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martes, 27 de febrero de 2018

Ayudar a morir , de Iona Heath

Ayudar a morir, de Iona Heath: sobre lo esencial de la vida

Elena Serrano Ferrández
Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria
CAPI Baix-a-mar. Vilanova i la Geltrú
Alba Martín Jiménez
Especialista en Medicina de Familia
CAPI Baix-a-Mar. Vilanova i la Geltrú. Barcelona

                                
    


Sinopsis y comentario

La continuidad de la portada en el libro Ayudar a morir nos aproxima, en apenas doce líneas, a Iona Heath: su trabajo como médico generalista en un barrio pobre de Londres desde 1975 y su dedicación a otros ámbitos estrechamente relacionados con la práctica clínica, como son los Comités de Ética, la comisión de Genética o el grupo de Desigualdades en Salud. Si bien el título pudiera no recoger de forma fiel el contenido y los entresijos de las más de 120 páginas que tenemos por delante, sí que la aproximación citada a una de las referentes en la medicina de familia, y la colaboración con John Berger, dibujan una suculenta introducción a una lectura que no nos dejará impasibles.

Es la narración inicial de Berger la que nos hace viajar desde un ayer hasta un hoy, para introducirnos uno de los ejes sobre el cual girarán el resto de las páginas: el cambio en la forma y el lugar de morir. Posteriormente se suceden ocho capítulos escritos por Iona Heath donde se entremezclan su experiencia con la muerte a través del trabajo con sus pacientes, reflexiones, dudas y sentimientos derivados de ella, sin olvidar la (con)vivencia con su entorno y su biografía. Todo ello con un eslabón común: las referencias a obras literarias, poesía y pensadores que, parece, guían su camino. Por último, las doce tesis de Berger, a modo de conclusión, nos recuerdan algunas ideas concisas y claras expuestas en los capítulos anteriores y su teoría de que el capitalismo deshumanizó la experiencia de la muerte.


  • «La muerte forma parte de la vida y es parte del relato de una vida. Es la última oportunidad de hallar un significado y de dar sentido coherente a lo que pasó antes»; «hay que vivir la muerte».
  • «El objetivo de la vida es la Sensación, sentir que existimos, aunque sintamos dolor».
  • «Mis pacientes me han demostrado que en el proceso de morir el tiempo del cuerpo y el tiempo de la mente pueden desconectarse con mucha facilidad».
  • «En la frontera del tiempo y la eternidad, los muertos pueden ayudar a los moribundos a morir».
  • «Morir es difícil y también lo es ser médico: hay que tomar conciencia de los límites de la propia ciencia y de la propia habilidad».

Todos estos son algunos fragmentos de una lista amplia de lo subrayado en la lectura. Cada uno de ellos invitaría a una reflexión matizada sobre la muerte, sobre los otros y sobre nosotros. La elección de este libro va precedida de la importancia de dar a conocer (y recordar) a Iona Heath, un médico generalista a tener en cuenta en nuestro día a día. Y para dejar sobre la mesa un tema que, como profesionales que trabajamos con personas, no podemos olvidar, ni dejar para el final ni desvincularse del vivir: se trata de plantearnos qué significa morir y cuál debería ser nuestro quehacer con respecto al otro, que es el paciente. Y es que algo está cambiando y debemos preguntarnos el porqué, si quizá la medicina basada en datos duros y (sobre)tecnificada nos aleja de nuestra responsabilidad «como compañeros de la muerte». Hay destellos en el libro que nos invitan a hacernos esas preguntas, como lo es la referencia al estudio cualitativo que comparaba la forma de morir en países pobres y ricos: se pudo saber que los pacientes de Kenia manifestaron el deseo de morir para verse libres del dolor y en los pacientes escoceses su deseo de morir estaba vinculado con acabar con los efectos colaterales del tratamiento médico.

El libro Ayudar a morir nos plantea interrogantes, dudas, (re)valoriza el sentir de las emociones y hace presente la incertidumbre que acompaña al vivir. En medio de esta amalgama de matices, en el capítulo titulado «Lo que el médico necesita», podemos encontrar indicios sobre aliados que nos pueden ayudar a transformar el don de la ciencia de comprender mediante la simplificación: los ojos, las palabras, el contacto físico y la paciencia.

Bibliografía

  1. Heath I. Ayudar a morir. Editorial Katz. 2009
  2. Entrevista a Iona Heath durante su estancia en Granada (2013) para participar en el Congreso de semFYC.
  3. Al final tú decides (2009): es el resultado de una acción en la calle en la que diferentes personas expresan su opinión sobre el significado de «muerte digna». Palabras y testimonios de ciudadanos de a pie con diferentes creencias, opiniones y experiencias sobre el significado del morir. Proyecto audiovisual realizado por Maite Cruz Piqueras, Noelia García Toyos, Mar Giménez Marín, Manuela López Doblas, y Moli7 Espacio Audiovisual.
  4. De muerte somos todos (2012) es un relato coral a partir de los resultados de una investigación cualitativa que indaga sobre cómo se muere la gente en los hospitales andaluces. El montaje está realizado con voces y narraciones provenientes de las personas entrevistadas junto con referencias de textos literarios que tratan la muerte. Proyecto coordinado por Maite Cruz con el montaje de Marina Pérez Trigueros y la colaboración de María Isabel Tamayo Velázquez y Pablo Simón Lorda.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Aristóteles y la amistad



Es bien conocida la importancia que Aristóteles concede a la amistad en el marco de sus reflexiones éticas. Baste recordar que la Etica a Nicómaco, la más representativa de las obras éticas de Aristóteles, contiene dos libros completos, los libros VIII y IX, dedicados a la amistad. Esto quiere decir que al tema de la amistad se le concede un espacio mucho más amplio que a otros temas éticos fundamentales, como son, por ejemplo, la indagación acerca de la felicidad, o el tema del placer, o el problema de la incontinencia, o las cuestiones relativas a la justicia. Ahora bien, esta amplitud en su tratamiento no es algo casual, sino que responde a la convicción aristotélica de que la amistad es algo especialmente valioso, diríamos que algo único, en la vida de los seres humanos. La amistad, en efecto, no es un aliciente más, entre otros, para una vida feliz: es --en palabras del propio Aristóteles-- “lo más necesario para la vida”, lo más necesario para una vida feliz. Por eso, dice Aristóteles, “nadie querría vivir sin amigos, aun estando en posesión de todos los otros bienes” (Ética a Nicómaco VIII 1, 1155a5-6). Por otra parte, además de necesaria, la amistad es algo noble, es algo hermoso (ib. 1155a28-9). “Constituye una virtud o, en todo caso, no puede darse sin virtud” (ib. 1155a3-4). En definitiva, puesto que el ser humano es un animal social, que naturalmente tiende a la convivencia con otros seres humanos, la amistad constituye la realización más plena de la sociabilidad y la forma más satisfactoria de convivencia.

Concluyamos, pues, que la amistad perfecta —por tanto, la amistad auténtica, la que merece tal nombre— es aquella que se basa en la excelencia, en la virtud, y en la cual el amigo es querido por sí mismo. Ambos rasgos se dan unidos, según Aristóteles.


La tesis de Aristóteles es, por tanto, que el amor al amigo constituye una extensión del amor a sí mismo. Y que, por consiguiente, en la amistad basada en la virtud el querer del bien del amigo es una extensión del querer de aquello que es bueno en sí y, por tanto, bueno para uno mismo. Lo que Aristóteles viene a decirnos es que solamente el que quiere lo mejor para sí mismo puede querer realmente lo mejor para el amigo. Este es, sin duda, el sentido de la frase aristotélica que ya he comentado anteriormente, según la cual el amigo “tiene para con el amigo la misma disposición que para consigo mismo” (E.N. IX, 9, 1170b7-8). Esta es la postura de Aristóteles. En cualquier caso, y con esto concluyo, parece razonable convenir en que una amistad que no hace mejores a los amigos es una amistad que no merece tal nombre ni merece la pena cultivarla.

Nacimiento de George

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¿Un paciente dando lecciones a los médicos?


 

by Enrique Gavilán
Anatole Broyard fue periodista del New York Times y crítico literario. Muchos los recordarán por ser el que primero caracterizó a los hipsters, tribu que luego conformó labeat generation de Kerouac. Eso fue en 1948, el mismo año que murió, por un cáncer de vejiga, su padre. Este hecho marcó su vida, no solo profesional, sino personal: muchas de sus lecturas, críticas y ensayos giraron en torno a la forma en que el hombre se asoma al abismo de la muerte.
Sin saberlo, este aprendizaje fue fundamental para que pudiera afrontar su propio destino. Cuarenta y un años más tarde fue diagnosticado de un cáncer metastático de próstata que se llevó su vida por delante 18 meses más tarde. Pero, fiel a sí mismo, encaró el proceso conservando su propio ‘estilo’ hasta el final, hecho que, sin duda, contribuyó a que su máximo deseo se hiciera realidad: estar intensa y genuinamente vivo cuando llegase su muerte.
Mercedes Pérez y Juan Gérvas lanzan en su libro “Sano y Salvo“ una provocadora pregunta: “¿Se puede tener una enfermedad grave y al mismo tiempo estar sano?”. ¿No son la enfermedad y la muerte incompatibles con la salud y la vida? Anatole no tiene duda. No se deja vencer por el pesimismo que acompaña a la palabra “cáncer”, pero al mismo tiempo reniega de la visión romántica de la muerte. “La enfermedad es ante todo un drama que debiera ser posible disfrutar a la vez que se padece”, afirma. Y a decir de su libro “Ebrio de enfermedad”, gozó con apetito de su enfermedad hasta sus últimos instantes. Socarronamente, reconoce que su actitud es “irresponsable”, pero se siente libre de hacerlo así, porque “una enfermedad crítica es como un gran permiso, una autorización o una absolución”.

Sus reflexiones ante la enfermedad y la deformidad del yo que ésta impone no son solo una reivindicación del poder del enfermo para reapropiarse del significado de su vida y de su muerte, de su salud y de su enfermedad, sino también severas lecciones de humildad y humanidad para todo aquel que se dice médico o quiera llegar a serlo. Muchas de estas reflexiones fueron compartidas por Anatole con estudiantes de medicina en un seminario de bioética de la universidad de Chicago tan solo seis meses antes de su muerte.
Anatole era, sin duda, un tío con cojones. Pocos pacientes se atreven a dar lecciones a los médicos. Y pocos médicos se dignan a escuchar cosas como que tendemos a obedecer ciegamente “la ley no escrita de que la muerte hay que negarla hasta que no esté certificada”.
Ahí van muchas de las frases –a veces como bofetadas, otras como leves súplicas-, que nos regaló Anatole Broyard. Hay que estar loco para no leer y releerlo al menos tres veces hasta que se queden grabadas a fuerza de repetirlas en nuestra memoria.
(Quiero) “alguien capaz de tratar el cuerpo y el alma”.
“Un médico con sensibilidad”.
“Me gustaría un médico que disfrutase de veras de mí. Quiero construir para él un buen relato, darle algo de mi arte a cambio del suyo”.
“Me gustaría que mi médico me palpase el espíritu además de la próstata. Sin algún reconocimiento, no soy más que mi enfermedad”.
“Yo no pediría a mi médico que me dedicase mucho tiempo: me conformaría con que rumiase mi situación durante acaso cinco minutos, con que me concediera todo su ser una sola vez, con que estuviera unido a mí durante un momento, con que examinase mi alma”.
“El relato del enfermo y sus percepciones forman parte de la literatura de las situaciones extremas”
“Morir o estar enfermo es en cierto modo poesía”
(Quiero un médico capaz de) “’leer’ mi poesía”.
“No creo que no haya ninguna razón por la cual los médicos no debieran leer un poco de poesía como parte de su formación”.
“El médico puede emplear su ciencia como una especie de vocabulario poético en vez de emplearla como una pieza de maquinaria, de modo que su jerga pueda convertirse en la jerga de una forma poética”.
“Sería más feliz con un médico ingenioso, que supiera apreciar la comedia además de la tragedia de mi enfermedad”. Y es que “en la enfermedad no todo es tragedia. Hay muchas cosas que son divertidas.”
“El trabajo de un médico sería más interesante y satisfactorio si se dejase entrar sin cortapisas en el paciente”.
“Si fuese capaz de mirar directamente al paciente, el trabajo del médico sería más gratificante. ¿Por qué molestarse en tratar con enfermos, por qué tratar de salvarlos, si ni siquiera reconocen su presencia? (…) ¿Cómo va a presuponer el médico que puede curar a un paciente si no sabe nada de su alma?”.
“Cuando aprenda a hablar con sus pacientes, el médico tal vez vuelva, por medio de la palabra, a tomar afecto por su trabajo. (…) Si lo hace, ambos podrán compartir –y muy pocos pueden compartir así- el asombro, el terror y la exaltación de quien está al filo mismo del ser, entre lo natural y lo sobrenatural”.
“A mí me gustaría sentarme con mi médico y conversar con él sobre mi próstata. Qué órgano tan curioso.”
“El pensamiento médico podría beneficiarse del uso de más libres asociaciones”.
“Que el paciente desarrollase sus propias estrategias, que se surtiese de todas aquellas cosas que el médico no le había recetado”
“Si tuviera que desmitificar o deconstruir mi cáncer, tal vez hallaría que no hay un diagnóstico absoluto (…), sino tan solo la interpretación que hagan cada médico y cada paciente”
“Como la tecnología me priva de la intimidad de mi enfermedad, la convierte en algo que no es mío, sino que pertenece a la ciencia, desearía que mi médico de alguna manera la “repersonalizara” para mí”.
“Es completamente natural que un paciente sienta algo de asco ante los cambios que impone en su cuerpo la enfermedad, y me pregunto si un médico innovador no podría hallar una manera de reconceptualizar esta situación”.
“El médico ha de acompañar al paciente en su salida del mundo de los sanos, y en su ingreso en el purgatorio físico y mental que le está esperando”.
“El médico tiene el cometido imposible de intentar reconciliar al paciente con la enfermedad y la muerte”.
“Lo que un enfermo crítico necesita, sobre todo, es que lo entiendan. La muerte es un malentendido que es preciso aclarar antes del fin”.
“El ambiente estilo laboratorio seguramente se puede atribuir a la idea de la asepsia, a la evitación del contagio. Originariamente, el paciente estaba protegido por la esterilidad del hospital. Solo que la esterilidad llegó a extremos excesivos: se esterilizó el pensamiento del médico”.
“Tal vez los médicos desalienten nuestros relatos”.
“Las explicaciones técnicas restan empaque al relato de la enfermedad”.
“Los médicos están acostumbrados a que sus pacientes les propongan falsos yoes, pero creo que a los médicos hay que enseñarles a reconocer y a aceptar el verdadero yo del paciente. (…) Uno ha de seguir siendo quien es” a pesar de la enfermedad. Que no te expropien de tu propia identidad, ni te despojes tú mismo de ella.
“Lo que importa es el paciente, no el tratamiento”.
“Acaso sea necesario que renuncie (el médico) a una parte de su autoridad a cambio de recuperar su humanidad, pero, como bien saben los viejos médicos de familia, éste no es un mal trato”.

gandhi

“Tus creencias se convierten en tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tus palabras, tus palabras se convierten en tus acciones, tus acciones se convierten en tus hábitos, tus hábitos se convierten en tus valores. Tus valores se convierten en tu destino”.

martes, 20 de febrero de 2018

Libertad es responsabilidad

En griego clásico, libertad es sinónimo de responsabilidad. La libertad es el coraje de renunciar: si eliges algo, renuncias a algo.

domingo, 18 de febrero de 2018

Los mareados . Cuarteto Cedrón


Trump : un panfleto político ( del Libro Fuego y Furia )

P. En el libro, hay personajes, como el fallecido expresidente de la cadena Fox, Roger Ailes, que consideran que Trump carece de creencias.
R. Es así. No tiene creencias ni escrúpulos. Su ideología se limita al hazme feliz ahora. Trump vive el momento, con lo que al momento siguiente puede cambiar. Literalmente, lo suyo es una burbuja de instantaneidad. En la Casa Blanca todos se referían a él como un niño. A veces de 16 años, otras de nueve, otras de dos. Pero siempre un niño que necesita gratificación inmediata.
P. Pero es el presidente de Estados Unidos, ganó las elecciones, debe tener alguna virtud.
R. Su virtud es que es espontáneo. No disimula. Incluso cuando miente, no lo hace calculadamente. No es otro. Es lo que se ve. Es Donald Trump. Y eso resulta atractivo para mucha gente.
P. Llega a definirle como el Dios Sol. ¿No es exagerado?
R. Él mismo se ve como el centro del mundo. Es alguien que no tiene capacidad para contextualizar y entender las cosas como los demás, con cierta relatividad.
P. ¿Y no cree que con los años pueda convertirse en un presidente convencional?
R. Imposible. Todos alrededor suyo llegan a la misma conclusión: no tiene la capacidad analítica ni las habilidades para el puesto. Vive el momento.
P. ¿Cuál es su relación con las mujeres?
R. Es un mujeriego, toda su vida ha ido detrás de las mujeres. Quiere sexo cada minuto del día. Quiere dominarlas a cada paso del camino. Las mujeres son el principal interés en su vida. Por eso creó su propio concurso de belleza.
P. ¿Y con su esposa, Melania?
R. La tiene como un trofeo. Todos los matrimonios son de algún modo un acuerdo, y en este caso hay un pacto de formalidad y distancia. Apenas se ven.

“Bannon pensaba que Trump era un payaso”

La relación entre Donald Trump y su antiguo estratega jefe, el radical Steve Bannon, se quebró tras la publicación de Fuego y Furia. El presidente consideró que Bannon estaba detrás del ataque y emprendió una ofensiva que logró su despido de Breitbart News, la web en la que se había refugiado tras su salida de la Casa Blanca en agosto. Desde entonces, ambos son enemigos.
Pregunta (P). ¿Su valedor en la Casa Blanca quién era?
Respuesta (R). Probablemente Bannon.
P. Hay quien sostiene que influyó en el libro.
R. Y es cierto, porque habla mejor que los demás y se deja grabar.
P. ¿Cómo es Bannon?
R. Inteligente, divertido, perspicaz…
P. ¿Peligroso?
R. ¿Peligroso?
P. Era el más extremista del gabinete. Y se le considera el representante de la ultraderecha.
R. Es cierto que se le ve así, pero yo tengo una opinión distinta. No le considero un extremista, sino alguien implicado en sus ideas, que no busca el poder por el poder. Muy intelectualizado y volcado en los medios de comunicación…
P. Pero la web que dirigía, Breitbart News, no es un ejemplo de moderación ni de intelectualidad, sino un panfleto ultra y racista.
R. No es un moderado, cierto. Pero lo que le gusta es crear medios de comunicación y conectar con las audiencias. Un día me dijo que quería hacer un Breitbart para la izquierda…
P. Disculpe, ¿usted cómo se define políticamente?
R. No tengo afiliación política... Bueno, vivo en Nueva York y quizá sea un centrista.
P. ¿Es distinto el vínculo con su hija mayor y asesora, Ivanka?
R. Ella es lo más parecido a él: 100% transaccional. La gente de la Casa Blanca la describe como una mini Donald Trump que hasta le ha organizado la vida matrimonial.
P. Muchos la consideran su heredera política.
R. Trump no piensa en ello. No piensa en qué vendrá después.

viernes, 16 de febrero de 2018

James Salter : un inmenso escritor

Todo lo que hay

 


James Salter
Han pasado casi 35 años desde que se publicó la anterior novela de James Salter (Nueva York, 1925), En solitario. En ese tiempo, el autor ha escrito dos volúmenes de relatos y uno de poesía, un libro de memorias, una colección de ensayos de viaje, y, junto con su esposa, Kay Eldredge Salter, un libro sobre comida. No ha perdido el tiempo. Sin embargo, cada uno de esos libros y todos en conjunto, siendo excelentes, podrían llevar a uno a pensar que el autor está en el crepúsculo de su trayectoria, y que los grandes gestos y los mayores logros solo sin visibles por el retrovisor. ¿Y por qué no habría de ser así? Salter tiene 88 años y una sólida reputación de que no le queda nada por demostrar. Si existiese un monte Rushmore de los escritores, estaría allí. Aunque no hubiese publicado nada nuevo, nadie se lo habría recriminado.

Al parecer, Salter no está al tanto de nada de esto. Con la publicación de Todo lo que hay, una ambiciosa desviación de su trabajo anterior, ha tirado por tierra cualquier idea de ocaso de un solo golpe. Es más, su novela sitúa las últimas cuatro décadas bajo una luz completamente nueva, y no como epílogo, sino como obertura. Las historias brillantemente condensadas en las que la vida es iluminada por el destello de un flash; la memoria humana que exalta con generosidad, más que cualquier otra cosa, los rasgos de la existencia diaria; todo está aquí, subsumido y asimilado al servicio de una obra que consigue ser al mismo tiempo reconocible (solo Salter podría haberla escrito) y, aun así, de una originalidad sorprendente; una prueba vigorosa de que este león de la literatura sigue al acecho.

En el prólogo de sus memorias de 1997, Quemar los días, escribía: “Si por un instante se puede imaginar la vida como una gran casa con un cuarto para los niños, un salón y un comedor, dormitorios, un estudio, y así sucesivamente, todo desconocido y radiante, los capítulos que siguen son en cierto modo como mirar a través de las ventanas de la casa. Algunos de sus habitantes solo se atisban brevemente. Las visitas van y vienen. En algunas ventanas nos gustaría detenernos un poco más, pero, por desgracia, como ocurre con cualquier casa, no se puede ver todo lo que hay en su interior”. Esta acertada descripción de sus cautivadores recuerdos puede servir muy bien para introducir su novela.

En el pasado, la ficción de Salter se concentraba en lo específico con una intensidad casi feroz, revelando instantes de las vidas de sus personajes. Juego y distracción es la crónica del tiempo que dura una historia de amor. Pilotos de caza y Cassada están vinculadas a los periodos de servicio en el Ejército, y Años luz a la historia del deterioro de un matrimonio. Los alpinistas de En solitario luchan contra la gravedad y contra los caprichos de la edad. Detrás de todas esas historias suena el tictac de un reloj.

Dilatándose allí donde las narraciones anteriores eran de una concisión casi cruel, el argumento de Todo lo que hay devora el arco completo de la vida de un hombre, comenzando hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando Philip Bowman es un joven oficial de la marina en un barco que navega rumbo a Japón. A lo largo de los siguientes decenios asistimos a su matrimonio y a su divorcio y le vemos abrirse camino como editor en una editorial neoyorquina dedicada a la literatura. Llegan otras relaciones sentimentales, la más significativa de las cuales se coagula por una cruel traición a la que Bowman acaba correspondiendo con una maldad equiparable. Los amigos desaparecen; se forjan amistades nuevas; las casas se compran y se venden; mueren los parientes; y, uno por uno, los vínculos del amor y el cariño se debilitan y se disuelven.

En una de las últimas fugaces visiones de Bowman -ya es lo bastante mayor como para pensar seriamente en la muerte- está considerando regresar al Pacífico, que contempló por última vez desde la cubierta de un barco, “donde yacía la única parte audaz de su vida”. El reloj también suena en este libro, pero no se oye tanto, y a veces nada en absoluto.

Al lado de los pilotos y los alpinistas de otras novelas, Bowman parece insignificante; un solitario con una vida en minúsculas y una carrera acorde con ella: “En la cultura nacional, el poder de la novela se había debilitado. Ocurrió poco a poco. Era algo que todos sabían e ignoraban. Todo seguía exactamente igual que antes, esa era su belleza. La gloria se había desvanecido, pero nuevos rostros seguían apareciendo, deseosos de formar parte de ella, de publicar lo que retuviese una ligera idea de elegancia, como un par de bonitos zapatos lustrosos que perteneciesen a un hombre arruinado”. Como siempre, también aquí el autor, tan beligerante con lo obvio, descubre un resplandor incluso en las situaciones más melancólicas, aplicándoles el mismo rigor que usa para escrutar y rechazar cualquier noción simple y convencional del heroísmo o de una vida respetable.

Lo que salva a Bowman de la mediocridad, lo que otorga la gracia a este hombre por lo demás corriente, son su ilimitada capacidad de estar alerta y su forma de abrazarse a la memoria como un baluarte contra el olvido. Salter abre la novela con una nota que depara su propio epitafio: “Llega un tiempo en el que caes en la cuenta de que todo es un sueño, y solo lo que se ha preservado por escrito tiene alguna posibilidad de ser real”. En un determinado momento, Bowman insiste en que no es un escritor, pero, al igual que a su creador, poca cosa se le escapa: “La primera voz conocida, la de su madre, estaba allí donde no llega la memoria, pero podía rememorar la dicha de estar junto a ella siendo niño. Era capaz de recordar a sus primeros compañeros, los nombres de cada uno de ellos, las clases, los profesores, los detalles de su habitación en la casa; la vida inconmensurable; la vida que le había abierto sus puertas y que le había pertenecido”.

Con su habitual destreza para las escenas y los personajes cincelada con la economía de un cantero, Salter edifica el mundo de Bowman a partir de docenas de brillantes miniaturas y retratos a vuela pluma rebosantes de vida. Están las tropas en Tarawa, “masacradas por el fuego enemigo denso como un enjambre de abejas”, y el tío de Bowman, propietario de un restaurante en Nueva Jersey, que “había aprendido a tocar el piano por su cuenta y se sentaba feliz pegado al teclado con sus dedos rollizos, cubiertos de vello, ágiles sobre las teclas”. Está la selecta fiesta en Londres, digna de una ilustración de Hogarth, en la que una “mujer madura con la nariz tan larga como el dedo índice comía con avidez, y el hombre que la acompañaba se sonaba con la servilleta de lino, todo un caballero”. (En realidad, Salter, el artista, se parece más a Degas, con su contemplación glacial y su mirada sagaz y sensual). Y al tiempo que hay una generosa dosis de carnalidad, como cabría esperar del autor de Juego y distracción, el sexo es siempre poéticamente sobrio y en ningún caso risible, excepto cuando esa es la intención: “Hacían el amor de forma simple y directa. Ella miraba al techo, y él, a las sábanas”.

La vida diaria es quizá una de las cosas sobre las que es más difícil escribir; la actividad cotidiana, incluido el tedio absoluto, de la vida corriente. Ha habido autores -desde Flaubert a David Foster Wallace- que lo han intentado, y el hecho de que solo escritores de esa talla se hayan aventurado siquiera a hacerlo da la medida de su dificultad. Pero conseguirlo, lograr evocar la “calma asfixiante” de un amanecer de agosto justo antes de una tormenta o el vértigo desencadenado por la noticia de la muerte de la madre, dejar constancia indeleble de lo trivial y lo portentoso con el mismo afecto voraz, persuadiéndonos así de que tal vez nada los distinga al analizar el valor de una vida o adivinar su misterio, es una hazaña suprema y un mérito que corresponde a Salter.

jueves, 15 de febrero de 2018

Karmelo Iribarren : Lo demás son historias





Mi mujer y mi hija,
estas paredes y estos libros,
un puñado de amigos
que me quieren
-y a los que quiero de verdad-,
las olas del cantábrico
en septiembre,
tres bares, cuatro
con el garito de la playa.
Aunque sé que me dejo
algunas cosas, puedo decir
que, de ser algo, ésa es mi patria.


Lo demás son historias

miércoles, 14 de febrero de 2018

Nina Simone - Sinnerman


Tienes que decidir : Liliana Felipe


Robert Walser : libre Dios a un hombre honrado del reconocimiento de la masa


A los adultos los observan con cierto distanciamiento irónico. Está claro que el mundo adulto ni es ni será el suyo. Donde hay un adulto, hay pensamiento en el futuro, lucha, ansia de reconocimiento, ilusiones vanas, ambición y poder. “Los éxitos tienen por única e inseparable compañía la dispersión y unas cuantas cosmovisiones baratas”, nos dice Jakob, para añadir a continuación que
“cuando los hombres empiezan  a contabilizar éxitos y reconocimiento se ponen casi gordos de autosatisfacción saturadora, y la fuerza de la vanidad los va inflando hasta convertirlos en un globo irreconocible. ¡Libre Dios a un hombre honrado del reconocimiento de la masa! Si no lo vuelve malo, sólo servirá para confundirlo y quitarle fuerzas”

Con MJ en Bali


domingo, 11 de febrero de 2018

Poema de Laura Casielles

GEOGRAFÍA POLÍTICA
 
Los doctores llevan siglos equivocándose:
el corazón se sitúa más bien a la derecha,
tiende siempre a posturas conservadoras.
No sé por qué,
pero he visto más de mil ejemplos,
lleva a la gente a decir casamío,patria.
 
El corazón
no tiene sitio fijo pero tiende,
ya digo,
a la derecha.
No importa lo que pienses.
Él cree en la propiedad y llora por celos,
busca estabilidad,
lo olvida todo
por una certeza falsa de calor;
defiende el país, la familia,
y en cuanto te descuidas
se lanza a veleidades con anillos.
 
Y ahí nosotros, siempre en lucha
por demostrar que sigue estando,
como afirman los latidos,
a la izquierda.

Detrás de los números hay personas : EL ROTO

Cabaret incomodo : Jesusa Ramirez , Liliana Felipe


Buenos Aires 1991


Los valores triviales que ofrece la sociedad - Alberto Manguel

Estamos en una sociedad que ofrece valores triviales y al mismo tiempo trata de convencer a los ciudadanos de que no son lo suficientemente inteligentes como para acceder a lo que parece más difícil. Por eso prefieren a Paulo Coelho que a San Agustín


“Es muy peligroso confundir el hecho de que los poderosos digan que hay que estudiar para conseguir un trabajo con pensar que la cultura no tiene importancia. Es difícil sustraerse a algo que se nos inculca diariamente, pero hacerlo es esencial para seguir viviendo. Los que no son realistas son los políticos, porque la realidad es que la cultura es importante, biológicamente importante. Nuestro gran instrumento de supervivencia es la imaginación, que anticipa escenarios que nos permiten resolver problemas concretos”.


Hablando de supervivencia, en El sueño del Rey Rojo Alberto Manguel recuerda la duda que le asaltó cuando tuvo que elegir un libro para leer en el hospital tras la fulminante operación de un tumor. Después de jugar con la idea de espantar a las enfermeras con Dolor y sufrimiento, de Kierkegaard, su elegido fue el Quijote. ¿Y si ese efecto paliativo lo tiene para alguien un libro malo? “¡Pues claro! Con qué derecho vas a decir a nadie: ‘Te has enamorado de una mujer fea’

Arnaldo Calveyro : Argentina está presa : presa por los mediocres que la gobiernan

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/29/actualidad/1398777305_696975.HTML


Ah, sí. Es que este país está preso. Preso por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el poder. Un país mediocre que tiene cinco o seis poetas. Eso, querido, es así. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente es simpática, viene a la feria, va a escuchar poesía,  están enfermos de carencia… Pero de pronto tienen en la cabeza como una revelación perversa y entienden que no se puede gobernar sin robar… Preso, un país preso por eso.

sábado, 10 de febrero de 2018

Si algún Dios creó este mundo

Schopenhauer  : si algún Dios creó este mundo, no me gustaría ser ese Dios , pues su miseria y su infortunio , me partirían el corazón

martes, 6 de febrero de 2018

La educación por excelencia : William James



William James,  escribió en 1890:
“La capacidad de traer de vuelta de forma voluntaria una atención errante, una y otra vez, es la base del discernimiento, del carácter y de la voluntad. Nadie es dueño de si mismo si no la tiene. Una educación que permitiese mejorar esa capacidad sería la educación por excelencia. Pero es más fácil definir este ideal que dar indicaciones prácticas para alcanzarlo.” 

domingo, 4 de febrero de 2018

LA VIRTUD DE ESCUCHAR : DEL BLOG EL GERENTE DEMEDIADO



La primera vez que vi a Gurpreet Dhaliwal fue en una sesión de Mortalidad y Morbilidad, tan habitual en los hospitales americanos. Era fascinante observar el proceso de razonamiento clínico de alguien que ha convertido esa rutina en un arte. En el amplio artículo que le dedicó el New York Times al profesor de medicina clínica de la Universidad de San Francisco, comparaban sus sesiones a observar a Steven Spielberg rodando una película o a McIllroy jugando al golf. Él desdramatizaba la cuestión, señalando que solo aspiraba  " a elevar la estatura del pensamiento”. En un mundo en el que a los médicos se les evalúa y paga por el número de veces que registran la hemoglobina glicosilada, Dhaliwal considera que "el pensamiento es el procedimiento clínico más importante de todos”. En su opinión “ mejorar en el diagnóstico no es diagnosticar enfermedades raras; es reducir el daño para el paciente con las decisiones que tomamos. Es saber diferenciar la señal del ruido”.Hace unos meses Dhaliwal publicó un articulo en Academic Medicine que intentaba explorar las razones por las que determinadas personas son expertas en el proceso diagnóstico. Aquellas que no son las más famosas, ni las que tienen un mayor factor de impacto, pero son las que todo el hospital busca cuando un familiar cae enfermo. Como Dhaliwal. El grupo de investigación un estudio basado en entrevistas destinado a contribuir al desarrollo de una teoría explicativa de la práctica diagnóstica experta. En seis grandes centros clínicos americanos ( Mayo Medical School, University of Michigan, University of California, University of Toronto, McMaster y Otawa) seleccionaron, a partir de la nominación de sus pares, a un grupo de 34 clínicos excelentes tanto en el proceso diagnóstico, como en la atención clínica general ( 20 y 14 respectivamente). 76% hombres, de 55 años de edad media, y 24 años de experiencia; la media de jornada semanal era de 61 horas. Mediante entrevistas semiestructuradas grabadas identificaron cuatro características esenciales que conceptualizan su explicación de la expertez en el proceso diagnóstico. 
La primera de ellas es la posesión de un extenso conocimiento a través de una implicación continua en la práctica clínica: “ ver pacientes. Estar interesados en el trabajo clínico. No puedes ser un buen clínico solamente leyendo. Ver más pacientes. Ver una gran variedad de pacientes”. 
La segunda de las características es la de poseer habilidades para reunir de forma efectiva las historias de los pacientes. No las historias clínicas ele ctrónicas, sino su narrativa: “ creo que lo más importante del aprendizaje es escuchar. Es la habilidad de de realmente escuchar lo que el paciente quiere contar y no lo que te gustaría oír. Creo que los médicos menos habilidosos, los menos experimentados son los que interrumpen, preguntan continuamente, dirigen al paciente en vez de escuchar lo que dice. La mayor parte del diagnóstico sucede a través de tus oídos, no de tus ojos”
La tercera clave es la de integrar reflexivamente conocimiento e historias, siempre pendientes de buscar más causas que pueden explicar los síntomas, sin ignorar los síntomas que no cuadran en nuestra hipótesis. 
La última característica es el aprendizaje continuo en la práctica clínica: “ Hay que ser humilde. Creo que la humildad significa aprender de tus errores. Eso forma parte también de ser un experto”. 
Esas cuatro características clave no sirven de nada aisladas. Es su integración la que las convierten en poderosas. La capacidad de integrar lo aprendido con otras pacientes en el pasado mientras se construye nuevo conocimiento enfrentándose a nuevos casos difíciles. Llaman a esa situación “el pasillo de adaptabilidad óptimo ( optimal adaptability corridor)". El marco de juego que han aceptado los clínicos de todo el mundo dificulta en gran medida la realización de esta forma excelente de ejercer la medicina. La obsesión por una supuesta eficiencia, impulsada desde sectores que desconocen profundamente lo que es practicar la medicina, empuja a ver cada vez más pacientes en menos tiempo: atender 50 en vez de 40, dedicarles 7 minutos en vez de 15 se consideran signos de excelencia. El “buen médico” ha pasado a ser el que es capaz de diagnosticar sin dejar apenas hablar, porque ya se sabe que los pacientes siempre se enredan. Nuestra arrogancia ha convertido las viejas virtudes de escucha, silencio y paciencia en una pérdida de tiempo.

El pequeño milagro de Penelope Fitzgerald : La librería

 

'La librería', nuevo filme de Isabel Coixet, adapta la novela homónima y recupera así a una de las mejores autoras inglesas del siglo XX

Fotograma de la película 'La librería', de Isabel Coixet. / Tráiler de la película.
La evolución de un escritor es siempre misteriosa. ¿De dónde surge, y cuándo, la necesidad de inventar historias, de componer magníficas mentiras en las cuales los lectores podemos reconocer nuestras secretas verdades? A veces, casi de niño, como en el caso de Rimbaud; a veces ya en los umbrales de lo que las burocracias llaman, con voluntad jerárquica, la tercera edad. Este último fue el caso de Penelope Fitzgerald (Lincoln, 1916-Londres, 2000), una de las escritoras inglesas más admirable de la segunda mitad del siglo veinte. Penelope Fitzgerald empezó a escribir en 1975, a los 58 años, publicando primero una biografía del pintor prerrafaelita Edward Burne-Jones, luego otra de su padre y sus tíos (los hermanos Knox, destacados hombres de letras). Dos años más tarde, aparece su primera novela, The Golden Child, una suerte de relato policial humorístico que transcurre en un museo de antigüedades de Inglaterra.
Le siguieron otras novelas espléndidas como Inocencia(que transcurre en Florencia y cuenta una historia de amor con Gramsci como personaje secundario) y El comienzo de la primavera (sobre inglés exiliado en Moscú que retoma, y en cierta manera perfecciona, un complejo argumento de Henry James).
Fitzgerald, autora también de La librería (Impedimenta) ahora adaptada al cine por Isabel Coixet, contó en alguna entrevista que su primera novela fue escrita para entretener a su marido que se estaba muriendo de alcoholismo. Se habían conocido cuando ambos eran estudiantes veinteañeros en Oxford y, con un gusto compartido por lo literario, fundaron una revista confidencialmente exitosa que publicó por primera vez en Inglaterra a autores como Salinger y Alberto Moravia. Después de la guerra, su marido, agobiado por el horror de las atrocidades que había vivido, empezó a beber, falsificó la firma en unos cheques, y finalmente tuvo que abandonar su carrera de abogado.
Empieza entonces para los Fitzgerald una vida menesterosa, alojados primero en un refugio para indigentes, y luego en una barca anclada en el Támesis, que se hundió un par de veces. Fitzgerald nunca logró gozar de una vida holgada: aún después de sus primeros éxitos, siguió viviendo cautelosa y modestamente, asistiendo a eventos literarios con sus pertenencias en una bolsa de plástico cualquiera.
Reconocida como una de las voces más talentosas de la literatura inglesa moderna, publicó su última novela, La flor azul, tal vez su obra maestra, cinco años antes de su muerte en 2000.

Corta experiencia

En 1978, basándose en su corta experiencia de librera, Fitzgerald publicó la novela de una heroica mujer, amante de la lectura, quien decide instalar una librería en una remota aldea del este de Inglaterra, y debe enfrentarse a la incomprensión y antagonismo de los nativos. Luego de decidir poner a la venta la Lolita de Nabokov, la librera debe enfrentarse a los prejuicios e intolerantes actitudes de sus vecinos, hasta que se ve obligada a renunciar a su proyecto. Menos la historia de una derrota que la crónica de una batalla personal por algo que íntimamente importante, La librería es uno de los libros más conmovedores y perfectos de esta extraordinaria escritora.
En una reseña de la correspondencia de Fitzgerald publicada póstumamente, el escritor británico Julian Barnes observó que sus lectores enfrentados a una infinidad de detalles narrativos de una precisión asombrosamente bien documentada y a la vez poética (la jardinería y el habla popular en Florencia, la geografía y las costumbres burguesas de Moscú, el vocabulario y las habitudes domésticas del siglo XVII en la Alemania de Novalis, la contabilidad y la disposición de una librería inglesa), se preguntan maravillados: “¿Cómo pudo saber esto?”. Sin embargo, dice Barnes, la verdadera pregunta es: “¿Cómo logró hacerlo?”.
Es la misma pregunta que se hicieron los que vieron a Paracelso crear una rosa a partir de las cenizas del hogar. El arte de Fitzgerald es comparable a esa antigua magia que, al mismo tiempo que nos ofrece una experiencia inusitada del mundo, nos convierte en agradecidos testigos de un pequeño milagro.