Si fuera cierto que al morir te ponen la película de tu vida, si en ella no salieran unos irrelevantes y aburridos pecados (finalidad disuasoria de la leyenda) sino el olor de tus recuerdos y lo más personal de tu mirada, y si el pase no durase unos segundos sino tres largos años, y además te las ingeniases para poder ir dictando lo que estabas viendo, quizá obtendríamos algo tan bueno e interesante como El refugio de la memoria, tanto más bueno e interesante cuanto más te parecieras a una persona tan conocedora de su tiempo y tan lúcida y sincera como Tony Judt.
“Me parecía que hablar era lo que daba su pleno sentido a la existencia adulta. Nunca he dejado de percibirlo así… / …La riqueza de palabras en la que me crié era un espacio público por derecho propio; y de espacios públicos adecuadamente conservados es de lo que carecemos hoy. Si las palabras se deterioran, ¿qué las sustituirá? Son todo lo que tenemos”
Un recorrido variado y ameno, en el que no falta un examen de su heterodoxa forma de afirmarse judio y en el que alternan recuerdos personales con reflexiones sociales y políticas llenas de sensatez y escritas con una suavidad muy particular, con un sereno distanciamiento puesto al servicio de su envidiable clarividencia. Apenas hay alusiones a las condiciones en las que “escribe”, una vez que, nada más empezar, ya ha explicado cómo utilizó el recuerdo de la disposición de un chalet suizo en el que había pasado unas vacaciones como anclaje mnemotécnico de lo que iba rememorando por las noches, cuando no podía comunicárselo de ninguna forma a nadie. De ahí, “El chalet de la memoria”, el título original en el que la palabra “chalet” ha sido ingeniosa pero discutiblemente traducida como refugio. Seguramente Tony Judt se refugió en la memoria para soportar lo insoportable (“Se acabó: no más un ir hacia, tan solo un interminable estar”) pero salvo por lo que pudieran haber afectado a su tono, estas memorias no le deben nada a las circunstancias en las que fueron escritas: Por si mismas interesantísimas, la libertad y la sutil lucidez de Judt puede llegar a entusiasmar (Neus me conminó a leer este libro con carácter de urgencia: Deja todo lo que estés haciendo… y se lo pedí en préstamo a vuelta de correo), y El refugio de la memoria es una obra que disfrutarán especialmente quienes hayan nacido como él a mediados del pasado siglo y aún tengan interés en recordar y reflexionar.
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