El periodista francés Antoine Leiris, que perdió a su esposa en la masacre terrorista, convierte en libro sus recuerdos y su resistencia al deseo de revancha
Madrid
El 13 de noviembre último, a las 22,37, vibró el móvil de Antoine Leiris, que estaba en el salón de su casa de París leyendo una novela policiaca. Su hijo de 17 meses, Melvil, dormía en la habitación de al lado. Leyó el primer mensaje con desgana. “¿Va todo bien? ¿Estáis en casa?”. Con el segundo la cosa cambió. “¿Estáis en un lugar seguro?”. Ahí se desencadenó el horror en estado puro… porque Melvil y él sí que estaban en un lugar seguro… pero su mujer, Hélène, no. Hélène había ido esa noche a un concierto en la sala Bataclan de París. Y los peores presagios, que se habían asomado al salón de aquella casa desde el minuto uno, quedaron confirmados al día siguiente cuando su cuñada le confirmó la peor noticia de su vida.
Aún sin ser consciente de ello, Leiris, periodista cultural de 34 años en Radio France, iba a convertir aquel agujero negro en una sobrecogedora carta dirigida a los terroristasdel Bataclan, primero. Y después en un libro breve, salvaje y luminoso: No tendréis mi odio (Ediciones Península). La carta a los verdugos de su esposa, que Leiris colgó en su página de Facebook, fue compartida por más de 200.000 personas en cuestión de minutos convirtiéndose en un fenómeno viral sin freno. El libro, editado ya en Italia, Japón, Alemania y España, sigue entre los más vendidos de Francia. Sus 100 páginas tratan de la convicción de su autor de no regalar a los asesinos su bien más preciado —el odio de las víctimas— básicamente porque no tiene tiempo: ha de cuidar a su hijo. También de una alerta a navegantes: no hay que dar nunca por definitivamente conquistada la felicidad o la casi felicidad. Puede estallar en cuestión de segundos.
Antoine Leiris se hunde en el sofá del salón de un hotel de Madrid. Habla del libro, de su hijo, de su esposa, de él.
La felicidad y alrededores. Estar bien o, como decía aquella canción de Joe Dassin, estar casi bien: “Yo estoy casi bien, mi vida continúa, voy como ella viene”.
“Siempre hay dificultades que hay que superar, y pensar que las vamos a superar y dejar atrás todas y para siempre y que vamos a acceder a una especie de felicidad beata es un gran error. Yo llevo todas mis maletas, todos mis errores y todas mis debilidades conmigo, pero desde hace años estoy así. Casi bien. Y eso ya es algo casi formidable. Eso sí, no se parece en nada al estar bien ni a la felicidad de un anuncio de una compañía de seguros”.
Las personas y la masa.
“Yo cogía el metro y tenía la sensación de estar viendo rebaños de personas, gente uniforme que tenía las mismas cosas en la cabeza. Tras la muerte de Hélène volví al metro. Y me di cuenta de que recorría los andenes más lento que antes. Eso me permitió observar a la gente mejor y caí en la cuenta de que —en lugar de una masa uniforme— lo que había era una coincidencia de destinos de personas muy diferentes. Concentrarse únicamente en lo que le ocurre a uno y pensar que solo a uno le pasan desgracias y que entonces uno está más legitimado que otros para sentirse desgraciado… no te hace avanzar”.
Su misión en la vida.
“Esto del libro nunca ha pasado del estado anecdótico. El centro de mi vida era y es llorar a Hélène y cuidar de mi hijo. Eso ya es suficientemente enorme como misión”.
La escritura de No tendréis mi odio. De la carta al libro.
“No hubo perspectiva ninguna, la escritura del libro empezó justo después de la escritura de la carta. Quería que, una vez, empezado el proceso, todo fuera seguido. Escribir me hacía bien, me permitía escapar de una vida que, en esos momentos, me asfixiaba”.
La tentación de odiar.
“Hay momentos en los que ese sentimiento llama a la puerta. Trato de no dejarle pasar. A veces es difícil lograrlo, sobre todo teniendo en cuenta que siguen pasando cosas horribles y que el peligro es real, y que a veces sientes ganas de huir y ganas de odiar. Digamos que por ahora resisto a la tentación”.
Querer entender algo, si eso es posible.
“Como ciudadano quiero comprender los mecanismos de lo que ocurre… para eso estoy obligado a despegarme de las cosas, no puedo pensar en los razonamientos de esa gente, me resulta muy duro. Pero quiero saber por qué algunas personas de la sociedad llegan a semejante grado de radicalismo, qué ocurre en los chicos jóvenes cuando hacen esto, cómo les arrebatan la humanidad…”.
París y las otras ciudades atacadas.
“El miedo está ahí y el peligro es real. Pero a pesar de ese miedo la gente sigue con sus vidas. Creo que los habitantes de las ciudades castigadas por el terrorismo —como Madrid— deben interrogarse acerca de lo que supone tener la valentía suficiente para seguir viviendo a pesar de la amenaza, más que perder el tiempo viendo en esas personas a un montón de Satanás con metralletas que disparan por la espalda”.
El terrorismo como instrumento político.
“Francia está muy crispada porque se encuentra ya en la secuencia política de unas elecciones presidenciales, así que ese miedo, en lugar de permanecer como algo íntimo e intocable, se convierte en un instrumento político. Mi confianza en la vida política y en los políticos franceses es muy reducida”.
Terrorismo es terror, no concepto.
“Creer que esta gente ataca a los símbolos de nuestras sociedades es un error, es darles una dimensión que no tienen. Solo persiguen matar al mayor número de personas posible por el medio que sea y donde sea. No piensan en conceptos. En el atentado de Niza no atacaron el símbolo de la Fiesta Nacional de Francia, sino un lugar lleno de gente. Hay que ponerles en el nivel que se merecen. Son personas que no tienen conciencia ninguna de la alteridad y que están dispuestos a todo sin dignidad alguna con tal de existir”.
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