29 de abril de 2015. Estandarte
Qué: Alejandra Pizarnik, biografía y poemas.
Alejandra Pizarnik no tiene doodle que la conmemore, pero no queremos dejar pasar una fecha: hoy, 29 de abril, la escritora argentina habría cumplido 79 años. Sin embargo, el 25 de septiembre de 1972 —Pizarnik tenía sólo 36 años— ingirió cincuenta pastillas de barbitúricos. Ese fin de semana descansaba en casa, tras lograr un permiso en el psiquiátrico donde —tras dos intentos de suicidio— la habían internado.
Si pensamos en la escritura de mujeres en el siglo XX, la poesía de Alejandra Pizarnik se revela como una de las escrituras claves en español. Ninguna otra autora se le acerca en cuanto a repercusión en las generaciones posteriores, y más si no olvidamos el brevísimo recorrido de su obra. Nacida el 29 de abril de 1936 en el barrio de Avellaneda, en Buenos Aires, Alejandra Pizarnik —Flora Alejandra Pizarnik Bromiquier— fue hija de inmigrantes judíos. El origen de sus padres —ruso él, eslovaca ella— influyó en sus primeras palabras: la pequeña Alejandra hablaba español con un marcadísimo acento extranjero, que junto a su aspecto —problemas de acné y de peso— provocaba las burlas de sus compañeros. Los problemas de autoestima de su infancia le acompañarían, aún más complejos, durante toda su vida.
Aunque estudió literatura, periodismo y filosofía en la Universidad de Buenos Aires, Alejandra Pizarnik nunca se licenció. Sin embargo, esta falta de título oficial la suplió con lecturas numerosas y profundas: no se limitó a la literatura, sino que también investigó en el psicoanálisis.
Debutó en la poesía en 1955, con La tierra más ajena, al que siguieron otros dos poemarios: La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). Dos años más tarde se mudó a París, la ciudad de muchas de sus filias literarias: los simbolistas, los románticos, los surrealistas... Tradujo a Antonin Artaud, Yves Bonnefoy, Aimé Césaire y Henri Michaux, trabajó como editora y publicó sus textos —artículos y poemas— en diversas revistas. Fruto de estos años parisinos —entre 1960 y 1964—, Alejandra Pizarnik trabó amistad con Rosa Chacel, Julio Cortázar —nos queda un hermosísimo epistolario— y Octavio Paz. En esos años publicó, ya, uno de sus libros de poemas más célebres: Árbol de Diana (1962), con prólogo del mexicano.
A su regreso a Buenos Aires, en 1964, Alejandra Pizarnik no dejó de escribir: en esos años editó Los trabajos y las noches (1965) o Extracción de la piedra de la locura (1968), este último quizá el más emblemático de sus libros. Tampoco dejó de pensar en otras ciudades, y viaja en 1969 —el año en el que se edita Nombres y figuras, y cuando escribe su obra de teatro Poseídos entre lilas— a Nueva York: ese año recibiría una beca Guggenheim, y en 1971 obtendría la Fullbright. De ese año es La condesa sangrienta, quizá su obra fundamental en prosa, su último gran libro. Muchos de sus poemas, borradores de textos, etcétera, se compilaron en 1982 en Zona prohibida. Lumen publicó su obra completa: un volumen de poesía, otro de prosa y un tercero dolorosísimo, revelador, con sus diarios.
Desde Estandarte te animamos a profundizar en la obra de Alejandra Pizarnik, mucho más que un icono, y a leer —sobre todo— sus poemas.
El despertar
a León Ostrov
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay mounstros
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.
Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue
¿Còmo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde
Señor
Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
Si pensamos en la escritura de mujeres en el siglo XX, la poesía de Alejandra Pizarnik se revela como una de las escrituras claves en español. Ninguna otra autora se le acerca en cuanto a repercusión en las generaciones posteriores, y más si no olvidamos el brevísimo recorrido de su obra. Nacida el 29 de abril de 1936 en el barrio de Avellaneda, en Buenos Aires, Alejandra Pizarnik —Flora Alejandra Pizarnik Bromiquier— fue hija de inmigrantes judíos. El origen de sus padres —ruso él, eslovaca ella— influyó en sus primeras palabras: la pequeña Alejandra hablaba español con un marcadísimo acento extranjero, que junto a su aspecto —problemas de acné y de peso— provocaba las burlas de sus compañeros. Los problemas de autoestima de su infancia le acompañarían, aún más complejos, durante toda su vida.
Aunque estudió literatura, periodismo y filosofía en la Universidad de Buenos Aires, Alejandra Pizarnik nunca se licenció. Sin embargo, esta falta de título oficial la suplió con lecturas numerosas y profundas: no se limitó a la literatura, sino que también investigó en el psicoanálisis.
Debutó en la poesía en 1955, con La tierra más ajena, al que siguieron otros dos poemarios: La última inocencia (1956) y Las aventuras perdidas (1958). Dos años más tarde se mudó a París, la ciudad de muchas de sus filias literarias: los simbolistas, los románticos, los surrealistas... Tradujo a Antonin Artaud, Yves Bonnefoy, Aimé Césaire y Henri Michaux, trabajó como editora y publicó sus textos —artículos y poemas— en diversas revistas. Fruto de estos años parisinos —entre 1960 y 1964—, Alejandra Pizarnik trabó amistad con Rosa Chacel, Julio Cortázar —nos queda un hermosísimo epistolario— y Octavio Paz. En esos años publicó, ya, uno de sus libros de poemas más célebres: Árbol de Diana (1962), con prólogo del mexicano.
A su regreso a Buenos Aires, en 1964, Alejandra Pizarnik no dejó de escribir: en esos años editó Los trabajos y las noches (1965) o Extracción de la piedra de la locura (1968), este último quizá el más emblemático de sus libros. Tampoco dejó de pensar en otras ciudades, y viaja en 1969 —el año en el que se edita Nombres y figuras, y cuando escribe su obra de teatro Poseídos entre lilas— a Nueva York: ese año recibiría una beca Guggenheim, y en 1971 obtendría la Fullbright. De ese año es La condesa sangrienta, quizá su obra fundamental en prosa, su último gran libro. Muchos de sus poemas, borradores de textos, etcétera, se compilaron en 1982 en Zona prohibida. Lumen publicó su obra completa: un volumen de poesía, otro de prosa y un tercero dolorosísimo, revelador, con sus diarios.
Desde Estandarte te animamos a profundizar en la obra de Alejandra Pizarnik, mucho más que un icono, y a leer —sobre todo— sus poemas.
El despertar
a León Ostrov
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y se ha volado
y mi corazón está loco
porque aúlla a la muerte
y sonríe detrás del viento
a mis delirios
Qué haré con el miedo
Qué haré con el miedo
Ya no baila la luz en mi sonrisa
ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Mis manos se han desnudado
y se han ido donde la muerte
enseña a vivir a los muertos
Señor
El aire me castiga el ser
Detrás del aire hay mounstros
que beben de mi sangre
Es el desastre
Es la hora del vacío no vacío
Es el instante de poner cerrojo a los labios
oír a los condenados gritar
contemplar a cada uno de mis nombres
ahorcados en la nada.
Señor
Tengo veinte años
También mis ojos tienen veinte años
y sin embargo no dicen nada
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue
¿Còmo no me suicido frente a un espejo
y desaparezco para reaparecer en el mar
donde un gran barco me esperaría
con las luces encendidas?
¿Cómo no me extraigo las venas
y hago con ellas una escala
para huir al otro lado de la noche?
El principio ha dado a luz el final
Todo continuará igual
Las sonrisas gastadas
El interés interesado
Las preguntas de piedra en piedra
Las gesticulaciones que remedan amor
Todo continuará igual
Pero mis brazos insisten en abrazar al mundo
porque aún no les enseñaron
que ya es demasiado tarde
Señor
Arroja los féretros de mi sangre
Recuerdo mi niñez
cuando yo era una anciana
Las flores morían en mis manos
porque la danza salvaje de la alegría
les destruía el corazón
Recuerdo las negras mañanas de sol
cuando era niña
es decir ayer
es decir hace siglos
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
y ha devorado mis esperanzas
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario