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domingo, 5 de julio de 2015

Verdades y mentiras de los sanfermines

San Fermín »

 

Fiesta, tradición, 'marketing’, mito, realidad... una de las mayores fiestas populares del mundo arranca hoy en Pamplona


Escenas tremendas de emoción y violencia como esta volverán a reproducirse desde mañana en los encierros de Pamplona. / Josu Santesteban (AP)
No te creas lo que cuentan. La mayor parte no es verdad. Trucos publicitarios, leyendas, tradiciones con aparente pátina de antigüedad para captar turistas y quedarnos su dinero. A falta de sol y playa algo teníamos que inventar para traer gente a Pamplona. Para empezar, nos inventamos a San Fermín. No hay certeza histórica sobre su existencia. Hasta el siglo XII aquí no lo conocía nadie, pero nos agarramos al clavo ardiente de que en Amiens, donde le veneran como obispo y mártir, dicen que procedía de Pamplona. La Iglesia marca su fiesta el 25 de septiembre, fecha de su martirio en el siglo III, pero desde 1591 la celebramos el 7 de julio por aprovechar el breve verano pamplonés y el hecho de que, desde la Edad Media por esas fechas, hay ferias y toros.
Los vientos del progreso conspiran contra la tauromaquia, “fiesta de sangre para un pueblo rudo y fanático”, escribió Pío Baroja, que vivió parte de su infancia entre nosotros, pero aquí por interés espurio casi nadie la cuestiona. Ni siquiera los abertzales, que acaban de aupar a uno de los suyos a la alcaldía y que presidirá la corrida de mañana, día del patrón.
Toros y toreros propios siempre hemos tenido pocos, pero los traemos de fuera, de Andalucía, Salamanca o Madrid, y los hacemos actuar para los visitantes mientras nosotros merendamos. Hace más de un siglo que no se conducen los toros a pie, se embarcan en tren o camión, pero aquí seguimos empeñados en poner un callejón a las plazas de toros para que entren corriendo. No por tradición, correr ante los toros nunca ha sido una prueba iniciática para los jóvenes navarros como ingenuamente se supone: corren muchos más forasteros que indígenas, pero de qué íbamos a salir por televisión en todo el mundo si no existieran los encierros...
Corredores en Pamplona. / Daniel Ochoa de Olza (AP)
Desconfía de nuestra aparente hospitalidad. Los pamploneses somos más bien serios, en el buen y mal sentido de la palabra, nobles pero hoscos montañeses que no congeniamos tan fácil con extraños. Cada 6 de julio, con el Chupinazo, nos transformamos. Acogemos a gente de todo el mundo que se siente como en casa, mostramos una simpatía desbordante, nos fingimos cosmopolitas aunque sigamos levantando piedras, sellamos amistades eternas sobre la barra de un bar o en torno a un gorrín asado. Puro marketing. El 15 de julio volvemos a nuestro ser.
No pretendas seguir la mítica ruta —falsa como Judas— de Hemingway. Solo vino nueve veces, en vida nunca se le hizo mucho caso y únicamente lo adoptamos cuando vimos negocio. En Casa Marceliano ahora hay oficinas municipales, cerradas durante las fiestas, y su célebre ajoarriero quedó extinguido. El restaurante Las Pocholas devino en chocolatería. El hotel Quintana fue cerrado y confiscado en 1936 (no, Hemingway nunca pasó los sanfermines en ese otro hotel que dicen las guías turísticas, donde se conserva su habitación supuestamente igual que cuando el premio Nobel NO se alojaba en ella). La barra del café Iruña donde el escritor está acodado en efigie de bronce ni siquiera existía en su época. Y no te tragues lo de Ava Gardner, nunca estuvo en Pamplona. La película Fiesta se rodó en México por ahorrar, no fue prohibida por el franquismo. Todas esas glamurosas leyendas las hemos creado —con mucho éxito comercial— para que vengan los guiris. O las inventan los propios guiris. James Michener, en su novela Hijos de Torremolinos, sitúa a los protagonistas al inicio de las fiestas de 1969 cumpliendo con “el entrañable ritual de los últimos años”, anudar un pañuelo al cuello de la estatua de Hemingway. El monumento se había inaugurado en... 1968.
No te vistas de blanco y te pongas pañuelo rojo pensando que es nuestra vestimenta tradicional, herencia de remotos ancestros. Nos disfrazamos así multitudinariamente solo desde hace unos 40 años, desde que llegó el turismo de masas, igual que en ¡Bienvenido, Mister Marshall! se vestían de flamencos. La ropa blanca la compramos en hipermercados y viene de China o Bangladés. Salvo danzaris o txistularis, no calzamos boina (Peter Viertel, guionista de Fiesta, que sí conocía los sanfermines, aconsejó a Henry King sin éxito que los protagonistas no la llevaran).

Planes para todos los gustos

Balcones. Los balcones en las calles del recorrido se pagan a entre 30 y 80 euros por persona, desayuno incluido.
Baile de la Alpargata. Cada mañana en el Nuevo Casino. Rezagados de la noche, familias y hasta ilustres como Dennis Rodman.
Toros. Más de 20.000 personas cada día. Tauromaquia y desenfreno.
Conciertos. Medina Azahara, Celtas Cortos, Alejo Stivel The Wailers, Nancys Rubias, MClan...
No vengas atraído por el mito de que los sanfermines son un desmadre, una orgía, un desenfreno en una Pamplona ciudad sin ley donde todo vale. El caos es de pega y está muy bien organizado. Se acaba de impartir el primer Curso Universitario de Derecho Sanferminero. Los vehículos de limpieza y basuras pasan a sus horas, la grúa se lleva los coches mal aparcados, hay servicios municipales de niños, de objetos perdidos y de desintoxicación etílica. Los actos festivos se inician con puntualidad prusiana (el resto del año practicamos la más relajada puntualidad ibérica). Las dianas matinales no son para despertar a la tropa, sino para reunirla y ordenarla después de toda la noche de marcha.
Allá tú si no haces caso y vienes. Te arriesgas a pasar nueve días y nueve noches de fiesta, a beber y comer mucho más allá de lo que suponías que tu sistema digestivo podía soportar, a cantar canciones que creías que no conocías y a bailar bailes que creías que no sabías bailar, a topar con desconocidos que de pronto son tus mejores amigos, a hablar con ellos en lenguas extrañas que no sabías que hablaras, a encontrarte con legiones de antitaurinos en el tendido de la Plaza de Toros, de ateos en la Procesión de San Fermín y de abstemios bebiendo en todos los bares.
Que no te quepa duda: todo es una farsa que se desvanece, cual calabaza de Cenicienta, con el Pobre de mí en la medianoche del 14 de julio.
Miguel Izu es periodista y escritor navarro. Es autor de la novela El asesinato de Caravinagre, un thriller ambientado en los sanfermines.

Un guateque popular en blanco y rojo

Javier Doria
Ernest Hemingway en Pamplona. / Melba (© Melba)
ORIGEN. El origen está en la celebración religiosa del patrón navarro, pero los pamploneses cambiaron la fecha de la conmemoración religiosa del 10 de octubre original al 7 de julio, coincidiendo con las ferias de ganado que la ciudad acogía con el final de la cosecha. Fue en 1591. Pero las ferias de julio con toros están documentadas desde el siglo XII.
ENCIERROS. El Archivo Real de Navarra documenta en 1385 la primera corrida de toros organizada por el rey Carlos III. Junto a ella, la primera ‘entrada’ de toros, antecedente del actual encierro. Lo creó la necesidad de llevar los toros desde los campos de las afueras a los chiqueros de la plaza. El recorrido actual es el mismo desde 1852.
CELEBRIDADES. ‘Fiesta’ es la novela de Hemingway que puso en la agenda mundial unas fiestas que hasta entonces eran unas más del recatado norte de España a principios del siglo XX. El Nobel fue un asiduo. Siguiendo su senda llegaron después Orson Welles, Arthur Miller y su mujer, Inge Morath, o, en los últimos años, el jugador de la NBA Dennis Rodman.
EL ‘GUIRI’. Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia son los países que más visitantes aportan y los más tempraneros en llegar. Fanáticos de la sangría a temperaturas altas, llegan cada tarde desde cámpings de las afueras a los que vuelven después del encierro. La empresa de diseño Kukusumuxu distingue cada edición a uno de ellos con el premio ‘Guiri del año’.
CHUPINAZO. Hoy la plaza del Ayuntamiento de Pamplona será puro fuego. El Chupinazo nació en la plaza del Castillo y tomó carácter de rito en 1931. El acto pasó al balcón de la casa consistorial de la mano del franquismo. La llegada de la democracia instauró la costumbre de que los grupos municipales se lo turnen de mayor a menor.

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