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jueves, 7 de septiembre de 2017

Guillermo Fesser de Gomaespuma

¿En España no nos alegramos del triunfo ajeno?
Pues mira, de las primeras cosas que me dijo mi mujer cuando la conocí es que España es un país muy raro. Le encanta y, de hecho, ya es española también, pero ve las cosas raras que tenemos allí como yo veo las de aquí. Me dijo que era un país raro porque era el único país del mundo que ella conocía en el que te tienes que celebrar tú tu propio cumpleaños. Y efectivamente, macho. Nos cuesta infinito reconocer el éxito de los demás. No sé por qué, ni sé de dónde viene eso, porque está demostrado que cuando un español viene aquí y se mete en esta dinámica en la que a la gente le encanta reconocer el éxito del otro, al español le acaba encantando también. Es como jugar al frontón; si das a la pelota flojito se te devuelve flojito, y si das fuerte, te da en la cabeza. Lo de hacer la vida más agradable a los demás no es un tema de caridad o de ser una monja, es un tema egoísta: al final también te va mejor a ti. Es mucho mejor salir por la mañana y que te digan «adiós don Guillermo, ¿qué tal está tu hijo?», a que te tiren una piedra. No sé por qué nos cuesta tanto trabajo reconocer el éxito ajeno.
Volviendo a Sancho Panza y Don Quijote, quería poner de ejemplo la ciencia. Sí, el Gobierno español es un desastre, han quitado el Ministerio de Ciencia e Innovación, no se potencia debidamente y tal. Pero hay más que eso. A los científicos, cada uno con su laboratorio, no les gusta intercambiar conocimientos. Aquí, en cambio, tienes la Iniciativa BRAIN, impulsada por Barack Obama, que consiste en doscientos laboratorios ligados entre sí. En el de Columbia están centrados en el cerebro del ratón y no sé qué, porque es su proyecto, pero cuando descubren algo se lo cuentan al que está analizando el rabo del león en Luisiana. Es decir, que lo que tú has descubierto del ratón me vale a mí para lo del rabo. Y así se supone que dentro de quince años tendrán el mapa del cerebro, conseguido gracias a todos los laboratorios del país.

La idea del networking, de trabajar en equipo, es algo que a los españoles nos da pavor. Creo que viene de un complejo de inferioridad que no deberíamos tener, para nada, porque cuánto más vivo fuera más me doy cuenta de que España es un país maravilloso con gente con un talento estupendo y con una preparación muy buena. Pero tenemos ese complejo y nos aterra que nos vayan a quitar el trabajo, ¿sabes? Yo he conocido gente en la radio, estrellas de la radio, que cuando se iban de vacaciones ponían al peor del equipo para que le sustituyera, en lugar de poner al mejor. Todo, para que el público estuviera diciendo «a ver si se va ya el malo y viene el bueno».

¿En cuántos grupos empresariales he visto colocar en puestos directivos a gente muy muy mediocre? Y la razón es la misma: que no le hagan sombra al director. Se premia la fidelidad, que es una cosa estúpida, porque al final ¿qué fidelidad ni qué leches? En España tampoco sabemos delegar responsabilidades por lo mismo; porque nos da miedo. He visto empresarios españoles de grupos grandes, a nivel internacional, que tienen que decidir hasta el papel de váter que se coloca en los baños. Es ridículo querer controlar todo. Si rompiéramos esos estereotipos… Que lo vamos a hacer, porque si estás dentro de España no te das cuenta, pero los que salen fuera, que cada vez son más por culpa de la crisis, sí se dan cuenta. Y los que vuelvan a España se percatarán de que estos son fallos estructurales muy tontos y, sobre todo, se percatarán de que no hacen feliz a nadie. Porque si nos hiciera más feliz el ser todos originales… todavía. Pero es que ser todos originales es muy incómodo, macho. Estar en una fiesta y sentir que tu disfraz no es el bueno, y que durante las dos horas siguientes se hable únicamente de los disfraces, es horrible. Porque tú ya sabes que el tuyo no es el mejor, y ya has visto al que viene vestido de faraón egipcio de puta madre. ¿Y ahora qué? ¿Vamos a estar dos horas diciendo cómo mola ese disfraz? Pues no. Vas a la fiesta de disfraces para hablar con uno al que su madre le duelen las piernas, a otro le cuentas que te has enamorado antes de ayer, otro te cuenta que se le ha muerto el perro, otro te dice que a ver si nos vamos a pescar, y otro que se ha cambiado de curro. Disfrazados, sí, pero hablando de esas cosas y no de los disfraces. Porque, en España, el rollo de ser original hace que estés todo el rato hablando de los disfraces que hay en la fiesta. Y el que gana cojonudo, pero todos los demás estamos ahí apenados, porque además te lo recuerdan: «Joder macho, ¿vas de Mortadelo? Pues tío, no te pareces nada». Cuatro veces. El agobio creado en España por ser original crea infelicidad. Por eso creo que la mejor manera de quitarnos ese agobio es integrando la segunda parte del Quijote, el plan de negocios: poner gente contigo en la que puedas delegar, dar piropos a la gente que está a tu alrededor, darle parte del beneficio. Crear comunidad, en definitiva. Nos iría mucho mejor. Crearíamos industria de cine, de ciencia… 

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