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miércoles, 6 de abril de 2016

Al margen de los parentescos, la lengua y la religión - Alvarez Junco

 

Junto a los excesos de uniformización que reclamó el Estado nación a lo largo del siglo XIX estuvieron los viejos imperios (como el austrohúngaro o el otomano) que consiguieron tolerar en su interior la pluralidad, ya fuera étnica, religiosa o cultural. “Ya no nos podemos agarrar a que formamos parte de una etnia”, comenta al respecto José Álvarez Junco y apunta: “No vivimos en una época en la que un croata no se puede casar con una serbia”. ¿Entonces? ¿Qué hacer ante el regreso de los discursos que reclaman un peso mayor de los elementos identitarios? “La única realidad hoy es que somos individuos”, explica. “Y tenemos que renunciar a las identidades intermedias, como las naciones. No sirve decir que ‘como mujer’ o ‘como homosexual’ o ‘como católico’ tengo estos y aquellos derechos. No; los tengo como ciudadano. Y por eso tenemos que partir de lo que se llama nacionalismo cívico o de lo que [Jürgen] Habermas llamó patriotismo constitucional”. ¿Y no surgirán nuevas distorsiones también en esta fórmula? “Quién sabe, pero lo importante es que se trata de una identidad a la que cualquiera se puede incorporar porque consiste tan solo en respetar las leyes: todos tenemos los mismos derechos y da igual tu lengua, tus parentescos, tu religión”.

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