Hungría, Polonia y otros países del este son los que menos disfrutan, junto con Chipre, donde son 20.
Los días de vacaciones al año es uno de las cifras que toma Eurofound de la negociación colectiva para calcular el número de horas que se trabaja en cada país de la Unión Europea al año. Toma otros, como cuántos días festivos se disfrutan. En este caso, España sí que destaca. Tiene 14. Aunque no es el que más. Ese honor le corresponde a Eslovaquia, con 15. Por el contrario, los que menos días libres tienen son los trabajadores de Portugal y Reino Unido, con ocho.
Con estos ingredientes y la jornada semanal media pactada, Eurofound concluye que en España se trabajan al año 1.724,8 horas –la forma en la que se mide realmente el tiempo trabajado durante 12 meses. En línea con lo apuntado hasta ahora, es Francia el país europeo que en 2014, último año con datos disponibles, acumulaba menos horas de trabajo en cómputo anual por trabajador, 1.559,3, justo por encima, Dinamarca (1.635) y Alemania (1.651). En el otro extremo aparecen países como Hungría, Polonia y Rumania, los tres con 1.840.
La metodología que emplea Eurofound no es la misma que usa la OCDE, que también calcula el tiempo de trabajo anual por persona. En este caso, el número de horas no coincide ya su fórmula parte del total de horas que se trabaja en el país y lo divide por el número total de ocupados, trabajen a tiempo completo o parcial. Sin embargo, tampoco con este método España destaca por ser el que pasa más horas trabajando, tampoco por ser el que menos.
Pero lo peor de todo es que las vacaciones están sometidas a la pauta laboral por excelencia, que no es producir sino gastar. Ahí cumple una función avasalladora la falta de educación —¡otra más!— porque cuanto más inculta es la gente, más dinero necesita para rellenar el tiempo libre. Son como esos países que no crean ni patentan nada propio y que todo tienen que importarlo del extranjero. Por supuesto incluyo en esta nómina a los snobs, esos pseudocultos a los que sale tan caro impresionar al vulgo con su “buen gusto” ostentatorio. Conozco personas tan desasistidamente incultas que menos mal que son millonarios, porque de otro modo no sé cómo se las iban a arreglar…
¿Entonces? Pues nada, que nadie les prive de sus vacaciones ni tengan el menor escrúpulo en tomárselas y eso en cuanto puedan, aunque en el calendario las fechas no estén marcadas con tinta roja. Tómenselas a su modo, haciendo esas cosas tan valiosas que nadie retribuye, sea leerse las obras completas de Shakespeare, aprender a tocar la flauta dulce o mirar incansablemente el mar. No vendan ni uno solo de sus minutos y compren lo menos posible, pero sin agobios ni exageraciones. También hay cosas bonitas, aunque lo más bonito nunca sea una cosa. Váyanse, váyanse muy lejos, para lo que no necesitan siquiera salir de casa: viajen alrededor de su cuarto, como hizo Xavier de Maistre. Y a poco que puedan, háganme caso: no vuelvan jamás...
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