Barbara Ehrenreich tiene 70 años. Nació en Montana y vive en Nueva York; es madre de dos hijos y ejerce de abuela y de activista social. Es también una de las ensayistas más reconocidas de su país: ha escrito 25 libros que analizan temas tan variados como el feminismo (Por tu propio bien, Ed. Capital Swing), las pésimas condiciones laborales de las clases más pobres de Estados Unidos (Por cuatro duros, RBA) y la antropología de las celebraciones (Una historia de la alegría, Paidós). Ha colaborado también en algunos de los medios más prestigiosos de su país, como The New York Times y Time Magazine. Hace diez años, vivió el que define como el “peor momento de mi vida hasta ahora”: le diagnosticaron un cáncer de pecho. Una situación angustiosa que le provocó un lógico malestar y mucha incertidumbre.
Sin embargo, Ehrenreich pronto descubrió que el “no estoy bien” no cuadraba en el nuevo mundo al que estaba accediendo. Un mundo de lazos y ositos rosas, al que se le dedican incontables páginas web, boletines, grupos de apoyo e, incluso, una revista mensual de alta gama. Y un mundo en el cual, descubrió, no todos ven la enfermedad con preocupación e, incluso horror –“por el contrario, la actitud que cunde es la de ánimo, ánimo a toda costa”, explica–. Y donde, a medida que se adentraba y leía blogs y libros y otros testimonios, se daba cuenta de que el miedo, el enfado y el pesimismo que ella sentía por sufrir la enfermedad no eran aceptables.
Cuando le dijeron que se tomara el cáncer “como un regalo”, sintió que se había llegado a un límite y respondió a aquella avalancha azucarada escribiendo Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (Ed. Turner); un libro en el que pasa revista a la influencia que ha tenido en la sociedad estadounidense la corriente del pensamiento positivo. Casi una nueva religión, que ella califica de dictadura, y que no sólo tiene influencia en el mundo del espectáculo (con sacerdotisas como Oprah Winfrey) y en la medicina, sino también en la vida privada y hasta en la economía. En Barcelona, donde estuvo invitada por el Centro de Cultura Contemporánea (CCCB), la ensayista conversó con el Magazine, recordando la importancia del pensamiento crítico como herramienta contra la injusticia social.
Explica en Sonríe o muere que cuantas más mujeres con cáncer conocía y más cosas leía, más sola se sentía… ¿Cómo era posible, con la cantidad de información, organizaciones y testimonios que hay alrededor de esta enfermedad?
Cuando me diagnosticaron el cáncer, mi primer impulso fue buscar apoyo, buscar a otras mujeres que pasaron por lo mismo. Me sentía furiosa, furiosa por tener la enfermedad y someterme a los tratamientos. Pero no encontré apoyo, sino todo tipo de exhortaciones de ser positiva: con mensajes como que no iba a mejorar si me enfadaba con mi situación. Que mi curación dependía de mi actitud. Y la cosa no acababa aquí, sino que se me instaba a ir más allá y sentir que el cáncer era una cosa maravillosa.
Eso es algo perverso…
Es muy perverso. De hecho, se usa un término que dice que el cáncer “es un regalo”. Alguien llegó a decírmelo, y yo le respondí que esperaba no figurar en su lista de Navidad… Estaba muy enfadada. Y, de hecho, fui a mi tratamiento con pensamientos muy negativos. Iba a las sesiones escuchando a Rage Against de Machine, un grupo de rap-metal, que se aleja de mi gusto musical habitual… Quizás debería escribir un libro sobre cómo te puedes curar de un cáncer estando así. Porque hoy sabemos, ya hay suficientes estudios hechos en los últimos diez años, que tu actitud no tiene nada que ver con tus posibilidades de sobrevivir cualquier tipo de cáncer. El mito ha sido desautorizado, ¡pero siguen diciéndolo!
¿Qué respuesta ha tenido su libro?
Mientras lo escribía pensé que iba a despertar mucho odio, que mi iniciativa de llevar la contraria iba a considerarse una traición. Y sí, en alguna ocasión he recibido algún mensaje horrible, pero es poco frecuente. En general, he recibido cartas y mensajes muy agradables, de gente que me ha dicho: “¡Gracias a Dios que has hablado!”. Muchas personas han agradecido mi libro porque creían que eran las únicas que pensaban que sufrir un cáncer no era algo agradable y que tenían derecho a estar enfadadas. Pensaban que había algo malo en ellas.
¿Por qué cree que el pensamiento positivo ha tenido tanto éxito en su país?
Creo que, en última instancia, viene debido a las grandes dosis de ansiedad e inseguridad que existen en Estados Unidos. El primer gran mercado para la motivación y el pensamiento positivo apareció en los años 50, en los departamentos de ventas de las empresas. El vender es un trabajo muy duro, son gente que va a ser rechazada la mayor parte de las veces, por lo que ha de levantarse, sonreír de nuevo y seguir adelante. Ese fue el principio del pensamiento positivo en el mundo corporativo, pero llegó un punto, en los años 90, que todo el mundo parecía necesitar motivación: ingenieros, técnicos…
Gente que ya estaba lo bastante motivada…
Sí. La otra gran parte, por eso, es que todo este auge coincidió en un tiempo en el que las empresas empezaron a recortar las plantillas como estrategia principal y eso eliminó algunos de los clásicos incentivos de trabajar para una empresa, como la posibilidad que ser promocionado y de poder estar allí de por vida. Eso ya no te lo ofrecen. Entonces, una forma sencilla para lidiar con el desespero y la ansiedad es pagar 25.000 dólares para que un conferenciante motivacional hable a los empleados que van a ir a la calle y les diga que todo lo malo que les pasa es un problema suyo, que lo que necesitan es una actitud diferente.
Una de las cosas que usted denuncia del pensamiento positivo es que promueve el individualismo, que liquida la empatía. ¿No es algo contradictorio?
Sí, no hay empatía. Eres solamente tú. Es una de sus trampas: el pensamiento positivo anula el sentimiento de colectividad. Y no quiero sonar conspiratoria, pero esta actitud puede recordar a una forma de control social. Si le dices a la gente que cualquier cosa que le pase es culpa suya y que eviten a cualquiera que es un perdedor o un quejica, realmente estás previniendo cualquier tipo de crítica organizada o de resistencia.
Dice que el fracaso no se acepta en el mundo del pensamiento positivo, pero aquí existe la idea de que en Estados Unidos el fracaso es algo aceptado, incluso algo positivo en el currículum…
No, para nada. No hay espacio para ello. Hasta el punto de que no hay palabras para él, hay que encontrar otra manera de hablar de fracaso, como “un periodo de transición”, por ejemplo, en caso de que hayas perdido tu trabajo.
¿El célebre “Yes we can” de Obama tenía algo que ver con esta ola de pensamiento positivo?
No, su origen es distinto: venía de un eslogan de un sindicato, “Sí se puede”. Y además, utilizaba un “we” (nosotros), no un “I” (yo), por lo que no suena a algo escrito en unas páginas de un libro de pensamiento positivo.
Usted explica que esta corriente está en muchos sectores de la sociedad, como la medicina, la religión, el espectáculo y en el mundo de los negocios. ¿Qué papel ha representado en este último?
En los últimos años el pensamiento positivo ha estado presente en el ámbito de las decisiones y las políticas económicas. Me remonto al 2006, que fue el año en el que en Estados Unidos el libro El secreto (una de las biblias del pensamiento positivo) se convirtió en un best seller. Fue también una época en la que prácticamente ni un economista decía que los precios de las casas no podrían seguir subiendo para siempre. La mayoría decía que era ley natural que aumentaran. Nadie, en el mundo de los negocios, pese a que mucha gente ya entonces en mi país vivía en la pobreza, sentía que podía suceder algo malo económicamente y que era inviable que esa supuesta prosperidad siguiera y siguiera… Pero es que podían despedirte si decías que algo no funcionaba o no podía funcionar, por muy bueno que fueras. Esta negación no fue la única causa de la crisis, claro, hubio muchas otras, como las desigualdades del estilo de vida americano, que hicieron a tanta gente objetivo de estas hipotecas basura, y también la codicia. Pero mezclado con todo ello estaba esa idea de que nada iba a ir mal.
Como otros libros de pensamiento positivo, El secreto se basa en una supuesta ley de la atracción, que postula que este tipo de pensamiento atrae bienes. ¿Conseguir la riqueza es importante en esta corriente?
Sí, el pensamiento positivo como vehículo para atraer dinero, no para hacer un mundo mejor… Es una corriente muy materialista.
¿Cree que, con esta crisis, tiene los días contados?
Estoy analizando esto. Uno de los candidatos a las primarias republicanas es un orador motivacional y usa este tipo de discurso. Dijo hace poco que “si no tienes un trabajo y no eres rico, no tienes a nadie más que culpar que a ti mismo…”. Por otro lado, veo pequeños signos de cambio en la Iglesia evangélica que, como explico en el libro, había abrazado por completo este pensamiento positivo con mensajes tipo “Dios quiere que seas rico”.
¿Es usted una persona positiva?
¡No! (rotunda) A veces soy optimista por ciertas cosas porque tengo razones para serlo, pero… Le daré un ejemplo muy básico: me he pasado gran parte de mi vida cuidando a niños pequeños (primero, a mis dos hijos; ahora, a mis nietas) y, cuando estás al cargo de niños, simplemente no puedes asumir que todo va a ir bien. Has de prever que es posible que sucedan accidentes, cosas malas… ¡Si hay silencio durante más de quince minutos, has de ir a ver qué pasa! Es así como hemos sobrevivido. Yo no puedo conducir un coche y ser positiva; tengo que pensar que los otros conductores son probablemente insensatos. Esta es una vigilancia normal que ha permitido a nuestra especie seguir adelante.
Barbara Ehrenreich estuvo en Barcelona, invitada por el CCCB, para dar una conferencia sobre la América post 11-S. Una etapa en la que se desató lo que define como “un patriotismo histérico” y de la que no le gusta realmente hablar. Entre otras cosas, porque para ella supuso el fin de la ironía en su cultura y el olvido de muchos otros temas importantes, como el aumento de la pobreza, al que dedicó otro libro, Por cuatro duros, donde denunciaba las deficientes condiciones laborales de millones de trabajadores estadounidenses.
La obsesión por la seguridad, en especial desde el 11-S, es casi un mantra en su país. ¿Cómo convive este sentimiento de miedo con este culto a lo positivo?
Es interesante porque la otra cara de la moneda de todo este pensamiento positivo es la paranoia: cualquiera que sube a un avión es un posible terrorista. Las dos cosas son contradictorias, pero van juntas.
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