El cineasta reniega de nostalgias: “Ese retorno es como si te quedas atascado en el nivel siete de un videojuego y debes retornar varias pantallas atrás para coger una herramienta con la que pasar al nivel ocho. No sabes lo que buscas hasta que lo encuentras”.
Burman sintió que había abandonado sus temas, “la ligazón con la infancia y la paternidad”, el día en que descubrió que para rodar un dedo había a su alrededor 10 camiones con material fílmico. “No digo que fuera malo, pero me arrastraba el proceso industrial. Perdí la pulsión de contar algo con urgencia. Con El rey del Once vuelvo a filmar una película con las manos, porque cojo la cámara, y con los pies, porque todas las localizaciones están en un radio de 500 metros”.
Como padre de tres hijos, Burman reconoce que se pasa todo el día viajando. “Creo más en la transmisión de valores que en esa moda actual de paternidad presente. Colocas balizas en la vida de un hijo para que le sirvan de guía. Y si estás a su lado, pues mejor. En cualquier caso la paternidad es una ficción que trabajas día a día para que los hijos te reconozcan. Con las madres está la ligazón carnal, salen de su cuerpo. Pero nosotros… Sinceramente, ¿tú has visto alguna película, y olvídate de los culebrones, en la que de repente aparezca una mujer y diga: ‘Yo soy tu madre”.
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