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domingo, 23 de agosto de 2015

chesterton

Inglaterra, siglo XIX. Una dama entra a vivir en una casa y allí la recibe la sirvienta. La dama da por hecho que la sirvienta se hará su propia comida; la sirvienta piensa que su obligación es alimentarse de los restos que deje la señora. Por eso el primer día, exageradamente, le sirve para desayunar cinco lonchas de tocino. Pero otra convención de sociedad se interpone entre ellas: la dama ha sido educada en la tradición de que nada puede quedar en el plato. Con los días la sirvienta pasa a ponerle siete lonchas, y luego nueve. Cada vez más agotada, pero digna, la señora ventila todo. “No me atrevo a suponer cómo acabó aquello”, escribe Chesterton, familiar de la dama, “pero lo lógico es que la sirvienta hubiera muerto de hambre y la señora hubiera reventado”. Aquella tragedia habría sido la consecuencia del “educado silencio de las dos clases sociales”. Cada una se comportaba como creía que debía comportarse, aunque fuese derecha a la muerte.

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