“¿No sigue usted siendo cabo, sin costumbres de oficial? Yo también soy una especie de cabo, y quiero seguir siéndolo. Tengo tan pocas ganas de ser oficial como usted. Quiero vivir en el pueblo y desaparecer entre él. Eso es lo más adecuado para mí”.
Sin embargo, lo extraño de esta obediencia es que no sólo no mantiene vínculo alguno con el poder sino que los personajes walserianos se sirven de ella para vivir alejados de su entorno, mejor dicho, en sus antípodas. Jakob von Guten, el adolescente de la novela homónima que Walser publicó en 1909, se congratula de “no poder descubrir nada digno de consideración o estima en mi persona” y “ser humilde y seguir siéndolo”. Si alguna mano o circunstancia lo encumbrase hasta las alturas, “donde imperan el poder y la influencia”, él mismo se encargaría de destrozar esas circunstancias para arrojarse a las “tinieblas de lo bajo e insignificante”. “Sólo puedo respirar en las regiones inferiores”, confiesa.
En Discurso a un botón, el narrador que está cosiendo el botón que se ha desprendido de su chaqueta, le agradece los servicios prestados durante más de siete años por su “fidelidad, celo y perseverancia”.
Propone que lo tomen como ejemplo quienes “viven acosados por la manía del aplauso permanente y podrían derrumbarse y morir de despecho y humillación si no se sintieran continuamente mimados, abanicados y acariciados por el afecto y la estima generales”. “Tú, en cambio -prosigue el narrador/costurero en su discurso al botón-, eres capaz de vivir sin que nadie se acuerde ni lejanamente de que existes”.
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