La directora israelí Ada Ushpiz es la autora de Vita Activa: the spirit of Hannah Arendt, que se estrenó este año en Estados Unidos. Ushpiz, licenciada en filosofía y literatura, fue periodista y redactora del diario Haarezt durante bastantes años, y defendió la existencia de dos estados, Israel y Palestina, hasta que se decidió por el mundo del cine y del documental, en el que ya ha producido varias obras notables. Vita Activa lo es.
Ushpiz retrata a la filósofa judía alemana a través de documentos de su época, entrevistas y textos, y, sin aludir en ningún momento a las circunstancias del mundo de hoy, consigue hacernos presente su pensamiento de una manera tan actual que abruma. La idea de la banalidad del mal, que tantos problemas le causó a Arendt en su formidable reportaje sobre el juicio de Adolf Eichmann, vuelve a presentarse ante nosotros con la misma angustiosa fuerza de entonces.
No hace falta que Ushpiz hable de Siria, Irak, Palestina o de la crisis de los refugiados en Europa, ni que atribuya a Hannah Arendt pensamientos sobre algo que sucede muchos años después de su muerte. No, la espantosa actualidad de Arendt la pone el espectador, la reconoce el espectador en su propio tiempo presente y en su propia mirada. Como explica Ada Ushpiz en una entrevista a Katie Kilkenny, el concepto de la banalidad del mal que describió Arendt sigue operando hoy día, aunque obviamente no se presenta con el mismo discurso. El discurso es diferente, pero la irreflexión, la incapacidad para colocarse en el lugar del otro y de su sufrimiento, sigue siendo la misma.
"El individuo", afirma Ushpiz, "se vuelve tan indiferente hacia sí mismo como ser humano y hacia la gente que le rodea que puede llegar a tomar parte en cualquier maldad que la mera funcionalidad pueda producir". Observamos lo que pasa a nuestro alrededor y lo atribuimos a personas ciegas de odio o racismo y creemos que no tenemos ninguna responsabilidad en esos hechos, nos alejamos de ellos. Incapaces de colocarnos en el lugar de las víctimas, nos recluimos en nuestra propia vida privada, nos retiramos continuamente de la discusión. Eso es exactamente lo que explicó Hannah Arendt. "No tenemos en cuenta nuestra responsabilidad humana de hacer todo lo posible, sin cesar y devotamente, para cambiar esa realidad", ilustra Ushpiz. (La directora ha escrito repetidamente contra la ocupación de territorios que no pertenecen a Israel y ha criticado a sus compatriotas israelíes por no sentirse responsables de los derechos de los palestinos).
La personalidad de Arendt, dicen quienes la conocieron, no se explica sin su condición de judía huida de Alemania. "Creía que la condición de refugiado es la encarnación de las dinámicas más oscuras de la exclusión del otro, social y políticamente", cuenta Ushpiz.
La conversión de los refugiados en personas sin derechos constituyó en la primera mitad del siglo XX una ruptura moral histórica y lo vuelve a constituir ahora, en circunstancias distintas, pero con las mismas implicaciones. Negar sus derechos a los refugiados que han llegado o van a llegar a Europa, hacerlo como si fuera algo intrascendente, banal, abrirá paso a las peores dinámicas. El nuevo mecanismo de asilo que propuso esta semana la Comisión Europea no es más que un disfraz burocrático para ocultar la ruptura moral que supone el acuerdo de expulsión a Turquía. El desgarro, el destrozo moral que provoca la deportación de decenas de miles de personas no se va a corregir con normativas o regulaciones ni con banales horarios de trenes.
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