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domingo, 28 de junio de 2020
De mi propia vida ( despedida de Oliver Sacks )
En el tiempo que me queda, tendré que arreglar mis cuentas con el mundo
Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.
“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.
He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.
Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.
En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.
Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.
En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.
Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.
Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).
De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.
No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.
Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.
No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.
Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellosDespertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.
© Oliver Sacks, 2015.
Este artículo se publicó originalmente en The New York Times
Susan Sontag: La enfermedad
Susan Sontag: “La enfermedad es la cara nocturna de la vida, una ciudadanía más pesada. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.
jueves, 25 de junio de 2020
"El amor en los tiempos del Coronavirus" ( del Blog el Gerente demediado)
(Se incluye a continuación, con permiso de su autora, el imprescindible ensayo de la Dra. Iona Heath sobre El amor en los tiempos del Coronavirus publicado en el BMJ).
El amor en los tiempos del coronavirus.
Por Iona Heath
La novela de John Berger de 1995 “Hacia la Boda” (1) fue escritA en respuesta a los horrores de la epidemia de SIDA que tuvo una tasa de letalidad mucho mayor que el Covid-19, y un perfil de edad que afectaba a niños y adultos jóvenes desproporcionadamente. Respondiendo a esa primera década de epidemia de SIDA, Berger escribió:
“Vivimos en el filo, lo que resulta difícil porque hemos perdido el hábito. Hubo una vez en que todos, viejos y jóvenes, ricos y pobres, lo dábamos por descontado. La vida era dolorosa y precaria. La suerte era cruel”.
Los afortunados habitantes de los países más ricos del mundo, habían perdido su dolorosa familiaridad con la arbitrariedad de la muerte.
“ Por dos siglos hemos creído que la historia era una autopista que nos llevaba a un futuro que nadie había conocido antes. Pensamos que estábamos exentos…Ahora la gente vive muchos más años. Hay anestésicos. Alunizamos…Aplicamos razones a todo. Condonamos al pasado sus errores porque ocurrieron en la Edad Oscura. Ahora, de repente, nos encontramos a nosotros mismos lejos de cualquier autopista, encaramados como frailecillos al borde de un precipicio sobre la oscuridad.
Volvamos a los 80 y los 90; las minorías estigmatizadas fueron entonces colocadas sobre el precipicio. Ahora, lo estamos todos, aunque el virus actual parece especialmente habilidoso en explotar cada dimensión de cualquier desventaja preexistente, cebándose sistemáticamente en personas pobres, viejas o encarceladas, quienes viven en condiciones de hacinamiento, o proceden de comunidades étnicas minoritarias.
Antes del SIDA, SARS, Ébola , y ahora del Covid-19, fueron la tuberculosis, la peste, el cólera, las tifoideas, y la gripe las que causaron estragos en la población mundial. Estar encaramados como frailecillos sobre el precipicio es la situación históricamente normal de la humanidad ,pero lo hemos olvidado. En los países más ricos hemos olvidado el poder de la infección como azote de la humanidad arrogándonos el derecho de la salud. Las infecciones se cobra cada vez menos vidas, aunque siga siendo la primera causa de muerte prematura en África. Cada vez más personas viven lo suficiente para morir de enfermedades no transmisibles, por lo que la atención se focalizó en ellos (2).Sin embargo, incluso aunque el creciente número de personas que mueren de enfermedades no transmisibles en los países más pobres mueren más tempranamente que aquellos que mueren en los países más ricos, son todavía más viejos que lo que mueren de infecciones.
De alguna manera nos hemos permitido a nosotros mismos olvidar que todos debemos morir y que aquellos que son suficientemente afortunados para morir en edades avanzadas, morirán con una o varias enfermedades no transmisibles. Hemos comenzado a creer que teníamos el derecho a una larga y saludable vida y que cualquier desviación de ellos debía ser algún tipo de negligencia. Sin embargo todo el mundo morirá y, como Philip Larkin escribió, “lo único que sobrevivirá de nosotros es el amor”.
Austeridad y desgaste del amor
La creación idealista de, en gran medida, robustos estados de bienestar en Europa en el velatorio de la Segunda Guerra Mundial , puede ser vista como una expresión de amor al conjunto de la humanidad.
Nadie debería ser excluido, nadie debería estar en peligro. Pero la validez de esto nunca fue aceptada por todo el espectro político. Después de la crisis financiera global de 2008, las personas que ideológicamente se opusieron a la solidaridad social aprovecharon la situación para reducir la inversión a través de políticas de austeridad. En Reino Unido y muchos otros países, los gastos en casi cualquier aspecto de la solidaridad social se redujeron: el número de enfermeras y médicos disminuyeron, desaparecieron camas de hospital, los sistemas locales de servicios sociales fueron eviscerados, y todos los servicios de emergencia reducidos. Todo ello dejó el esqueleto de los servicios sin reservas para enfrentarse a la actual crisis infecciosa (4).
Especialmente relevante es la destrucción de los sistemas públicos locales y de salud ambiental que habían sido la línea de defensa tradicional contra los brotes epidémicos, mediante las actividades de realizar pruebas, aislamientos y seguimiento de contactos (5).Los profesionales de los servicios de salud repetidamente alertaron a los políticos y con creciente desesperación, sobre la insuficiencia de los recursos, y la falta de dotación de los servicios, así como la completa falta de preparación ante cualquier crisis.
En 2020 estamos pagando las consecuencias de una combinación fatal de incredulidad, improvisación, o simple despreocupación, hijas de la arrogancia y la inmunidad. Pese a los reiterados avisos de los expertos en enfermedades infecciosas respecto al hecho de que otra pandemia era inevitable, los gobiernos fueron incapaces de reconocer el riesgo (6). Esta falta de reconocimiento fue agravada por una ausencia de preparación del gobierno de Reino Unido, dejando caducar las reservas existentes, siendo incapaces de asegurar suficientes pruebas diagnósticas y el suministro adecuado de equipos de protección.
Es más, en el contexto actual de optimismo beligerante respecto a la creación de una vacuna efectiva, deberíamos recordar que llevó casi una década producir fármacos antivirales efectivos contra el SIDA; en 1984 existía la esperanza de disponer de una vacuna frente al retrovirus de inmunodeficiencia humana en un par de años (7). A estas alturas, seguimos sin vacunas frente a él.
Los trabajos del amor.
En este momento, cuando resaltamos nuestro respeto y gratitud a los trabajadores sanitarios aplaudiéndoles cada jueves en la noche, es importante recordar que ,hasta muy recientemente, el NHS ha sido repetidamente castigado por estar mucho más interesados por la enfermedad que por la salud. Y sin embargo, en este momento estamos desesperados por disponer de servicios de atención a la enfermedad eficientes y bien equipados, apoyado en servicios sociales compasivos.
El momento en el que el Primer Ministro británico, Boris Johnson reconoció públicamente que la atención de enfermería recibida en cuidados intensivos fue un acto de amor (8) , algo vivido como un punto de inflexión, no permite hacernos esperar que este hecho cambiará su actitud respecto al amor implícito en cada aspecto de solidaridad social.
No hay duda de la motivación para el amor altruista hacia el conjunto de la humanidad de todos aquellos que se arriesgan a contraer una enfermedad , e incluso acabar muriendo, con tal de continuar asumiendo un trabajo que vacía física y emocionalmente, sin conocer siquiera si ellos ( o sus colegas) están ya infectados, ante la falta de equipos de protección adecuados. E incluyo no sólo al personal médico y de enfermería, sino a celadores, limpiadores,suministradores, responsables de la atención a domicilio, trabajadores del transporte, mensajeros, tenderos o reponedores. Cada uno de ellos está llevando a cabo la máxima de Franklin D Roosvelt: “ la valentía no es la ausencia de miedo,sino más bien el convencimiento de que hay algo más importante que el miedo”.Y ese algo es el amor.
El inmenso compromiso y coraje de los inmigrantes de primera y segunda generación entre esos trabajadores esenciales, y el número desproporcionado de muertes por Covid-19 entre ellos, debería avergonzar aún más al país entero de las décadas de racismo y actitudes hostiles anti-inmigración que, a través de los escándalos de Windrush y quizá Grenfell, culminaron en el Brexit de enero.
El amor de la gente mayor
Todos sabemos que el Covid-19 afecta y mata a los más mayores de forma desproporcionada, quizá por sus comorbilidades, quizá por un cierto grado de inmunosenescencia.
Muchas personas de edad avanzada, incluida yo misma, no queremos ingresar en los hospitales para morir sólos, conectados a un ventilador o sometidos a maniobras de resucitación cardiopulmonar.No queremos sufrir tratamientos estresantes e invasivos con escasas posibilidades de éxito, y ciertamente no queremos utilizar un ventilador que podría ser mucho más útil para una persona joven, exponiendo además a algún profesional sanitario a riesgos adicionales de contagio mientras realiza la intubación.
Los profesionales sanitarios podrían encontrar difícil responder a estas actitudes por el temor generalizado a ser acusado de discriminación por cuestiones de edad. Quizá la crisis del coronavirus pueda ser el mediador para llegar a compartir la idea de que la orden de“ no intentar resucitación” no es la sentencia de muerte a una vida devaluada, sino un intento de asegurar dignidad en el momento de morir. ¿Quién quiere morir con las costillas rotas y una opción mínima de resucitación exitosa cuando puede morir en paz en su propia cama agarrando la mano de la persona que más ama?
Muchas personas mayores tienen temores justificados de exceso de intervenciones y no quieren sobrevivir a cualquier precio. Las hospitales están abarrotados, son ruidosos e intensamente estresantes; y en esta pandemia además son focos de infección también. Necesitamos urgentemente mantener a las personas frágiles mayores, en sus hogares tanto como sea posible, si allí es donde quieren estar. Para hacer esto posible necesitamos aumentar el apoyo médico y social a las familias que quieren ayudar a sus mayores en ese sentido.
Amor y agonía
Las impactantes cifras de muertes de y con Covi-d19 nos disminuyen a todos, y las implicaciones trágicas para individuos y familias nunca deberían ser minimizadas.Sin embargo, se ha permitido que la muerte desplace al amor de muchas formas. Hagamos lo que hagamos,por mucho que nos confinemos y lavemos las manos, la gente va a morir. No deberíamos sacrificar nuestra humanidad frente a esta infección. La prohibición de visitarles ha sido imperdonablemente dura.
Supongamos que nadie muriera de Covid-19 ( o algo más) aislado de aquellos a quien ama, y por los que es amado. Si estamos de acuerdo en esto, podemos aproximarnos a la atención de las personas gravemente enfermas desde una perspectiva completamente diferente. Este compromiso excede el ingenio y los recursos de una nación: pocas personas ingresadas en hospital; muchos más con apoyo disponible en casa y residencias; pruebas diagnósticas para todos aquellos que quieren estar con las personas que aman, y aislamiento físico de cualquier contacto de riesgo. Sin esto, las parejas, los familiares y los amigos se ven privados de la oportunidad de decir adiós, de expresar las cosas esenciales que necesitamos decir al final de la vida.
El duelo en tales circunstancias se vuelve tan traumático como el que se produce en las muertes súbitas debidas a guerras o desastres, y el legado de la pandemia incluirá una sucesión de duelos profundamente perturbadores, vividos por los que sobreviven, quienes no necesitaban ser excluidos de la forma en que lo han sido. Nadie debería ser forzado a morir solo, y nadie debería soportar sobre sus hombros la carga de saber que en esta ocasión dejaron morir solo a alguien muy querido.
Incluso frente a la muerte no hay nada más importante que el amor.
Biografía: Iona Heath fue médico general durante más de 35 años en una consulta del interior de Londres y fue presidenta del Royal College of General Practitioners de 2009 a 2012. Ella escribió una columna periódica en el BMJ hasta 2013.
Referencias.
1 Berger J. To the Wedding. Bloomsbury Publishing, 1995.
2 World Health Organization. Non-communicable diseases country profiles 2018. 2018https:
//apps.who.int/iris/handle/10665/274512.
3 Larkin P. An Arundel Tomb. In: Collected Poems. Marvell Press and Faber and Faber,
1988.
4 United Nations Human Rights Office of the High Commissioner. Statement on visit to the
United Kingdom, by Professor Philip Alston, United Nations Special Rapporteur on extreme
poverty and human rights. 16 Nov 2018. https://www.ohchr.org/en/NewsEvents/Pages/
DisplayNews.aspx?NewsID=23881&LangID=E
5 Pollock AM, Roderick P. To tackle this virus, local public health teams need to take back
control. Observer 2020 Apr 26. https://www.theguardian.com/world/2020/apr/26/to-tacklethis-
virus-local-public-health-teams-need-to-take-back-control
6. Hopkins N. Revealed: UK ministers were warned last year of risks of coronavirus pandemic.
7. Guardian 2020 Apr 24. https://www.theguardian.com/world/2020/apr/24/revealed-ukministers-
were-warned-last-year-of-risks-of-coronavirus-pandemic
7 HIV.gov. A timeline of HIV and AIDS. https://www.hiv.gov/hiv-basics/overview/history/hivand-
aids-timeline
8 Coronavirus: Boris Johnson thanks NHS for “saving his life” after hospital discharge.
Guardian News. YouTube. 12 Apr 2020. https://www.youtube.com/watch?
v=gNuL1wgTVYU
miércoles, 24 de junio de 2020
Nuestro instrumento de supervivencia es la imaginación
Alberto Manguel 2014
Estamos en una sociedad que ofrece valores triviales y al mismo tiempo trata de convencer a los ciudadanos de que no son lo suficientemente inteligentes como para acceder a lo que parece más difícil. Por eso prefieren a Paulo Coelho que a San Agustín
“Es muy peligroso confundir el hecho de que los poderosos digan que hay que estudiar para conseguir un trabajo con pensar que la cultura no tiene importancia. Es difícil sustraerse a algo que se nos inculca diariamente, pero hacerlo es esencial para seguir viviendo. Los que no son realistas son los políticos, porque la realidad es que la cultura es importante, biológicamente importante. Nuestro gran instrumento de supervivencia es la imaginación, que anticipa escenarios que nos permiten resolver problemas concretos”.
Hablando de supervivencia, en El sueño del Rey Rojo Alberto Manguel recuerda la duda que le asaltó cuando tuvo que elegir un libro para leer en el hospital tras la fulminante operación de un tumor. Después de jugar con la idea de espantar a las enfermeras con Dolor y sufrimiento, de Kierkegaard, su elegido fue el Quijote. ¿Y si ese efecto paliativo lo tiene para alguien un libro malo? “¡Pues claro! Con qué derecho vas a decir a nadie: ‘Te has enamorado de una mujer fea’
“Es muy peligroso confundir el hecho de que los poderosos digan que hay que estudiar para conseguir un trabajo con pensar que la cultura no tiene importancia. Es difícil sustraerse a algo que se nos inculca diariamente, pero hacerlo es esencial para seguir viviendo. Los que no son realistas son los políticos, porque la realidad es que la cultura es importante, biológicamente importante. Nuestro gran instrumento de supervivencia es la imaginación, que anticipa escenarios que nos permiten resolver problemas concretos”.
Hablando de supervivencia, en El sueño del Rey Rojo Alberto Manguel recuerda la duda que le asaltó cuando tuvo que elegir un libro para leer en el hospital tras la fulminante operación de un tumor. Después de jugar con la idea de espantar a las enfermeras con Dolor y sufrimiento, de Kierkegaard, su elegido fue el Quijote. ¿Y si ese efecto paliativo lo tiene para alguien un libro malo? “¡Pues claro! Con qué derecho vas a decir a nadie: ‘Te has enamorado de una mujer fea’
domingo, 21 de junio de 2020
el humor
. Parafraseando a Winston Churchill (1874-1965) la imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser, el humor los consuela de lo que son2.
Nabokov
La cuna se mece sobre el abismo, y la razón nos dice que nuestra existencia no es más que una breve grieta de luz entre dos eternidades de tinieblas”, dice una maravillosa frase de Nabokov.
Wabi Sabi : forma de vivir encontrando belleza en la imperfección
Wabi sabi is a beautiful Japanese concept that has no direct translation in English. Both an aesthetic and a worldview, it connotes a way of living that finds beauty in imperfection and accepts the natural cycle of growth and decay. Wabi Sabi is also the title of a fantastic 2008 picture-book by Mark Reibstein, with original artwork by acclaimed Chinese children’s book illustrator Ed Young, exploring this wonderful sensibility through the story of a cat who gets lost in her hometown of Kyoto only to find herself in the process. (For, lest we forget, we only find ourselves by getting lost.)
The book reads like a scroll, from top to bottom, and features a haiku and a Japanese verse on each spread, adorned with Young’s beautifully textured artwork.
Reibstein paints a historical backdrop:
Wabi sabi’s origins are in ancient Chinese ways of understanding and living, known as Taoism and Zen Buddhism, but wabi sabi began to shape Japanese culture when the Zen priest Murata Shuko of Nara (1423–1502) changed the tea ceremony. He discarded the fancy gold, jade, and porcelain of the popular Chinese tea service, and simple, rough, wooden and clay instruments. About a hundred years later, the famous tea master Sen no Rikyu of Kyoto (1522–1591) brought wabi sabi into the homes of the powerful. He constructed a teahouse with a door so low that even the emperor would have to bow in order to enter, reminding everyone of the importance of humility before tradition, mystery, and spirit.
A true wabi sabi story lies behind the book: When Young first received the assignment, he created a series of beautifully simple images. As he went to drop them off with his editor, he left them for a moment on the front porch of the house. But when he returned to retrieve them, they were gone. Rather than agonizing over the loss, Young resolved to recreate the images from scratch and make them better — finding growth in loss.
While technically a children’s book, Wabi Sabi is the kind of subtle existential meditation in which adults, with our relentless aspiration for more and our chronic anxiety about imperfection, can take solace. Complement it with a beautiful grownup read about the philosophy of ancient Japanese aesthetics.
Como deben ser tratados los pacientes
DODECÁLOGO PARA LA PERSONALIZACIÓN DEL PACIENTE EN EL SISTEMA SANITARIO
- Mírame a los ojos. Acércate cortésmente. Tócame, tu contacto es importante para mí, dame la mano al entrar...al salir... Sé curios@ e interésate por mí, soy una persona que piensa, siente y actúa. Necesito que me acompañes y saber de mí facilitará que lo hagas. Tengo una cultura con unos valores y expectativas vitales que vale la pena explorar, tanto como mi cuerpo. Pregúntame por mis circunstancias, mis intereses, mi familia y mi entorno. Trata de percibir mi sentir y solidarizarte profundamente con él. Mi historia es única, todos somos distintos, en la alegría y en el sufrimiento, por favor, no lo olvides.
- No soy un número, una cama, un órgano o un diagnóstico aislado. No soy "príncipe/princesa", ni "guapo/guapa" ni "corazón". Soy persona, no una cosa, ni siquiera anestesiada.
- No des por hecho vínculos ni expulses de forma sistemática a mi acompañante de la habitación o consulta. Al igual que puede perturbar nuestra relación, puede llegar a ser un aliado terapéutico y apoyo imprescindible a la hora de enfrentar mi enfermar. Soy persona, soy familia y soy comunidad.
A veces me siento débil y necesito que me acompañen, te lo haré saber. Otras, preferiré que mi familia no se entere de "esto" por el momento.
- Escúchame. Comprende mi sufrimiento y no lo desprecies con un "Se te ve muy bien” “todo pasa”.
Observa porque es terapéutico: mis silencios, mis gestos, las palabras que elijo,....estoy creando mi relato vital. Aprende mi música para que nuestra danza siga mi ritmo. Creemos un espacio seguro en el que puedan fluir mi emociones.
Ayúdame a clarificar, a encontrar los recursos propios y ajenos. Conóceme a fondo para ofertarme alternativas terapéuticas.
- Explícame lo que me pasa, los pasos de la exploración y los resultados de las pruebas adaptando tu lenguaje al mío y respetando mi lenguaje simbólico. Necesito entenderlo todo, es difícil seguir la jerga médica. No te enfades ni te irrites si no he comprendido bien. Entiende que quizás no oigo bien. Ten paciencia con mi lentitud, a veces me cuesta moverme. Necesito tiempo para asimilar todo y poderlo explicar a mis familiares y amigos.
- Necesito que entiendas, aceptes y toleres mi querer o no querer saber. Tengo un ritmo propio. Conócelo y adáptate suavemente a él. Te pido saber hasta dónde puedo, pero no te pido que me mientas.
- Entiende que mi voluntad tiene prioridad sobre la tuya y ayúdame con tu ciencia a tomar mis decisiones. Considéralas. Respétalas aunque no las compartas, por favor. Todo forma parte de mi proyecto personal. No seas de l@s que me abandonas por no ser una dócil y ciega seguidora de tus prescripciones. No me conviertas, por ello, en indigna de tu atención. Pregúntame si puedo seguir el tratamiento.
Cada cual tiene miedos distintos y horrores que no quiere vivir en ningún caso. Por favor, pregunta cuáles son en mi caso. Ayúdame a firmar consentimientos.
Ten presente mi mayor anhelo, "tu lealtad conmigo".
- Procura no juzgarme por mi edad, orientación sexual, etnia, lengua, procedencia, profesión, actividad comercial, peso, nivel educativo, enfermedad, arreglo, olor, fealdad, consumo de drogas, lugar que habito...y aunque yo te desagrade despliega para mí todo tu talento y habilidad terapéutica.
No caigas en la tentación de culparme por mi enfermedad y hábitos de vida, es dañino e innecesario.
Aunque acepto sugerencias, no cometas la torpeza de dictarme los afectos y pensamientos que debo tener.
- Comparte un poco de tu vida conmigo. Si estás content@ sonríeme. Tu sonrisa me ayuda, me relaja y aligera mi inquietud. Si estás triste no te preocupes. Tu tristeza me dice que eres tan human@ necesitad@ como yo. Si estás enfadad@, desbordad@ y cansad@ se cuidados@, no me uses como diana de tu violencia, podrías destruirme.
Necesito conocerte, muéstrame tus dudas y limitaciones. Tus valores y principios. Si tienes algo en ti que hace mucho ruido, y no puedes apartarlo en este tiempo de relación conmigo, hazme saber de alguna manera que no soy yo quien lo causa.
- Cuando te estorbo, cuando supongo una sobrecarga para ti, ofértame más tiempo para poder decirte todas las cosas que quiero contarte. Soy consciente de que necesitas paciencia conmigo y yo necesito que la fabriques para mí.
A veces soy exigente sin darme cuenta de que hay cosas que no tienen solución, ni médica ni de ningún tipo, pero incluso así me puedes ayudar con tu simple escucha respetuosa.
Busca y alaba cualidades que encuentres en mí, en mi familia y en mi comunidad.
- Sé valiente con quienes te mandan y defiende mi bienestar y el de mi familia. Olvida incentivos y guíate por la ciencia y la conciencia.
Si tienes un aprendiz en la consulta, preséntamelo y deja que sea yo quien decida si quiero que esté. ¡No digamos si tiene que aprender técnicas que me harán daño o me expondrán a vergüenza o afectarán a mi intimidad!.
Acoge, busca, acepta la ayuda, el conocimiento y la colaboración de otros profesionales.
Soy yo, es mi familia, que os necesitamos a todos.
- Desearía que me tratases como te gustaría que te tratasen a ti en una situación similar pero teniendo en cuenta mis valores. Con tus conocimientos, aconséjame como si fueras yo mism@.
2666 - Roberto Bolaño . Grande de la literatura
. 2666 es la culminación de la firme trayectoria de Bolaño. Con esta novela, el sentido de su obra se proyecta a un nivel más elevado. 2666es su logro mayor y se da, de manera especial, en el plano del lenguaje. No olvidemos que Bolaño era poeta. Esa marca le lleva aquí a fraguar un lenguaje feliz, de vacaciones, alucinado, capaz de establecer las más insólitas correspondencias. La crítica ha sido prácticamente unánime a la hora de valorar 2666. Estamos ante una novela excepcional. Su carácter inconcluso deja algunas cosas sin resolver, pero también le añade misterio y profundidad a la obra. Hay fallos, por supuesto. ¿Está justificada la extensión? ¿Funcionan todas sus ramificaciones? ¿Hay pasajes gratuitos, páginas que sobran, secciones sin pulir? ¿Es 2666 una criatura monstruosa? Hay momentos en que la novela decae, pero a la hora de hacer balance, los fallos que hay importan poco. De Bolaño se puede decir lo que dijo Cortázar de Lezama Lima, cuando Paradiso era una obra maestra desconocida: que daba igual que se saltara a la torera lo que se supone que son los preceptos elementales de la escritura. Al final, todo funciona. O lo que dijo el propio Bolaño de Philip K. Dick: «Es bueno incluso cuando es malo». Con 2666, más vale dejar en suspenso la idea que podamos tener acerca de qué es literatura y, sencillamente, dejarse llevar. La lectura de 2666 es una experiencia total, una fiesta continua que nos depara sorpresas casi a cada paso. No importa que esta obra tenga 1.119 páginas. No pesan. Cuando nos queremos dar cuenta, hemos leído seiscientas como si hubiéramos leído sesenta. 2666 le devuelve al lector la alegría elemental, la pasión de la lectura. En Monsieur Pain, la trama (que el propio Bolaño tildó de indescifrable) gira en torno a un moribundo, nada menos que César Vallejo. En Nocturno de Chile, la inminencia de la muerte del protagonista es una percepción ilusoria. En Los detectives salvajes asistimos a una escalofriante evocación de los días finales de Reinaldo Arenas (a quien no se nombra). Enfermo de sida en Nueva York, el escritor cubano le dicta a un amigo el texto lacerado de Antes que anochezca. Lo consigue terminar, tras lo cual se suicida. Leída retrospectivamente, parece que Bolaño describe antes de tiempo la crónica de su propia carrera contra la muerte, entregado a la escritura de 2666: «No tengo mucho tiempo, me estoy muriendo», dice uno de los escritores apócrifos hacia el final de la novela, y el lector siente que un sudor frío le recorre la espalda. Ante un paisaje dominado por la muerte, comprendemos sin aliento que, ahora sí, y en directo, estamos asistiendo a la carrera desenfrenada del autor contra el tiempo. Como una de las sombras que aletea sobre las páginas de la novela (Musil, que tampoco logró acabar su obra maestra), Bolaño no llegó, pero hay mucho de grandeza en su derrota. Una de las razones por la que, a estas alturas, los defectos importan poco, es que la inteligencia, la humanidad, la arrolladora simpatía que exuda la personalidad de Bolaño, ya nos han seducido y resulta sencillamente imposible no estar con él. Uno se imagina a la misma Muerte, confundida entre los lectores, alentándolo. El poso que nos deja la lectura es de una honda nostalgia de un todo perdido, difícilmente nombrable, de haber dado un largo paseo por la soledad y el caos. Bajo la superficie de estas páginas late una profunda humanidad, una visión compasiva de la existencia. Una nota más, sobre la lengua. Aunque su obra se inscribe de lleno en la tradición literaria de América Latina, el lenguaje de Bolaño trasciende las marcas de identidad regional, mostrando un cuño de signo claramente transatlántico, panhispánico. Dotado de un oído excepcional, que capta y registra con gracia irrepetible los más nimios matices del habla coloquial, Bolaño cultiva una prosa polimorfa y perversa, capaz de mimetizarse de española, chilena, mexicana, uruguaya o argentina y, si se tercia, de todas a la vez. No se sabe bien cómo este hombre ha podido llegar tan lejos. Ha abierto un camino para que pasen los demás. Eso es lo que los jóvenes escritores, sobre todo de América Latina, han visto en él. Esa es su grandeza y autenticidad. Roberto Bolaño es lo mejor que le ha sucedido a la prosa en lengua castellana desde hace décadas. La fuerza arrolladora de su estilo tiene algo de monstruoso, en el sentido que le daban los clásicos del Siglo de Oro al término. Bolaño marca un hito en la historia de la literatura en nuestra lengua. Con él la novela en español entra en un nuevo paradigma. Eduardo Lago
lunes, 15 de junio de 2020
Schopenhauer ; es la mas grave locura sacrificar la salud a cualquier cosa
comienza este capítulo insistiendo en que este aspecto es, con mucho, el que más aporta a la felicidad, tras lo cual el autor pasa a concretar qué es lo que recae entre las cosas que uno es.189 Entre éstas, la primera y más importante, asegura, es tener alegría de espíritu (Heiterkeit des Sinnes), la cual nada tiene que ver con la posesión de riquezas (más bien al contrario) y sí mucho con la de una buena salud, pues «las nueve décimas partes de nuestra felicidad se fundan solamente en la salud».190Por eso mismo,
«es la más grave locura sacrificar la salud a cualquier otra cosa: riqueza, carrera, estudios, fama, por no hablar de la voluptuosidad y los goces fugitivos; más bien hay que subordinarlo todo a ella».191
No obstante, la salud no es condición suficiente de aquella alegría, la cual parece depender mucho del temperamento: por ejemplo, los melancólicos tienden a verlo todo negro; según sean las personas, tienen mayor o menor receptividad para lo agradable o lo desagradable, etc.192
Parcialmente emparentada con la salud, la belleza contribuye indirectamente a la felicidad por la impresión que produce sobre los demás, sirviendo como una «carta abierta de recomendación, que nos gana los corazones de antemano».193
Los dos enemigos de la felicidad son el dolor y el tedio; la vida humana oscila entre uno y otro, pues cuando la necesidad y el dolor cesan, se presenta el aburrimiento. La capacidad de alejarse de éste depende de las fuerzas intelectuales: en este sentido hay personas que tienen un gran vacío interior, lo que les mueve a buscar con avidez estímulos externos; a ello se opone la riqueza interior, espiritual, que, sin embargo, conlleva una mayor sensibilidad para los dolores morales en general.194 Esto se relaciona asimismo con la sociabilidad, pues
«cuanto más tiene uno en sí mismo, tanto menos necesita de fuera y tanto menos pueden, asimismo, ser los demás para él. Por eso conduce la eminencia del espíritu a la insociabilidad.»195
Schopenhauer insiste en esta distinción, y escribe:
«La gente vulgar se preocupa tan sólo de pasar el tiempo; quien tiene algún talento, en aprovecharlo
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