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lunes, 28 de marzo de 2016
Con el tiempo todas las calles reciben su visita ( del Blog de Sergio Minue )
“Closed like confessionals, they thread
Loud noons of cities, giving back
None of the glances they absorb.Light glossy grey, arms on a plaque,
They come to rest at any kerb:
All streets in time are visited"
Loud noons of cities, giving back
None of the glances they absorb.Light glossy grey, arms on a plaque,
They come to rest at any kerb:
All streets in time are visited"
(“Cerrados como confesionarios, taladran
los ruidosos mediodías de las ciudades, dando la espalda
ninguna de las miradas absorben.
Luces grises brillantes, los brazos en una placa
Se detienen junto a cualquier bordillo:
Con el tiempo todas las calles reciben su visita”)
Ambulancias. Philip Larkin
De Atul Gawande hemos hablado muchas veces en este blog. Americano de orígenes indios, siendo aún residente de cirugía publicaba en The New Yorker, actividad que sigue manteniendo de forma bastante regular desde entonces. Compagina su actividad de cirujano del Bringham and Woman’s Health de Boston con su trabajo de profesor de la escuela de salud Pública de Harvard. Su último libro aborda sin embargo un tema bastante alejado de las principales preocupaciones de un cirujano : el envejecimiento y la muerte. Para ello hace un viaje paralelo: por un lado repasando como está organizada la atención al proceso de envejecer y morir en su sistema americano ( el americano) , y por otro relatando su propia vivencia personal en el caso de la agonía y muerte de su propio padre.
Los sistemas sanitarios de todo el mundo han encontrado en la cronicidad el nuevo mantra para entretener a profesionales y pacientes. Fomentando el autocuidado y la prevención primaria de factores de riesgo de enfermedades crónicas con fármacos, clasificando a los pacientes por su complejidad ( como si fueran frutas) reduciremos gastos y mejoraremos la salud de la población. Sin embargo la realidad es bien distinta, como describe Gawande: “ Se nos da bien afrontar problemas específicos singulares: el cáncer de colon, la tensión alta, la artritis de rodilla. Pero nos dan una anciana con la tensión alta, con dolores de rodilla, además de toda una serie de achaques, una anciana que corre el riesgo de perder todo aquellos que más le gusta, y no sabemos qué hacer, solo empeoramos las cosas”.
En la introducción ya plantea Gawande con claridad el centro de la cuestión: “ Puede que alguien se alarme ante el hecho de que un médico escriba sobre la inevitabilidad del declive y la muerte. Para muchos ese tipo de discursos suscita el espectro de una sociedad que se apresta a sacrificar a sus enfermos y a sus ancianos. Pero, ¿ y si los enfermos y los ancianos ya estuvieran siendo sacrificados? ¿Y si hubiera planteamientos mejores esperando que les reconozcamos?
Los nuevos modelos sanitarios persisten en el error de medicalizar permanentemente el proceso natural de nacer, crecer, envejecer y morir: “ los avances científicos han convertido los procesos de envejecer y morir en experiencias médicas, en cuestiones que han de ser gestionadas por profesionales de atención sanitaria”.
Y creemos equivocadamente que en el momento final, la gente solamente aspira a bajar el telón sin dolor. Pero no es así: “ nuestro fracaso más cruel en nuestra forma de tratar a los enfermos y ancianos es la incapacidad de reconocer que esas personas tienen unas prioridades más allá de estar fuera de peligro y de vivir más”.
Gawande considera que se precisan dos tipos de valor en la vejez y la enfermedad: el valor de afrontar la realidad de la muerte y el valor de actuar en función de lo que averiguemos. Pero este rumbo a menudo no está nada claro. En el proceso de atención a sus pacientes al final de la vida, el cirujano americano les plantea cuatro sencillas preguntas: a que tiene miedo en este momento, cuáles son sus deseos , qué sacrificios está dispuesto a hacer por ellos y cuáles no. Asombra la variabilidad de las respuestas. Porque hay personas que están dispuestas a soportar cualquier sacrificio , cualquier tormento, con tal de poder volver a tomar un batido de chocolate o la próxima final de la Super Bowl.
En el imparable desarrollo de la especie humana hay cosas importantes que hemos ido perdiendo por el camino: una de las más importantes es aprender a envejecer y morir. Pero por mucho que lo ignoremos el problema sigue estando allí. Para todos.
domingo, 27 de marzo de 2016
Boris Cyrulnik | Psiquiatra
El psiquiatra francés, considerado uno de los padres de la resiliencia, vaticina que el siglo XXI será el de la sumisión del hombre a la máquina
Boris Cyrulnik decidió que quería ser psiquiatra a los 11 años. Vio en esa ciencia del alma, como él mismo la define, la posibilidad de llegar a entender la locura del nazismo. Cuando tenía seis años, cuatro oficiales alemanes armados rodearon su cama y se lo llevaron detenido. Tardó en comprender que aquello ocurría porque era judío.
Recuperar a personas que han sufrido un trauma infantil. Esa acabó convirtiéndose, años más tarde, en la misión de su vida. Y, de hecho, se le considera uno de los padres de la resiliencia, ese término, ahora tan en boga, que indica la capacidad de volver a la vida tras pasar por un trauma.
Psiquiatra, neuropsiquiatra, psicoanalista, investigador y etólogo francés (de origen ruso), puso de manifiesto en 2001 con Los patitos feos que una infancia infeliz no tiene porqué determinar una vida: los traumas se pueden trabajar, se pueden superar.
Nacido en 1937 en Burdeos, rescatado de la orfandad –sus padres murieron en la guerra– por una tía, presenta ahora Las almas heridas (Gedisa, 2015), obra en la que destila el saber de los años dedicados a restañar heridas. En una sala del Instituto Francés de Barcelona, concede esta entrevista horas antes de pronunciar una conferencia.
Pregunta. Usted definió la resiliencia como “el arte de navegar en los torrentes” en su libro de 2001, Los patitos feos. En 2012, en París, en el primer congreso sobre resiliencia, se definió como “la vuelta a la vida tras un trauma psicológico”. ¿Con qué definición se queda?
Respuesta. Sí, la definición ha evolucionado. La metáfora es: nos vemos empujados a un torrente por una desgracia de la vida; algunos se dejan arrastrar y golpear, otros llegan a debatirse y, con un poco de suerte, se ponen de nuevo a flote. Cuando empezamos con nuestros trabajos sobre la resiliencia en Toulon llegamos a una que es: “Retomar un nuevo desarrollo tras una agonía psíquica o traumática”.
P. En Las almas heridas dice usted que hay 4.641 documentos y 1.023 tesis doctorales sobre resiliencia solo en Francia. ¿Se puede hablar de una moda, o de una inflamación del término, como se le ha escuchado decir?
R. Sí, ha habido un efecto de moda en la resiliencia que ha generado una inflamación de la palabra. Ocurrió con el psicoanálisis, con la genética; pasa cada vez que un concepto entra muy rápido en la cultura: todo el mundo adopta esa palabra y diluye su significado. La inflamación del psicoanálisis produjo que se dijera que Freud era un obseso sexual y que el psicoanálisis era inmoral; en el caso de la resiliencia: la inflamación semántica ha hecho que se diga que resiliencia significa que uno puede curarse de todo. Y yo nunca utilizo el término curarse. Además, uno no puede curarse de todo. Pero si no se hace nada, uno no se cura de nada. Si se hace algo, a veces se mejora un poco, aunque no siempre.
P. Sostiene usted que la resiliencia ayuda a vencer prejuicios. ¿Contra qué prejuicios lucha?
R. Contra el determinismo biológico o sociológicos únicos: “Ha sido maltratado, será un maltratador”. Si se le abandona, puede que repita ese comportamiento en un 30% de los casos. Si se abandona a esos niños, hay una maldición. Si se les apoya, no.
P. Lo mismo debe de ocurrir con los refugiados que llegan a Europa. Muchos vienen de vivir situaciones muy traumáticas. La respuesta de las sociedades que les acogen determinará la superación de su trauma.
R. Se les puede masacrar, como en Calais, y convertirlos en delincuentes. O se puede salvar a muchos de ellos. Cuando la emigración es voluntaria hay pocos traumas psíquicos. Pero la mayor parte del tiempo, la emigración no es deseada. La gente es expulsada de sus países; huye porque si no, muere.
P. Cita usted en su libro al psiquiatra Henry Ey, que decía que el hombre no es más que la naturaleza a la que se enfrenta. ¿Cómo ve usted al hombre en este comienzo del siglo?
R. La vergüenza del siglo XX fueron las guerras mundiales y los genocidios; genocidio armenio, genocidio judío, genocidio ruandés, y otros. Son consecuencia de las tecnologías, las guerras mundiales han sido terribles por culpa de la tecnología. El problema del siglo XXI va a ser la sumisión a las máquinas.
P. ¿Por qué?
R. Internet es un instrumento de comunicación asombroso. Pero también se ven cubos de basura en Internet. Hay un progreso fantástico del conocimiento, pero también un desarrollo de la delación y la difamación.
P. Hablaba usted en Los patitos feos de que las victorias en el campo de los Derechos Humanos y de la tecnología nos hacen creer en la posibilidad de una erradicación del sufrimiento. Pero el sufrimiento es parte de la vida, ¿no?
R. Los médicos, los psiquiatras, los psicólogos, somos curadores; elegimos esas profesiones para curar; somos artesanos, no somos siempre científicos. La victoria de la tecnología nos ha hecho creer que íbamos a luchar contra las injusticias sociales, pero cada vez hay más.
P. ¿Cuáles son las heridas más difíciles de sanar?
R. Hay que huir de la idea de Descartes de que una causa produce un efecto. ¡Muerte a Descartes! Hay que decir: antes de la herida; durante la herida; tras la herida. Antes de la herida: ¿qué nos permite adquirir factores que puedan protegerle a uno de una eventual herida? No hay biografía sin heridas. Todo el mundo, en mayor o menor medida, atraviesa la vida recibiendo golpes. Si uno, de pequeño, cuenta con un apego seguro, que cultiva la confianza en uno mismo, cuando llega una desgracia, la encaja porque su memoria le dice que es posible salir adelante. Se sufre menos si el golpe es lejano que si lo da alguien cercano. Cuando fui un niño mi familia fue destruida por el nazismo; y yo casi quedo destruido; el golpe venía de lejos y yo me sentí protegido por los justos, los franceses no judíos que me acogieron.
P. Si las desgracias, en la existencia, son inevitables, ¿proyectamos entonces una idea falsa de la felicidad en la sociedad occidental hoy en día?
R. Nadie sabe definir la felicidad. Durante mucho tiempo el paso por la tierra era el valle de lágrimas entre dos paraísos: el paraíso perdido, por culpa del conocimiento; y el paraíso posible, que podemos ganar tras nuestra muerte, obedeciendo a las leyes divinas. Entre los dos paraísos se sufría. El siglo XIX y la revolución francesa cambiaron esta noción de la felicidad. Si creemos que la felicidad es metafísica, creeremos que solo puede llegar después de nuestra vida, o de nuestra muerte. Es lo que ocurre con los yihadistas. El yihadismo enseña lo que los cristianos enseñaron durante mucho tiempo: morid primero, seréis felices después.
P. ¿Cómo ve el futuro de esta sociedad que nos vende esa idea de felicidad que no es tan fácil de conseguir?
R. Una de las soluciones que nos han propuesto han sido las pastillas. Es una solución falsa, la droga: tome medicamentos para ser feliz. Ahora sabemos que la felicidad es un tricotar continuo; es el placer de vivir cotidiano; es un trabajo de todos los días, no es metafísico. La artesanía de la felicidad cotidiana se tricota día a día.
Recuperar a personas que han sufrido un trauma infantil. Esa acabó convirtiéndose, años más tarde, en la misión de su vida. Y, de hecho, se le considera uno de los padres de la resiliencia, ese término, ahora tan en boga, que indica la capacidad de volver a la vida tras pasar por un trauma.
Psiquiatra, neuropsiquiatra, psicoanalista, investigador y etólogo francés (de origen ruso), puso de manifiesto en 2001 con Los patitos feos que una infancia infeliz no tiene porqué determinar una vida: los traumas se pueden trabajar, se pueden superar.
Nacido en 1937 en Burdeos, rescatado de la orfandad –sus padres murieron en la guerra– por una tía, presenta ahora Las almas heridas (Gedisa, 2015), obra en la que destila el saber de los años dedicados a restañar heridas. En una sala del Instituto Francés de Barcelona, concede esta entrevista horas antes de pronunciar una conferencia.
Pregunta. Usted definió la resiliencia como “el arte de navegar en los torrentes” en su libro de 2001, Los patitos feos. En 2012, en París, en el primer congreso sobre resiliencia, se definió como “la vuelta a la vida tras un trauma psicológico”. ¿Con qué definición se queda?
Respuesta. Sí, la definición ha evolucionado. La metáfora es: nos vemos empujados a un torrente por una desgracia de la vida; algunos se dejan arrastrar y golpear, otros llegan a debatirse y, con un poco de suerte, se ponen de nuevo a flote. Cuando empezamos con nuestros trabajos sobre la resiliencia en Toulon llegamos a una que es: “Retomar un nuevo desarrollo tras una agonía psíquica o traumática”.
P. En Las almas heridas dice usted que hay 4.641 documentos y 1.023 tesis doctorales sobre resiliencia solo en Francia. ¿Se puede hablar de una moda, o de una inflamación del término, como se le ha escuchado decir?
R. Sí, ha habido un efecto de moda en la resiliencia que ha generado una inflamación de la palabra. Ocurrió con el psicoanálisis, con la genética; pasa cada vez que un concepto entra muy rápido en la cultura: todo el mundo adopta esa palabra y diluye su significado. La inflamación del psicoanálisis produjo que se dijera que Freud era un obseso sexual y que el psicoanálisis era inmoral; en el caso de la resiliencia: la inflamación semántica ha hecho que se diga que resiliencia significa que uno puede curarse de todo. Y yo nunca utilizo el término curarse. Además, uno no puede curarse de todo. Pero si no se hace nada, uno no se cura de nada. Si se hace algo, a veces se mejora un poco, aunque no siempre.
P. Sostiene usted que la resiliencia ayuda a vencer prejuicios. ¿Contra qué prejuicios lucha?
R. Contra el determinismo biológico o sociológicos únicos: “Ha sido maltratado, será un maltratador”. Si se le abandona, puede que repita ese comportamiento en un 30% de los casos. Si se abandona a esos niños, hay una maldición. Si se les apoya, no.
El problema del siglo XXI va a ser la sumisión a las máquinas
R. Se les puede masacrar, como en Calais, y convertirlos en delincuentes. O se puede salvar a muchos de ellos. Cuando la emigración es voluntaria hay pocos traumas psíquicos. Pero la mayor parte del tiempo, la emigración no es deseada. La gente es expulsada de sus países; huye porque si no, muere.
P. Cita usted en su libro al psiquiatra Henry Ey, que decía que el hombre no es más que la naturaleza a la que se enfrenta. ¿Cómo ve usted al hombre en este comienzo del siglo?
R. La vergüenza del siglo XX fueron las guerras mundiales y los genocidios; genocidio armenio, genocidio judío, genocidio ruandés, y otros. Son consecuencia de las tecnologías, las guerras mundiales han sido terribles por culpa de la tecnología. El problema del siglo XXI va a ser la sumisión a las máquinas.
P. ¿Por qué?
No hay biografía sin heridas. Todo el mundo, en mayor o menor medida, atraviesa la vida recibiendo golpes
P. Hablaba usted en Los patitos feos de que las victorias en el campo de los Derechos Humanos y de la tecnología nos hacen creer en la posibilidad de una erradicación del sufrimiento. Pero el sufrimiento es parte de la vida, ¿no?
R. Los médicos, los psiquiatras, los psicólogos, somos curadores; elegimos esas profesiones para curar; somos artesanos, no somos siempre científicos. La victoria de la tecnología nos ha hecho creer que íbamos a luchar contra las injusticias sociales, pero cada vez hay más.
P. ¿Cuáles son las heridas más difíciles de sanar?
R. Hay que huir de la idea de Descartes de que una causa produce un efecto. ¡Muerte a Descartes! Hay que decir: antes de la herida; durante la herida; tras la herida. Antes de la herida: ¿qué nos permite adquirir factores que puedan protegerle a uno de una eventual herida? No hay biografía sin heridas. Todo el mundo, en mayor o menor medida, atraviesa la vida recibiendo golpes. Si uno, de pequeño, cuenta con un apego seguro, que cultiva la confianza en uno mismo, cuando llega una desgracia, la encaja porque su memoria le dice que es posible salir adelante. Se sufre menos si el golpe es lejano que si lo da alguien cercano. Cuando fui un niño mi familia fue destruida por el nazismo; y yo casi quedo destruido; el golpe venía de lejos y yo me sentí protegido por los justos, los franceses no judíos que me acogieron.
El yihadismo enseña lo que los cristianos enseñaron durante mucho tiempo: morid primero, seréis felices después
R. Nadie sabe definir la felicidad. Durante mucho tiempo el paso por la tierra era el valle de lágrimas entre dos paraísos: el paraíso perdido, por culpa del conocimiento; y el paraíso posible, que podemos ganar tras nuestra muerte, obedeciendo a las leyes divinas. Entre los dos paraísos se sufría. El siglo XIX y la revolución francesa cambiaron esta noción de la felicidad. Si creemos que la felicidad es metafísica, creeremos que solo puede llegar después de nuestra vida, o de nuestra muerte. Es lo que ocurre con los yihadistas. El yihadismo enseña lo que los cristianos enseñaron durante mucho tiempo: morid primero, seréis felices después.
P. ¿Cómo ve el futuro de esta sociedad que nos vende esa idea de felicidad que no es tan fácil de conseguir?
R. Una de las soluciones que nos han propuesto han sido las pastillas. Es una solución falsa, la droga: tome medicamentos para ser feliz. Ahora sabemos que la felicidad es un tricotar continuo; es el placer de vivir cotidiano; es un trabajo de todos los días, no es metafísico. La artesanía de la felicidad cotidiana se tricota día a día.
Mustang : belleza salvaje
miércoles, 23 de marzo de 2016
La lectura es fuente de placer
La gran aventura de mi vida ha sido la literatura - La lectura, me ha hecho vivir de una manera maravillosa, y por eso veo con cierta angustia la posibilidad de que la lectura pudiera ir, no desapareciendo, pero sí empobreciéndose cada vez más, llegando a menos gente.
La lectura ha sido una fuente tan rica de goce, de placer, de vivir las vidas intensas de la aventura, que se cegaría una fuente fundamental de la vida si la lectura pasara a ser en el futuro una actividad de minorías, de catacumbas.
La lectura ha sido una fuente tan rica de goce, de placer, de vivir las vidas intensas de la aventura, que se cegaría una fuente fundamental de la vida si la lectura pasara a ser en el futuro una actividad de minorías, de catacumbas.
Los zapatos de Cristina Kirchner
La Luz de Nelson Mandela
Después de 27 años en la cárcel y ser elegido en 1994 presidente electo de Sudáfrica, Nelson Mandela compartió con el mundo entero uno de sus poemas favoritos, escrito por Marianne Williamson: “Nuestro temor más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro temor más profundo es que somos excesivamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, la que nos atemoriza. Nos preguntamos: ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y fabuloso? En realidad, ¿quién eres para no serlo? Infravalorándote no ayudas al mundo. No hay nada de instructivo en encogerse para que otras personas no se sientan inseguras cerca de ti. Esta grandeza de espíritu no se encuentra solo en algunos de nosotros; está en todos. Y al permitir que brille nuestra propia luz, de forma tácita estamos dando a los demás permiso para hacer lo mismo. Al liberarnos de nuestro propio miedo, automáticamente nuestra presencia libera a otros”.
cuanto se aprende de los pacientes ....
Cuanto se aprende de los pacientes si uno está atento y receptivo a todo ello. De sus vidas, del impacto de la enfermedad en sus vidas, de la repercusión que causa en sus familias.
Otro médico general, Liam Farrell, escribió: "cuando te enfrentas tan descarnadamente a tu propia vulnerabilidad, entiendes a los pacientes mucho mejor…somos frágiles, somos humanos, las cosas malas también nos suceden a nosotros, como a cualquier otro. Creo que somos conscientes de nuestra propia mortalidad, de la fragilidad de la vida, aprendemos a no sentirnos culpables por buscar ayuda, y también a estar atentos a los demás, a preocuparnos por la salud de los demás”.
Proverbio árabe
hay 3 cosas que no dejan huella : el pájaro en el aire, el pez en el agua , y el hombre en la mujer
Tony Judt
La fina capa de la civilización reposa sobre lo que bien podría ser una fe ilusoria en nuestra humanidad común. Pero ilusoria o no, haríamos bien en aferrarnos a ella. Ciertamente, es esa fe –y las restricciones que impone a la conducta humana- la que debe anteponerse en tiempos de guerra o de malestar social.”
martes, 22 de marzo de 2016
Bienvenidos sean los refugiados
Los países europeos no tienen futuro sin una creciente inmigración de países pobres o emergentes, dado el creciente envejecimiento de sus poblaciones. Hasta el año 2064 España, donde el problema es más grave, perderá seis millones de habitantes
En muchos de los países pobres y emergentes de origen migratorio, los sistemas educativos son limitados, por lo que son las mismas familias las que detectan quien es el más inteligente o el más emprendedor de la familia y, como es lógico, apuestan todos por él para que intente sacarles de la pobreza logrando un empleo en otro país, si no ha podido conseguirlo o lo ha perdido en el suyo. Si el que emigra, proviene de una país tradicional de emigración sabe que siempre puede encontrar un familiar o amigo en su destino que le acoja y le oriente.
Asimismo, no podemos olvidar que no hace mucho tiempo, en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado, muchos españoles tuvieron que emigrar a América del Sur y al resto de Europa, bien para evitar una dura persecución política e ideológica o para poder encontrar trabajo fuera de una España empobrecida, tras la horrible Guerra Civil y sus persecuciones posteriores, cobrándose muchas vidas pero también por sufrir una situación de aislamiento internacional, en la que casi no llegaba ayuda del extranjero.
Los llamados hoy refugiados son otro tipo más de emigrantes forzosos que han sido obligados a hacerlo por peligrar sus vidas a causa de la violencia, la dictadura o la guerra y hoy, lo que es peor, por poseer o pertenecer a una determinada corriente religiosa. Es con ellos con quien hay que tener una mayor capacidad de compasión y de aceptación, especialmente en todos aquellos países que ya sufrieron experiencias semejantes, como la gran mayoría de los países de Europa.
Muchos españoles desempleados se preguntarán ¿porqué hay que admitir a refugiados extranjeros que compiten por nuestros puestos de trabajo, siendo nuestra tasa de desempleo tan elevada y, más aún, proviniendo de una guerra religiosa en el extranjero entre Sunitas y Chiitas?.
Pero no hay que olvidar que otra terrible guerra religiosa también ocurrió en Europa entre Católicos y Protestantes, durante la larga Guerra de los 30 años (1.618-1648) en la que, según el historiador británico David Norman (1996), murieron 8 millones de personas incluidos muchos civiles, de una población total Europea de 110 millones, que dejó asolada toda Europa y especialmente a Alemania que perdió más de un 10% de su población.
Es interesante comparar las fechas de ambas grandes guerras de religión. La Guerra de los 30 años, entre Católicos y Protestantes, tuvo lugar 1.600 años después del nacimiento de Jesucristo, en el año 1 de la Era Cristiana, y la actual Guerra, entre Sunitas y Chiitas, que empezó en Irak, en 2005, tiene lugar 1485 años después del nacimiento de Mahoma en el año 520 (de la era cristiana) en La Meca, una diferencia de 115 años.
Como ha señalado The Economist (12/12/2015), el volumen de refugiados es enorme, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Pero son gentes muy jóvenes que vienen a una Europa que es la región más envejecida del mundo, después de Japón. Su edad media es de 23 años, la mitad de la edad media de Alemania, que es el país más envejecido de Europa, seguido de Italia y de España. Además, el 82% de los refugiados tiene menos de 34 años y bastantes tienen educación secundaria e incluso universitaria.
Europa, y sobre todo España, no tienen futuro alguno en el mundo sin una creciente inmigración de países pobres o emergentes, dado el creciente envejecimiento de sus poblaciones y la enorme caída de sus tasas de natalidad.
El informe más reciente de la Comisión Europea (2015) estima que en la UE el envejecimiento de la población aumentará y el empleo caerá ininterrumpidamente entre 2010 y 2060, suponiendo que el crecimiento potencial se mantenga constante (irá decayendo irremediablemente). La contribución al crecimiento del factor trabajo aumentará hasta 2020, pero será negativa en los siguientes 40 años. La población en edad de trabajar (20-64) está cayendo ya desde 2010, y caerá de 310 millones en 2010, a 260 millones en 2060 —50 millones menos—, pudiendo producir la quiebra de los sistemas de pensiones de los estados miembros de la UE.
En empleo total (20-64) caerá de 210 millones en 2010, a 200 millones en 2060 y el trabajo contribuirá negativamente al crecimiento, en un 0,1% anual, hasta 2060.
En España, las últimas proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (octubre 2014) muestran que el problema del envejecimiento es todavía mucho más problemático que en la UE, ya que la caída de su población empezó ya en 2012. En los próximos 15 años caerá un 2,2% del total, es decir 1,022 millones y, en los siguientes 50 años, hasta 2064 otros 5,6 millones, cayendo un 12,1%, de 46,8 millones en 2012 a 40,8 millones en 2064.
El número de nacimientos empezó a caer ya en 2009 y en 2029 habrán descendido en 298.202, un 27,1% menos. El número de nacimientos por mujer fértil, caerá hasta 1,22, cuando la tasa de reposición de la población es de 2,1 hijos por mujer fértil. La edad media de maternidad, que hoy es de 31,7 años, subirá hasta 33 años en 2064 y el número de mujeres en edad fértil (entre 15 y 49 años) caerá 4,3 millones.
La esperanza de vida al nacer, que hoy es de 80 años para los varones y de 85,7 años para las mujeres sería, en 2064, de 91 años para los varones y de 94,3 años para las mujeres y la esperanza de vida a los 65 años sería de 27,37 años para los varones (92,37años) y de 30,77 años para las mujeres (95,77años).
A partir de 2015, las defunciones superarán a los nacimientos. Asimismo, tras la Gran Crisis, los flujos anuales de emigración son ya superiores a los de inmigración, pero esta tendencia se invertiría a partir de 2021.
La población mayor de 65 años que hoy es el 18,2% pasaría a ser el 38,7% en 2064 y la tasa de dependencia (es decir, el número de mayores de 64 años respecto del número de menores de 16 años) llegaría a ser del 95,6%; es decir, cada joven en edad de trabajar tendría que mantener prácticamente a cada jubilado. Por último, en España se estableció la edad de jubilación a los 65 años en 1919 con la ley del Retiro Obrero, gobernando Antonio Maura, cuando la esperanza de vida al nacer era de 33 años. Hoy la edad de jubilación sigue siendo a los 65 años (a los 64 años es la edad real) cuando la esperanza de vida al nacer es de 82 años. Estamos todos locos.
Asimismo, no podemos olvidar que no hace mucho tiempo, en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo pasado, muchos españoles tuvieron que emigrar a América del Sur y al resto de Europa, bien para evitar una dura persecución política e ideológica o para poder encontrar trabajo fuera de una España empobrecida, tras la horrible Guerra Civil y sus persecuciones posteriores, cobrándose muchas vidas pero también por sufrir una situación de aislamiento internacional, en la que casi no llegaba ayuda del extranjero.
Muchos españoles desempleados se preguntarán ¿porqué hay que admitir a refugiados extranjeros que compiten por nuestros puestos de trabajo, siendo nuestra tasa de desempleo tan elevada y, más aún, proviniendo de una guerra religiosa en el extranjero entre Sunitas y Chiitas?.
Pero no hay que olvidar que otra terrible guerra religiosa también ocurrió en Europa entre Católicos y Protestantes, durante la larga Guerra de los 30 años (1.618-1648) en la que, según el historiador británico David Norman (1996), murieron 8 millones de personas incluidos muchos civiles, de una población total Europea de 110 millones, que dejó asolada toda Europa y especialmente a Alemania que perdió más de un 10% de su población.
La edad de jubilación es la misma que en 1919, cuando la esperanza de vida era de 33 años
Como ha señalado The Economist (12/12/2015), el volumen de refugiados es enorme, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial. Pero son gentes muy jóvenes que vienen a una Europa que es la región más envejecida del mundo, después de Japón. Su edad media es de 23 años, la mitad de la edad media de Alemania, que es el país más envejecido de Europa, seguido de Italia y de España. Además, el 82% de los refugiados tiene menos de 34 años y bastantes tienen educación secundaria e incluso universitaria.
Europa, y sobre todo España, no tienen futuro alguno en el mundo sin una creciente inmigración de países pobres o emergentes, dado el creciente envejecimiento de sus poblaciones y la enorme caída de sus tasas de natalidad.
El informe más reciente de la Comisión Europea (2015) estima que en la UE el envejecimiento de la población aumentará y el empleo caerá ininterrumpidamente entre 2010 y 2060, suponiendo que el crecimiento potencial se mantenga constante (irá decayendo irremediablemente). La contribución al crecimiento del factor trabajo aumentará hasta 2020, pero será negativa en los siguientes 40 años. La población en edad de trabajar (20-64) está cayendo ya desde 2010, y caerá de 310 millones en 2010, a 260 millones en 2060 —50 millones menos—, pudiendo producir la quiebra de los sistemas de pensiones de los estados miembros de la UE.
En empleo total (20-64) caerá de 210 millones en 2010, a 200 millones en 2060 y el trabajo contribuirá negativamente al crecimiento, en un 0,1% anual, hasta 2060.
No debemos olvidar que a mediados del siglo pasado muchos españoles tuvieron que emigrar
El número de nacimientos empezó a caer ya en 2009 y en 2029 habrán descendido en 298.202, un 27,1% menos. El número de nacimientos por mujer fértil, caerá hasta 1,22, cuando la tasa de reposición de la población es de 2,1 hijos por mujer fértil. La edad media de maternidad, que hoy es de 31,7 años, subirá hasta 33 años en 2064 y el número de mujeres en edad fértil (entre 15 y 49 años) caerá 4,3 millones.
La esperanza de vida al nacer, que hoy es de 80 años para los varones y de 85,7 años para las mujeres sería, en 2064, de 91 años para los varones y de 94,3 años para las mujeres y la esperanza de vida a los 65 años sería de 27,37 años para los varones (92,37años) y de 30,77 años para las mujeres (95,77años).
A partir de 2015, las defunciones superarán a los nacimientos. Asimismo, tras la Gran Crisis, los flujos anuales de emigración son ya superiores a los de inmigración, pero esta tendencia se invertiría a partir de 2021.
La población mayor de 65 años que hoy es el 18,2% pasaría a ser el 38,7% en 2064 y la tasa de dependencia (es decir, el número de mayores de 64 años respecto del número de menores de 16 años) llegaría a ser del 95,6%; es decir, cada joven en edad de trabajar tendría que mantener prácticamente a cada jubilado. Por último, en España se estableció la edad de jubilación a los 65 años en 1919 con la ley del Retiro Obrero, gobernando Antonio Maura, cuando la esperanza de vida al nacer era de 33 años. Hoy la edad de jubilación sigue siendo a los 65 años (a los 64 años es la edad real) cuando la esperanza de vida al nacer es de 82 años. Estamos todos locos.
Guillermo de la Dehesa es presidente Honorario del Centre for Economic Policy Research (CEPR) de Londres
No vinimos al mundo solo a trabajar y a comprar . Mujica
La vida es un minuto y se va , tenemos la eternidad para no ser y solo un minuto para ser.
y que poca importancia le damos al hecho de estar vivos .
Seneca nos decía , no es pobre quien tiene poco , sino quien desea mucho .
no vinimos a este mundo solo a trabajar y a comprar : vinimos a vivir . La vida es un milagro. La vida
es un regalo. Y solo tenemos una
y que poca importancia le damos al hecho de estar vivos .
Seneca nos decía , no es pobre quien tiene poco , sino quien desea mucho .
no vinimos a este mundo solo a trabajar y a comprar : vinimos a vivir . La vida es un milagro. La vida
es un regalo. Y solo tenemos una
A humbling oral history of our search for meaning, mattering, and a sense of worth.
By Maria Popova
“I work in a state of passion and compulsion,” the great painter Juan Miró wrote in his reflections on art and the creative process. But to do so-called creative work at all is, in the words of poet Sarah Kay, “an immense privilege”; to let your life speak is a luxury. The vast majority of people in the history of humanity, as well as in the world at this particular point in time, have been compelled to work not by passion but by practicality: by the necessity for food, shelter, and survival. And yet even such work — often manual, sometimes seemingly meaningless to the outside observer, lacking in the trifecta of autonomy, mastery, and purpose that psychologists believe marks meaningful work — can be a tremendous source of dignity, pride, and integrity.
That’s what legendary interviewer, writer, radio broadcaster, and oral historian Studs Terkel (May 16, 1912–October 31, 2008) captures in Working: People Talk About What They Do All Day and How They Feel About What They Do (public library) — a remarkable oral history of “the extraordinary dreams of ordinary people” and of working life in the 1970s, an era of radical change at once profoundly different and strikingly similar to our own. A generation after the Mad Men era but before we had plummeted into the Mad Machines one, that was a time of reckoning with the demise of the old, slower, inescapably human culture of work and the birth of the new, machine-assisted, often machine-driven age of productivity.
From bookbinders to miners to waitresses to firefighters, Terkel’s people speak to some of the most elemental and universal longings of the human heart through the particulars of their experience — the daily trials of making do; the pride in a task, however simple, performed with skill and care; the yearning to matter, to make a difference, to count for something.
Terkel frames his inquiry with his characteristic uncottoned acuity:
This book, being about work, is, by its very nature, about violence — to the spirit as well as to the body. It is about ulcers as well as accidents, about shouting matches as well as fistfights, about nervous breakdowns as well as kicking the dog around. It is, above all (or beneath all), about daily humiliations. To survive the day is triumph enough for the walking wounded among the great many of us.Terkel senses in his subjects “more than a slight ache” about the longing for a day’s work to provide more than a paycheck — to provide a measure of meaning. A Brooklyn firefighter named Tom Patrick goes to the heart of the matter — the paradox of worth in a world of bad news, abstract accomplishments, and intangible goals:
The scars, psychic as well as physical, brought home to the supper table and the TV set, may have touched, malignantly, the soul of our society.
[…]
It is about a search, too, for daily meaning as well as daily bread, for recognition as well as cash, for astonishment rather than torpor; in short, for a sort of life rather than a Monday through Friday sort of dying. Perhaps immortality, too, is part of the quest. To be remembered was the wish, spoken and unspoken, of the heroes and heroines of this book.
The fuckin’ world’s so fucked up, the country’s fucked up. But the firemen, you actually see them produce. You see them put out a fire. You see them come out with babies in their hands. You see them give mouth-to-mouth when a guy’s dying. You can’t get around that shit. That’s real. To me, that’s what I want to be. “I worked in a bank. You know, it’s just paper. It’s not real. Nine to five and it’s shit. You’re lookin’ at numbers. But I can look back and say, “I helped put out a fire. I helped save somebody.” It shows something I did on this earth.The tangibility of one’s work need not be of the life-saving variety to count — lest we forget, we live in a world where countless interdependent skills conspire to craft something as simple as a pencil. A 37-year-old steel mill laborer named Mike Lefevre — a self-described “dying breed” doing “strictly muscle work” — tells Terkel:
You remember when a guy could point to a house he built, how many logs he stacked. He built it and he was proud of it. I don’t really think I could be proud if a contractor built a home for me… ’Cause I would have to be part of it, you know. It’s hard to take pride in a bridge you’re never gonna cross, in a door you’re never gonna open. You’re mass-producing things and you never see the end result of it.He steps back to consider the broader perspective:
It’s not just the work. Somebody built the pyramids. Somebody’s going to build something. Pyramids, Empire State Building — these things just don’t happen. There’s hard work behind it. I would like to see a building, say, the Empire State, I would like to see on one side of it a foot-wide strip from top to bottom with the name of every bricklayer, the name of every electrician, with all the names. So when a guy walked by, he could take his son and say, “See, that’s me over there on the forty-fifth floor. I put the steel beam in.” Picasso can point to a painting… A writer can point to a book. Everybody should have something to point to.A woman named Donna Murray, who became an accidental bookbinder after inheriting her father’s large collection of books that needed repairing and spent the next quarter century binding books for private clients and institutions like the Art Institute of Chicago, tells Terkel:
Obviously I don’t make much money binding books, but it’s very cozy work… I usually arrive at about ten thirty. I work as long as it pleases me. If I fill up the table and the books are oiled, I often leave at four or six. I might work for one client two or three weeks.One of the most beautiful emanations from Terkel’s interviews is the way in which the sheer attentiveness to the manual work seeds convictions about the larger significance of the work in its cultural context — something the bookbinder captures perfectly:
You must be very clever with a binding and give it the dignity it deserves. Because the pages are so full of stunning, fantastic things that say, This is life… I only enjoy working on books that say something. I know this is an anathema to people who insist on preserving books that are only going to be on the shelves forever — or on coffee tables. Books are for people to read, and that’s that. I think books are for the birds unless people read them.Terkel’s most poignant and pause-giving conversation is with a 34-year-old farm laborer and organizer named Roberto Acuna — one of the migrant lettuce workers who inspired Steinbeck’s The Grapes of Wrath. Born on a cotton sack in the fields because his mother couldn’t afford to go to the hospital and literally imprinted by his work — both thumbnails on his callused hands are singularly cut, as lettuce-pickers’ thumbnails fall of from being banged on the box over and over — this young man’s entire life was marked by inordinate daily struggle for survival, and yet his hardship only amplified his idealism. After witnessing and experiencing first-hand the appalling inequality between the crop growers and the farm workers — “Growers can have an intricate watering system to irrigate their crops but they can’t have running water inside the houses of workers,” he tells Terkel. “Veterinarians tend to the needs of domestic animals but they can’t have medical care for the workers.” — he went on to become an advocate for migrant workers’ rights in a heartening testament to the notion that the best way to complain is to do something constructive to change the conditions seeding the complaint.
[…]
I feel very strongly about every book I pick up. It’s like something alive or — or decadent, death. I wouldn’t for one moment bind Mein Kampf, because I think it’s disgusting to waste time on such an obscenity.
[…]
Books are things that keep us going… Keeping a four-hundred-year-old book together keeps that spirit alive. It’s an alluring kind of thing, lovely, because you know that belongs to us. Because a book is a life.
Acuna tells Terkel:
I walked out of the fields two years ago. I saw the need to change the California feudal system, to change the lives of farm workers, to make these huge corporations feel they’re not above anybody.Indeed, a deep sense of pride permeates Acuna’s recollections of his early life — pride, and a grounding reminder that it isn’t poverty itself that erodes dignity but the contempt and derision aimed at the poor:
[…]
The things I saw shaped my life. I remember when we used to go out and pick carrots and onions, the whole family. We tried to scratch a livin’ out of the ground. I saw my parents cry out in despair, even though we had the whole family working. At the time, they were paying sixty-two and a half cents an hour. The average income must have been fifteen hundred dollars, maybe two thousand… We’d go into the tent where Mom was sleeping and I’d see her crying. When I asked her why she was crying she never gave me an answer. All she said was things would get better. She retired a beaten old lady with a lot of dignity. That day she thought would be better never came for her.
[…]
Nobody knows the erosion of man’s dignity. They used to have a label of canned goods that said, “U.S. Commodities. Not to be sold or exchanged.” Nobody knows how proud it is to feel when you bought canned goods with your own money.
I’d go barefoot to school. The bad thing was they used to laugh at us, the Anglo kids. They would laugh because we’d bring tortillas and frijoles to lunch. They would have their nice little compact lunch boxes with cold milk in their thermos and they’d laugh at us because all we had was dried tortillas.He recounts one particularly heartbreaking incident:
I wanted to be accepted. It must have been in sixth grade. It was just before the Fourth of July. They were trying out students for this patriotic play. I wanted to do Abe Lincoln, so I learned the Gettysburg Address inside and out. I’d be out in the fields pickin’ the crops and I’d be memorizin’. I was the only one who didn’t have to read the part, ’cause I learned it. The part was given to a girl who was a grower’s daughter. She had to read it out of a book, but they said she had better diction. I was very disappointed. I quit about eighth grade.Acuna, who started picking crops when he was eight, reflects on the bigotry that resulted from the acute mismatch of realities — the rift between what he and his family experienced as the basic fabric of their lives, and what those in power assumed to be the givens of every life:
We used to work early, about four o‘clock in the morning. We’d pick the harvest until about six. Then we’d run home and get into our supposedly clean clothes and run all the way to school because we’d be late. By the time we got to school, we’d be all tuckered out. Around maybe eleven o’clock, we’d be dozing off. Our teachers would send notes to the house telling Mom that we were inattentive…He joined the Marine Corps at seventeen with mixed feelings and then got a job as a correctional officer in a state prison. In a sentiment that calls to mind Viktor Frankl’s ennobling conviction that even when everything is taken from us, we still have moral choice as our most important and most indelible freedom, Acuna reflects on his prison job:
School would end maybe four o’clock. We’d rush home again, change clothes, go back to work until seven, seven thirty at night. That’s not counting the weekends. On Saturday and Sunday, we’d be there from four thirty in the morning until about seven thirty in the evening. This is where we made the money, those two days. We all worked.
I quit after eight months because I couldn’t take the misery I saw. They wanted me to use a rubber hose on some of the prisoners — mostly Chicanos and blacks. I couldn’t do it. They called me chicken-livered because I didn’t want to hit nobody. They constantly harassed me after that. I didn’t quit because I was afraid of them but because they were trying to make me into a mean man.Acuna draws a parallel to the condition of migrant workers:
Working in the fields is not in itself a degrading job. It’s hard, but if you’re given regular hours, better pay, decent housing, unemployment and medical compensation, pension plans — we have a very relaxed way of living. But the growers don’t recognize us as persons. That’s the worst thing, the way they treat you.The solution, he suggests, must be a systemic one. It begins with helping people at the receiving end of the food chain — people like you and me — open our eyes to the daily indignities by which the food at our table is produced. He tells Terkel:
If we had proper compensation we wouldn’t have to be working seventeen hours a day and following the crops. We could stay in one area and it would give us roots. Being a migrant, it tears the family apart. You get in debt. You leave the area penniless. The children are the ones hurt the most. They go to school three months in one place and then on to another. No sooner do they make friends, they are uprooted again. Right here, your childhood is taken away.Working is a sobering and, in an unexpected way, enormously elevating read in its totality — a record of daily dignity even amid the most trying of circumstances. Complement it with a very different perspective on the psychology of work, then revisit Terkel’s wonderful conversation with Maurice Sendak about the eternal child in each of us.
[…]
If people could see — in the winter, ice on the fields. We’d be on our knees all day long. We’d build fires and warm up real fast and go back onto the ice. We’d be picking watermelons in 105 degrees all day long. When people have melons or cucumber or carrots or lettuce, they don’t know how they got on their table and the consequences to the people who picked it. If I had enough money, I would take busloads of people out to the fields and into the labor camps. Then they’d know how that fine salad got on their table.
domingo, 20 de marzo de 2016
Como el poder economico ha deteriorado la medicina basada en la evidencia
¿Hay esperanza?
Termina Ioannidis su conversación con Sackett con una amarga reflexión final:
"David, le dije que era una fracasado cuando empezamos esta conversación y soy un fracaso aún mayor ahora, casi 12 años después... El PIB dedicado a la atención sanitaria no deja de aumentar; los ensayos clínicos espurios y los meta-análisis aún más espurios siguen aumentando geométricamente y publicándose a un ritmo cada vez mayor; las Guías de Práctica Clínica sesgadas son más influyentes que nunca; falsos factores de riesgo son graznados cada día; las pseudociencias son cada vez más visibles mientras aproximadamente el 85% de la investigación biomédica se desperdicia" (ver arriba referencia).
Y continua:
"Todavía me gusta la ciencia enormemente; centrarme en las ideas y los métodos rigurosos, basados en las matemáticas y la estadística; trabajar en mis extraños (y, probablemente, sesgados) escritos que alterno con una desesperada poesía; y sigo aprendiendo de los jóvenes talentosos. Y sigo fantaseando con algún lugar donde la práctica de la medicina todavía pueda ser útil para los seres humanos y la sociedad en general. ¿Tiene que ser un lugar muy remoto en el norte de Canadá, cerca de la Ártico? ¿O en alguna aislada y hermosa isla griega donde cada día llegan flotando a la playa cadáveres de desgraciados refugiados aunque no se haya librado ninguna batalla naval? ¿Hay todavía un lugar para que el pensamiento racional y la evidencia puedan ayudar a los humanos?
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