“La política es un ámbito donde el psicópata se mueve como pez en el agua, lo que no significa que todos los líderes o políticos sean psicópatas. Pero sí que allí donde hay poder, hay psicópatas, que no distinguen ideologías. Por eso los encontramos en la izquierda y en la derecha”, define el doctor Hugo Marietan, médico psiquiatra y uno de los principales especialistas argentinos en psicopatía. Docente universitario y autor de varios libros sobre su especialidad, Marietan es referencia obligada para aquellos que les ponen la lupa a estas personalidades atípicas, que no necesariamente son las que protagonizan hechos policiales de alto impacto. Para decirlo de algún modo, cuando hablamos de psicópata no necesariamente nos referimos a un criminal al estilo de Hannibal Lecter, el perturbado psiquiatra de El silencio de los inocentes, sino a aquellas personalidades que la psicología bautizó como “psicópatas cotidianos”.
Tal vez el aporte más novedoso de este profesional, miembro de la Asociación Argentina de Psiquiatría, considerado una autoridad en su especialidad, es que el psicópata no es un enfermo mental sino una manera de ser en el mundo. Es decir: una variante poco frecuente del ser humano que se caracteriza por tener necesidades especiales. El afán desmedido de poder, de protagonismo o matar pueden ser algunas de ellas. Funcionan con códigos propios, distintos de los que maneja la sociedad. También tienen una lógica propia y suelen estar dotados para ser capitanes de tormenta por su alto grado de insensibilidad y tolerancia a situaciones de extrema tensión.
Marietan es autor de Sol negro: un psicópata en la familia y El jefe psicópata, entre otros libros.
–¿Cómo distinguimos fácilmente a un político psicópata? ¿Qué características tiene?
–Trabaja siempre para sí mismo, aunque diga lo contrario, pero tapa esa ambición con objetivos supranacionales: la seguridad, la patria, la pobreza, la revolución, etcétera. Es un mentiroso e incluso puede fingir sensibilidad. Actúa. Y uno le cree una y otra vez porque es muy convincente. Un dirigente común sabe que tiene que cumplir su función durante un tiempo determinado. Y, cumplida su misión, se va. Al psicópata, en cambio, una vez que está arriba, no lo saca nadie: quiere estar una vez, dos veces, tres veces. No larga el poder, y mucho menos lo delega. Otra característica es la manipulación que hace de la gente. Alrededor del dirigente psicópata se mueven obsecuentes, gente que, bajo su efecto persuasivo, es capaz de hacer cosas que de otro modo no haría. Y puede ser gente muy inteligente.
–¿Y por qué gente inteligente sería obsecuente de un psicópata?
–Claro, es lo que uno se pregunta: “¿Cómo Fulano o Mengano se arrastra ante esta persona?”. Bueno, primero porque es vulnerable a los psicópatas. El psicópata trabaja siempre con la mente del otro, y cuando te relacionás con él, y sos vulnerable, se mete en tu cerebro. Te captura. Y cuando eso sucede, el obsecuente se convierte en un esclavo mental. Te come la cabeza, como dicen los chicos, y es muy difícil salir de ese circuito. El psicópata es además un manipulador; manda a hacer, nunca hace él. Es ingrato, carece de sensibilidad, de empatía, de poder ponerse en el lugar del otro. Y cuando lucha por el poder, aísla a su enemigo y ningunea. O mejor dicho, manda a los demás a ningunear al enemigo. Y algo importante: el psicópata tiene una lógica, un modo de pensar muy distinto a la media de la sociedad. Una lógica que le va transmitiendo a los obsecuentes que tiene danzando a su alrededor.
–¿No tiene cura?
–No. Pero sabe muy bien qué está bien y qué está mal, por eso decimos que no hay “tipos” entre los psicópatas sino grados o intensidades diversas. Así, el violador serial sería un psicópata más intenso o extremo que el cotidiano, pero portador de la misma personalidad. No reconoce errores propios, por eso no puede corregir el rumbo.
–¿Y no hay forma de ejercer el poder sin ser un psicópata? Porque digamos que en algún punto todos los políticos trabajan para sí mismos.
–Antes de responder, una aclaración importante. Por supuesto que se puede ejercer el poder sin ser psicópata y, de hecho, la enorme mayoría de los líderes no lo son. En un punto, es cierto que todos los políticos, de algún modo, trabajan para sí mismos porque quieren ser reelectos, pero también trabajan para los demás, buscan generar beneficios. Al psicópata, en cambio, eso no le importa en absoluto y si beneficia a alguien es por algún efecto colateral. El líder comunitario se distingue también porque forma alianzas y consensúa. Cede para avanzar en la carrera política. El psicópata carece de capacidad para el consenso porque, justamente, no puede ponerse en el lugar de otra persona. Por eso, es difícil entrar en su cabeza. Un político normal no lo comprende: “Si yo estuviera en su lugar, cedería o consensuaría, incluso para conservar el poder”, piensa el líder no psicópata. Pero el psicópata no piensa así.
–¿Y están en la izquierda y en la derecha?
–Y entre los moderados también, que necesitan ser conducidos. Allí donde hay poder, hay psicópatas. El psicópata establece relaciones piramidales. Una de sus frases puede ser: “Están conmigo o en contra de mí”.
–¿Cuál es el efecto que se genera alrededor de un líder psicópata?
–La tensión. Siempre son generadores de tensión y de conflicto, de división. En un consorcio, los que terminan peleados son los demás, él siempre cae parado aunque haya generado el conflicto. En una familia, los que se enferman son los demás, generalmente por el estrés generado, mientras él sigue fresquito como una lechuga.
–¿Hay sociedades más propensas que otras a depositar el liderazgo en dirigentes psicopáticos?
–Sí, claro, las que tienen tendencia a generar crisis recurrentes, porque el psicópata es un ser que brilla y es buscado en las situaciones de máxima tensión. El psicópata florece en las crisis porque es frío, calculador y tiene un saber hacer en situaciones de tensión que la persona común no.
–¿Y cómo se reemplaza a un líder psicopático?
–Con otro psicópata o con la unión de varios políticos comunes, con una alianza. Para un líder normal solo, resulta imposible.
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