Nancy Fraser es ese tipo de mujer que parece avanzar en la edad sin inmutarse, acumulando sabiduría. A caballo entre la serenidad reflexiva y la pasión intelectual, analiza las crisis del presente, su complejidad, con un foco de largo alcance. Sus trabajos en el campo de la filosofía política se han centrado en los problemas de la justicia social. En su libro Escalas de justicia (Herder, 2008) aborda las tres dimensiones que considera esenciales, todas ellas definidas por palabras que empiezan por r: los problemas de redistribución de la riqueza en el plano económico; los de reconocimiento en el ámbito de los derechos individuales y colectivos, y los problemas de representación, en el ámbito político. Fraser, estadounidense de 67 años, ha vivido y analizado el paso del capitalismo de Estado organizado, del que surgió el modelo social europeo que ha propiciado las mayores cotas de justicia social, al capitalismo neoliberal, que ha minado el Estado de bienestar y nos ha llevado a la grave crisis de 2008. Ahora está convencida de vivir a las puertas de otra transición. ¿Hacia dónde? En cualquier caso, los problemas que hay que afrontar, los procesos que condicionan la vida de la gente, desbordan por completo el marco westfaliano. Son transfronterizos, globales.
Nancy Frasser alerta sobre las consecuencias del aumento de las desigualdades y sobre la obsolescencia de las formas actuales de participación política. Considera urgente encontrar nuevos mecanismos para la toma democrática de decisiones. También a escala trasnacional. De ello hablamos, aprovechando una visita a Barcelona, invitada por el Centro de Cultura Contemporánea.
Pregunta. La crisis que se inició en 2008 ha trastocado muchas cosas y aún no parece que quiera irse. ¿Cómo cree que influirá a largo plazo?
Respuesta. Esta crisis tiene muchas dimensiones. Estalló en 2008 como una crisis financiera y rápidamente derivó en una crisis económica general, pero no quedó ahí. Al tener que endeudarse los Gobiernos para hacer frente a sus consecuencias, pronto se convirtió en una crisis de la deuda soberana, y como la respuesta a esta situación fue la política de austeridad, ha terminado provocando una grave crisis social. Y todo ello sobre otra crisis de fondo, de la que se habla poco pero que continúa agravándose, que es la ecológica. El resultado ha sido un gran sufrimiento para la población. La precariedad se ha instalado como horizonte de futuro y, claro, eso está derivando en una crisis política de imprevisibles consecuencias.
P. ¿Qué tipo de crisis política?
R. La severidad del sufrimiento social y la falta de respuesta han llevado a los ciudadanos a pensar que sus Gobiernos trabajan para los bancos y los inversores, en lugar de trabajar para la gente. La legitimidad de los Gobiernos, de toda la estructura política, ha quedado muy dañada, tanto en el ámbito nacional como en el europeo, y también globalmente. Se ponen en cuestión aspectos fundamentales del sistema político, y también del económico. La ciudadanía percibe que no tiene instituciones o canales a los que puedan dirigir sus quejas, sus reclamaciones, sus propuestas. Es un momento muy difícil, muy parecido al que se vivió en los años treinta del siglo pasado.
P. Las desigualdades ya crecían antes, pero la crisis las ha exacerbado. Algunos se sorprenden de que, con el paro que hay y el rápido empobrecimiento de amplias capas de la población, no se haya producido un estallido social. ¿Cómo cree que evolucionará el sistema a partir de ahora?
R. Hay diferentes posibilidades. Una es que las élites políticas, hasta ahora pasivas, tomen conciencia del problema, se pongan en marcha y acuerden introducir ciertas reformas en el control de las instituciones financieras para prevenir una situación como la que se produjo en 2008 por falta de regulación. En este caso, el sistema seguirá cojeando más o menos como está, la desigualdad seguirá aumentando y aspectos fundamentales, como la crisis ecológica, seguirán sin abordarse. El segundo escenario es que las élites políticas no reaccionen y la situación continúe deteriorándose. En ese caso las cosas pueden ponerse muy feas. Podemos ver un planeta gravemente dañado, desgarrado por guerras y conflictos por el agua, el petróleo o las tierras cultivables; escasearán recursos fundamentales y el deterioro social llevará a un deterioro ético; será un mundo lleno de tensiones en el que predominará la mentalidad del “sálvese quien pueda”.
Cuatro ideas
- ¿Un libro? Buying Time: The Delayed Crisis of Democratic Capitalism, de Wolfgang Streeck. El autor combina un análisis brillante con la llama de la justa indignación.
- ¿Una cita? “Si la oposición constructiva es imposible, quienes no se conformen con dedicar su vida a pagar las deudas contraídas por otros no tienen otra salida que la opción destructiva” (Buying Time).
- ¿Una voz que debería ser escuchada? Todas las que componen el 99% de la humanidad. Y amortiguar una: la de los mercados financieros.
- ¿Una idea o medida concreta para un mundo mejor? Una tasa global sobre las emisiones de CO2; la Tobin, sobre las transacciones financieras; y más reformas que subordinen el poder privado a los poderes públicos.
Pregunta. La crisis que se inició en 2008 ha trastocado muchas cosas y aún no parece que quiera irse. ¿Cómo cree que influirá a largo plazo?
Respuesta. Esta crisis tiene muchas dimensiones. Estalló en 2008 como una crisis financiera y rápidamente derivó en una crisis económica general, pero no quedó ahí. Al tener que endeudarse los Gobiernos para hacer frente a sus consecuencias, pronto se convirtió en una crisis de la deuda soberana, y como la respuesta a esta situación fue la política de austeridad, ha terminado provocando una grave crisis social. Y todo ello sobre otra crisis de fondo, de la que se habla poco pero que continúa agravándose, que es la ecológica. El resultado ha sido un gran sufrimiento para la población. La precariedad se ha instalado como horizonte de futuro y, claro, eso está derivando en una crisis política de imprevisibles consecuencias.
P. ¿Qué tipo de crisis política?
R. La severidad del sufrimiento social y la falta de respuesta han llevado a los ciudadanos a pensar que sus Gobiernos trabajan para los bancos y los inversores, en lugar de trabajar para la gente. La legitimidad de los Gobiernos, de toda la estructura política, ha quedado muy dañada, tanto en el ámbito nacional como en el europeo, y también globalmente. Se ponen en cuestión aspectos fundamentales del sistema político, y también del económico. La ciudadanía percibe que no tiene instituciones o canales a los que puedan dirigir sus quejas, sus reclamaciones, sus propuestas. Es un momento muy difícil, muy parecido al que se vivió en los años treinta del siglo pasado.
P. Las desigualdades ya crecían antes, pero la crisis las ha exacerbado. Algunos se sorprenden de que, con el paro que hay y el rápido empobrecimiento de amplias capas de la población, no se haya producido un estallido social. ¿Cómo cree que evolucionará el sistema a partir de ahora?
R. Hay diferentes posibilidades. Una es que las élites políticas, hasta ahora pasivas, tomen conciencia del problema, se pongan en marcha y acuerden introducir ciertas reformas en el control de las instituciones financieras para prevenir una situación como la que se produjo en 2008 por falta de regulación. En este caso, el sistema seguirá cojeando más o menos como está, la desigualdad seguirá aumentando y aspectos fundamentales, como la crisis ecológica, seguirán sin abordarse. El segundo escenario es que las élites políticas no reaccionen y la situación continúe deteriorándose. En ese caso las cosas pueden ponerse muy feas. Podemos ver un planeta gravemente dañado, desgarrado por guerras y conflictos por el agua, el petróleo o las tierras cultivables; escasearán recursos fundamentales y el deterioro social llevará a un deterioro ético; será un mundo lleno de tensiones en el que predominará la mentalidad del “sálvese quien pueda”.
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