Cultural / libros
Día 15/11/2012 - 17.34h
Polémico, carismático, fogoso. En «Mortalidad» (Debate), el periodista Christopher Hitchens describe su enfermedad sin tapujos y con dosis de humor lúcido y desafiante
Genio y figura hasta la sepultura, se dice de forma sumamente acertada y elocuente en nuestra lengua. Personaje carismático y fogoso orador, el periodista Christopher Hitchens (Portsmputh, Reino Unido, 1949-Houston, Estados Unidos, 2011), desde convertirse en un radical y apologético defensor de Bush y la guerra de Irak hasta fustigar con sañuda y obsesiva ferocidad a los Clinton y a la Madre Teresa de Calcuta, nunca dejó de sorprender a sus atónitos excompañeros en las filas de la izquierda.
A él, a este irreductible y célebre activista del ateísmo, todos los cambios y audaces travestimientos políticos e ideológicos le fueron permitidos, o mejor dicho, se los permitió a sí mismo. Todos, salvo uno: la negación total, absoluta y sin concesiones de Dios.
Hitchens escribe con plena y asumida clarividencia
En palabras de Blair
Escritor (Juicio a Kissinger, La victoria de Orwell, Cartas a un joven disidente, Dios no existe, Amor, pobreza y guerra), editorialista, corresponsal de guerra y reputado polemista, Christopher Hitchens murió a los sesenta y dos años de un cáncer de esófago diagnosticado en junio de 2010. Estaba en plena gira promocional de su exitoso y espléndido libro de memorias Hitch-22 (Debate).
«He retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí», escribe
Colaborador sucesivamente de numerosos medios, desdeThe Nation, The Atlantic, The Guardian o Vanity Fair, donde publicó sus últimas y mordaces crónicas, en la forma de una especie de «diario» por episodios de su enfermedad, descrita sin tapujos y con abundantes dosis de humor lúcido y desafiante -ahora recogidas en el impresionante volumen titulado Mortalidad-, amigo de escritores como Salman Rushdie, Martin Amis, Ian McEwan o Edward Said, «Hitch» forjó su carrera de periodista en Inglaterra antes de expatriarse a Estados Unidos en 1981.
«Villa tumor»
Evitando la autoconmiseración, los clichés, «las falacias patéticas», en plena y asumida clarividencia de que se trataba de la última etapa de su vida y que no convenían los engaños, declara en su libro: «He retado a la Parca a que alargue libremente su guadaña hacia mí […], la ira estaría fuera de lugar; en cambio, me oprime la persistente sensación de desperdicio. Tenía auténticos planes para mi próximo decenio».
Lo que indigna es que alguien renuncie a los rebaños principales y monoteístas
Desde que se supo su traslado forzoso del planeta de los sanos a lo que el propio Hitchens llamaría «Villa Tumor», dada su gran popularidad, en la red, en los foros, acompañado de fieles amigos y adoradores o de despiadados y vengativos enemigos de su causa atea, su muerte se convertiría inevitablemente en un morboso espectáculo: la muerte de un ateo recalcitrante. Él mismo lo narra con su eterno y saludable -si así se podía llamar en su situación- sentido del humor, que nunca le abandonó.
La ceremonia de los adioses
Mientras unos pedían que ardiera en el fuego del infierno por todo lo que había mantenido en sus libros, otros muchos creyentes le perdonaban y le ofrecían generosamente sus oraciones para su pronta recuperación.
Coherente consigo mismo, de forma exigente y altiva hasta el final
Por qué sigue despertando este encono y esta pasión la figura del ateo, por qué ese terco empeño en lograr su salvación, se preguntarán muchos. Quizá lo que más indigna es que alguien renuncie al rebaño, a cualquiera de los rebaños principales y monoteístas, ya sea el cristiano, el judío o el musulmán. Rebaños inventados para que alguien, hasta el último momento, se sienta acompañado en un mismo destino y en un mismo tipo de eternidad pensada para todos.
Su muerte se convertiría en espectáculo: la muerte de un ateo recalcitrante
«Supongamos que abandono los principios que he tenido durante toda mi vida con la esperanza de ganarme un favor en el último minuto -escribe-. Espero y confío en que ninguna persona seria admire esa actuación fraudulenta […]. Por otra parte, ese dios que premiaría la cobardía y la falta de honradez y castigaría las dudas irreconciliables está entre los muchos dioses en los que no creo.» Genio y figura.
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