Y no es que el profesor piense que todo es lo mismo: “En estos años de democracia se han logrado cosas importantes; pero tal vez se ha tenido miedo al recordar la historia inmediata o al comprobar que, como en el 23-F, podían caer amenazas de golpes de Estado. Ha habido cosas traídas por la democracia, como la libertad de expresión, aunque no vale para nada si solo sirve para decir imbecilidades. La verdadera libertad de expresión es la que procede de la libertad de pensamiento. Lo que hay que hacer es mentes libres”.
¿Y no le tentó la política para transformar la educación? “No nunca. Habría sido tan radical que no habría durado ni dos días. Por ejemplo, pienso que el dinero no puede, en democracia, marcar las diferencias de la educación. Soy un adicto a la enseñanza pública”.
Pero Lledó es poco dado a la desesperanza profesional. “La vida me da la vida. Yo no me aburro. Estoy feliz en mi trabajo”. Rodeado de 10.000 libros, escribe en un despacho donde conviven los retratos de Aristóteles y Kant con los de sus hijos y nietos. Acaba de recibir tres obras suyas traducidas al francés y un ejemplar de Imágenes y palabras, que acaba de reeditar Taurus, uno más de la larga treintena de libros que ha escrito. Cree que podría haber publicado algunos más con algo de pragmatismo y ayuda. A punto de cumplir 90 años, después de haber recibido el Nacional de las Letras y el Princesa de Asturias de Humanidades, sigue con ganas de aportar. Su nuevo ensayo abordará aspectos de la identidad, la intimidad, la ideología y el afecto. “Me siento querido por muchos exalumnos. Pienso que he sido profesor y me ha gustado lo que hacía. Tal vez he contagiado ese gusto. Sentía que lo que hacía era importante, no porque lo hiciera yo, sino por la educación”.
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