Chiloé, una aventura austral
Adentrarse en Chiloé, el archipiélago chileno compuesto por unas 40 islas y poblado por 150.000 habitantes, supone remontarse a épocas pasadas, a un mundo de tradiciones y leyendas que han permanecido vivas solo en esta parte del país, dado su aislamiento del resto del territorio. Un lugar donde el Trauco, un hombrecillo con grandes dotes de seducción, continúa justificando los embarazos no deseados; en el que el baile de la bella Pincoya anticipa abundante pesca y donde “la minga” sigue reuniendo a los vecinos para trasladar una casa —en estas islas, cuando la gente se muda, se lleva la casa consigo— o construir el granero de una familia como trabajo comunitario que es.
Por eso merece la pena llegar desde el continente, en transbordador, para contemplar el canal de Chacao y que la Isla Grande se vaya aproximando lentamente a los ojos del visitante. Y si hay suerte, podemos avistar temerosos lobos marinos y toninas (pequeños delfines), que campan a sus anchas por estas aguas. Viajar en transbordador es más incómodo que en avión (hace algo más de un año Lan Chile abrió la ruta Santiago-Castro, que en poco más de tres horas recorre los casi 1.200 kilómetros que separan la capital del país de la del archipiélago). Pero resulta más grato atravesar el canal subidos en el ferri —junto al coche— para, después de media hora, transitar las carreteras de Isla Grande y descubrir su singularidad.
Una exuberante vegetación y construcciones que únicamente se pueden observar en territorio chilota son algunas de las señas de identidad de este archipiélago del sur de Chile, que dan paso a las esteparias tierras y los hielos perpetuos que llevan al fin del mundo, al cabo de Hornos.
Los palafitos no son en absoluto las únicas construcciones originales del archipiélago, en el que las casas de madera antiguas han sobrevivido al devastador terremoto de 2010, al que acompañó un tsunami que Chile no ha olvidado aún. Estas viviendas se levantaron con alerce, un árbol protegido con el que se hacen las tejuelas, pequeñas tablillas artesanales de distintas formas que adornan sus fachadas, a menudo de colores vivos para contrarrestar el gris del cielo.
En las aguas que bañan Quinchao también se ha asentado la próspera industria salmonera, que da trabajo a buena parte de la población chilota. La acuicultura ha llevado la modernidad a este tradicional territorio y es en buena medida la razón del escaso índice de paro, pero ya afecta a los fondos marinos. En Quinchao no solo se pueden contemplar algunas de las calles con casas de tejuelas más antiguas de Chiloé, como ocurre en Curaco de Vélez. También es posible disfrutar de varias de las mejores iglesias de madera del siglo XVIII del archipiélago, que han sido declaradas patrimonio mundial. Los templos chilotas protegidos por la Unesco son 16 en total, tres de ellos se hallan en esta isla, el resto se desperdigan por las comunas de Dalcahue y Castro, así como por otras de las islas de menor tamaño.
» Desde Santiago de Chile se puede llegar en avión a Castro, la capital de Chiloé. Lan Chile tiene cuatro vuelos semanales que duran cerca de cuatro horas.
» Desde Puerto Montt (a dos horas de vuelo de Santiago) se puede llegar a la Isla Grande de Chiloé en transbordador con Transmarchilay (www.transmarchilay.cl) y Cruz del Sur (www.busescruzdelsur.cl).
» Turismo de Chile (www.chile.travel).
Adentrarse en el interior de la iglesia más antigua, Santa María del Loreto, en Achao, la capital, es un privilegio. Una pequeña nave construida en madera de ciprés hace alarde de gran belleza y singularidad. El techo de los templos chilotas semeja una de sus tradicionales embarcaciones pesqueras (dalcas) dada la vuelta. Esta peculiar bóveda es uno de los múltiples encantos de la iglesia, que se abre al público para la ocasión y durante ciertas celebraciones religiosas. No se pueden hacer fotos en el interior para que el colorido no pierda el brillo logrado tras la rehabilitación. Impresiona contemplar cómo los artesanos imitaron el mármol con la madera, o cómo levantaron un retablo barroco o los pintorescos oratorios azules.
La iglesia de Quinchao sí se prepara para una celebración. Es la fiscal, una autoridad en el pueblo, quien la engalana para la misa de difuntos que tendrá lugar por la tarde. Este templo es el más grande de Chiloé, además de Monumento Nacional de Chile, y está consagrado a Nuestra Señora de Gracia, aunque junto a ella, en el altar, también se adora a dioses paganos, como ocurría en tiempos de evangelización de jesuitas y franciscanos. En la iglesia predomina el blanco, y guirnaldas de hojas y flores se entrelazan debajo del abovedado techo de dalca invertida. Estas tradiciones no serían posibles sin los chilotas, gentes hospitalarias y cautivadoras que invitan de buena gana al visitante a compartir sus ritos y su magia.
Tierra Chiloé (www.tierrachiloe.com) es el alojamiento de mayor calidad (y precio) del archipiélago chileno, situado a 18 kilómetros de Castro en un emplazamiento único y solitario, en el que se pretende potenciar el ecoturismo. La habitación doble con desayuno tiene una tarifa de 400 euros, pero el establecimiento ofrece un paquete de turismo de experiencias —dos noches para dos personas, 870 euros— en el que está todo incluido: desde las comidas y bebidas tradicionales de la isla, hasta el spa, los paseos a caballo o en kayak o las excursiones con las que el hotel quiere que el visitante se lleve una imagen viva de la cultura y tradiciones de Chiloé. Para ello organizan visitas a otras islas en barco propio, a las iglesias patrimonio mundial y a la capital de la Isla Grande, entre otras.
Excursiones chilotas también se pueden realizar con empresas de turismo activo, como Austral Adventures (www.austral-adventures.com), que ofrece una visita a Delcahue y a la isla de Quinchao por 270 euros por persona y día, con alojamiento y comidas incluidos. O como Palafito Trip (www.palafitotrip.cl), que propone una excursión similar sin hospedaje por 54 euros por persona.
El objetivo de estas empresas es que el turista pueda estar en contacto con los chilotas y sus costumbres. Así, podemos conocer, por ejemplo, a Sandra Naimán, una agricultora que cultiva cinco hectáreas de terreno con las que produce cada año 2.000 kilos de patatas, ajos y otras hortalizas. O a Iris Montaña, con la que conversamos en su casa de tejuela de 113 años mientras almorzamos. Así es fácil dejarse seducir por estas islas.
Por eso merece la pena llegar desde el continente, en transbordador, para contemplar el canal de Chacao y que la Isla Grande se vaya aproximando lentamente a los ojos del visitante. Y si hay suerte, podemos avistar temerosos lobos marinos y toninas (pequeños delfines), que campan a sus anchas por estas aguas. Viajar en transbordador es más incómodo que en avión (hace algo más de un año Lan Chile abrió la ruta Santiago-Castro, que en poco más de tres horas recorre los casi 1.200 kilómetros que separan la capital del país de la del archipiélago). Pero resulta más grato atravesar el canal subidos en el ferri —junto al coche— para, después de media hora, transitar las carreteras de Isla Grande y descubrir su singularidad.
Una exuberante vegetación y construcciones que únicamente se pueden observar en territorio chilota son algunas de las señas de identidad de este archipiélago del sur de Chile, que dan paso a las esteparias tierras y los hielos perpetuos que llevan al fin del mundo, al cabo de Hornos.
Ancud y Castro
En Ancud, una de las grandes ciudades de la mayor de las islas de Chiloé, el fuerte de San Antonio recuerda el paso de los españoles por estas tierras pobladas antaño por indígenas. Aunque se desconoce a ciencia cierta la procedencia de los chonos y los mapuches, fueron ellos los primeros pobladores del archipiélago y, de hecho, los chilotas conservan todavía sus rasgos. En Castro, la capital administrativa, se levantan los palafitos, unas viviendas coloridas construidas en madera que surgen del mar sobre unos estirados palos que en su día fueron morada de pescadores y que se han convertido en la típica estampa turística de Chiloé.Los palafitos no son en absoluto las únicas construcciones originales del archipiélago, en el que las casas de madera antiguas han sobrevivido al devastador terremoto de 2010, al que acompañó un tsunami que Chile no ha olvidado aún. Estas viviendas se levantaron con alerce, un árbol protegido con el que se hacen las tejuelas, pequeñas tablillas artesanales de distintas formas que adornan sus fachadas, a menudo de colores vivos para contrarrestar el gris del cielo.
Dalcahue
En Chiloé la lluvia abunda. El sol, también. De hecho, en un mismo día se puede pasar por distintos climas, puede haber viento, sol y lluvia. Dalcahue, una de las poblaciones desde las que se accede en ferri a diferentes islas, cambia completamente dependiendo de la luz del día. Su pequeño puerto cobra color y vida cuando los rayos del sol se posan sobre él y los barquitos pesqueros brillan. En esta localidad de 5.000 habitantes hay un escueto museo en el que multitud de útiles de pesca y labranza recuerdan sus orígenes. Pero si algo destaca, son las cocinerías, donde decenas de mujeres se afanan en elaborar los platos típicos chilotas (casi todos basados en la patata, de la que se cultivan 400 variedades). Milcaos, chapaleles, chochocas… Las cocinerías están al lado del mercado artesanal, en el que se venden productos hechos a mano, principalmente ropas y telares de lana de oveja, utensilios de madera y cestería.
Quinchao
El viaje en ferri de Dalcahue a Quinchao, otra de las islas del archipiélago, con 10.000 habitantes, es rápido. Más agradable si se hace en una embarcación privada, cuyas rutas suelen ser más prolongadas y desde las cuales se pueden divisar algunos de los pequeños islotes de Chiloé, habitados y deshabitados, así como las innumerables boyas en las que se cultivan mejillones (choritos para los chilenos) y otros moluscos.En las aguas que bañan Quinchao también se ha asentado la próspera industria salmonera, que da trabajo a buena parte de la población chilota. La acuicultura ha llevado la modernidad a este tradicional territorio y es en buena medida la razón del escaso índice de paro, pero ya afecta a los fondos marinos. En Quinchao no solo se pueden contemplar algunas de las calles con casas de tejuelas más antiguas de Chiloé, como ocurre en Curaco de Vélez. También es posible disfrutar de varias de las mejores iglesias de madera del siglo XVIII del archipiélago, que han sido declaradas patrimonio mundial. Los templos chilotas protegidos por la Unesco son 16 en total, tres de ellos se hallan en esta isla, el resto se desperdigan por las comunas de Dalcahue y Castro, así como por otras de las islas de menor tamaño.
Guía
Cómo llegar
» Lan Chile (www.lan.com), Iberia (www.iberia.com) y Air Europa (www.aireuropa.com) vuelan a Santiago de Chile. El vuelo dura 13 o 14 horas. Ida y vuelta desde Madrid, a partir de unos 750 euros.» Desde Santiago de Chile se puede llegar en avión a Castro, la capital de Chiloé. Lan Chile tiene cuatro vuelos semanales que duran cerca de cuatro horas.
» Desde Puerto Montt (a dos horas de vuelo de Santiago) se puede llegar a la Isla Grande de Chiloé en transbordador con Transmarchilay (www.transmarchilay.cl) y Cruz del Sur (www.busescruzdelsur.cl).
» Turismo de Chile (www.chile.travel).
La iglesia de Quinchao sí se prepara para una celebración. Es la fiscal, una autoridad en el pueblo, quien la engalana para la misa de difuntos que tendrá lugar por la tarde. Este templo es el más grande de Chiloé, además de Monumento Nacional de Chile, y está consagrado a Nuestra Señora de Gracia, aunque junto a ella, en el altar, también se adora a dioses paganos, como ocurría en tiempos de evangelización de jesuitas y franciscanos. En la iglesia predomina el blanco, y guirnaldas de hojas y flores se entrelazan debajo del abovedado techo de dalca invertida. Estas tradiciones no serían posibles sin los chilotas, gentes hospitalarias y cautivadoras que invitan de buena gana al visitante a compartir sus ritos y su magia.
Almuerzo con Iris en su casa de tejuelas
El hotel Tierra Chiloé es un paraíso para los sentidos. Levantado hace dos años sobre una loma desde la que se divisa el mar por casi todos los costados, esta moderna construcción, diseñada por Mobil Arquitectos en plena naturaleza, es un ejemplo de la arquitectura vanguardista chilena. Concebido como hotel boutique, tiene 12 habitaciones con vistas al mar interior de Chiloé.Tierra Chiloé (www.tierrachiloe.com) es el alojamiento de mayor calidad (y precio) del archipiélago chileno, situado a 18 kilómetros de Castro en un emplazamiento único y solitario, en el que se pretende potenciar el ecoturismo. La habitación doble con desayuno tiene una tarifa de 400 euros, pero el establecimiento ofrece un paquete de turismo de experiencias —dos noches para dos personas, 870 euros— en el que está todo incluido: desde las comidas y bebidas tradicionales de la isla, hasta el spa, los paseos a caballo o en kayak o las excursiones con las que el hotel quiere que el visitante se lleve una imagen viva de la cultura y tradiciones de Chiloé. Para ello organizan visitas a otras islas en barco propio, a las iglesias patrimonio mundial y a la capital de la Isla Grande, entre otras.
Excursiones chilotas también se pueden realizar con empresas de turismo activo, como Austral Adventures (www.austral-adventures.com), que ofrece una visita a Delcahue y a la isla de Quinchao por 270 euros por persona y día, con alojamiento y comidas incluidos. O como Palafito Trip (www.palafitotrip.cl), que propone una excursión similar sin hospedaje por 54 euros por persona.
El objetivo de estas empresas es que el turista pueda estar en contacto con los chilotas y sus costumbres. Así, podemos conocer, por ejemplo, a Sandra Naimán, una agricultora que cultiva cinco hectáreas de terreno con las que produce cada año 2.000 kilos de patatas, ajos y otras hortalizas. O a Iris Montaña, con la que conversamos en su casa de tejuela de 113 años mientras almorzamos. Así es fácil dejarse seducir por estas islas.
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