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lunes, 6 de octubre de 2014

Buda explotó por vergüenza

Fotograma de Buda explotó por vergüenza
Buda explotó por vergüenza es una historia sobre la infancia. Sobre cómo las decisiones y actos de los adultos son capaces de modificar el comportamiento y la vida de los niños, no solo cuando están a su cargo, sino incluso de cara al futuro. La iraní Hana Makhmalbaf, que dirigió esta película en 2007, cuando tenía solo 19 años, elige un símbolo, la destrucción de las esculturas de Buda en Bamiyán, en Afganistán, por parte de los talibanes a comienzos de 2001, para filmar con pocos medios pero mucha imaginación y sensibilidad esta historia de una niña de unos cinco años que vive una odisea a lo largo de un día para poder ir al colegio.
La historia está situada en plena invasión de la OTAN a Afganistán, cuando las estatuas son solo un recuerdo para los habitantes de la zona noroeste del país, un espacio vacío que había estado ocupado desde el siglo V. En ese contexto, la pequeña tiene todo en contra para poder asistir al colegio: no tiene recursos económicos y los prejuicios de clase, religión e ideología brotan a su alrededor para impedirle eso que ella desea tanto. 
La directora es hija y hermana de los también cineastas Mosen (Kandahar) y Samira Makhmalbaf (La pizarra), de quienes asume la sencillez de la puesta en escena así como la sensibilidad para tratar temas complicados, de denuncia social, solo mostrando, como si fuese un documental. Este estilo aséptico engrandece la historia contada, la vacía de artificios innecesarios: la aventura de la niña se basta para remover conciencias, o al menos debería.
Paralelamente, gracias también a ese estilo de apariencia documental, la película muestra aspectos cotidianos de la sociedad afgana, detalles que chocarán en Occidente, como la manera de lograr que los niños se queden en casa (en realidad, cuevas) mientras los padres están trabajando, o la manera de hacer pan, o cómo son las propias escuelas, o los caminos por los que se puede andar en bici, o cómo son y dónde se sitúan tiendas o gasolineras… Lo más probable es que, de primeras, nos parezca una cosa lejana lo que en esta película se muestra. Y es cierto, en según qué asuntos. ¿Pero lo tenemos tan claro en cuanto a la capacidad de jugar con las opciones de futuro de nuestros hijos, cuando anteponemos otros factores al de preservar sus derechos?
En Buda explotó por vergüenza vemos cómo esos derechos quedan en segundo plano cuando lo que importa es cumplir la voluntad de dios, o mejor dicho, la de quienes dicen hablar de su parte; o cuando la ideología es prioritaria; o cuando la clase social impide a niños poder ir a la escuela porque sus familias no pueden afrontar el gasto. Y, al quedar en segundo plano el derecho a la educación, el niño escoge sus modelos: son esponjas, imitan lo que ven. Así que en realidad está película no habla solo de lo mal que están en estos países exóticos y lejanos, sino de cómo queremos que sea el mundo que reciban nuestros hijos. Y una niña de 19 años ha sabido exponer este asunto con sutileza y precisión, y en apenas hora y cuarto. Quizá porque ella sí tuvo buenos modelos donde fijarse.

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