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viernes, 29 de diciembre de 2017
Era la vida . Leila Guerreiro
Debería, por ejemplo, empezar por viajar más, por viajar menos, por no viajar en absoluto. Debería hacer las paces con mi padre, debería depender menos de mi padre, debería ver a mi padre más seguido. Debería salir de esta casa en la que paso tanto tiempo sola, debería quedarme en casa y no salir a aturdirme con gente que no me importa en absoluto. Debería terminar mi novela. Debería renunciar a este trabajo que detesto. Debería ir a bailar antes de ser el más viejo de la discoteca. Debería divorciarme. Debería empezar a usar toda esa ropa que hace años que no uso. Debería ir a recitales. Debería invitarla a cenar, invitarlo a un bar, decirles que soy gay. Debería parar con la cocaína. Debería probar alguna vez un trago, debería beber menos, debería dejar de beber. Debería aprender a tocar la guitarra. Debería ir a África mientras todavía puedo caminar. Debería cambiar de analista, conseguir un analista, dejar de ir al analista. Abandonar las pastillas. Ceder. No ceder. Arrojarme en paracaídas, tomar un curso de buceo, poner un hotel en la montaña, un bar en una playa de Brasil. Ir más despacio, ponerme en marcha, no mirar atrás. A fin de año, más que nunca, la vida no es la vida sino una patética declamación de buenas intenciones, una renovación del permiso de postergarlo todo, una fe idiota en que nunca será demasiado tarde para nada. “Toda la inmortalidad que puedes desear está presente / aquí y ahora”, escribió el poeta chileno Gonzalo Millán en Veneno de escorpión azul, su diario de vida y de muerte, y esa bestia terrible de la poesía, la uruguaya Idea Vilariño, dijo, mejor que nadie, peor que nunca: “Alguno de estos días / se acabarán las bromas y todo eso / esa farsa / esa juguetería / las marionetas sucias / los payasos / habrán sido la vida”.
El mejor arquero del mundo
Cuentan que un arquero
se empeñó en querer cazar la luna.
Noche tras noche el arquero dirigía su arco hacia ella, lanzando sus flechas con creciente intensidad. Los vecinos, viéndole esforzarse en querer conseguir su sueño, se burlaban de él...
El arquero nunca consiguió cazar la luna, pero se convirtió en el mejor arquero del mundo.
Noche tras noche el arquero dirigía su arco hacia ella, lanzando sus flechas con creciente intensidad. Los vecinos, viéndole esforzarse en querer conseguir su sueño, se burlaban de él...
El arquero nunca consiguió cazar la luna, pero se convirtió en el mejor arquero del mundo.
Aristóteles y la amistad
Es bien conocida la importancia que Aristóteles concede a la amistad en el marco de sus reflexiones éticas. Baste recordar que la Etica a Nicómaco, la más representativa de las obras éticas de Aristóteles, contiene dos libros completos, los libros VIII y IX, dedicados a la amistad. Esto quiere decir que al tema de la amistad se le concede un espacio mucho más amplio que a otros temas éticos fundamentales, como son, por ejemplo, la indagación acerca de la felicidad, o el tema del placer, o el problema de la incontinencia, o las cuestiones relativas a la justicia. Ahora bien, esta amplitud en su tratamiento no es algo casual, sino que responde a la convicción aristotélica de que la amistad es algo especialmente valioso, diríamos que algo único, en la vida de los seres humanos. La amistad, en efecto, no es un aliciente más, entre otros, para una vida feliz: es --en palabras del propio Aristóteles-- “lo más necesario para la vida”, lo más necesario para una vida feliz. Por eso, dice Aristóteles, “nadie querría vivir sin amigos, aun estando en posesión de todos los otros bienes” (Ética a Nicómaco VIII 1, 1155a5-6). Por otra parte, además de necesaria, la amistad es algo noble, es algo hermoso (ib. 1155a28-9). “Constituye una virtud o, en todo caso, no puede darse sin virtud” (ib. 1155a3-4). En definitiva, puesto que el ser humano es un animal social, que naturalmente tiende a la convivencia con otros seres humanos, la amistad constituye la realización más plena de la sociabilidad y la forma más satisfactoria de convivencia.
Concluyamos, pues, que la amistad perfecta —por tanto, la amistad auténtica, la que merece tal nombre— es aquella que se basa en la excelencia, en la virtud, y en la cual el amigo es querido por sí mismo. Ambos rasgos se dan unidos, según Aristóteles.
La tesis de Aristóteles es, por tanto, que el amor al amigo constituye una extensión del amor a sí mismo. Y que, por consiguiente, en la amistad basada en la virtud el querer del bien del amigo es una extensión del querer de aquello que es bueno en sí y, por tanto, bueno para uno mismo. Lo que Aristóteles viene a decirnos es que solamente el que quiere lo mejor para sí mismo puede querer realmente lo mejor para el amigo. Este es, sin duda, el sentido de la frase aristotélica que ya he comentado anteriormente, según la cual el amigo “tiene para con el amigo la misma disposición que para consigo mismo” (E.N. IX, 9, 1170b7-8). Esta es la postura de Aristóteles. En cualquier caso, y con esto concluyo, parece razonable convenir en que una amistad que no hace mejores a los amigos es una amistad que no merece tal nombre ni merece la pena cultivarla.
miércoles, 27 de diciembre de 2017
sábado, 23 de diciembre de 2017
Estimulandonos : Rafael Santandreu
Una entrevista con Rafael Santandreu sin atrezo no sería lo mismo. En la última ocasión que coincidimos vino acompañado de Fermín, un cráneo de esqueleto que le servía para introducir el tema de la muerte en sus charlas. Esta vez, la cosa es un poco más optimista y el terapeuta saca de su bolsillo mágico diferentes juegos de gafas sin cristales y con las monturas de colores chillones. Estas lentes, más propias de festivales como el Primavera Sound, son la expresión material del mensaje central que Santandreu expone en su nuevo libro Les ulleres de la felicitat (Rosa dels vents): “Trabajar la fortaleza mental implica ponerse unas gafas diferentes y fijarse en cosas que antes no habías visto; visualizar una abundancia brutal donde antes veías un páramo. Si atajas tus miedos y tus quejas, tienes un espacio mental para estar y disfrutar enorme”. El terapeuta bebe de las ideas de Albert Ellis, padre de la Terapia Racional Emotiva Conductual y considera clave y necesario controlar nuestro diálogo interior y pensamientos para reducir la negatividad y apreciar las oportunidades que, según él, nos brinda diariamente la vida. Santandreu augura que, en pocos años, la mitad de la población podría sufrir neurosis, y se muestra trasgresor en temas universales como la muerte, el amor o la educación. Con o sin gafas, esta entrevista empieza con una sesión en el oculista.
-Suele hacer conferencias con una camiseta que lleva el lema de “la vida es una ganga”. No le preguntaré por su gafas de la felicidad porque intuyo que las lleva bien graduadas. ¿La mente es nuestra oculista?
-Completamente. Las gafas de la felicidad consisten en graduar tu propia mente y darse cuenta de que la vida es muy fácil. Esta visión depende de que tengas pocas necesidades. El problema es que hoy en día nos hemos creado muchísimas necesidades, especialmente de cosas inmateriales, no sólo materiales. En mi nuevo libro hablo de una herramienta que suele sorprender a la gente, pero que yo uso desde hace mucho tiempo.
-Sorpréndame.
-Les llamo ejercicios de renuncia, que bien podrían estar inspirados en los ejercicios eclesiásticos de los monasterios en los siglos XVI y XVII. Los monjes hacían, y todavía hacen hoy, ayunos que implican ricas dosis de incomodidad. Se trata, pues, de aplicarte pequeñas incomodidades cada semana y ser igual de feliz.
-Póngame algún ejemplo para hacer en nuestro día a día, no en un monasterio.
-Ir de casa al trabajo andando y tardar mucho más, sin necesidad de coger transporte público que te haga el trayecto mas llevadero. O quedarte una noche sin dormir aunque sea avanzando cosas del trabajo.
-¿Qué conseguimos con ello?
-No apegarte tanto a la comodidad y desmitificar la idea actual de que la comodidad es buena. Si nos apegamos en exceso a ella, nos volvemos cascarrabias, exigentes y neuróticos, porque nos decimos a nosotros mismos que necesitamos comodidad completa. ¡Eso causa un gran malestar en las personas! Tengo cantidad de pacientes que son hipersensibles a los ruidos, a los atascos de tráfico o a cualquier cosa que no funcione como ellos querrían. Por eso digo que ponerse las gafas de la felicidad implica necesitar poco y dejar de lado un montón de cosas inmateriales, entre ellas, la dichosa comodidad.
-Aunque parezca lo contrario, ¿nos cuesta más renunciar a lo inmaterial que a los bienes más materiales?
-Por supuesto. Te pondré un ejemplo: ahora tengo un paciente que tiene complejo de tonto, de que no es inteligente. Es una persona que de puertas a fuera es hiriente, que aparenta ser creído, avasallador. Esto le hace estar siempre en guardia para ponerse por encima de los demás. Mi paciente hace eso porque, en realidad, tiene un gran complejo de inferioridad y una necesidad de no pasar por tonto. ¡Fíjate qué necesidad inmaterial! Una persona no llega a madurar y a ser feliz hasta que el concepto de ser inteligente le da igual. La inteligencia es un valor anecdótico que no necesitamos, como puede ser la belleza física.
-No tiene una tarea fácil, vivimos acomodados en la sociedad de la imagen…
-El índice de anorexia en España no para de subir. En los últimos diez años se han duplicado los casos de personas anoréxicas. Son personas que le dan una importancia a la belleza física extraordinaria y eso las hace neuróticas. Está claro que es otro valor inmaterial al que tenemos que empezar a renunciar.
-Desgraciadamente, hay otra cifra que también se ha incrementado; la de personas que no gozan de una buena salud mental. Según asegura en su libro, el índice supera ya al 30% de la población mundial. ¿Por qué nos estamos volviendo más neuróticos?
-Se calcula que en 2050 la mitad de la población será neurótica. Estoy hablando de que el 50% de la gente tendrá problemas para acudir al trabajo por culpa de la depresión y la ansiedad. ¡Es bestial! Esto ocurre porque tenemos una sociedad muy exigente, que nos hace ser locamente exigentes con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno. La mente del ser humano no está preparada para tanta exigencia. Vivimos de una manera antinatural, con una cantidad de exigencias que no son sostenibles.
-Este discurso ya lo pronunciaba Darwin en su momento. Hemos tenido tiempo de sobras para cambiar esta tendencia…
-Vamos a peor. La locura del hacer más y tener más atributos va a mucho más, ahora llevada de las alas de la sociedad de consumo, que se basa en el lema del “contra más, mejor”. Es por ello que cada vez estamos más neuróticos.
-La ansiedad generalizada es un trastorno que, según usted, también ha ido al alza. ¿Me lo explica?
-Este tipo de ansiedad implica tener el gatillo del estrés demasiado flojo, por lo que estás nervioso la mayor parte del día. Sólo tienes que pararte a observar el ritmo con el que camina la gente por la calle. ¡No es normal! Si la gente se quiere curar de la ansiedad generalizada tiene que aprender a ralentizar y hacer las cosas a la mitad de la velocidad del ritmo que lleva habitualmente. Esto pasa por apreciar las cosas pequeñas, dedicarse a una solea tarea y disfrutarla y, sobre todo, no exigirse todo lo que se exigen.
-Todos nacemos con la capacidad de apreciar la vida. ¿Qué separa, entonces, una persona fuerte de una débil?
-En el transcurso de la educación aprendemos a vivir en un mundo de grandes exigencias, con amenazas inventadas fruto de estas exigencias, por lo que la persona puede volverse neurótica cuando tiene una vida de lucha en lugar de una vida de placer o de disfrute. También tengo que decir que en esto de la educación influye lo que nos enseñan, pero también lo que nosotros interpretamos de esas enseñanzas. Quiero decir con eso que nosotros tenemos mucha responsabilidad en esta educación. De una misma familia, hay quien toma unas enseñanzas de unos padres, cuando hay otros hermanos que la rechazan.
-En su libro se muestra crítico con la educación convencional actual, dice que es una pérdida de tiempo…
-La educación es uno de los grandes fracasos y estupideces de la humanidad. Yo estudié once años seguidos, a razón de unas seis horas por día, más los deberes. De ahí sólo he aprendido a leer y a escribir, y no muy bien, porque luego he hecho una parte importante de autodidacta. No me acuerdo prácticamente de nada de lo que estudié y, además, lo olvidé muy rápido. Esto es un gran fracaso; no puede ser que haya una inversión tan grande de dinero y de tiempo que arroje resultados tan flojos. ¡Tienes que estar ciego para decir que la educación funciona!
-¿Qué modelo educativo propone usted?
-En realidad es un modelo muy sencillo: la educación libre. Tenemos que darnos cuenta de que solo aprendemos y retenemos los aprendizajes voluntarios. La escuela tiene que estar basada en un modelo en el que los chavales elijan si quieren entrar en clase o no. Lo que esos niños hayan aprendido voluntariamente lo retendrán para el resto de su vida, y eso encenderá la pasión por el saber más en muchos estudiantes, y en comparación con ahora se convertirán en genios. Tenemos ejemplos actuales que demuestran que este tipo de modelo da mejores resultados y mejora la felicidad de los chicos. Lo que sucede es que la escuela obligatoria está basada en el miedo, en el discurso de que la gente es mala por naturaleza y no hace las cosas bien si no es por obligación. Y no es así: la gente es buena por naturaleza, pero se estropea precisamente por este empeño de pintar la vida como algo feo, obligatorio, y que no es bello y hermoso.
-Santandreu no es amante de la palabra “luchar”. Luchar por cumplir mis sueños, por superar una enfermedad, etc. ¿Qué implicación tiene esa filosofía en nuestra salud mental?
-El sentimiento de lucha significa, primero de todo, que partes desde una posición de debilidad y de desventaja. En segunda lugar, implica activar los poderes de la lucha que son mucho menores que los poderes del disfrute. Esto implica movilizar menos fuerzas con un gran coste emocional, porque la lucha produce rozaduras. En cambio, el trabajo, o incluso el juego, no tienen este coste. Frases como “estoy luchando por ponerme bien”, implica que esa persona está sufriendo más de lo que debería. Eso, en realidad, no juega a tu favor sino en tu contra.
-¿Cuál tiene que ser la actitud de personas que pasan por un proceso de enfermedad grave o crónica? ¿Fuera lucha?
-¡Luchar ni de coña! Lo primero que tienes que hacer es darte cuenta de que puedes ser feliz aunque tengas una enfermedad grave; la prueba es que mucha gente lo es y aprovecha lo que le deja hacer la enfermedad para hacer cosas valiosas. En segundo lugar, aconsejo tener un espíritu competitivo: voy a intentar ser el mejor enfermo del mundo de esclerosis, por ejemplo.
-Que es lo que se dijo el ciclista Lance Armstrong durante su proceso con el cáncer…
-Exactamente. De esta manera, estás movilizando unas fuerzas positivas maravillosas. Lo que aquí quiero dejar claro es que esto implica perder el temor a la muerte. Yo digo muchas veces que la muerte es necesaria, buena y bella. El ser humano armonizado con la naturaleza ve la muerte como un proceso interesante y hermoso. No es tan difícil hacerlo, simplemente tenemos que abrir nuestra mente a ver esa posibilidad.
-Asegura que usted ya no da el pésame a nadie por la muerte de una persona…
-Ya no lo hago, es cierto. Tenemos una manera errónea de entender la muerte, como si no fuese algo natural, bonito y bueno. Como yo sí que tengo esta visión, es verdad que en los entierros o lutos de seres queridos siempre le digo a la gente: “ha tenido una buena vida, tu vas detrás dentro de poco”.
-Perdone, pero suena algo macabro…
-Puede chocar al principio pero te aseguro que muchas veces me han confesado que estas palabras les hicieron un gran efecto beneficioso. Es porque, de esta forma, se transmite una buena manera de ver la muerte de los seres queridos y la suya propia el día que llegue.
-¿Qué hace sufrir más al ser humano: la muerte o el amor?
-¡El amor! El amor es la neura número uno porque tenemos una gran creencia irracional de que ese amor sentimental es un gran puntal de la felicidad. Nos lo ha vendido Hollywood, junto con la comodidad (Sonríe). Nunca ha sido así, y nunca lo será. Como pensamos que es algo tan importante, vivimos el amor sentimental como algo antinatural y lo entendemos de una manera aberrante, por eso funciona tan mal.
-¿Cuáles son las bases sobre las que hay que sustentar una relación de amor sano?
-Una relación sentimental sana es aquella en la que tú le puedes decir a tu pareja: “te quiero mucho, pero no te necesito”. De todas maneras, pienso que entenderemos el amor sentimental del futuro como algo que será itinerante. Dicho de otra manera: en el futuro ninguna pareja pretenderá estar toda la vida con el otro. En realidad, eso es muy absurdo; las parejas deberían cambiar cada cinco años. Entiendo que, a día de hoy, este discurso suena como algo lamentable, pero el ser humano no está programado para tener una convivencia basada en la monogamia o en una pareja para toda la vida. Ha funcionado hasta ahora porque el hombre era poseedor de la mujer, pero esto no es una vida en pareja, es la vida de un amo con un esclavo.
-¿Se puede tener un proyecto de vida cambiando de pareja cada cinco años?
-Sí. Será una familia muy diferente a como la entendemos actualmente. Serán sociedades matriarcales, no patriarcales. Matriarcados donde las madres, hermanas y tíos conformen la unidad familiar, y no será una unidad formado por marido y mujer. Hasta que sea así, uno tiene que ser paciente y flexible.
-¿Perdón?
-Sexualmente estamos muy reprimidos, sobre todo la mujer. Pretendemos vivir con una limitación sexual tremenda. Con este nuevo modelo alejado de la monogamia se solucionarían todos los problemas de celos o de dependencias. La principal causa de suicidio en el mundo es el desamor. ¡El desamor! No es perder el trabajo o tener una enfermedad grave…
-¿Eso es ser romántico o tonto?
-Las dos cosas. Ser romántico es ser irreal, no natural y no ecológico. De esta forma, no sólo atajaríamos el primer causante de suicidios en el mundo, sino también grandes bolsas de infelicidad que produce el amor mal llevado. No sabes la cantidad de infelicidad que provocan el modelo familiar actual: hasta el momento en el que se divorcian, y después. El 50% de las parejas actuales no aguantan más de diez años. En realidad, se puede hacer una estimación y asegurar que solamente un tercio de las parejas que existen están satisfechas con su relación.
-Y aquí entra el miedo a la soledad como una de las causas por las que muchas parejas continúan juntas sin quererse…
-Por desgracia, sí. El sentimiento de soledad es completamente neurótico, es irracional. Temer a la soledad es como temer a los gatos negros. Lo que sobra en este mundo son personas, es imposible que estemos solos. Puedes entablar relaciones increíbles con tus vecinos, compañeros de trabajo, con gente que está en grupos asociativos, con tu familia, etc. Si tú no te dices que la soledad es mala, empezarás a gozarla inmediatamente. Hay que ver la soledad como algo benéfico, como un espacio en el cual puedo organizar mi vida, mi tiempo, aprender, crecer y planificar. Son momentos de paz increíbles.
-Suele hacer conferencias con una camiseta que lleva el lema de “la vida es una ganga”. No le preguntaré por su gafas de la felicidad porque intuyo que las lleva bien graduadas. ¿La mente es nuestra oculista?
-Completamente. Las gafas de la felicidad consisten en graduar tu propia mente y darse cuenta de que la vida es muy fácil. Esta visión depende de que tengas pocas necesidades. El problema es que hoy en día nos hemos creado muchísimas necesidades, especialmente de cosas inmateriales, no sólo materiales. En mi nuevo libro hablo de una herramienta que suele sorprender a la gente, pero que yo uso desde hace mucho tiempo.
-Sorpréndame.
-Les llamo ejercicios de renuncia, que bien podrían estar inspirados en los ejercicios eclesiásticos de los monasterios en los siglos XVI y XVII. Los monjes hacían, y todavía hacen hoy, ayunos que implican ricas dosis de incomodidad. Se trata, pues, de aplicarte pequeñas incomodidades cada semana y ser igual de feliz.
-Póngame algún ejemplo para hacer en nuestro día a día, no en un monasterio.
-Ir de casa al trabajo andando y tardar mucho más, sin necesidad de coger transporte público que te haga el trayecto mas llevadero. O quedarte una noche sin dormir aunque sea avanzando cosas del trabajo.
-¿Qué conseguimos con ello?
-No apegarte tanto a la comodidad y desmitificar la idea actual de que la comodidad es buena. Si nos apegamos en exceso a ella, nos volvemos cascarrabias, exigentes y neuróticos, porque nos decimos a nosotros mismos que necesitamos comodidad completa. ¡Eso causa un gran malestar en las personas! Tengo cantidad de pacientes que son hipersensibles a los ruidos, a los atascos de tráfico o a cualquier cosa que no funcione como ellos querrían. Por eso digo que ponerse las gafas de la felicidad implica necesitar poco y dejar de lado un montón de cosas inmateriales, entre ellas, la dichosa comodidad.
-Aunque parezca lo contrario, ¿nos cuesta más renunciar a lo inmaterial que a los bienes más materiales?
-Por supuesto. Te pondré un ejemplo: ahora tengo un paciente que tiene complejo de tonto, de que no es inteligente. Es una persona que de puertas a fuera es hiriente, que aparenta ser creído, avasallador. Esto le hace estar siempre en guardia para ponerse por encima de los demás. Mi paciente hace eso porque, en realidad, tiene un gran complejo de inferioridad y una necesidad de no pasar por tonto. ¡Fíjate qué necesidad inmaterial! Una persona no llega a madurar y a ser feliz hasta que el concepto de ser inteligente le da igual. La inteligencia es un valor anecdótico que no necesitamos, como puede ser la belleza física.
-No tiene una tarea fácil, vivimos acomodados en la sociedad de la imagen…
-El índice de anorexia en España no para de subir. En los últimos diez años se han duplicado los casos de personas anoréxicas. Son personas que le dan una importancia a la belleza física extraordinaria y eso las hace neuróticas. Está claro que es otro valor inmaterial al que tenemos que empezar a renunciar.
-Desgraciadamente, hay otra cifra que también se ha incrementado; la de personas que no gozan de una buena salud mental. Según asegura en su libro, el índice supera ya al 30% de la población mundial. ¿Por qué nos estamos volviendo más neuróticos?
-Se calcula que en 2050 la mitad de la población será neurótica. Estoy hablando de que el 50% de la gente tendrá problemas para acudir al trabajo por culpa de la depresión y la ansiedad. ¡Es bestial! Esto ocurre porque tenemos una sociedad muy exigente, que nos hace ser locamente exigentes con nosotros mismos, con los demás y con nuestro entorno. La mente del ser humano no está preparada para tanta exigencia. Vivimos de una manera antinatural, con una cantidad de exigencias que no son sostenibles.
-Este discurso ya lo pronunciaba Darwin en su momento. Hemos tenido tiempo de sobras para cambiar esta tendencia…
-Vamos a peor. La locura del hacer más y tener más atributos va a mucho más, ahora llevada de las alas de la sociedad de consumo, que se basa en el lema del “contra más, mejor”. Es por ello que cada vez estamos más neuróticos.
-La ansiedad generalizada es un trastorno que, según usted, también ha ido al alza. ¿Me lo explica?
-Este tipo de ansiedad implica tener el gatillo del estrés demasiado flojo, por lo que estás nervioso la mayor parte del día. Sólo tienes que pararte a observar el ritmo con el que camina la gente por la calle. ¡No es normal! Si la gente se quiere curar de la ansiedad generalizada tiene que aprender a ralentizar y hacer las cosas a la mitad de la velocidad del ritmo que lleva habitualmente. Esto pasa por apreciar las cosas pequeñas, dedicarse a una solea tarea y disfrutarla y, sobre todo, no exigirse todo lo que se exigen.
-Todos nacemos con la capacidad de apreciar la vida. ¿Qué separa, entonces, una persona fuerte de una débil?
-En el transcurso de la educación aprendemos a vivir en un mundo de grandes exigencias, con amenazas inventadas fruto de estas exigencias, por lo que la persona puede volverse neurótica cuando tiene una vida de lucha en lugar de una vida de placer o de disfrute. También tengo que decir que en esto de la educación influye lo que nos enseñan, pero también lo que nosotros interpretamos de esas enseñanzas. Quiero decir con eso que nosotros tenemos mucha responsabilidad en esta educación. De una misma familia, hay quien toma unas enseñanzas de unos padres, cuando hay otros hermanos que la rechazan.
-En su libro se muestra crítico con la educación convencional actual, dice que es una pérdida de tiempo…
-La educación es uno de los grandes fracasos y estupideces de la humanidad. Yo estudié once años seguidos, a razón de unas seis horas por día, más los deberes. De ahí sólo he aprendido a leer y a escribir, y no muy bien, porque luego he hecho una parte importante de autodidacta. No me acuerdo prácticamente de nada de lo que estudié y, además, lo olvidé muy rápido. Esto es un gran fracaso; no puede ser que haya una inversión tan grande de dinero y de tiempo que arroje resultados tan flojos. ¡Tienes que estar ciego para decir que la educación funciona!
-¿Qué modelo educativo propone usted?
-En realidad es un modelo muy sencillo: la educación libre. Tenemos que darnos cuenta de que solo aprendemos y retenemos los aprendizajes voluntarios. La escuela tiene que estar basada en un modelo en el que los chavales elijan si quieren entrar en clase o no. Lo que esos niños hayan aprendido voluntariamente lo retendrán para el resto de su vida, y eso encenderá la pasión por el saber más en muchos estudiantes, y en comparación con ahora se convertirán en genios. Tenemos ejemplos actuales que demuestran que este tipo de modelo da mejores resultados y mejora la felicidad de los chicos. Lo que sucede es que la escuela obligatoria está basada en el miedo, en el discurso de que la gente es mala por naturaleza y no hace las cosas bien si no es por obligación. Y no es así: la gente es buena por naturaleza, pero se estropea precisamente por este empeño de pintar la vida como algo feo, obligatorio, y que no es bello y hermoso.
-Santandreu no es amante de la palabra “luchar”. Luchar por cumplir mis sueños, por superar una enfermedad, etc. ¿Qué implicación tiene esa filosofía en nuestra salud mental?
-El sentimiento de lucha significa, primero de todo, que partes desde una posición de debilidad y de desventaja. En segunda lugar, implica activar los poderes de la lucha que son mucho menores que los poderes del disfrute. Esto implica movilizar menos fuerzas con un gran coste emocional, porque la lucha produce rozaduras. En cambio, el trabajo, o incluso el juego, no tienen este coste. Frases como “estoy luchando por ponerme bien”, implica que esa persona está sufriendo más de lo que debería. Eso, en realidad, no juega a tu favor sino en tu contra.
-¿Cuál tiene que ser la actitud de personas que pasan por un proceso de enfermedad grave o crónica? ¿Fuera lucha?
-¡Luchar ni de coña! Lo primero que tienes que hacer es darte cuenta de que puedes ser feliz aunque tengas una enfermedad grave; la prueba es que mucha gente lo es y aprovecha lo que le deja hacer la enfermedad para hacer cosas valiosas. En segundo lugar, aconsejo tener un espíritu competitivo: voy a intentar ser el mejor enfermo del mundo de esclerosis, por ejemplo.
-Que es lo que se dijo el ciclista Lance Armstrong durante su proceso con el cáncer…
-Exactamente. De esta manera, estás movilizando unas fuerzas positivas maravillosas. Lo que aquí quiero dejar claro es que esto implica perder el temor a la muerte. Yo digo muchas veces que la muerte es necesaria, buena y bella. El ser humano armonizado con la naturaleza ve la muerte como un proceso interesante y hermoso. No es tan difícil hacerlo, simplemente tenemos que abrir nuestra mente a ver esa posibilidad.
-Asegura que usted ya no da el pésame a nadie por la muerte de una persona…
-Ya no lo hago, es cierto. Tenemos una manera errónea de entender la muerte, como si no fuese algo natural, bonito y bueno. Como yo sí que tengo esta visión, es verdad que en los entierros o lutos de seres queridos siempre le digo a la gente: “ha tenido una buena vida, tu vas detrás dentro de poco”.
-Perdone, pero suena algo macabro…
-Puede chocar al principio pero te aseguro que muchas veces me han confesado que estas palabras les hicieron un gran efecto beneficioso. Es porque, de esta forma, se transmite una buena manera de ver la muerte de los seres queridos y la suya propia el día que llegue.
-¿Qué hace sufrir más al ser humano: la muerte o el amor?
-¡El amor! El amor es la neura número uno porque tenemos una gran creencia irracional de que ese amor sentimental es un gran puntal de la felicidad. Nos lo ha vendido Hollywood, junto con la comodidad (Sonríe). Nunca ha sido así, y nunca lo será. Como pensamos que es algo tan importante, vivimos el amor sentimental como algo antinatural y lo entendemos de una manera aberrante, por eso funciona tan mal.
-¿Cuáles son las bases sobre las que hay que sustentar una relación de amor sano?
-Una relación sentimental sana es aquella en la que tú le puedes decir a tu pareja: “te quiero mucho, pero no te necesito”. De todas maneras, pienso que entenderemos el amor sentimental del futuro como algo que será itinerante. Dicho de otra manera: en el futuro ninguna pareja pretenderá estar toda la vida con el otro. En realidad, eso es muy absurdo; las parejas deberían cambiar cada cinco años. Entiendo que, a día de hoy, este discurso suena como algo lamentable, pero el ser humano no está programado para tener una convivencia basada en la monogamia o en una pareja para toda la vida. Ha funcionado hasta ahora porque el hombre era poseedor de la mujer, pero esto no es una vida en pareja, es la vida de un amo con un esclavo.
-¿Se puede tener un proyecto de vida cambiando de pareja cada cinco años?
-Sí. Será una familia muy diferente a como la entendemos actualmente. Serán sociedades matriarcales, no patriarcales. Matriarcados donde las madres, hermanas y tíos conformen la unidad familiar, y no será una unidad formado por marido y mujer. Hasta que sea así, uno tiene que ser paciente y flexible.
-¿Perdón?
-Sexualmente estamos muy reprimidos, sobre todo la mujer. Pretendemos vivir con una limitación sexual tremenda. Con este nuevo modelo alejado de la monogamia se solucionarían todos los problemas de celos o de dependencias. La principal causa de suicidio en el mundo es el desamor. ¡El desamor! No es perder el trabajo o tener una enfermedad grave…
-¿Eso es ser romántico o tonto?
-Las dos cosas. Ser romántico es ser irreal, no natural y no ecológico. De esta forma, no sólo atajaríamos el primer causante de suicidios en el mundo, sino también grandes bolsas de infelicidad que produce el amor mal llevado. No sabes la cantidad de infelicidad que provocan el modelo familiar actual: hasta el momento en el que se divorcian, y después. El 50% de las parejas actuales no aguantan más de diez años. En realidad, se puede hacer una estimación y asegurar que solamente un tercio de las parejas que existen están satisfechas con su relación.
-Y aquí entra el miedo a la soledad como una de las causas por las que muchas parejas continúan juntas sin quererse…
-Por desgracia, sí. El sentimiento de soledad es completamente neurótico, es irracional. Temer a la soledad es como temer a los gatos negros. Lo que sobra en este mundo son personas, es imposible que estemos solos. Puedes entablar relaciones increíbles con tus vecinos, compañeros de trabajo, con gente que está en grupos asociativos, con tu familia, etc. Si tú no te dices que la soledad es mala, empezarás a gozarla inmediatamente. Hay que ver la soledad como algo benéfico, como un espacio en el cual puedo organizar mi vida, mi tiempo, aprender, crecer y planificar. Son momentos de paz increíbles.
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viernes, 22 de diciembre de 2017
Comparando la sociedad alemana con la sociedad china
Born in China but living in Germany since she was 14, Liu has a unique grip of this cultural duality — and she channels it with great wit and eloquent minimalism in graphics that say so much by showing so little.
Publicado por Gabriela Picco en 11:33
miércoles, 20 de diciembre de 2017
Kirmen Uribe : Poema del dolor
La muerte ha ganado al final, amigo mío.
Fuimos muy confiados, incluso llegamos a creer,
por un momento, que nunca nos atraparía.
Pero te ha llevado, cuando menos lo esperábamos,
y a la manera más inverosímil.
Pensábamos que nuestra amistad era para siempre.
No había miedo. Aunque estuviéramos largo tiempo
separados, como cuando hacías esos largos viajes.
Esperaba con ansiedad tus llamadas.
Nadie como tú para contar historias.
En tus labios, las cosas más vulgares
se convertían en mágicas, esenciales.
Pero en aquella maldita mañana,
sentí que mi cuerpo se rompía en dos.
Que de la Antártida se desprendía
un enorme bloque de hielo, creando icebergs de angustia,
que, al rozar, quemaban mi corazón.
Y, ahora, trato de recordar cada palabra que dijiste
la última noche que pasamos juntos.
Nervioso, como un niño perdido que quiere
acordarse del número de teléfono de sus padres.
Qué voy a hacer ahora, mi cómplice.
Es invierno y los lobos rondan la casa.
Temo el ataque de mis peores pensamientos.
Tú los ahuyentabas tan fácilmente.
Tus palabras siempre tenían sentido.
Curaban, aunque no fueran del todo verdad.
Era un gran amigo para ti,
me dicen. Más que eso.
Como un hermano. Mucho más.
Hace poco, en su sueño, me dijiste,
Tan positivo como de costumbre: “Kirmen,
No podremos juntarnos, pero hablaremos”.
Me quedo, pues, esperando tus palabras,
como cuando hacías aquellos largos viajes,
seguro del amigo que nunca perderé. Y orgulloso.
Inédito.
Bertold Brecht : El analfabeto político
EL ANALFABETO POLÍTICO
“No sabe que el costo de la vida, el precio del poroto, del pan, de la harina, del vestido, del zapato y de los remedios, dependen de decisiones políticas. El analfabeto político es tan burro que se enorgullece y ensancha el pecho diciendo que odia la política. No sabe que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, y el peor de todos los bandidos que es el político corrupto, mequetrefe y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales”.
Bertold Brecht
martes, 19 de diciembre de 2017
Argentina diciembre 2017 : Hasta siempre Comandante
Buena Vista Social Club - Hasta Siempre - Comandante
Necesito poco y lo poco que necesito lo necesito poco
co
Pertenece al grupo: Apadrinar la felicidad
Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Ángeles Caso
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las "huchas de las misiones" pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.
Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las "huchas de las misiones" pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada o todo.
Familiando en 5 generaciones ( 1890 a 2018)
Juan Picco I |
Emilia Robbiano I . Juan Picco I
Jose Brunetto I - Alba Olivero IJuan Picco II |
Familia Picco |
Luisa Picco |
Alba II |
Alba II |
Alba II |
Maria Emilia ( II) y Alba ( III ) Gabriela |
Alba ( III ) Gabriela |
Alba ( III ) Gabriela |
Alba ( III) Gabriela |
Alba G |
Maria Emilia II |
Juan ( III ) Ignacio |
Juan ( III ) Ignacio y Alba II
María ( III ) Paula y Juan ( III ) Ignacio |
María ( III ) Paula |
Juan ( III ) Ignacio |
María ( III ) Paula |
Juan( III ) Ignacio |
Agustina |
Abu y bisa con Agus |
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Agustina |
Faustino ; nacido el 4 de diciembre 2017
Bisabuela con bisnieto
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