Siendo residente de primer año apareció un buen día por la guardia un adjunto largo y delgado que tenía dos costumbres insólitas. La primera era bajar por la urgencia, algo a lo que la mayor parte de sus colegas no nos tenían acostumbrados. La segunda era aún más pintoresca: presentarse a los pacientes personalmente: con gesto serio y voz cálida les estrechaba la mano, mientras les decía su nombre y su cargo. No recuerdo quien se asombraba más, si el resto del equipo de guardia o los pacientes, acostumbrados a que casi nadie les mirase a la cara. Pronto descubrimos que venía de estar una larga temporada en Estados Unidos, lo que en cierta forma nos tranquilizó: al fin y al cabo debía ser un nuevo invento gringo (como los gorritos de quirófano), que pronto pasaría de moda. Desconozco donde está ahora aquel médico tan respetuoso, y si sigue realizando la misma rutina educada con cada paciente. Ojalá sea así.
Lo he recordado ahora al leer la iniciativa promovida por la Dra. Kate Granger, principal impulsora de la campaña “Hello my name is” ( Hola, mi nombre es…”) dirigida a recordar a todos los profesionales ( médicos, enfermeras, administrativos,…) la importancia de presentarse ante los pacientes. Granger considera que esas “pequeñas cosas” ( que cantaba Serrat) son de importancia capital en la práctica clínica. Entre ellas está el que alguien se siente junto a ti en vez de informarte de pie, que te coja la mano cuando te note disgustado o preocupado, que sea capaz de dedicarte un tiempo extra para escuchar tus temores, que sea cuidadoso y respetuoso cuando te explora. En definitiva que ejerza otra de las viejas virtudes no incentivadas por ningún servicio sanitario: la compasión.
Para ser consciente de todo ello, Kate Granger, geriatra del hospital de Leeds, tuvo que vivir en carne propia lo que es ver el mundo a través de los ojos de un paciente. Sus experiencias como paciente terminal las recogió en un libro ( The other side) y en un blog impresionante ( drkategranger).
Sobre las experiencias de profesionales sanitarios “desde el otro lado” lleva tiempo escribiendo Jonathon Tomlinson en su imprescindible blog en el BMJ, la última hace solo unos días. En ella reflexiona sobre la sorpresa que conlleva comprobar que muchas de las prácticas, rutinas y costumbres que aplicaban a sus pacientes muchos profesionales cuando estaban sanos, sean tan frustrantes y decepcionantes cuando el que las recibe es uno mismo. Sobre lo poco que se utiliza esa fuente de conocimiento tan valiosa como es la experiencia de enfermedad en las facultades de medicina, en las escuelas de enfermería, en los servicios sanitarios de todo el mundo. Una preciosa vía de aprendizaje, las narrativas de las relaciones entre clínicos y pacientes, que sigue siendo invisible para muchos. A través de las que descubrimos que buena parte de los errores de los médicos no son revelados por los pacientes. Que expertos en medicina basada en pruebas acaban recurriendo (cuando son ellos los pacientes) a medicinas alternativas de escaso fundamento científico. Que ignoramos el hecho de que la prevalencia de las enfermedades mentales no solo no es menor entre clínicos que en la población general, sino que pensamientos sobre el suicidio son mucho más frecuentes entre nosotros ( 1 de cada 5 estudiantes de medicina, 1 de cada 10 médicos frente a 1 de 45 en la población general).
Tomlinson señala la experiencia de una estudiante de medicina, autora de otro blog estremecedor (The patient patient) en el que Anya de Long describe el cambio de percepción que se produce de ser rotante en una consulta de reumatología a pasar a ser ella la enferma. Como los pacientes son solo simples nombres en una lista, administrados cada quince minutos, cuando uno es el que pasa consulta. Y como se viven esas mismas consultas cuando es uno mismo el que está al otro lado: como se preparan durante semanas las preguntas, las dudas, los resquicios de esperanza, para recibir en muchas ocasiones respuestas de trámite, vagas y genéricas, sin dejar de mirar el ordenador.
Por desgracia hay que pasar a estar en el otro lado para comprobar, como Kate Granger, cuanto se aprende de los pacientes si uno está atento y receptivo a todo ello. De sus vidas, del impacto de la enfermedad en sus vidas, de la repercusión que causa en sus familias.
Otro médico general, Liam Farrell, escribió: "cuando te enfrentas tan descarnadamente a tu propia vulnerabilidad, entiendes a los pacientes mucho mejor…somos frágiles, somos humanos, las cosas malas también nos suceden a nosotros, como a cualquier otro. Creo que somos conscientes de nuestra propia mortalidad, de la fragilidad de la vida, aprendemos a no sentirnos culpables por buscar ayuda, y también a estar atentos a los demás, a preocuparnos por la salud de los demás”.
Lástima que haya que pasar al otro lado para darnos cuenta.
(Imagen: fotograma de la película The Doctor, dirigida por Randa haines, de 1991)
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