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domingo, 28 de febrero de 2016

Gravitación : Manuel Vicent

Antes de que Einstein en 1916 demostrara teóricamente la existencia de las ondas gravitacionales, producto del choque de dos agujeros negros que tuvo su origen a miles de millones de años luz, y la ciencia fuera capaz de detectarlas, algunos seres privilegiados de nuestro planeta ya las habían incorporado a su espíritu. La infinita armonía de ese sonido del espacio puede que estuviera inserta en los golpes de cincel de Fidias, en el ritmo de un verso de Ovidio, en la Venus de Botticelli saliendo del mar, en la inspiración de Mozart al componer su concierto de clarinete, en la garganta de Louis Armstrong. El alucinante cataclismo que produjeron en un punto del universo dos galaxias al devorarse, después de miles de millones de años luz, tal vez ha terminado vibrando en las cuerdas del arpa con que una chica angelical ameniza una cena de mafiosos en un restaurante con tres estrellas Michelin caídas también del espacio. De la misma forma que las ondas gravitacionales han sido captadas por el experimento LIGO, puede que algún día la física cuántica demuestre que el alma de las personas y de los animales también obedece a la fórmula E=mc2 de Einstein como resultado de aquella explosión. ¿Qué es el espíritu sino una contracción del tiempo y el espacio? Las almas que pueblan esta mota de polvo cósmico que es la Tierra forman un solo cuerpo místico, cuya materia al transformarse en energía engendra el bien y el mal, el paraíso y el infierno, la inteligencia clara y el fanatismo. De aquella inmensa bola de fuego se ha derivado la sabiduría de Platón, la serenidad de Buda, la lámpara de Aladino, el éxtasis de los sufíes, el sudor de todos los esclavos, la hoguera en la que ardió Giordano Bruno, la navaja de Jack the Ripper, los pies alados de Margot Fonteyn. Todos estamos sin saberlo en un agujero negro

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