¿Realismo o reality? Desde el primer tomo de su ciclo de novelas, titulado “Mi lucha”, Karl Ove Knausgård cambió los modos de la autoficción para entregar un nuevo estilo, verista hasta la manía.
Por Pola Oloixarac
Que se trata de un monstruo literario de la más exquisita calaña es una aseveración difícil de discutir. A medida que se publican las traducciones de su obra autobiográfica Mi lucha (la más reciente en la Argentina es El país de la infancia , tomo 3), recrudecen las batallas más antiguas del arte literario, revitalizadas en torno a él. ¿Cuáles son los límites tolerables del realismo cuando un escritor se pasa diez páginas lavando los platos? ¿Importa la obsesión por la forma y la frase perfecta, cuando el propósito de una novela (y un novelista) es devorarlo todo? Karl Ove Knausgård se sumerge en la literatura como una pasión baja: como si las cosas sólo existieran si se escriben, estamos ante una escritura compulsiva, una escritura enferma de sí misma. Esta fuerza y la locura desmedida de su plan tiñen de magia la normalidad burguesa de su tema (su propia vida), dotándola del excedente extraordinario propio del gran arte del siglo XIX: con Karl Ove la novela vuelve a ser total, femenina, ambiciosa, egocéntrica, demencial.
–Querías titular tu ciclo de seis novelas autobiográficas “Argentina”, en vez de Mi lucha porque era una especie de lugar soñado: en tus libros jugás al fútbol con la camiseta argentina, y sobrevolás la cancha de River Plate con el mouse de Google Earth. ¿Cómo siguen tus relaciones con la Argentina?
–Todavía sueño con la Argentina y tengo ganas de ir, y creo que ya ha sido arreglado. Probablemente sea en noviembre de 2016, pero será sólo Buenos Aires, no un road trip como yo quería, un viaje para escribir sobre la Argentina. Todas mis impresiones de tu país son a través de su literatura, de Borges, Cortázar y los diarios de Gombrowicz… Por eso no dudo de que mi idea es completamente equivocada, e idealizada, como suelen ser las cosas cuando tienes fantasías sobre ellas. Siempre es distinto cuando llegás. Pero es genial para mí ir finalmente a la Argentina.
–Es gracioso porque también para los nativos la Argentina es un lugar totalmente idealizado... Siempre hay un pasado idílico que restaurar una vez que termine la crisis (cualquiera sea la crisis). Tu trabajo de escritura restaurando tu pasado es implacable, ¿cómo lo estructurás?
–Lo que hago al escribir es buscar dos cosas: la primera, que lo que escribo esté vivo, y la segunda, que sea verdadero. También me interesa mucho la materialidad del mundo, las cosas y objetos que nos rodean. Traté de ir por ahí, busqué dar un lenguaje a esas cosas que están “entre”, que no necesariamente pertenecen a la estructura narrativa, las cosas que nos rodean. Luego lo mezclo con la vida real, con la escritura. La escritura es mucho más interesante que la vida, esa es la verdad.
–Comentabas que querías viajar a la Argentina y a Rusia; es curioso porque V.S. Naipaul, que escribió lúcidamente sobre la Argentina, comentaba que el alma argentina sólo se compara a la rusa. Por cierto, hay algo profundamente ruso en tu escritura. ¿Podés comentar tus relaciones con la literatura rusa?
–Totalmente, es cierto. Cuando era chico teníamos una biblioteca en casa, yo leía de todo; luego empecé a agarrar los libros para adultos. Y uno de los primeros fue una biografía de Tolstoi, y luego empecé a leer otras cosas que había escrito él. Yo era muy joven por entonces. Empecé a leer a Dostoievski a los 18 o 19, que es la edad en la que hay que leerlo. Me siento mucho más próximo a Tolstoi porque creo que sus libros son, ya sabés, perfectos. Tolstoi es el mejor escritor que jamás haya existido, pero Dostoievski por supuesto es mucho más interesante, porque te hace sentir cosas. Tolstoi es alguien a quien admirás pero Dostoievski te influencia. Pero nunca pensé que quería escribir como Tolstoi o Dostoievski, sólo están en el trasfondo de mi mente. Por alguna razón nunca salió el tema hasta ahora. Vladimir Nabokov es muy interesante también. Mi libro favorito suyo es Lolita , su única obra maestra real, absolutamente fantástica, la releí hace poco. Y sus memorias, Habla memoria , me encantan. Pero no me gusta el acercamiento nabokoviano a la literatura, ese lado de su escritura, obsesionado con la forma, la perfección, las bellas frases delicadas, los sistemas. Lo que yo busco en mi escritura es muy diferente, probablemente eso que llamás muy ruso, y Nabokov en ese sentido es el anti-ruso.
–Al escribir sobre tus viajes mencionás tus ataques de pánico, y también dijiste que cuando escribís, necesitás estar completamente aislado. ¿Comulgar con el mundo exterior te hace más difícil el proceso de escritura?
–Es interesante que digas eso porque ahora estoy trabajando en un proyecto en el que escribo sobre una cosa diferente todos los días, puede ser un fenómeno o un objeto. Me interesa la fisicalidad de las cosas. Y no hay psicología, yo no estoy ahí como persona, sólo formo parte como escritor. Pero sin embargo, veo lo que veo sobre el sol, o sobre una taza de té, y soy yo, y lo que yo voy a decir al respecto. Cuando empiezo a escribir sobre un objeto, hablo de mí, es una manera de ver, todo está determinado por mi presencia. No me avergüenza, pero la gente me lo recrimina, me dicen: “hablás de vos todo el tiempo”. Pero yo realmente quiero salirme de mí mismo cuando escribo; incluso cuando escribo sobre mí mismo, me desaparezco de mí, estoy en un lugar totalmente distinto, ya no sé quién soy o dónde estoy, no sé nada... Supongo que si hiciera un road trip a Suecia y Noruega podría escribir sobre el paisaje y la gente sin mencionarme en absoluto. Pero cuando voy a un lugar, todo depende de la reacción que te provoca, así que es difícil salirse de uno.
–Cuando escribías el segundo tomo, Un hombre enamorado, vivías en esa época narrada –el presente de la escritura era contemporáneo al presente de la vida. ¿Tu relación con la escritura era distinta de los libros que tienen lugar en el pasado? ¿O quizás el pasado imaginado y el presente vivido se confunden y se vuelven la misma sustancia cuando escribís?
–No, es muy distinto. Cuando escribís sobre el pasado la literatura se convierte en su propio mundo, nada penetra ese mundo. Y el segundo tomo no está sellado de ese modo, así que es mucho más como un diario, cuando las cosas se asientan a medida que las escribís. Fue muy interesante porque el presente era otra clase de energía que infundía el texto. Era casi prohibido hacerlo…
–¿Por qué prohibido?
–Es esta sensación de que no deberías… Es como si no hubiera protección para el mundo sobre el que escribís, porque todavía no es nada, no tiene definición, no sabés todavía qué es lo que está pasando. Y sólo tengo la sensación de que tengo que tener cuidado cuando entro ahí porque todavía es pequeño, sin forma, insignificante. Pero al cabo de 10 años se convierte en algo, y por eso es una fase interesante para escribir.
–Hablando de tu método, me encantan tus conversaciones con tu amigo Geir. ¿Las grababas? ¿Te sentías un espía de tus amigos?
–Nunca lo grabé, no grabé nada. Pero hablo con él varias veces al día, incluso hoy, y conozco bien su manera de pensar y hablar. Me criticaron porque hay un monólogo y un diálogo al final del segundo libro, y la gente decía que no era realista, que esa era una conversación de café libresca, que la gente no habla así. Pero fue la cosa más precisa de todo el libro porque pasó exactamente así. Y fue muy bueno tener a Geir como personaje en el libro, un personaje en posesión de alguna verdad. También fue genial tenerlo afuera del libro. Le leí unas cinco mil páginas (se ríe).
–¿Cómo fue la gira con tu banda “Lemen” en EE.UU.? ¿Te dio ansiedad?
–Sí, muy ansioso. Tocamos cuando teníamos 20 años pero todavía éramos una bandita de colegio, y pasaron 20 años y ahora tocamos para mil personas. Pero la gente viene para vernos hacer el ridículo. Vienen a reírse. Eso es duro pero a la vez me gusta tocar, es tan diferente a escribir. Pero está bien lo que hacemos; lo cierto es que no somos profesionales, somos una banda amateur.
–Las reseñas de tus libros siempre hablan de cómo te exponés, y lo valiente que sos al hacerlo. Pero nunca te vemos exponiendo algo vergonzoso, y tus supuestos pecados (como aburrirte de cuidar a tus hijos) son totalmente burgueses y perdonables. No sos como Céline o Naipaul, no mostrás cosas despreciables de vos mismo. ¿Pero quizá la mente siempre se percibe a sí misma como monstruosa?
–Es un muy buen punto. Es totalmente exacto. Céline es un buen ejemplo. Mi amigo Geir dice que en la vida real yo soy mucho peor, y esos niveles están presentes en el libro. Me expongo y expongo mis debilidades pero a la vez estoy totalmente en control. No tiene nada que ver con el coraje.
–Pero hay algo muy adictivo en eso –en que sos esencialmente un hombre bueno. Leer y compartir la conciencia de un hombre bueno es adictivo. ¿Te considerás un hombre bueno, la moral es importante en tu vida de escritor?
–Antes de empezar Mi lucha me consideraba un hombre bueno. Yo no reconocía ciertos defectos, y los comprendí durante la escritura. No me considero un buen hombre, pero es algo difícil de comunicar porque un libro es algo muy íntimo y la voz es muy íntima y se acerca mucho a la persona pero… Yo puedo ser totalmente cero empatía. Si hay gente en un cuarto, puedo comportarme y ser amable, pero si no están, no me interesa la gente en absoluto. Carezco por completo de empatía. Sólo me importo yo y los míos. Y nunca me había quedado tan claro. En la escritura y con todo el ruido y la atención que generó la obra, comprendí que nadie me importaba en absoluto. Es terrible.
–¿Y qué pensás de la parte de tu familia que no te habla más a raíz de la publicación? ¿Creés que van a perdonarte alguna vez?
–A veces pienso en ellos, sí. Pero sé que jamás volverán a hablarme o acercarse. Hablé una vez con una escritora que había tenido una experiencia parecida con un libro y su hermana, y ella me dijo: “Si hay algo que hiciste o escribiste, sólo lo van a usar para sacarte de encima”. El libro es una excusa para sacarte del camino. Sólo justifica la distancia entre nosotros.
–Empezaste a beber cuando tu padre empezó a beber. Pero luego te convertiste en escritor y él se sumergió en la bebida. Yo pensaba si no era su manera de vivir y escapar a la vez, si escribir y beber son quizá parecidos.
–Sí, hay semejanzas. El sentido de no tener límites. Libre de uno mismo. Y tengo exactamente la misma sensación cuando escribo, el no tener límites, y busco eso en mi escritura, y cuando no lo puedo encontrar, es terrible, y quizás es como un alcohólico que no puede tomar. Si no está vivo, si no es hermoso, quizás es igual a no poder tomar. Estoy obsesionado con escribir, trabajo todo el tiempo, no es una decisión, es algo que tengo que hacer, una compulsión. Y no creo que a mi padre le gustara tomar en el último tiempo, pero tenía que hacerlo, era su modo de vida. Por supuesto que escribir es más inocuo que tomar. Pero lo gracioso es que mi padre, el único consejo que me dio cuando era un adolescente, fue: “Deberías beber cuando escribís para soltarte un poco”. Un consejo terrible, pero en cierto sentido verdadero porque soltarse es un poco la esencia de escribir.
–¿Tomás alguna otra cosa?
–No, nunca. Para mí es como el dóping, como fingir. Pero entiendo que si tu escritura mejora con las drogas, tenés la obligación de tomarlas. Si tu escritura mejora si fumás, fumá. Pero no puedo. Necesito control para poder perderlo.
–En el final de Mi lucha, el personaje escribe: “Estoy contento porque ya no soy un autor”. ¿Te imaginaste que era posible vivir sin escribir?
–Pensé que era el final perfecto. Porque la novela trata tan intensamente sobre escribir y las escapadas para escribir, y sobre mirar la vida real y hacerla coincidir con la literatura, que pensé que tenía que dejar de escribir y empezar a vivir. Esa era mi ambición, realmente quería parar de escribir. Lo intenté por unos meses, pero no puedo. Y ahora estoy fuera de esa novela. Mi editor me dijo, al leer esa frase, “está bien que cambies de opinión”. Así que sigo escribiendo. Sigo siendo un escritor.
–A veces uno se pregunta hasta qué punto Mi lucha es una lucha real. Porque vivís bien, te casaste con la mujer que amás, podés comprar todos los libros que querés (en los libros). Hay algo tan irónico en Mi lucha , y es que vivís esta vida tan burguesa, ¿te interesaba esa ironía?
–Es la primera vez que alguien me hace esa pregunta y creo que he estado esperándola cinco años. Es que el punto de partida de la novela es que tengo tres chicos y una esposa, y que puedo vivir de escribir libros. Y ese es uno de los pecados: no apreciar el mundo, no apreciar la vida de uno, no poder experimentar la felicidad. Y yo era así, y es como si mi vida interior siempre es torturada de algún modo, y todavía lo es, y tengo que entender por qué, por qué no soy feliz. Es una de las razones por las que escribo, porque tengo que salir de este estado torturante de la mente. Así que cuando hablé con Geir, esa fue una de las primeras cosas que me dijo: “Tenés una vida tan exitosa, ¿cuál es el sentido de sufrir? Tenés todo lo que uno quiere”. Y tiene razón. Es algo enigmático. Tengo todo lo que quiero y sin embargo, no estoy feliz ni contento con nada… Sólo sé que necesito seguir.
–Querías titular tu ciclo de seis novelas autobiográficas “Argentina”, en vez de Mi lucha porque era una especie de lugar soñado: en tus libros jugás al fútbol con la camiseta argentina, y sobrevolás la cancha de River Plate con el mouse de Google Earth. ¿Cómo siguen tus relaciones con la Argentina?
–Todavía sueño con la Argentina y tengo ganas de ir, y creo que ya ha sido arreglado. Probablemente sea en noviembre de 2016, pero será sólo Buenos Aires, no un road trip como yo quería, un viaje para escribir sobre la Argentina. Todas mis impresiones de tu país son a través de su literatura, de Borges, Cortázar y los diarios de Gombrowicz… Por eso no dudo de que mi idea es completamente equivocada, e idealizada, como suelen ser las cosas cuando tienes fantasías sobre ellas. Siempre es distinto cuando llegás. Pero es genial para mí ir finalmente a la Argentina.
–Es gracioso porque también para los nativos la Argentina es un lugar totalmente idealizado... Siempre hay un pasado idílico que restaurar una vez que termine la crisis (cualquiera sea la crisis). Tu trabajo de escritura restaurando tu pasado es implacable, ¿cómo lo estructurás?
–Lo que hago al escribir es buscar dos cosas: la primera, que lo que escribo esté vivo, y la segunda, que sea verdadero. También me interesa mucho la materialidad del mundo, las cosas y objetos que nos rodean. Traté de ir por ahí, busqué dar un lenguaje a esas cosas que están “entre”, que no necesariamente pertenecen a la estructura narrativa, las cosas que nos rodean. Luego lo mezclo con la vida real, con la escritura. La escritura es mucho más interesante que la vida, esa es la verdad.
–Comentabas que querías viajar a la Argentina y a Rusia; es curioso porque V.S. Naipaul, que escribió lúcidamente sobre la Argentina, comentaba que el alma argentina sólo se compara a la rusa. Por cierto, hay algo profundamente ruso en tu escritura. ¿Podés comentar tus relaciones con la literatura rusa?
–Totalmente, es cierto. Cuando era chico teníamos una biblioteca en casa, yo leía de todo; luego empecé a agarrar los libros para adultos. Y uno de los primeros fue una biografía de Tolstoi, y luego empecé a leer otras cosas que había escrito él. Yo era muy joven por entonces. Empecé a leer a Dostoievski a los 18 o 19, que es la edad en la que hay que leerlo. Me siento mucho más próximo a Tolstoi porque creo que sus libros son, ya sabés, perfectos. Tolstoi es el mejor escritor que jamás haya existido, pero Dostoievski por supuesto es mucho más interesante, porque te hace sentir cosas. Tolstoi es alguien a quien admirás pero Dostoievski te influencia. Pero nunca pensé que quería escribir como Tolstoi o Dostoievski, sólo están en el trasfondo de mi mente. Por alguna razón nunca salió el tema hasta ahora. Vladimir Nabokov es muy interesante también. Mi libro favorito suyo es Lolita , su única obra maestra real, absolutamente fantástica, la releí hace poco. Y sus memorias, Habla memoria , me encantan. Pero no me gusta el acercamiento nabokoviano a la literatura, ese lado de su escritura, obsesionado con la forma, la perfección, las bellas frases delicadas, los sistemas. Lo que yo busco en mi escritura es muy diferente, probablemente eso que llamás muy ruso, y Nabokov en ese sentido es el anti-ruso.
–Al escribir sobre tus viajes mencionás tus ataques de pánico, y también dijiste que cuando escribís, necesitás estar completamente aislado. ¿Comulgar con el mundo exterior te hace más difícil el proceso de escritura?
–Es interesante que digas eso porque ahora estoy trabajando en un proyecto en el que escribo sobre una cosa diferente todos los días, puede ser un fenómeno o un objeto. Me interesa la fisicalidad de las cosas. Y no hay psicología, yo no estoy ahí como persona, sólo formo parte como escritor. Pero sin embargo, veo lo que veo sobre el sol, o sobre una taza de té, y soy yo, y lo que yo voy a decir al respecto. Cuando empiezo a escribir sobre un objeto, hablo de mí, es una manera de ver, todo está determinado por mi presencia. No me avergüenza, pero la gente me lo recrimina, me dicen: “hablás de vos todo el tiempo”. Pero yo realmente quiero salirme de mí mismo cuando escribo; incluso cuando escribo sobre mí mismo, me desaparezco de mí, estoy en un lugar totalmente distinto, ya no sé quién soy o dónde estoy, no sé nada... Supongo que si hiciera un road trip a Suecia y Noruega podría escribir sobre el paisaje y la gente sin mencionarme en absoluto. Pero cuando voy a un lugar, todo depende de la reacción que te provoca, así que es difícil salirse de uno.
–Cuando escribías el segundo tomo, Un hombre enamorado, vivías en esa época narrada –el presente de la escritura era contemporáneo al presente de la vida. ¿Tu relación con la escritura era distinta de los libros que tienen lugar en el pasado? ¿O quizás el pasado imaginado y el presente vivido se confunden y se vuelven la misma sustancia cuando escribís?
–No, es muy distinto. Cuando escribís sobre el pasado la literatura se convierte en su propio mundo, nada penetra ese mundo. Y el segundo tomo no está sellado de ese modo, así que es mucho más como un diario, cuando las cosas se asientan a medida que las escribís. Fue muy interesante porque el presente era otra clase de energía que infundía el texto. Era casi prohibido hacerlo…
–¿Por qué prohibido?
–Es esta sensación de que no deberías… Es como si no hubiera protección para el mundo sobre el que escribís, porque todavía no es nada, no tiene definición, no sabés todavía qué es lo que está pasando. Y sólo tengo la sensación de que tengo que tener cuidado cuando entro ahí porque todavía es pequeño, sin forma, insignificante. Pero al cabo de 10 años se convierte en algo, y por eso es una fase interesante para escribir.
–Hablando de tu método, me encantan tus conversaciones con tu amigo Geir. ¿Las grababas? ¿Te sentías un espía de tus amigos?
–Nunca lo grabé, no grabé nada. Pero hablo con él varias veces al día, incluso hoy, y conozco bien su manera de pensar y hablar. Me criticaron porque hay un monólogo y un diálogo al final del segundo libro, y la gente decía que no era realista, que esa era una conversación de café libresca, que la gente no habla así. Pero fue la cosa más precisa de todo el libro porque pasó exactamente así. Y fue muy bueno tener a Geir como personaje en el libro, un personaje en posesión de alguna verdad. También fue genial tenerlo afuera del libro. Le leí unas cinco mil páginas (se ríe).
–¿Cómo fue la gira con tu banda “Lemen” en EE.UU.? ¿Te dio ansiedad?
–Sí, muy ansioso. Tocamos cuando teníamos 20 años pero todavía éramos una bandita de colegio, y pasaron 20 años y ahora tocamos para mil personas. Pero la gente viene para vernos hacer el ridículo. Vienen a reírse. Eso es duro pero a la vez me gusta tocar, es tan diferente a escribir. Pero está bien lo que hacemos; lo cierto es que no somos profesionales, somos una banda amateur.
–Las reseñas de tus libros siempre hablan de cómo te exponés, y lo valiente que sos al hacerlo. Pero nunca te vemos exponiendo algo vergonzoso, y tus supuestos pecados (como aburrirte de cuidar a tus hijos) son totalmente burgueses y perdonables. No sos como Céline o Naipaul, no mostrás cosas despreciables de vos mismo. ¿Pero quizá la mente siempre se percibe a sí misma como monstruosa?
–Es un muy buen punto. Es totalmente exacto. Céline es un buen ejemplo. Mi amigo Geir dice que en la vida real yo soy mucho peor, y esos niveles están presentes en el libro. Me expongo y expongo mis debilidades pero a la vez estoy totalmente en control. No tiene nada que ver con el coraje.
–Pero hay algo muy adictivo en eso –en que sos esencialmente un hombre bueno. Leer y compartir la conciencia de un hombre bueno es adictivo. ¿Te considerás un hombre bueno, la moral es importante en tu vida de escritor?
–Antes de empezar Mi lucha me consideraba un hombre bueno. Yo no reconocía ciertos defectos, y los comprendí durante la escritura. No me considero un buen hombre, pero es algo difícil de comunicar porque un libro es algo muy íntimo y la voz es muy íntima y se acerca mucho a la persona pero… Yo puedo ser totalmente cero empatía. Si hay gente en un cuarto, puedo comportarme y ser amable, pero si no están, no me interesa la gente en absoluto. Carezco por completo de empatía. Sólo me importo yo y los míos. Y nunca me había quedado tan claro. En la escritura y con todo el ruido y la atención que generó la obra, comprendí que nadie me importaba en absoluto. Es terrible.
–¿Y qué pensás de la parte de tu familia que no te habla más a raíz de la publicación? ¿Creés que van a perdonarte alguna vez?
–A veces pienso en ellos, sí. Pero sé que jamás volverán a hablarme o acercarse. Hablé una vez con una escritora que había tenido una experiencia parecida con un libro y su hermana, y ella me dijo: “Si hay algo que hiciste o escribiste, sólo lo van a usar para sacarte de encima”. El libro es una excusa para sacarte del camino. Sólo justifica la distancia entre nosotros.
–Empezaste a beber cuando tu padre empezó a beber. Pero luego te convertiste en escritor y él se sumergió en la bebida. Yo pensaba si no era su manera de vivir y escapar a la vez, si escribir y beber son quizá parecidos.
–Sí, hay semejanzas. El sentido de no tener límites. Libre de uno mismo. Y tengo exactamente la misma sensación cuando escribo, el no tener límites, y busco eso en mi escritura, y cuando no lo puedo encontrar, es terrible, y quizás es como un alcohólico que no puede tomar. Si no está vivo, si no es hermoso, quizás es igual a no poder tomar. Estoy obsesionado con escribir, trabajo todo el tiempo, no es una decisión, es algo que tengo que hacer, una compulsión. Y no creo que a mi padre le gustara tomar en el último tiempo, pero tenía que hacerlo, era su modo de vida. Por supuesto que escribir es más inocuo que tomar. Pero lo gracioso es que mi padre, el único consejo que me dio cuando era un adolescente, fue: “Deberías beber cuando escribís para soltarte un poco”. Un consejo terrible, pero en cierto sentido verdadero porque soltarse es un poco la esencia de escribir.
–¿Tomás alguna otra cosa?
–No, nunca. Para mí es como el dóping, como fingir. Pero entiendo que si tu escritura mejora con las drogas, tenés la obligación de tomarlas. Si tu escritura mejora si fumás, fumá. Pero no puedo. Necesito control para poder perderlo.
–En el final de Mi lucha, el personaje escribe: “Estoy contento porque ya no soy un autor”. ¿Te imaginaste que era posible vivir sin escribir?
–Pensé que era el final perfecto. Porque la novela trata tan intensamente sobre escribir y las escapadas para escribir, y sobre mirar la vida real y hacerla coincidir con la literatura, que pensé que tenía que dejar de escribir y empezar a vivir. Esa era mi ambición, realmente quería parar de escribir. Lo intenté por unos meses, pero no puedo. Y ahora estoy fuera de esa novela. Mi editor me dijo, al leer esa frase, “está bien que cambies de opinión”. Así que sigo escribiendo. Sigo siendo un escritor.
–A veces uno se pregunta hasta qué punto Mi lucha es una lucha real. Porque vivís bien, te casaste con la mujer que amás, podés comprar todos los libros que querés (en los libros). Hay algo tan irónico en Mi lucha , y es que vivís esta vida tan burguesa, ¿te interesaba esa ironía?
–Es la primera vez que alguien me hace esa pregunta y creo que he estado esperándola cinco años. Es que el punto de partida de la novela es que tengo tres chicos y una esposa, y que puedo vivir de escribir libros. Y ese es uno de los pecados: no apreciar el mundo, no apreciar la vida de uno, no poder experimentar la felicidad. Y yo era así, y es como si mi vida interior siempre es torturada de algún modo, y todavía lo es, y tengo que entender por qué, por qué no soy feliz. Es una de las razones por las que escribo, porque tengo que salir de este estado torturante de la mente. Así que cuando hablé con Geir, esa fue una de las primeras cosas que me dijo: “Tenés una vida tan exitosa, ¿cuál es el sentido de sufrir? Tenés todo lo que uno quiere”. Y tiene razón. Es algo enigmático. Tengo todo lo que quiero y sin embargo, no estoy feliz ni contento con nada… Sólo sé que necesito seguir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario