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sábado, 29 de abril de 2017
viernes, 28 de abril de 2017
jueves, 27 de abril de 2017
Peter Singer explica por qué ayudar a los demás no es una opción, sino una obligación
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Voy por un parque y veo que una niña ha caído en un estanque y se está ahogando. No hay nadie más: ni sus padres, ni un cuidador, ni ninguna otra persona. ¿Debería salvar a la niña? Me voy a mojar, probablemente me destrozaré los zapatos y tendré que cancelar una cita que tenía justo después, pero nadie puede negar que es mi obligación intentar salvarla porque ninguna de estas cosas tiene importancia en comparación.
Ahora pongamos que recibo una carta que me pide un donativo para salvar la vida de una niña que vive en otro continente. Si decido que necesito ese dinero para comprarme un chaqueta, casi todo el mundo pensará que no estoy haciendo nada malo, aunque tampoco nada bueno.
Sin embargo, para el filósofo australiano Peter Singer, autor de este dilema moral, estos dos ejemplos son iguales. Según escribe en Ética práctica, “si está en nuestro poder prevenir que algo muy malo ocurra, sin sacrificar nada que tenga una importancia moral comparable, deberíamos hacerlo”.
Esto no solo se aplica a niñas imaginarias que se están ahogando frente a nosotros: también a todas las situaciones “en las que podemos ayudar a alguien que vive en la absoluta pobreza”. Es más, “ayudar no es, como se piensa convencionalmente, un acto de caridad elogiable, sino algo que está mal no hacer”.
Hemos hablado con él para saber cuál es la mejor forma de ayudar a esa niña del estanque.
¿A quién debería ayudar?
Singer, nacido en 1940 y profesor en las universidades de Princeton y de Melbourne, opina que, si vamos a donar dinero, tenemos que pensar en la gente que vive en situación de pobreza extrema en el tercer mundo: son quienes están en una situación peor y, también, a quienes podemos ayudar de forma más efectiva. "Viven con menos de 700 dólares al año y a menudo no tienen acceso a agua potable, sanidad básica y educación para sus hijos", explica a Verne por correo electrónico. En cambio, la gente más pobre en España, recuerda, sí tiene acceso a estos mínimos, por lo que "hacer algún cambio significativo en sus vidas es mucho más caro que hacerlo en países en desarrollo".
Singer reconoce en su libro que instintivamente preferimos ayudar a alguien cercano. Pero, en su opinión, tenemos que preguntarnos qué deberíamos hacer y no qué hacemos habitualmente. Tiene sentido dar prioridad a nuestra familia, pero no tanto preferir ayudar a alguien a quien no conocemos y que vive a 50 kilómetros en lugar de a alguien que está en una situación aún peor, pero que vive a 5.000 kilómetros.
Este punto de vista tiene sus críticos: algunos, por ejemplo, opinan que la proximidad es un factor importante, ya que es más fácil formar o afianzar relaciones con esas personas o comunidades. También creen que se puede ayudar de forma más efectiva.
¿Con cuánto debería ayudar?
La cantidad que destinemos dependerá de lo que consideremos que tenga una importancia moral comparable: unos zapatos, un coche nuevo, una cena en un restaurante de lujo, unas vacaciones… Al menos algunas de esas cosas tienen menos peso moral que la extrema pobreza que se podría prevenir con el dinero que cuestan.
"Muchos de nosotros podríamos dar más de lo damos -explica-. Pero lo importante es que mucha gente comience dando algo significativo, para que podamos crear una cultura en la que dar para contrarrestar la pobreza global sea una parte esencial de una vida ética. Una vez la gente coja el hábito de dar, por ejemplo, un 1% y encuentre que es algo satisfactorio, le resultará más fácil incrementar la cantidad".
Él parte del 1% de nuestros ingresos: es una cifra modesta que no cambiaría prácticamente en nada la situación de la mayoría de nosotros, pero que podría suponer un cambio para mucha otra gente. En su web The Life You Can Save propone una tabla según nuestros ingresos, incrementando este porcentaje hasta el 14% si ganamos más de un millón de dólares al año. Como mínimo, claro.
Singer subraya en muchos de sus artículos que hay estudios que muestran que la gente más generosa suele estar más satisfecha con sus vidas. Kant decía que un acto verdaderamente moral es desinteresado y no se hace por satisfacción personal, pero Singer no está de acuerdo: "El hecho de que alguien se sienta bien después de ayudar a los demás es un rasgo de carácter deseable".
¿No es mejor colaborar con una ONG que dar dinero?
"Depende de tus aptitudes y del dinero que puedas ganar". Singer, como buen utilitarista, no se pregunta por lo que es más virtuoso, sino por lo que va a producir mejores resultados: algunos pueden hacer mucho bien trabajando sobre el terreno, otros quizás no tanto. Singer nos recomienda la web 80.000 hours, en la que se recoge información acerca de cómo podemos tener un mayor impacto.
Uno de los creadores de esta web es el filósofo escocés William MacAskill, que sostiene que una carrera en la vilipendiada banca podría ser valiosa desde un punto de vista ético: se puede hacer más bien ganando mucho dinero y donando una gran parte del salario que siguiendo una carrera a primera vista más ética, como por ejemplo trabajando para una ONG.
¿Pero no es trabajo del gobierno?
El dilema de la niña en el estanque no convence a todo el mundo. El neurobiólogo Kenan Malik escribe en The Quest for a Moral Compass que el caso hipotético de esta niña no se puede trasladar al mundo real: no es lo mismo una sola niña a la que solo yo puedo ayudar que millones de personas a las que, sin duda, otros muchos pueden socorrer, escribe. No son casos equivalentes, sino que hay un abismo moral entre ambos casos.
¿Y quién más está en situación de ayudar? Los gobiernos de los países ricos. El filósofo John Kekes recuerda que la mayoría de nosotros ya ayudamos a los demás: los impuestos tienen precisamente la función de redistribuir de la riqueza. Por supuesto, todos podríamos hacer más, pero eso no quiere decir que estemos obligados éticamente a hacerlo.
"Podríamos debatir durante mucho tiempo acerca de quién es responsable -responde Singer-. E incluso aunque estemos de acuerdo en que es un asunto del gobierno, ¿qué debemos hacer si el Estado no se hace cargo del problema y, mientras tanto, hay niños muriendo? Para un ciudadano español, este es ciertamente el caso: el gobierno de este país destinó un deplorable 0,14% del producto nacional bruto a la ayuda internacional [en 2015], una de las figuras más bajas de todas las naciones desarrolladas. Claro que puedes, y debes, exigir a tus representantes electos que el gobierno dé más, pero mientras tanto tienes opciones".
Por seguir con el ejemplo del estanque: sin duda, la niña debería estar vigilada y en el parque debería haber más seguridad para evitar estos accidentes. Incluso podemos argüir que un rescate es trabajo para la policía o los bomberos. Pero mientras nos quejamos, la niña se está ahogando.
¿Las ONG no están bien administradas?
Singer considera que esto no es cierto en la mayoría de los casos: los gastos de administración de estas entidades no suelen superar el 20% y además son necesarios (para saber a qué proyectos hay que destinar ese dinero, por ejemplo). También recuerda que la mayoría de organizaciones trabajan sobre el terreno y no dan dinero a gobiernos corruptos.
Aun así, la precaución es razonable y por eso Singer recomienda webs como Give Well, que ofrece información sobre muchas organizaciones y su impacto. Singer tiene una web similar, The Life You Can Change, que incluye incluso una calculadora que permite saber para qué servirá cada donativo. Por ejemplo, podemos saber que una donación de 3 dólares sirve para comprar una cama tratada con insecticida para proteger de la malaria y 50 dólares, para una operación de cataratas.
Pero ese dinero me lo he ganado yo y debería poder gastarlo como quisiera
Peter Singer no tiene nada en contra del derecho a la propiedad, pero recuerda que nuestros bienes no son solo consecuencia de nuestro trabajo y de nuestro esfuerzo. Casi nunca partimos de cero: incluso aunque no hayamos heredado una fortuna, por puro azar hemos nacido en una sociedad en la que hay sanidad, escuelas, universidades, tejido empresarial, etcétera. Por no hablar de que nuestras aptitudes también dependen en gran medida de la lotería genética. Tenemos la obligación de ayudar porque a una gran parte de nosotros nos venía ya dado gran parte de lo que tenemos.
En su libro, Singer pone un ejemplo para ilustrar este extremo (y que está basado en el experimento mental del velo de la ignorancia, de John Rawls). Si nuestros antepasados hubieran vivido en el Golfo Pérsico probablemente ahora seríamos ricos gracias al petróleo que por casualidad hay bajo tierra. Pero si hubieran nacido en el Sáhara, ahora viviríamos en una situación de pobreza extrema sin tener nosotros culpa de nada. Imaginemos que nos dicen que vamos a nacer en Kuwait o en Chad, pero no sabemos en cuál de los dos países. ¿Aceptaríamos el principio de que los habitantes de Kuwait no tienen obligación de ayudar a los de Chad? Es más, ¿nos daría exactamente igual dónde nacer porque basta con trabajar duro para crear riqueza?
¿Qué es el utilitarismo?
El tema de la cooperación internacional puede parecer un asunto económico o político, pero es, también, filosófico: “Los economistas pueden proporcionar información acerca de cómo ayudar más -explica Peter Singer a Verne-, pero tienden a evitar conversaciones sobre cómo deberíamos vivir. Son los filósofos quienes, desde Sócrates, han discutido esta cuestión, animándonos a examinar nuestras vidas y a reflexionar sobre nuestras elecciones a la luz de nuestros valores”.
En la historia de la filosofía ha habido grandes corrientes éticas. Por ejemplo, las teorías basadas en el deber (o deontológicas) creen que hay que respetar ciertas obligaciones y derechos con independencia de sus efectos. El principal exponente sería Immanuel Kant, con su imperativo categórico (una de sus formulaciones es "obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal").
El punto de partida del consecuencialismo es el opuesto: esta corriente opina que la moralidad de nuestros actos depende solo de sus consecuencias. Peter Singer se define como utilitarista, que es una corriente consecuencialista que inició Jeremy Bentham (1748-1832) en su Introducción a los principios de moral y legislación. Se basa en el principio de mayor felicidad: el interés de la comunidad consiste en la suma de los intereses individuales y “la acumulación de placeres individuales aumentará la felicidad de todos, que es el objetivo final”, como resume Victoria Camps en su Breve historia de la ética. Es decir, la justicia se mide por sus resultados, sin que sea necesario recurrir a derechos o deberes.
John Stuart Mill (1806-1873) intentó dar respuesta a algunas de las críticas a Bentham y apuntó, por un lado que “hay una sanción última de la moral utilitarista que es ‘el sentir de la conciencia de la humanidad’” y que se antepone al placer o al interés personal. Esto condenaría, por ejemplo, que los romanos arrojaran a los cristianos a los leones, por mucho que tal cosa produjera placer a la mayoría de los ciudadanos de la época.
Mill también sugirió que los placeres se distinguen entre sí por la calidad y no solo por la cantidad. Al contrario de lo que creía Bentham, Mill escribe que “es mejor ser un hombre insatisfecho que un cerdo satisfecho; es mejor ser Sócrates insatisfecho que un loco satisfecho”. Entre dos placeres, añadía, es más deseable aquel que prefieren “todos o casi todos los que tienen experiencia de ambos”.
martes, 25 de abril de 2017
Malos tiempos para el buen clínico ( del blog El Gerente Demediado )
“Hoy en día, se incita a los médicos a meterlo todo en un ordenador, con fines epidemiológicos, estadísticos, contables. Pero nadie parece querer grabar en su memoria el nombre ni la cara de la gente, recordar el primer encuentro, las primeras emociones, las sorpresas, los detalles cómicos, las historias trágicas, las incomprensiones, los silencios”
Las confesiones del Doctor Sachs. Martin Winckler.
Hubo un tiempo en que la meta de cualquier medico era convertirse en un buen clínico, alguien capaz de afrontar cualquier problema por vago o intrincado que fuera y encontrarle el diagnostico adecuado. Hoy las cosas han cambiado. Ahora la preocupación dominante es publicar en revistas de impacto o participar en proyectos de investigación, a ser posible europeos. Algo imprescindible para progresar en la carrera profesional.
Tuve la inmensa suerte de formarme con alguien que era , esencialmente, un clínico excepcional. Alguien no excesivamente conocido profesionalmente, que no ocupó cargos de gestión relevante, ni dirigió la política sanitaria de ningún partido, ni fue líder de opinión de nada. Si uno busca su nombre en Pubmed encuentra 10 referencias en treinta años, todas ellas en revista españolas. Pero en aquel tiempo en que muchos de sus compañeros hacían curriculum publicando las cosas más diversas ( a menudo superfluas), él se dedicaba simplemente a ver pacientes. Si en aquel hospital alguien tenia un caso especialmente peliagudo, buscaba el asesoramiento del Dr. Aréchaga. Si alguien tenia un familiar enfermo, recurría a Santi Aréchaga.
La poca medicina que sé, la aprendí de él. La importancia de escuchar al paciente ( y no a sus acompañantes) con toda la atención puesta en ello. Mirando a los ojos, dejándole hablar. Lo minuciosa que puede llegar a ser una buena exploración física, no tanto por lo enrevesado de las maniobras, sino por lo atento y cuidadoso que se debe ser al tocar, a la búsqueda de información, en un cuerpo enfermo, alterado ,dolorido. La diferencia existente entre un verdadero diagnostico diferencial y una mera lista de diagnósticos posibles, para lo que se precisa de un conocimiento exhaustivo e inmediato. La importancia de ese momento único en que el paciente aguarda el juicio diagnostico como el que espera un veredicto. Y lo difícil que resulta siempre encontrar el equilibrio entre no mentir y no angustiar.
En aquella época, cada vez mas lejana, los residentes andábamos entretenidos en la carrera armamentística intervencionista: a ver quien realizaba antes un procedimiento más complejo, en cuya cima estaba colocar vías centrales en sitios inauditos. El buen diagnostico se dejaba a gente como el Dr. Aréchaga, porque requería un dosis de lectura , análisis, reflexión y memorización a la que no todos estábamos dispuestos.
A raíz de un problema familiar vuelvo a contemplar la diferencia entre los buenos clínicos y los clínicos rutinarios. Y tengo la suerte de encontrar médicos de esos anónimos, a los que solo recuerdan sus pacientes, los que no salen en ruedas de prensa con consejeras y ministras tras realizar un transplante prodigioso, ni aparecen en la radio o el telediario de las 9 dando consejos y pautas de correcto comportamiento para pacientes obedientes.
Gente anónima capaz de hacer una historia clínica completa aunque fuera de la consulta los pacientes refunfuñen por el retraso que lleva, y sus indicadores de espera no sean los adecuados. Médicos de los que siguen tomando notas en papel mientras escuchan al paciente y miran a los ojos ( y no a la esclavizante pantalla del ordenador). Gente que sigue sabiendo hacer una exploración neurológica completa, solo con las manos, un martillo y una linterna. Capaces de demostrar todo lo que saben, que solo solicitan las pruebas estrictamente imprescindibles, que demuestran que se han estudiado el caso entre visita y visita, que relativizan el resultado de las pruebas en función de la evolución, que no recurren al sagrado TAC o a la divina Resonancia Magnética hasta que no resulta estrictamente imprescindible. Personas que se apoyan en la ayuda del tiempo (esperan y ven) para desenmascarar al trastorno culpable.
Mientras tanto enseñamos a los residentes, a los futuros médicos otro tipo de comportamientos: el de la atención rutinaria, estandarizada y sistemática , estudiando a los pacientes como si fuesen piezas defectuosas de una fábrica de tornillos. En donde se trata principalmente de aplicar el protocolo establecido (glucemia, presión arterial electrocardiograma), y si todo es normal “acicalar y largar” ( como decía el Gordo de la Casa de Dios) . Cubriéndonos las espaldas con etiquetas como “ se descarta patología urgente, o “trastorno funcional”, simplemente porque el tornillo humano no cuadra con lo que hay escrito en nuestro protocolo.
El medico que progresa adecuadamente, el que es acreditado por las agencias del ramo, el que recibe reconocimientos y premios, es el que es capaz de documentar que tiene publicaciones en revistas de impacto del primer cuartil, aunque la haya hecho con un primo coreano y vaya de vigésimo autor sobre un modelo de determinación enzimática en ratas asiáticas. El buen clínico, el que atiende a pacientes en consultas atestadas y sigue aplicando rigurosamente su saber, carece de la valoración, el apoyo y la consideración de políticos, gestores e instituciones, salvo cuando alguien cercano se pone enfermo. Solo tienen el reconocimiento silencioso de todos aquellos que aprecian su trabajo y conocimiento. Cuando se vuelve a leer algún capitulo del Harrison ( además de comprobar una vez mas lo excepcional del texto) se comprueba lo difícil que resulta y el esfuerzo que precisa adquirir ese saber. Y lo poco que, por desgracia, lo apreciamos.
LOS ANTIDEPRESIVOS Y LA CEGUERA(Bauman)
A. P.
Desde su plaza de profesor en Leeds (Inglaterra), Bauman habría podido lanzar una mirada complaciente al presente, después de haber vivido la invasión nazi de su país, la Segunda Guerra Mundial desde el frente, el antisemitismo y las purgas en la Polonia comunista. En cambio, su análisis en Retrotopía es rotundo: "Resulta practicamente inevitable que respiremos una atmósfera de desasosiego, confusión y ansiedad y la vida sea cualquier cosa menos agradable, reconfortante y gratificante". En este contexto, los cada vez más consumidos tranquilizantes y antidepresivos proporcionan alivio, pero también "contribuyen a cegar a los propios seres humanos ante la naturaleza real de su padecimiento, en vez de ayudar a erradicar las raíces mismas del problema".
domingo, 23 de abril de 2017
miércoles, 19 de abril de 2017
Malos tiempos para el buen clínico ( del blog El Gerente Demediado )
“Hoy en día, se incita a los médicos a meterlo todo en un ordenador, con fines epidemiológicos, estadísticos, contables. Pero nadie parece querer grabar en su memoria el nombre ni la cara de la gente, recordar el primer encuentro, las primeras emociones, las sorpresas, los detalles cómicos, las historias trágicas, las incomprensiones, los silencios”
Las confesiones del Doctor Sachs. Martin Winckler.
Hubo un tiempo en que la meta de cualquier medico era convertirse en un buen clínico, alguien capaz de afrontar cualquier problema por vago o intrincado que fuera y encontrarle el diagnostico adecuado. Hoy las cosas han cambiado. Ahora la preocupación dominante es publicar en revistas de impacto o participar en proyectos de investigación, a ser posible europeos. Algo imprescindible para progresar en la carrera profesional.
Tuve la inmensa suerte de formarme con alguien que era , esencialmente, un clínico excepcional. Alguien no excesivamente conocido profesionalmente, que no ocupó cargos de gestión relevante, ni dirigió la política sanitaria de ningún partido, ni fue líder de opinión de nada. Si uno busca su nombre en Pubmed encuentra 10 referencias en treinta años, todas ellas en revista españolas. Pero en aquel tiempo en que muchos de sus compañeros hacían curriculum publicando las cosas más diversas ( a menudo superfluas), él se dedicaba simplemente a ver pacientes. Si en aquel hospital alguien tenia un caso especialmente peliagudo, buscaba el asesoramiento del Dr. Aréchaga. Si alguien tenia un familiar enfermo, recurría a Santi Aréchaga.
La poca medicina que sé, la aprendí de él. La importancia de escuchar al paciente ( y no a sus acompañantes) con toda la atención puesta en ello. Mirando a los ojos, dejándole hablar. Lo minuciosa que puede llegar a ser una buena exploración física, no tanto por lo enrevesado de las maniobras, sino por lo atento y cuidadoso que se debe ser al tocar, a la búsqueda de información, en un cuerpo enfermo, alterado ,dolorido. La diferencia existente entre un verdadero diagnostico diferencial y una mera lista de diagnósticos posibles, para lo que se precisa de un conocimiento exhaustivo e inmediato. La importancia de ese momento único en que el paciente aguarda el juicio diagnostico como el que espera un veredicto. Y lo difícil que resulta siempre encontrar el equilibrio entre no mentir y no angustiar.
En aquella época, cada vez mas lejana, los residentes andábamos entretenidos en la carrera armamentística intervencionista: a ver quien realizaba antes un procedimiento más complejo, en cuya cima estaba colocar vías centrales en sitios inauditos. El buen diagnostico se dejaba a gente como el Dr. Aréchaga, porque requería un dosis de lectura , análisis, reflexión y memorización a la que no todos estábamos dispuestos.
A raíz de un problema familiar vuelvo a contemplar la diferencia entre los buenos clínicos y los clínicos rutinarios. Y tengo la suerte de encontrar médicos de esos anónimos, a los que solo recuerdan sus pacientes, los que no salen en ruedas de prensa con consejeras y ministras tras realizar un transplante prodigioso, ni aparecen en la radio o el telediario de las 9 dando consejos y pautas de correcto comportamiento para pacientes obedientes.
Gente anónima capaz de hacer una historia clínica completa aunque fuera de la consulta los pacientes refunfuñen por el retraso que lleva, y sus indicadores de espera no sean los adecuados. Médicos de los que siguen tomando notas en papel mientras escuchan al paciente y miran a los ojos ( y no a la esclavizante pantalla del ordenador). Gente que sigue sabiendo hacer una exploración neurológica completa, solo con las manos, un martillo y una linterna. Capaces de demostrar todo lo que saben, que solo solicitan las pruebas estrictamente imprescindibles, que demuestran que se han estudiado el caso entre visita y visita, que relativizan el resultado de las pruebas en función de la evolución, que no recurren al sagrado TAC o a la divina Resonancia Magnética hasta que no resulta estrictamente imprescindible. Personas que se apoyan en la ayuda del tiempo (esperan y ven) para desenmascarar al trastorno culpable.
Mientras tanto enseñamos a los residentes, a los futuros médicos otro tipo de comportamientos: el de la atención rutinaria, estandarizada y sistemática , estudiando a los pacientes como si fuesen piezas defectuosas de una fábrica de tornillos. En donde se trata principalmente de aplicar el protocolo establecido (glucemia, presión arterial electrocardiograma), y si todo es normal “acicalar y largar” ( como decía el Gordo de la Casa de Dios) . Cubriéndonos las espaldas con etiquetas como “ se descarta patología urgente, o “trastorno funcional”, simplemente porque el tornillo humano no cuadra con lo que hay escrito en nuestro protocolo.
El medico que progresa adecuadamente, el que es acreditado por las agencias del ramo, el que recibe reconocimientos y premios, es el que es capaz de documentar que tiene publicaciones en revistas de impacto del primer cuartil, aunque la haya hecho con un primo coreano y vaya de vigésimo autor sobre un modelo de determinación enzimática en ratas asiáticas. El buen clínico, el que atiende a pacientes en consultas atestadas y sigue aplicando rigurosamente su saber, carece de la valoración, el apoyo y la consideración de políticos, gestores e instituciones, salvo cuando alguien cercano se pone enfermo. Solo tienen el reconocimiento silencioso de todos aquellos que aprecian su trabajo y conocimiento. Cuando se vuelve a leer algún capitulo del Harrison ( además de comprobar una vez mas lo excepcional del texto) se comprueba lo difícil que resulta y el esfuerzo que precisa adquirir ese saber. Y lo poco que, por desgracia, lo apreciamos.
El otro lado : Blog : El gerente demediado
Siendo residente de primer año apareció un buen día por la guardia un adjunto largo y delgado que tenía dos costumbres insólitas. La primera era bajar por la urgencia, algo a lo que la mayor parte de sus colegas no nos tenían acostumbrados. La segunda era aún más pintoresca: presentarse a los pacientes personalmente: con gesto serio y voz cálida les estrechaba la mano, mientras les decía su nombre y su cargo. No recuerdo quien se asombraba más, si el resto del equipo de guardia o los pacientes, acostumbrados a que casi nadie les mirase a la cara. Pronto descubrimos que venía de estar una larga temporada en Estados Unidos, lo que en cierta forma nos tranquilizó: al fin y al cabo debía ser un nuevo invento gringo (como los gorritos de quirófano), que pronto pasaría de moda. Desconozco donde está ahora aquel médico tan respetuoso, y si sigue realizando la misma rutina educada con cada paciente. Ojalá sea así.
Lo he recordado ahora al leer la iniciativa promovida por la Dra. Kate Granger, principal impulsora de la campaña “Hello my name is” ( Hola, mi nombre es…”) dirigida a recordar a todos los profesionales ( médicos, enfermeras, administrativos,…) la importancia de presentarse ante los pacientes. Granger considera que esas “pequeñas cosas” ( que cantaba Serrat) son de importancia capital en la práctica clínica. Entre ellas está el que alguien se siente junto a ti en vez de informarte de pie, que te coja la mano cuando te note disgustado o preocupado, que sea capaz de dedicarte un tiempo extra para escuchar tus temores, que sea cuidadoso y respetuoso cuando te explora. En definitiva que ejerza otra de las viejas virtudes no incentivadas por ningún servicio sanitario: la compasión.
Para ser consciente de todo ello, Kate Granger, geriatra del hospital de Leeds, tuvo que vivir en carne propia lo que es ver el mundo a través de los ojos de un paciente. Sus experiencias como paciente terminal las recogió en un libro ( The other side) y en un blog impresionante ( drkategranger).
Sobre las experiencias de profesionales sanitarios “desde el otro lado” lleva tiempo escribiendo Jonathon Tomlinson en su imprescindible blog en el BMJ, la última hace solo unos días. En ella reflexiona sobre la sorpresa que conlleva comprobar que muchas de las prácticas, rutinas y costumbres que aplicaban a sus pacientes muchos profesionales cuando estaban sanos, sean tan frustrantes y decepcionantes cuando el que las recibe es uno mismo. Sobre lo poco que se utiliza esa fuente de conocimiento tan valiosa como es la experiencia de enfermedad en las facultades de medicina, en las escuelas de enfermería, en los servicios sanitarios de todo el mundo. Una preciosa vía de aprendizaje, las narrativas de las relaciones entre clínicos y pacientes, que sigue siendo invisible para muchos. A través de las que descubrimos que buena parte de los errores de los médicos no son revelados por los pacientes. Que expertos en medicina basada en pruebas acaban recurriendo (cuando son ellos los pacientes) a medicinas alternativas de escaso fundamento científico. Que ignoramos el hecho de que la prevalencia de las enfermedades mentales no solo no es menor entre clínicos que en la población general, sino que pensamientos sobre el suicidio son mucho más frecuentes entre nosotros ( 1 de cada 5 estudiantes de medicina, 1 de cada 10 médicos frente a 1 de 45 en la población general).
Tomlinson señala la experiencia de una estudiante de medicina, autora de otro blog estremecedor (The patient patient) en el que Anya de Long describe el cambio de percepción que se produce de ser rotante en una consulta de reumatología a pasar a ser ella la enferma. Como los pacientes son solo simples nombres en una lista, administrados cada quince minutos, cuando uno es el que pasa consulta. Y como se viven esas mismas consultas cuando es uno mismo el que está al otro lado: como se preparan durante semanas las preguntas, las dudas, los resquicios de esperanza, para recibir en muchas ocasiones respuestas de trámite, vagas y genéricas, sin dejar de mirar el ordenador.
Por desgracia hay que pasar a estar en el otro lado para comprobar, como Kate Granger, cuanto se aprende de los pacientes si uno está atento y receptivo a todo ello. De sus vidas, del impacto de la enfermedad en sus vidas, de la repercusión que causa en sus familias.
Otro médico general, Liam Farrell, escribió: "cuando te enfrentas tan descarnadamente a tu propia vulnerabilidad, entiendes a los pacientes mucho mejor…somos frágiles, somos humanos, las cosas malas también nos suceden a nosotros, como a cualquier otro. Creo que somos conscientes de nuestra propia mortalidad, de la fragilidad de la vida, aprendemos a no sentirnos culpables por buscar ayuda, y también a estar atentos a los demás, a preocuparnos por la salud de los demás”.
Lástima que haya que pasar al otro lado para darnos cuenta.
martes, 18 de abril de 2017
Insoportable
Alguien preguntó a Thelonious Monk ¿Qué te pasa?", y él respondió: "Todo, todo el tiempo"
La luz de esta tarde que cae sobre el vidrio de la concesionaria de la esquina y baña los autos impecables como joyas húmedas en los que uno puede imaginar a padres fatigados llevando en el asiento trasero a niños que huelen a jabón y vianda para el almuerzo a las siete de la mañana, es insoportable. La vidriera del bazar que muestra ollas de aluminio dispuestas con una prolijidad que rompe el corazón y carteles que dicen oferta tres vasos por cien pesos, y la señora que frente al mostrador saca ceremoniosamente un billete de su monedero de lona como si estuviera comprando un anillo de Tiffany y se lleva los tres vasos envueltos en papel de diario, es insoportable. El hombre que en la pescadería insiste en darme su receta de pescado relleno no es insoportable, pero la idea del departamento oscuro donde vive con su mujer y en el cual cenan esa receta burda y el diálogo que tienen mientras tanto —“Cambiá el canal, viejo, que ya empezó el noticiero”. “Bueno. Pasame la sal”— es insoportable. La chica de la caja del Carrefour Express diciendo quién sigue, la mujer que espera en la fila del Carrefour Express mientras mira su teléfono celular y una nena vestida con un pantalón rosa y zapatillas con rueditas le tira de la manga, el quiosco donde venden películas con carátulas desvaídas por el sol, la veterinaria donde hay bolsas de alimento para perros cubiertas de polvo, todo lo que siempre estuvo ahí, aumentado por una lente demencial y transformado en una motosierra que trepana el cerebro es insoportable. En 1971, el pianista Thelonious Monk dejó de tocar y se recluyó hasta su muerte. Dicen que era depresivo, esquizofrénico. Alguien, a quien esas explicaciones no le bastaban, le hizo en aquellos días una pregunta: “¿Qué te pasa?”. Y Monk respondió: “Everything, all the time”. Todo, todo el tiempo.
lunes, 17 de abril de 2017
EL ANALFABETO POLÍTICO
“No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bertold Brecht
Hay que sufrir para llegar a Dios : Teresa de Calcuta
Desde los noventa, voces críticas se alzan en contra de la religiosa, a la que acusan de ser una fanática amiga de dictadores y de no dar cuidado profesional a los enfermos
Nueva Delhi
La madre Teresa, canonizada este domingo por el papa Francisco, es sin duda la figura católica más respetada y admirada en la historia de India. Sin embargo, desde los noventa varias voces se han alzado para criticar su lado oscuro, “que ni en Occidente ni en India se quiere oír porque nadie quiere saber que su icono de la compasión, premio Nobel de la Paz, era una fanática religiosa amiga de dictadores, ricos y corruptos. A los pobres les pidió resignación y los ayudó a morir, pero sin darles cuidado profesional”, dice Aroup Chatterjee. Este doctor de Calcuta residente en Londres ha sido su crítico más consistente. Escribió el libro Mother Teresa The Final Veredict (Madre Teresa, El Veredicto Final) y estuvo detrás del documentalHell´s Angel (Angel del Infierno), del reconocido periodista anglo-estadounidense Christopher Hitchens, que en 1994 expuso por primera vez a nivel mundial la otra cara de la monja.
Aunque la religiosa siempre aseguró que no hacía política, dio su reconocimiento, entre otros, al dictador de Haití Jean-Claude Duvalier o al régimen totalitario de Enver Hoxha, en Albania. También recibió algunas donaciones que fueron muy criticadas, como las de Charles Keating, que fue encarcelado por el mayor fraude financiero en la historia de Estados Unidos hasta finales de los ochenta. Cuando Keating ingresó en prisión, lejos de devolver el dinero que le había entregado (al menos millón de dólares —896.300 euros—), la madre Teresa intercedió ante el tribunal pidiendo misericordia.
Chatterjee afirma que es imposible saber las donaciones que ha recibido la congregación de las Misioneras de la Caridad, fundada por Teresa de Calcuta, pero asegura que son millones y millones de dólares. “Con esa fortuna podría haber ayudado a vivir mejor a los enfermos”, dice. El doctor considera que Teresa de Calcuta dedicó su vida a expandir el catolicismo más fundamentalista, pregonando el culto al sufrimiento. “A los moribundos no se les daba ningún analgésico fuerte, incluso en los casos más extremos, y los cuidados no eran profesionales, carecían de la más básica higiene, sufrían condiciones de tortura”. Reconoce que la situación ha mejorado en los últimos años, pero recalca que todavía es pésima.
La madre Teresa también encabezó la cruzada del Vaticano contra el aborto y los anticonceptivos. En su discurso de aceptación del Nobel en 1979, declaró que “el más grande destructor de la paz hoy es el llanto del inocente niño no nacido”.
Aunque la madre sólo ayudaba a los creyentes a acercarse a su dios, cualquiera que fuera, en privado aceptó que había convertido a más de 29.000 personas que murieron en su centro, cuenta el doctor. En un vídeo, la religiosa explica que les bautizó “para que San Pedro los deje entrar al cielo”. Y concluye que “es muy bonito ver a la gente morir con tanta alegría”.
Otro de sus críticos es el cubano-estadounidense Hemley González, que en 2008 fue voluntario. “Iba a viajar por la India y decidí hacer labor social. La marca de la madre Teresa es tan fuerte, que aun sin ser religioso, fue lo primero que se me ocurrió. Me di cuenta de que se trataba de una violación sistemática a los derechos humanos y de un escándalo financiero”, asegura. Cuenta que vio cómo las agujas solo eran lavadas con agua para ser usadas de nuevo y que a los enfermos se les daban medicinas caducadas.
Los voluntarios no tenían preparación, según dice González. “Uno de ellos le dio de comer a un paralítico que se atragantó y murió. Yo estuve en la cremación de 12 personas, algunas de las cuales creo que pudieron haber sobrevivido”, afirma González todavía consternado. En su opinión, los misioneros no son amigos de los pobres, sino promotores de la pobreza. Al regresar a Miami, juntó dinero para fundar la ONG Responsible Charity Corp. Dice que sus cuentas son transparentes, que en 2014 su presupuesto fue de 65.000 dólares (unos 58.200 euros). “Las misioneras podrían hacer mucho más con todo lo que reciben”. Las Misioneras de la Caridad han rechazado responder a las preguntas de EL PAÍS.
El reconocido “racionalista” Debasis Bhattacharya apunta que la madre Teresa hacía sufrir a los pobres para poder recibir el amor de Dios. “Pero ella nunca esperó. Cuando estuvo enferma acudió a servicios de salud modernos y costosos”. Del primer milagro que le reconoció el Papa, la cura de un tumor a Mónica Besra, asegura que fue una mentira diseñada: “Su tumor no era por cáncer, sino por tuberculosis. Se curó porque le fue diagnosticado y tratado en el hospital”.
Los críticos de la madre saben que todavía son pocos quienes quieren escucharlos. Pero se felicitan de que los medios empiecen a hacerse eco de críticas a la madre Teresa. “A las ONG se les exige transparencia y profesionalidad. ¿Por qué a las Misioneras de la Caridad no? A 20 años de la muerte de la madre Teresa hacen más daño que ayuda”, dice González.
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