“Stories are antibodies against illness and pain”
Anatole Broyard, cited by Jonathon Tomlinson
Anatole Broyard, cited by Jonathon Tomlinson
Las historias son anticuerpos frente a la enfermedad y el dolor. Pero no tienen un sustrato molecular, no son susceptibles de convertirse en fármacos, mucho menos en patentes, no cotizan en bolsa y por lo tanto no tienen peso alguno en los sistemas sanitarios.
Sobre Jonathon Tomlinson ya hemos hablado otras veces; su blog ( Abetternehs) es de lo mejor que se puede leer hoy en día sobre la complicada interfase entre políticos y médicos siempre teniendo muy presente que el juez de ese debate debe ser el paciente. En uno de sus últimos post Tomlinson escribe sobre el perdón, la escucha y la narrativa a partir del relato de un caso espeluznante: el de Marian Partington, cuya hermana Lucy desapareció en 1973, y cuyos restos no fueron descubiertos hasta 1994 en el sótano de Fred y Rosemary West. La vida de Marian ha sido, en cierta forma, un largo camino para poder ejercer el perdón.
Arthur Frank define tres tipos de narrativas curativas ( Healing narratives): la primera es la narrativa de la restitución, la que predomina en las películas y series de televisión en las que la enfermedad es un enemigo al que derrotar, y el médico ejerce de héroe; existe otra tipo de narrativa que Frank define como “caótica”: la gente vive en el caos, pero el caos es muy difícil de ser contado, y por lo tanto de ser adecuadamente escuchado. Para Tomlinson el papel del médico es escuchar “ profunda y compasivamente”, estar con la otra persona en medio de su sufrimiento, algo que es imposible de realizar si no se comparte dicho sufrimiento.
El último tipo de narrativa es la encaminada a descubrir, a investigar, a averiguar. Solo a través del sufrimiento es posible aprender ciertas cosas: “las historias de búsqueda fuerzan a aceptar la vida incondicionalmente; encontrar una vida agradecida en condiciones que, de estar sano, consideraríamos completamente inaceptables”. En cierta forma la búsqueda siempre es un viaje a la caza de respuestas que no siempre aparecen, persiguiendo victorias sobre el caos que, casi siempre son transitorias.
Si aceptamos la importancia de todo este abanico de narrativas, la escucha del médico en la consulta adquiere una dimensión completamente diferente. Ya no se trata de escuchar para identificar síntomas, para confirmar cifras o chequear cumplimientos; hablamos en cambio de prestar atención real a las historias, a las narraciones de lo que viven y sienten, de “honrar su sufrimiento”.Como escribe Tomlinson: “escuchar la historia de un paciente implica una represión consciente del deseo de recoger una historia clínica; un no aprendizaje de lo que hemos practicado a lo largo de toda nuestra vida profesional. Ello nos coloca en una posición difícil porque ¿cumplimos un papel diferente si escuchamos historias en vez de escribirlas?”
Realizar este papel de escucha, no la escucha de cifras y síntomas, sino la escucha del sufrimiento humano es sin duda difícil en consultas de 7 minutos.
Una vez más parece evidente que el mantenimiento de este tipo de asistencia superficial no es casual, un efecto colateral imprevisto de nuestra forma de organizar la asistencia. Hace unos días veíamos el cuestionamiento de la continuidad por parte de los centros de pensamiento que asesoran a la Comisión Europea con el argumento de que es paternalista y trasnochado. Se escudan en que lo “moderno” son continuidades de equipo, de profesionales “volantes” que se sustituyen unos a otros, algo que en buena medida ocurre desde hace tiempo en Reino Unido en el que el médico personal está en trance de desaparición.
Los que entienden la salud como un bien de mercado no entenderán nunca la importancia de las tres narrativas que describe Frank y comenta Tomlinson. Son partidarios de contactos “cliente-proveedor” rápidos, inmediatos, superficiales, similares a los que se tiene en el mostrador de McDonald por parte de operarios sumamente amables. Operarios que hoy son de Adeslas, mañana de Ribera Salud , pasado de Virgin. La continuidad así se convierte en superflua.
La diferencia está en que el sufrimiento no es tan fácilmente manejable como la hamburguesa. No es medible en los contratos de gestión, ni fácilmente incentivable. No disminuye quizá listas de espera. Quizá por eso la atención al sufrimiento dejará de incluirse, más pronto que tarde, en las cartera de servicios del sistema sanitario
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