Han creado una cooperativa agrícola en Kenia que permite que los jóvenes estudien y se alejen de conflictos por la posesión de cabezas de ganado
“Si conseguimos ingresos extra podremos pagar el colegio de nuestros hijos. Y ellos podrán encontrar un trabajo y ayudar a sus familias”. Quien habla es Alice Lesabuiya, presidenta de la asociación de mujeres campesinas de Siambu. Desde esta pequeña aldea de la etnia samburu situada en la ladera de una colina se divisa un paisaje ondulado y verde que se pierde en la distancia hasta terminar en el Losiolo Escarpment. Allí, a 2.000 metros de altura junto al mirador de Malasso, se contempla la mejor vista del Valle del Rif, en el noroeste de Kenia.
“Nuestros jóvenes solo piensan en robar ganado de los grupos vecinos, especialmente de los pokots, que viven en el valle”, continúa Alice. “Eso no está bien, los jóvenes están ociosos todo el día y solo piensan en pelear y robar. Si van a la escuela tendremos paz”.
El robo de ganado en Kenia se solía explicar por la tradición: jóvenes que intentaban aumentar el número de cabezas de su rebaño para casarse o demostrar riqueza. Pero cada vez tiene que ver más con el crimen organizado y con el aumento de la demanda de carne en todo el país. Se han introducido mafias que incitan a los jóvenes al saqueo, lo que lo ha convertido en una actividad muy peligrosa que provoca conflictos violentos entre comunidades. Muchas veces, estos terminan en muertes y desplazamientos forzosos.
El coste humano es inmenso: cada año mueren cientos de personas y muchos miles se ven obligados a abandonar sus hogares. Según la Anti-Stock Theft Unit (la división de la policía keniana encargada de prevenir el robo de ganado) entre 2012 y 2014 murieron en el noroeste del país unas 580 personas a raíz de estos robos.
Por lo general los ladrones son jóvenes armados que atacan a otros clanes o a grupos étnicos rivales. Tradicionalmente, estas incursiones en territorio ajeno no daban lugar a muertes, pero últimamente se han vuelto invariablemente letales. Sobre todo, por el uso de armas de fuego.
Es el principal motivo por el que las mujeres de Siambu se han organizado en una cooperativa agrícola. La idea es conseguir un dinero extra que les permita pagar el colegio de sus hijos y así conseguir que estos se olviden de una tradición que está cobrándose muchas vidas y generando enemistad entre poblaciones vecinas.
Este trabajo también dota a las mujeres de cierta autonomía respecto de sus maridos
Antes de lanzar este proyecto, la experiencia de estas mujeres en la agricultura era muy limitada. Pertenecen a un pueblo seminómada que solía trasladarse continuamente en busca de pastos y agua para el ganado, la gran riqueza de los samburu.
Por eso, el primer paso fue formarse en técnicas agrícolas y nuevos cultivos que hasta entonces les eran desconocidos, pero que ya han comenzado a introducir en su dieta diaria. Así, al tiempo que fomentan la paz a través del acceso a la educación, obtienen una dieta más variada y sana que, entre otras cosas, ha contribuido a la reducción de la mortalidad infantil y la malnutrición. Hasta hace poco el 46,2% de los niños menores de cinco años de esta zona tenía un peso inferior al normal.
El programa ha sido ideado por la ONG Amref Salud África y se financia con fondos de la Junta de Castilla y León. La actividad agrícola también dota a las mujeres de autonomía y cierta independencia respecto de sus maridos. “Antes no podíamos hacer nada por nuestro hogar o nuestra familia, teníamos que esperar a que nuestros maridos trajeran algo a casa. Ahora nosotras decidimos”, explica Alice Lesabuiya.
Esa independencia quizá sea uno principales cambios para estas mujeres. Gracias a los pozos que Amref ha ayudado a construir en la zona, ya no tienen que caminar kilómetros para encontrar agua para cocinar ni trasladarse continuamente por las necesidades del ganado.
Lesabuiya se baja de la bomba manual con la que las mujeres extraen el agua desde un pozo hasta un depósito de plástico de mil litros que les permite regar su huerta comunal de un cuarto de hectárea. Cada cuatro días se suben por turnos en una especie de pedales en la parte exterior de la bomba de agua y los accionan como si estuvieran caminando o haciendo ejercicio en un gimnasio. Lleva unos 30 minutos llenar el tanque. Luego por la tarde, el depósito se abre durante unas dos horas para que el sistema de riego por goteo instalado en el huerto irrigue los cultivos. Todas cooperativistas participan en la actividad de bombeo siguiendo los turnos rigurosos establecidos por la asociación.
Gracias al proyecto en la comunidad comen más sano y variado, pueden comprar medicinas, y tienen acceso a un pozo con agua saludable
Gracias a este sistema consiguen dos cosechas al año, pero su objetivo es alcanzar una tercera. Una parte de los cultivos, los excedentes que no consumen, se venden para tener reservas de dinero con los que hacer frente a las necesidades que se les presentan.
En la actualidad, las mujeres de Siambu está inmersas en la dura tarea de extender la superficie cultivada. Lo más difícil es limpiar el terreno y prepararlo para el cultivo. Después lo vallan. Hasta ahora las cercas son de palos y ramas, pero no de tienen a los animales, que entran al huerto y estropean las cosechas. Por eso ahora buscan fondos para colocar una de alambre.
Hace un par de noches entró una gacela y causó destrozos en el vivero donde brotaban nuevas plantas antes de ser transplantadas. También estropeó alguna de las mangueras de goma que sel sistema de riego, que ahora deben ser reemplazadas con el consiguiente gasto extra.
El cultivo principal son las coles, hasta ahora desconocidas entre los samburu pero que se venden a buen precio en los mercados locales. También se ven tomates y judías. En el vivero, algunas matas de tomate y cilantro, que también son novedades en la zona, han sobrevivido a la irrupción de la gacela. “Gracias al pozo y al riego por goteo se puede cultivar todo el año, con independencia de la escasez de lluvias que caracteriza a la región” explica Bernard Kitur, funcionario del Ministerio de Agricultura que sigue el proyecto y asesora a las socias de la cooperativa sobre los mejores tipos de cultivo para cada suelo y les da formación técnica.
Kitur visita con las mujeres una plantación de maíz que hay frente del huerto. Allí las cooperativistas de Siambu experimentan con una nueva variedad de semilla que crece mucho más rápido y necesita menos agua que los cultivos tradicionales. La escasez de lluvias solía producir cosechas muy pequeñas que apenas daban para abastecer a una familia, y esta era una de las causas de la malnutrición entre los niños de la zona. Las nuevas semillas son un intento, sugerido por el funcionario, de acabar con ese problema. No son transgénicas, sino híbridas. Así que no pueden dar plantas de segunda generación, por lo que todos los años hay que conseguir semillas nuevas, con el coste que esto conlleva. Las mujeres de Siambu están dispuestas a arriesgar: “si el resultado vale la pena, utilizaremos parte de nuestros recursos a adquirirlas cada año”, comenta Lesabuiya.
Pero además de este experimento, cada una de las mujeres ha plantado en su casa el maíz tradicional, que se utiliza para preparar el ugali (una especie de gachas de harina de maíz) que constituye la base de su alimentación.
Lilian Letowor, la tesorera del grupo, informa que —tras repartir beneficios— la asociación tiene en el banco unos 30.000 chelines kenianos (cerca de 263 euros). Estas reservas están pensadas para atender las urgencias que puedan sobrevenir, como la enfermedad de una socia. "No solo podemos pagar la matricula del colegio de nuestros hijos e hijas y hacer que se olviden de robar ganado o de pelear, también podemos comprar medicinas cuando nos hacen falta”, explica Letowor. La tesorera insiste en que así el proyecto contribuye también a mejorar la salud de la comunidad. Comen más sano y variado, pueden acudir al médico y comprar medicinas, y tienen acceso a un pozo con agua más limpia y saludable.
“Utilizamos sustancias químicas en el pozo, así que nuestros niños no enferman y mueren tanto como antes”, explica Letowor. “Queremos avanzar, y ahora nos parece que lo hacemos. Vemos que nuestros hijos estudian y eso sí que va a suponer paz y una gran mejora para toda la comunidad”.
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