"Quien salva una vida salva al Mundo entero".
Mishná 4:5
El hermano de mi abuelo llegó a Valparaíso a bordo del primer barco que salió de Amberes con rumbo a cualquier parte; huía de un régimen sanguinario, cuyas atrocidades los tres partidos de la derecha española pretenden hoy olvidar. Como él, fueron muchos los españoles que llegaron a América, buscando una vida mejor. El hermano de mi abuelo, como tantos otros españoles, fue acogido en Chile, pudo asentarse allí y desarrolló su proyecto de vida lejos del lugar donde nació; quiso el destino es que su hijo tuviera que repetir la misma experiencia de represión, huida y exilio a manos de otro dictador igual de siniestro, gran admirador de aquel de quien mi tío abuelo tuvo que huir.
80 años después, en un mar lleno de playas donde descansan buena parte de europeos en los meses de verano, se calcula en más de 14.000 las personas que han muerto tratando de llegar a esas mismas costas. Como en el caso del hermano de mi abuelo también huyen de dictaduras, guerras, hambrunas o miseria.
Un barco de bandera española, el Open Arms, sigue a la espera de que algún puerto europeo autorice el desembarco de las 151 personas que rescató hace 12 días en ese mar que actúa tanto de lugar de recreo como de fosa común. Mientras tanto esa Europa que da lecciones de desarrollo, derechos y valores al resto del mundo mira para otro lado excusándose en que es un problema del país de al lado.
Un tipo serio y bien trajeado, que responde al apellido de Ávalos, muestra su indignación ante los voluntarios que sin duda alguna, evitaron que esa cifra de 14000 siguiera aumentando: “…me molestan los abanderados de la humanidad que no tienen que tomar nunca una decisión, los que creen que solo ellos salvan vidas, desde el ámbito privado”. Otra mujer, también perfectamente trajeada, la ministra de Hacienda Montero, declara que “El fundador de Open Arms no está legitimado para realizar peticiones de asilo”. Su declaración parece dar a entender que ante la importancia de la “legitimación” las vidas humanas pasan a un segundo plano. No da respuesta alguna a qué hacer con las 151 personas que se hacinan en el buque; el asunto se “cosifica”, y por ello debe ser resuelto como lo que Bruno Latour llamaría un “Actante no humano”, ignorando las 151 biografías que se esconden dentro. Mientras tanto, un presidente de gobierno en funciones, incapaz de formar gobierno tres meses después de ganar las elecciones, disfrutando de sus vacaciones de verano perfectamente bronceado y acicalado, no encuentra tiempo para comunicarse con el responsable del buque de rescate, que sin embargo si es capaz de hacerlo con los presidentes de Francia o Alemania.
Tal vez si en lugar de encontrarse tan impecablemente aseados y vestidos estos políticos se encontraran en la cubierta del Open Arms, con dos lavabos y 180 metros cuadrados de cubierta para esas 151 personas, a pleno sol, pensarían de forma diferente. Las personas que allí se encuentran tienen las mismas esperanzas, angustias y deseos de una vida mejor que cualquiera de nosotros; la vida les colocó en ese lugar al borde del abismo, como colocó al hermano de mi abuelo hace 80 años, como ha colocado a tantos y tantos españoles a lo largo de los años. Lo que resulta incomprensible es que esa actitud entre altanera y desafiante la realicen políticos que dicen representar a un partido llamado socialista.
Es indudable que el problema excede de la capacidad de España, que el lugar más adecuado para realizar el desembarco es aquel cercano a donde se encuentra el buque. Pero es la propia Europa la que se muestra incapaz desde hace décadas de resolver esta situación vergonzosa, con la aquiescencia de todos y cada uno de sus dirigentes, mientras al mismo tiempo se permite dar lecciones de moral al resto del mundo.
¿Cuánto dura una vida en el mar?, se preguntaba hoy el fundador del Open Arms. Es difícil saberlo pero en cualquier caso no es mucho; aunque muchos políticos sigan la política de “ojos que no ven es corazón que no siente”, permanecer impasibles es dejar morir. Ayudarle es salvarles a ellos y en cierta forma al mundo entero.
Parte de mi familia no existiría de no haber sido acogidos por un país distante a más de 12.000 kilómetros de distancia. No creo que las personas que cada año arriesgan sus vidas y las de sus familias en el Mediterráneo tengan menos derecho a tener un futuro, sea éste lo incierto que sea.
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